César Rendueles (2013)
Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. Madrid:
Capitan Swing.
ISBN: 978-84-941690-0-7
Hablar de internet y de las nuevas tecnologías está muy de moda, por eso parece que el libro de Rendueles es una crítica al ciberutopismo y al internetcentrismo; pero de eso ya se encargó en 2011 Evgeny Morozov (2011/2012), de quien toma ambos conceptos. Muy al contrario, el libro toma esas ideas como apoyo para apuntar mucho más lejos: hacia la naturaleza del vínculo social y la posibilidad de una política emancipadora. Las nuevas tecnologías están presentes en el discurso de César Rendueles porque están presentes en la sociedad actual, porque su influencia pervasiva alcanza todos los aspectos sociales. Sin embargo, ese no es ni el tema ni el objetivo central del texto. Se puede decir que, en cierto modo, el libro también cae presa del ciberfetichismo que critica: recurre las nuevas tecnologías como reclamo promocional para atraer la atención de los lectores, y acaba pareciendo que ese es el tema central, en lugar de la verdadera política que está detrás de los cambios sociales.
En este sentido, el texto ha sido criticado por su laxitud a la hora de identificar a los sujetos de los discursos sobre las nuevas tecnologías a los que se hace referencia. Algo que se podría excusar por el carácter divulgativo del libro, pero que sin duda resulta una carencia importante si lo que buscamos es una discusión en torno al rol de las nuevas tecnologías en la sociedad actual. En particular, los sujetos contra (o con respecto a) los que construye su discurso son muy difusos, genéricos y casi caricaturescos: los movimientos favorables al conocimiento libre, las ciencias sociales, los economistas, los ciberutópicos, la ideología californiana, etc. Esta simplificación puede resultar molesta para intelectuales y académicos involucrados en esos “otros” discursos, que se pueden sentir malinterpretados o incluso ofendidos, quizás en ocasiones con razón.
Sin embargo, no parece un ataque real contra nadie en particular, sino más bien una forma de difuminar al adversario para evitar la confrontación directa. Tampoco se puede decir realmente que recurra a “la falacia del hombre de paja”, pues su discurso no está enfocado a desacreditar a ningún adversario en concreto. No se trata de una discusión académica, política o intelectual con autores, escuelas, corrientes y posiciones en competición. El “se dice” de Rendueles es más bien un recurso para “decir él” que para humillar al otro. Es una forma de buscar un asidero en discursos y lugares comunes desde los que introducir sus reflexiones y desenvolver su discurso. Sus oponentes, imaginarios y difusos, son su experiencia de esos discursos comunes, no un intento de representar el estado de la discusión en un campo determinado.
Por otro lado, resulta bastante evidente que el verdadero interés de Rendueles no son las nuevas tecnologías, con sus protocolos, posibilidades y trampas sistémicas, sino el proceso y el problema de la emancipación social. Los relatos sobre revolucionarios del pasado —algunas veces criticados y otras elogiados— dejan ver una pasión inusual que delata su verdadero interés por los procesos de emancipación y por la superación del consumismo materialista y fetichista, que es el verdadero enemigo al que se ataca. Esa misma pasión interpretativa y discursiva no surge cuando se trata de redes distribuidas, de licencias y de protocolos de comunicación, que aparecen representados con cierta simplificación. Básicamente defiende que hay un elemento de lo político que no es reducible a las cuestiones formales de protocolos y licencias, y que una orientación centrada en los procedimientos obvia la dimensión política realmente relevante.
Su crítica del ciberfetichismo —y de todo fetichismo en general— es más un llamamiento a volver a los problemas principales de la cuestión social y humana, aquellos que siguen igual y que la retórica tecnológica no ha hecho más que emborronar. Criticar o pensar el libro desde la mirada tecnológica y los discursos y sujetos que la rodean es como mirar el dedo que señala, en lugar de aquello a lo que señala. La verdadera inquietud que se trasluce en el libro es cómo son posibles procesos de emancipación social que combinen igualdad y respeto de la libertad individual, y qué relación tiene este problema con la condición humana. En este contexto, la tecnología solo tiene un efecto de escala, amplifica efectos y reduce costes, cambia los patrones y las proporciones por medio de los que las cosas suceden, pero no modifica sustancialmente la cuestión política de fondo.
El argumento clave del libro es la necesidad de que los movimientos de emancipación social estén fundados sobre una base ética o moral, que una lucha guiada por los intereses de una clase o grupo social no puede llevar más que a nuevos experimentos de dominación social, más absurdos si cabe que los del propio capitalismo. Rendueles adereza esta reflexión con algunas imágenes históricas, como la de Bertolt Bretch “en 1953 aplaudiendo por la calle a los tanques soviéticos que se dirigían a Stalinalle (Berlin) a reprimir a los trabajadores en huelga” (Rendueles, p. 125), o la frialdad moral que Chomsky describe en Foucault tras el debate que tuvieron en 1971. Así, los “heroes leninistas” aparecen como ausentes de compromiso e implicación moral, que queda sustituído por una actitud fría y burocratizante, como si sus acciones “quedaran completamente subsumidas por grandes procesos estructurales” (p. 126), como si fuesen “fenómenos naturales, antes que actos modulados por razones, dudas y conflictos personales” (p. 126).
Se reclama así una vuelta a la reflexión de la filosofía, ética y moral de la que los discursos de la modernidad y la posmodernidad han pretendido alejarse, al identificar toda moralidad con una subjetividad dominante. Pero Rendueles va más allá del rancio llamamiento a recuperar ideales ilustrados y éticas kantianas ya descoloridas por el paso de la historia. Su rechazo de toda forma de fetichismo y del individualismo liberal desemboca en un ataque visceral contra el consumismo que “arrasa con cualquier posibilidad de reconciliación con las fuerzas antropológicas profundas” (p. 111). En el cuadro que nos dibuja Rendueles, la razón para el levantamiento en pos de la liberación social no viene de la razón pura, del interés frío o de la necesidad histórica, sino de una defensa de la dignidad humana que emerge como una irascibilidad inevitable contra la estupidez organizada que es esta sociedad global.
El título del libro, Sociofobia, encierra —como dice Amador Fernández-Savater— ciertas connotaciones reaccionarias, conservadoras, pero de naturaleza muy diferente a lo que una lectura superficial arroja. Esta reconcilización con las fuerzas antropológicas profundas no se refiere a la recuperación de un supuesto orden natural perdido, sino a la necesidad de una exploración reflexiva de la subjetividad. Si renunciamos a reconocer a ese sujeto que se quiere liberar, toda retórica liberadora no es más que un canto poético y vacío a la realización de las “posibilidades infinitas de lo humano” o a “construir juntos la sociedad que queremos”. Horizontes tan abiertos que valen para todos los ideales de sociedad posibles, pero que aportan pocas orientaciones prácticas para la acción política presente.
Antes de dejarnos llevar por los fantasmas reaccionarios del pasado conviene mirar dónde se busca esa naturaleza antropológica por la que merece la pena luchar: en la dependencia y la vulnerabilidad que marca los primeros años de vida dependiente de cualquier ser humano. Todos, mejor o peor cuidados, más o menos maltratados, hemos tenido que ser atendidos por alguien en una relación asimétrica de dependencia, no irreducible a las lógicas del intercambio individualista. Y a lo largo de nuestra vida existimos formando parte de un complejo entramado de dependencias mútuas no cuantificables. El ser en conjunto, el ser para y por el otro representa la esencia del vínculo social constitutivo, el hilo del que podemos tirar para desarrollar una sensibilidad moral y un posicionamiento ético desde el que poder luchar contra las formas de dominación social.
Hablar de una praxis política basada en los cuidados puede parecer peregrino y poco contundente, pero permite establecer esa reflexión sobre la naturaleza de lo humano tan necesaria para poder denunciar la in-humanidad de las condiciones de explotación presentes, pasadas y futuras. El reconocimiento de nuestra naturaleza antropológica en la dependencia y la solidaridad nos permite distanciarnos de la lógica de los intereses particulares en conflicto, en la que se queda atrapada la lectura ortodoxa de la lucha de clases. Una vez desacreditada la visión historicista de la revolución proletaria, mantener la primacia del interés (una motivación muy burguesa) como principio de cambio social es como si la razón para resistirse a un sistema opresivo fuera que “no nos viene bien”, que no nos gusta, o que nos ha tocado una mala posición, en lugar de que atenta contra nuestra sensibilidad existencial. La diferencia entre la resistencia como una lucha de intereses y la resistencia como una respuesta existencial en busca de nuestra naturaleza, es la misma que entre la protesta social limitada a la coyuntura de crisis, la simple expresión de un malestar, y el compromiso mantenido por el cambio social como resultado de una forma de sentir y de ser en el mundo.
No se trata solo de luchar contra la opresión cuando se nos hace insoportable, sino de crear esa realidad alternativa de solidaridad, igualdad y libertad en la que realmente se puedan destruir los órdenes opresivos. Los amos del mundo son solo un obstáculo contingente, gobiernan por medio de la participación activa, la servidumbre voluntaria de todos aquellos que actúan seducidos por la perspectiva de lograr una ínfima cuota de poder. El verdadero enemigo son los mecanismos del interés egoísta individualista, y su forma de ocultar la dependencia mutua bajo discursos identitarios. El reconocimiento de que el apoyo mútuo Kropotkin (1902/2012) representa la verdadera esencia de la sociedad, de nuestra humanidad y el auténtico motor de la historia —sin cuidados la sociedad colapsaría en cuestión de semanas— es una poderosa declaración política en estos tiempos de crisis global.
Puede parecer que recurrir a “la naturaleza” es un movimiento dialéctico que podría acercarnos a los esencialismos del pasado (y del presente). Sin embargo, también abre al mismo tiempo el camino para superar el impasse en que se encuentran los discursos de emancipación social, bloqueados por el relativismo cultural de la posmodernidad que agotó su potencial liberador tras enseñarnos que todo orden social es construido. Las construcciones sociales tienen que guiarse por un principio, que por definición no puede ser resultado de la construcción. Ese es el nudo “godeliano” de la modernidad que nos obliga a aceptar la inconsistencia de cualquier orden social, al mismo tiempo que nos invita a la búsqueda, imposible pero ineludible, de principios morales que nos guíen para cambiar la sociedad. La mirada reflexiva hacia lo que somos, cómo existimos y qué sentimos parece ser el camino más esperanzador. Si renunciamos a ello, debemos hacer como si todo orden posible o existente tuviera el mismo valor y no existiera dignidad moral ni justificación ética en la búsqueda de una sociedad libre, igualitaria y fraternal.
Escribía Carlos Castanera (1974) que no importa qué camino seguir, lo importante es seguir un camino con corazón. Lo importante es darle sentido a la vida, buscarlo, construirlo o dibujarlo, pero que sea un sentido que haga vibrar nuestra subjetividad, que conecte lo más hondo posible con nosotros y con otros. El sentido solo se puede construir por medio de una conexión con nuestro ser, ese misterio del que somos y del que formamos parte. Rendueles nos propone que nos reconozcamos en nuestra vulnerabilidad y nuestra dependencia, como seres limitados, para construir desde ahí un discurso político de la solidaridad y la fraternidad desde el que se pueda conciliar la libertad del deseo individual y la ética de la igualdad social.
Con todo, el mayor reproche que se le puede hacer al libro es ser un libro de divulgación y simplifiicar tesis tan relevantes. El libro se queda corto, haciendo un esbozo de la verdadera propuesta téorica que esconde, y obviando al mismo tiempo autores, sujetos discursivos y debates con los que debería dialogar directamente. Se pierde así cierta profundidad en el proyecto, pero se gana en alcance, logrando difundir ideas importantes sobre cómo pensar una sociedad mejor: reconociendo nuestra dependencia mútua y estimulando la reflexión ética.
Castaneda, Carlos (1974). Una realidad aparte. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Fernandez-Savater, Amador (2013, 24 de noviembre). Política contra automatismos (una lectura crítica de "Sociofobia" de César Rendueles). ElDiario.es, Interferencias. Recuperado de http://www.eldiario.es/interferencias/Sociofobia_Cesar_Rendueles_6_182391776.html
Kropotkin, Piotr (1902/2012). El apoyo mútuo. Madrid: Editorial Séneca.
Morozov, Evgeny. (2011/2012). El desengaño de la Internet. Los mitos de la libertad en la red. Barcelona: Destino.