La constante transformación histórica del objeto de estudio de las ciencias sociales conlleva un proceso de reflexión continuo sobre las bases ontológicas y epistemológicas que sustentan el propio aparato disciplinar. En el campo de la Psicología Social, es bien conocida “la Crisis” que inició un fructífero debate sobre las cuestiones metodológicas, éticas y políticas de la investigación social (Ibáñez, 1990; Íñiguez, 2003; 2005) que desembocó en el desarrollo de múltiples corrientes teóricas que han transformado nuestras prácticas de producción científica. Entre ellas podemos destacar el socioconstruccionismo (Gergen, 1994/1996; Ibáñez, 1991), el programa fuerte de la sociología del conocimiento científico (Latour, 1986; Mulkay, 1991; Woolgar, 1988), las epistemologías feministas (Haraway, 1991/1995, pp. 313-345; Harding, 1993/1996), la investigación acción participativa (Goodley y Parker, 2000; Montero, 2000) o las autoras adscritas al "giro decolonial" (Castro Gómez, 2005; Mignolo, 2007). Podemos señalar, como característica común a estos desarrollos, que se reconoce como elemento nuclear en el análisis de la realidad social que la actividad científica es un producto social e histórico, por lo que la objetividad y la verdad no pueden separarse del contexto concreto de producción. Como señala Lupinicio Íñiguez al dibujarnos el actual paisaje post-construccionista, estas corrientes muestran cómo la actividad científica es (a) una construcción socio-histórica; (b) producida desde posiciones localizadas que da lugar a una construcción semiótico-material de la realidad; y (c) con importantes implicaciones performativas (Íñiguez, 2005). En este sentido, tanto las perspectivas construccionistas como las post-construccionistas reconocen los factores sociales y de poder involucrados en la producción de conocimiento, y se diferencian en los matices que tienen que ver, entre otras dimensiones, con el nivel de materialidad (o densidad) que se le otorga a la realidad social y a la relación de la investigadora con respecto a su construcción. En los múltiples debates y tensiones que han acompañado la configuración del paisaje post-construccionista podemos identificar tres ejes diferenciadores: (a) la relevancia que adquiere la dimensión política tanto como enfoque teórico como operacionalización concreta de la investigación; (b) el papel de la investigadora en la realidad producida a través de la práctica investigadora; y (c) la fundamentación ontológica y epistemológica de la acción llevada a cabo por el proceso investigador (Montenegro y Pujol, 2003). Uno de los aspectos transversales a los tres ejes diferenciadores tiene que ver con la definición de la posición desde la que se narra y actúa, una mirada localizada (Haraway, 1992; 1991/1995, pp. 313-345) que involucra al conocimiento científico y activismo; una perspectiva encarnada en los desarrollos feministas y post-coloniales. La importancia de la localización en la investigación activista queda patente en las jornadas que se realizan en Barcelona durante el año 2004; Jornadas sobre movimientos sociales e investigación activista “Investigacció”. La localización del conocimiento baja del pedestal la posición de “investigadora”, situándola al mismo nivel que otras posiciones de conocimiento que se producen en la investigación activista, forzando la necesidad de un diálogo entre las distintas posiciones de conocimiento involucradas en el proceso de investigacción. Como se explicita en la convocatoria de las jornadas, se trata de potenciar la producción colectiva de conocimientos compartidos:
Consideramos necesario crear espacios y mecanismos de producción, intercambio y reflexión colectiva alrededor de los conocimientos. Denunciamos la mercantilización y privatización de los conocimientos como una de las causas de la exclusión social. Queremos romper con la lógica del conocimiento impuesto y hacer de los procesos de investigación instrumentos emancipatorios de producción colectiva y conocimientos compartidos. (Investigacció, 2004, p. 1).
Si bien la localización renuncia a la universidalidad y la neutralidad del conocimiento producido, sí que hace suya la necesidad de responsabilización ética y política respecto al entramado de conexiones en las que este conocimiento se inserta; un involucramiento y responsabilización respecto al conocimiento producido. La transformación política está necesariamente ligada al concepto de “acción”; acciones que darán lugar a la conformación de un sujeto tanto desde el campo gramatical en el que el sujeto es enunciado como en la constitución subjetiva que da sentido a la acción. El efecto de realidad de los actos performativos no debe soslayar que los mismos se producen en un campo semiótico-material que configura al “agente” de la “acción”. Este agente, marcado como “sujeto”, y que aparece fenomenológica y discursivamente en nuestra realidad cotidiana como una entidad de contornos definidos y trayectoria establecida, está conformado por una compleja red de interrelaciones. Agencia y acción son, de este modo, elementos intrínsecamente asociados. Ser agente supone tener la capacidad de transformar, de ejercer un poder en el contexto en que nuestra “agente” está situada. La cuestión no reside entonces en las posibles acciones que pueden desarrollarse. Se trata de preguntarnos sobre las cualidades que tiene o debería tener el agente, cualidades que configurarán sus posibilidades de acción.
La agencia no se situaría, de esta forma, en el sujeto; un significante reificado en nuestras prácticas cotidianas. Deberíamos buscarla en las inter-relaciones que construyen y configuran la potencia del sujeto dentro de sus posibilidades de acción. Transformar nuestra agencia, implica, de esta forma, la transformación de las redes que nos permiten, posibilitan y definen nuestras posibilidades de actuar en un contexto determinado. En el ring de la mutación sociotécnica sólo pueden golpear aquellas que llevan guantes de ciberespacio. Debemos, por tanto, adquirir la agencia, “agenciarnos”, para entrar y transformar las reglas que definen nuestra subjetividad tecno-social. Este agenciamiento (Deleuze y Guattari, 1975) tiene una doble naturaleza en tanto que enunciación colectiva y deseo maquínico (“il est agencement collectif d'énonciation, il est agencement machinique de désir”, p. 145); un agenciamiento que, en su potencialidad, permite la definición de “lo real” (Deleuze y Guattari, 1972). Se trata de una máquina heterogénea en la que participan los tres reinos aristotélicos y, en nuestro caso, bien populada de homo sapiens; una máquina en la que por sus cadenas de transmisión transitan amores, protestas e indignaciones (Deleuze y Guattari, 1975, p. 145). La máquina es en sí misma conexión; y el deseo es inherente a la conexión misma. Las tecnologías de representación constituyen, en nuestro actual momento histórico, la lona sobre la que se produce nuestro particular combate; un combate de múltiples sujetos donde se usa la fantasía y el encantamiento para llevar tanto a las adversarias como a una misma hacia un horizonte de auto-explotación humana tecnológicamente mediada. En la promesa de multiplicación de las capacidades humanas que nos ofrecen los artefactos tecnológicos se esconde precisamente la transformación misma de ‘lo humano’, tanto en su dimensión constitutiva como representacional. Efectivamente, las actuales tecnologías de representación son la pantalla sobre las que nos reconocemos como sujetos, participando en la definición de las posibles líneas de acción y, consecuentemente, las potencialidades que consideramos pertinentes desarrollar. Generatech busca, por tanto, incidir en la red de relaciones que permite que posiciones feministas y de liberación de código puedan constituirse como “agentes” en el actual campo de definición tecnosocial.
Uno de los aciertos de la perspectiva construccionista ha sido situar el punto de análisis en la acción social en lugar de los procesos estructurales que configuran una cierta realidad social. Este énfasis la ha distanciado de las perspectivas que sitúan el consenso social —o el conflicto social— como foco central de atención análitica. El construccionismo social pone en evidencia los efectos estructurantes del desarrollo de ciertas comprensiones de la realidad sin necesidad de asumir una armonía social basada en el consenso o un conflicto permanente asentado en los intereses intrínsecos a distintos grupos sociales. El énfasis en la acción hace plantearnos el punto de origen y la dirección de la acción que se está realizando: su localización y fundamentación. En tanto que el construccionismo social bebe del relativismo ontológico, rechaza la posibilidad de una fundamentación última del conocimiento, lo que supone también una dificultad para una fundamentación de la acción que se realiza. Una de las vías que hemos seguido para seguir apostando por el relativismo ontológico, a la vez que apostar por una acción fundamentada en principios políticos contingentes, ha consistido en recurrir al concepto de articulación.
Articulación, siguiendo a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985), refiere a las relaciones semiótico-materiales entre entidades que se modifican y constituyen en la misma relación. Una perspectiva que cuestiona el mito de que la realidad social está claramente definida y determinada (Putnam 1992, p. 123) en entidades e instituciones discretas y estables, por lo que reconoce la indeterminación, incomplitud, precariedad e inestabilidad de lo social. La articulación constituiría una fijación parcial y temporal que conectaría un conjunto de puntos nodales dentro de un determinado campo social. Cada consenso supone la estabilización temporal de un estado de cosas esencialmente inestable y caótico; cada definición implica alguna forma de exclusión (Mouffe, 1998). Se trata de un concepto que permite una comprensión dinámica de la actividad política e investigadora en tanto que (1) la indecidibilidad de lo social (esto es, el carácter contingente de los significados sociales), por lo que la investigación no es tanto una “lectura” de una realidad pasada sino una “fijación” de una realidad futura; (2) el hecho de que la fijación de significados lleva a la definición de un campo de acción política en el que se fraguan los límites de sujetos, rango de opiniones, esquemas valorativos y guías de acción; y (3) que cualquier acción política e investigadora implica un conjunto de inclusiones y exclusiones, sean éstas de carácter voluntario o involuntario, imbuidas en redes de poder y autoridad. Una perspectiva que abre el juego político al reconocer que no hay un fundamento último de la acción a la vez que posibilita la acción política al definir fundamentos parciales, contingentes y temporales de la misma.
Una lectura articulatoria de la investigación social pone la dimensión política en un lugar nuclear al considerar que los procesos de investigación constituyen una conexión parcial con distintos aspectos del fenómeno abordado (personas, acontecimientos y textos) que contribuyen a la definición, constitución o mantenimiento de una determinada realidad social. Efectivamente, investigar implica necesariamente la constitución y fijación de una serie de relaciones contingentes y situadas históricamente en que las participantes ocupan ciertas posiciones de sujeto en una articulación que, necesariamente, es antagónica a otros grupos y/o significados sociales. Esto es, enfrentadas a otros valores éticos y políticos, a otros discursos y prácticas sociales establecidas o en constitución. Articulación es, en definitiva, una asociación significativa entre diversos agentes. Significativa, en el sentido de que es importante para quienes se involucran, y que significa los elementos de la relación (Haraway, 1992). En este sentido, la incorporación del concepto de articulación en la práctica investigadora permite centrarnos en los efectos de conexión con aquellas posiciones de sujeto que, desde nuestra posición de investigadoras, permiten transformar nuestro punto de partida sobre aquello que se está estudiando. Una propuesta coherente con la parcialidad de la mirada de la investigadora y su carácter situado y localizado que propone Donna Haraway:
El yo que conoce es parcial en todas sus facetas, nunca terminado, total, no se encuentra simplemente ahí y en estado original. Está siempre construido y remendado de manera imperfecta y, por lo tanto, es capaz de unirse a otro, de ver junto al otro sin pretender ser el otro. Esta es la promesa de la objetividad, es decir, de la conexión parcial (Haraway, 1991/1995, p. 331).
El reconocimiento de la parcialidad y limitación de la propia mirada enfatiza la necesidad de la conexión y articulación con otras posiciones desde la cual se produce el conocimiento. Esta conexión no sería desde un distanciamiento descriptivo y ventrílocuo propio de las lógicas de investigación positivistas (Haraway, 1992), sino a partir del ejercicio de una “política semiótica de la articulación” que busca generar articulaciones contingentes en las se preste atención tanto a las diferencias y conexiones entre los diferentes elementos articulados, como a las maneras en las que estas diferencias y conexiones son constituidas como tales (García Dauder y Romero Bachiller, 2002). Así, el significado de las posiciones de sujeto concretas variará en función de las articulaciones que se producen entre ellas a partir de la constitución de equivalencias (y diferencias) entre los elementos que configuran cada posición. Los efectos metodológicos de la conexión parcial con otras posiciones modificarán la posición inicial de las investigadoras, al tiempo que localizan el conocimiento producido en un entramado relacional. Bajo esta perspectiva, los conocimientos situados, lejos de representar una realidad externa a nosotras mismas, son producto de la conexión parcial entre investigadora y aquello investigado. Conexiones porque hay lenguajes y experiencias compartidas y parciales porque todas las posiciones difieren entre sí y se conectan a partir de la tensión semejanza–diferencia que hay entre ellas. Estas articulaciones producen significados y fijaciones parciales de sentido sobre aquello que es estudiado que se posicionan en relación antagónica respecto a otros significados que operan en la comprensión del fenómeno. En este sentido el conocimiento producido remitirá a una cuestión política y no de representación de la realidad.
Vemos, de este modo, cómo la perspectiva articulatoria hereda varias premisas del campo construccionista y postconstruccionista referido anteriormente. Es necesario, en primer lugar, renunciar al privilegio de la posición investigadora que nos proporciona la investigación tradicional. Esta "epistemología de la distancia" construye una dualidad entre sujeto y objeto de conocimiento, reproduciendo el dualismo de la tradición occidental en términos de, por ejemplo, activo/pasivo, mente/cuerpo o social/natural (Fernández Christlieb, 1994; Montero, 2000). Un privilegio que dificulta el diálogo entre las agentes involucradas en el campo de investigación, especialmente cuando trabajamos con grupos interesados en la transformación social. Generar un nosotras, un nosotras múltiple y contradictorio aglomerado precariamente ante un horizonte de transformación social (León Cedeño, 2010) necesita del reconocimiento de las distintas posiciones que lo conforman. Se trata de construir una dimensión colectiva a través de “intervenciones modestas” (Heath, 1997), en donde la posición de la investigadora sea uno más de los intereses que se involucran en la articulación.
En segundo lugar, la postura semiótico-material de las perspectivas post-construccionistas permite profundizar en el entralazado entre teoría y práctica. Si bien es cierto que las comprensiones teóricas están enraizadas en la práctica, y que las prácticas están siempre ya, de alguna manera, teorizadas (Goodley y Parker, 2000), el idealismo implícito en las afirmaciones “la teoría es práctica” y la “práctica es teoría” debe acompañarse de la acción siguiendo las ramificaciones materiales de la teoría y la escritura de las implicaciones teóricas de la práctica. Este bordado teórico-práctico nos dirige hacia los cuerpos y subjetividades de quienes participan en la articulación. Tal como afirma Marta Malo:
La coproducción de conocimiento crítico genera cuerpos rebeldes. El pensamiento sobre las prácticas de rebeldía da valor y potencia a esas mismas prácticas. El pensamiento colectivo genera práctica en común. Por lo tanto, el proceso de producción de conocimiento no es separable del proceso de producción de subjetividad. Ni a la inversa (Malo, 2004, p. 35).
La producción de conocimiento, en tanto que tejido teórico-práctico en el que se dibujan cuerpos y subjetividades, es un proceso inacabado en el que, en lugar de afirmaciones sobre el mundo, se difractan críticamente prácticas sociales sedimentadas institucionalmente a través de “intervenciones modestas” (Haraway, 1997).
Lo que nos lleva, en tercer lugar, a la centralidad de la transformación de la realidad semiótico-material que habitamos. El programa de acción que se deriva de las premisas ideológicas o postulados científicos no puede entonces sustentarse a partir de la objetividad de nuestro método o de nuestras creencias. Como advierten las perspectivas postcoloniales (Castro Gómez, 2005): la pretendida “objetividad” del pensamiento científico incide en la conformación y reproducción de las relaciones de dominación sedimentadas (Mignolo, 2007). Dejemos atrás la seguridad de la ciencia o de la fe y pasemos a la incertidumbre que ofrecen los procesos articulatorios de acción político/investigadora con posiciones a la vez afines y distintas que facilitan nuestra difracción en nuevos mundos en que habitar. Como nos recuerda Alejandra León:
Quiero una Psicología Social desde la entrega, desde las conexiones parciales, desde la acción conjunta; una psicología libertaria que busque la transformación social que es también personal, que se enraíza en el cuerpo y en lo cotidiano, en las formas como conversamos, escuchamos y sustentamos físicamente las consecuencias de nuestras palabras (León Cedeño, 201, p. 268).
Si el saber es producto del poder, la producción de conocimiento debe enraizarse en una dimensión ética y estética más que en un ejercicio justificativo del conocimiento producido, tal y como caracterizan Norman Denzin e Yvonna Lincoln el séptimo momento de la investigación cualitativa (Denzin y Lincoln, 2000, p. 12). La representación deja paso a la responsabilidad por las prácticas sociales que se promueven y a la sensibilidad crítica ante los significados cristalizados socialmente. Una investigacción caracterizada por un diálogo articulatorio para generar prácticas políticas y formas de organización de lo social prometedoras y liberadoras sin pretensiones de universalidad y atemporalidad (Callén et al., 2007).
Inspirada en este marco Generatech, como proyecto de investigacción, aborda el campo del género y la tecnología con el objetivo de constituir relaciones articulatorias en espacios virtuales y presenciales para transformar los imaginarios heteronormativos de sexo/género a partir de la producción local de materiales audiovisuales de contenido crítico para ser difundidos a través de tecnologías libres. Un proyecto que se enmarca en la perspectiva de la investigacción, que ha dado lugar al desarrollo de propuestas metodológicas como las producciones narrativas (Balasch y Montenegro, 2003), las derivas (Precarias a la Deriva, 2004), o distintas formas de trabajo etnográfico (Fractalidades en Investigación Crítica, 2005). Como nos enseña el transfeminismo (Scott-Dixon, 2006), se trata de interconectar prácticas políticas de gran calado que se desarrollan en paralelo y con pocos espacios de intercomunicación, como son, en este caso, el feminismo y el software libre. Una interconexión que supone la transformación de las posiciones políticas iniciales a través del trabajo articulatorio entre dos proyectos políticos, feminismo y software libre, que han trabajado tradicionalmente en paralelo, y sin que se establezca un final preestablecido por las posiciones iniciales involucradas en la articulación. Un acercamiento que reconoce la posición de investigación y el interés en la conexión con posiciones políticamente afines y con prácticas comunes para contribuir a la construcción de mundos habitables en los que se transformen los actuales imaginarios heteropatriarcales de género y tecnología. Se trataría, en nuestro caso, de un sujeto feminista que se zambulle en la piscina tecnológica para transformar las reglas de la actual constitución heteropatriarcal de los procesos tecnosociales. Nuestra “agente” actúa en nombre de la “red”, una agencia que será considerada en tanto que permite visibilizar una determinada acción.
Se trata, en definitiva, de reescribir nuestra propia subjetividad explorando nuestras fronteras legales, morales, físicas, sexuales y tecnológicas impuestas por la actual hegemonía. Consideramos necesario, para conseguir este objetivo, crear espacios de sensibilización "cruzada", de transeccionalidad: gente que trabaja diferentes temas con voluntades políticas y activistas similares, complementarias y en potencia de articulación, siendo lo más promiscuas posibles. Este objetivo se fue implantando en distintas fases. Iniciamos, en primer lugar, un proceso de auto-aprendizaje y capacitación autogestionada de herramientas de software libre para la producción y creación audiovisual (acceso al código tecnológico). Como segundo paso, se planteó la difusión de producciones locales a través de una plataforma vitual. Se trata de construir un medio para diseminar nuestras producciones a través de las redes hipertextuales/sociales/semánticas (reescribir representaciones culturales). Finalmente, se crearon una serie de jornadas, workshops y debates que hablaron sobre diferentes maneras de re-escribir los códigos que nos rodean, que apelan a la acción tecnológica, de género y feminista para el cambio de dichos códigos. Las dos líneas iniciales de trabajo fueron la de género y tecnología, a la que se añadió posteriormente, a partir de las distintas discusiones, la de migración/fronteras.
En el 2007 se realiza el primer encuentro entre personas del mundo académico, activistas conocedoras de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y entidades del tercer sector que trabajaban en el área de la igualdad de género, interesadas en las temáticas objeto de estas jornadas: perspectivas feministas sobre nuevas tecnologías y herramientas de producción audiovisual utilizando software libre. La idea consistió en producir un escenario en el que grupos que usualmente no intercambian experiencias -activistas de software libre, asociaciones y colectivos por la igualdad de género y artistas audiovisuales- pudieran encontrarse para el intercambio de conocimientos y la “contaminación” mutua respecto de diferentes espacios de acción política. En este sentido, se crearon espacios de sensibilización "cruzada", de transeccionalidad, entre diferentes grupos y sensibilidades temáticas con voluntades políticas y activistas similares, complementarias y en potencia de articulación. Tomando la experiencia del año anterior y con el fin de ampliar la reflexión en torno a los diferentes ejes que configuran actualmente cuerpos, tecnologías y subjetividades, al siguiente año (2008), se organizó un segundo encuentro que incorporó, respecto a la edición anterior, un análisis acerca de las migraciones y las fronteras en relación con el género y las tecnologías de la información. Se realizaron 4 mesas redondas en los dos días del encuentro: 1) Transformando fronteras: códigos y géneros (en la que se trabajó sobre la noción de código como concepto útil para pensar las relaciones de género y en el que participaron activistas que trabajan en el ámbito del trabajo sexual); 2) Ondas transitando territorios y géneros (en la que participaron iniciativas que abogan por medios de comunicación y redes wifi liberadas); 3) Tecnologías semiótico-materiales y subjetividades transhíbridas (que trató sobre la influencia de las fronteras en los cuerpos y subjetividades contemporáneas); y 4) Feminismos y activismo tecnocultural (en la que se expusieron trabajos que aunaban iniciativas de software libre con el pensamiento feminista). Se presentaron, además, diferentes experiencias artísticas (música, perfomances y fotografía) que también incorporaban miradas sobre los temas tratados. Por medio de estos encuentros presenciales se procuraba que las iniciativas locales pudieran conocerse mutuamente y promover la agregación en redes de colaboración sin perder el foco de las luchas particulares.
A partir de las diferentes jornadas realizadas se establece la necesidad de realizar encuentros periódicos en los que se pusieran en contacto distintas aproximaciones al género y la tecnología, a la vez que se construyese un espacio virtual que sirviese como punto de encuentro de las producciones que los distintos grupos fuesen realizando. Esta interacción revierte en la construcción, a lo largo del año 2010, de la plataforma Generatech.org. Dicha plataforma virtual se configura a través de la constitución de grupos de trabajo que desarrollan un espacio —público o privado— desde el que producir o difundir textos, tareas, piezas audiovisuales, eventos, etc. para ser compartidos a nivel de grupo, plataforma o público general. Es un conjunto integrado de herramientas para facilitar el trabajo en grupo enfocado a generar un espacio libre (en su arquitectura y en su filosofía) para la reflexión, acción y prácticas transformadoras y subversivas de las actuales relaciones de dominación de los seres humanos entre sí y específicamente por razón de género.
El diseño y desarrollo del proyecto Generatech ha creado una investigación-acción en la que se busca huir de las tradicionales formas de representación del “otro”, para crear espacios en los que los diferentes colectivos involucrados puedan expresar e intercambiar sus respectivas posiciones e intereses políticos. Se trata de una apuesta intencionada que toma en cuenta la localización de las experiencias y su articulación a partir de procesos de semejanza-diferencia que pueda haber entre las posiciones involucradas: proyectos políticos feministas y artísticos e iniciativas que abogan por la cultura y el software libre. Como se ha mencionado, la articulación en tanto fijación parcial, es definida —y se define— a partir de diferentes elementos semiótico-materiales: en este caso, ordenadores, personas, software libre, intereses, piezas audiovisuales, espacios físicos y virtuales, entre otros que se mezclan en una configuración posible de lo social, prometedora para ciertos proyectos políticos feministas relacionados con la tecnología. El objetivo del equipo investigador es, pues, crear los espacios para la posibilidad de dicha articulación, a partir de una posición que se reconoce “interesada”; esto es, políticamente afín a los proyectos políticos que se convocan para los procesos articulatorios y parcial, en el sentido que es una más de las posiciones que se articula en dicha configuración momentánea. Las experiencias y artefactos producidos —como por ejemplo la plataforma virtual— han emergido de la conexión parcial entre esta posición inicial del equipo investigador y las aportaciones y modificaciones que las propias relaciones entre los elementos articulados fueron configurando.
A partir de esta experiencia se han producido espacios políticos claramente definidos y que transitan por contextos diferenciados y que vamos a resumir muy brevemente. El primero de ellos tiene que ver con la liberación del código cultural y tecnológico. Para Norbert Wiener (1948) la cibernética y, más en general, el código tecnológico, es un régimen normativo que es, a la vez, estructurado y estructurante. Tal como comenta Lawrence Lessig (1999), debemos comprender cómo el hardware y el software regulan el ciberespacio, considerando que el código, el computacional en específico, comparte su función normativa con la ley (Lessig, 2004). Al igual que la ley, el código, en tanto que normativo, es político. Los movimientos de resistencia a la privatización de la cultura y del código informático evidencian cómo la política está inserta en un entramado tecnocultural donde política, tecnología y cultura están íntimamente interconectadas (Penley y Andrew, 1991). La comunidad GNU/Linux proporciona un paradigma para la subversión de los códigos establecidos que, iniciándose en el código tecnológico, permite el desarrollo de prácticas aplicables a otras formas de código de carácter social. Las redes ciudadanas comparten códigos producidos y transformados localmente en oposición a los sistemas de control cerrados, unilaterales y antidialógicos promovidos por la matriz consumista que induce a la pasividad tecnológica. Ofrecen un modelo para la reapropiación de los mecanismos hegemónicos de producción cultural con el objetivo de generar una nueva gramática cultural susceptible de subvertir nuestras prácticas cotidianas (Blisset y Brünzels, 2000). En el caso del proyecto Generatech el uso del software libre se ha erigido como una posibilidad de apropiación de los códigos tecnológicos, en oposición a la normatividad impuesta por el software propietario sobre los modos en los que se relacionan los humanos con los ordenadores. Asimismo, el uso de licencias no privativas como las Creative Commons en la mayoría de las piezas (textos, fotografías, vídeos, etc.) alojadas en la plataforma virtual representa una apuesta por liberar la producción cultural y hacerla accesible a todos los públicos, frente a los procesos de privatización basados en el copyright. Se trata de una politización de las herramientas tecnológicas y culturales a través de su uso en proyectos políticos concretos.
El segundo de ellos tiene que ver con la posibilidad de la transformación de los códigos de sexo-género a través de las prácticas performativas que atraviesan la construcción de cuerpos y subjetividades en términos de sexo/género (Jagose, 1997). Las prácticas cotidianas constituyen el campo de batalla corporeizado donde se significa y resignifica la opresión normativa del sexo/género:
Si el cimiento de la identidad de género es la repetición estilizada de actos en el tiempo y no una identidad aparentemente de una sola pieza, entonces en la relación arbitraria entre esos actos, en las diferentes maneras posibles de repetición, en la ruptura o la repetición subversiva de este estilo, se hallarán posibilidades de transformación de género (Butler, 1998, p. 297).
La performatividad se dibuja como estrategia política de transformación social que incide sobre cuerpos y significados (Guarderas, Gutiérrez y Pujol, 2006). Considerar al código como articulación semiótico-material performativa nos permite situar los planos tecnológicos, audiovisuales y subjetivos bajo un mismo prisma de análisis (Montenegro y Pujol, 2012). Dentro del proyecto Generatech el código tecnológico se encarna en las comunidades de código libre que, en su propuesta de liberación de código y de desarrollo de licencias libres, supondría un cambio en el ensamblaje tecnosocial por el que circulan los contenidos mediados tecnológicamente (Scolari, 2009). Se trataría, al igual que en el caso del género, de la subversión de la función normativa del código tecnológico (Thomas, 2005). La transformación de los imaginarios de género a través de la producción de código audiovisual constituiría una segunda forma de subversión normativa, donde ser producirían imaginarios corporales liberados de las necesidades sexualizantes del consumo post-fordista (McNair, 1996; 2002; Paul, 2005). La reapropiación de los códigos audiovisuales permite la transgresión de unos imaginarios que revierten directamente en la producción de subjetividad (Lago, 2008). Finalmente, las prácticas de producción de masculinidad y feminidad constituirían una nueva forma de codificación, en este caso del código subjetivo. En este sentido, vale la pena destacar que la liberación del código tecnológico y audiovisual no conlleva necesariamente el desarrollo de una agenda de carácter feminista, lo que también señala esta codificación subjetiva de las articulaciones dominantes de sexo-género (Holliger, 2007). La transformación del código subjetivo sigue el camino marcado por la perspectiva performativa de Judith Butler (1993; 1998) y su particular implantación dentro del contexto estatal a través del trabajo de Beatriz Preciado (2001), dando lugar a las performances pornoterroristas que cuestionan el binarismo de género a partir del uso de la superficie corporal como espacio de lucha político (Torres, 2011).
A partir de las reuniones realizadas con distintos grupos que trabajan la temática del género y la tecnología emergieron líneas de discusión que cada posición teórico-política incorporó y desarrolló en función de su proyecto y práctica particular, a la vez que influyó e incidió en las prácticas y perspectivas de otros grupos participantes. En el transcurso de la articulación se formaron varias líneas de tensión productiva, y pasamos a describir algunas de ellas. La primera que queremos destacar tiene que ver con la naturaleza de la tecnología y su interrelación con el género. Desde una perspectiva que considera a la tecnología como neutra y donde la política se sitúa en el uso que se realiza de la misma, la acción feminista se dirigiría a la incorporación de la mujer en el uso de la tecnología. La metáfora de la brecha digital sirve para significar la dificultad que ciertos sectores sociales tienen en la definición de sus propios códigos TecnoSubjetivoMediáticos. Para ejemplificar esta idea, las actuales relaciones de género y sexualidad reproducen unos códigos heteropatriarcales, y lo mismo podemos decir de cómo se estructuran los códigos étnicos. En ambos ejemplos vemos que hay una intersección entre aspectos tecnológicos (depilación, pasaporte), subjetivos (cómo me comprendo como mujer o como migrante) y representacionales (las imágenes de mujer y migrante que circulan por la sociedad). Es importante resaltar que en el actual capitalismo cognitivo la producción y gestión del código está pasando de la población a un conjunto limitado de corporaciones privadas con participación estatal. Las patentes de software y los derechos de autor restringen el acceso a la producción tecnológica y cultural. Las identidades sexuales, culturales, étnicas y de consumo definen corporalmente cómo debemos comportarnos según la categoría social con la que estamos marcadas. Las actuales representaciones mediáticas muestran una serie de fronteras individuales y sociales que no debemos cruzar. Una perspectiva más liberal, la brecha digital de género consiste en la diferencia entre el número de hombres y mujeres que acceden al uso de determinada tecnología. Frente esta perspectiva nos encontraríamos con otra posición donde la tecnología estaría empapada de los valores en la que ésta es producida, por lo que la tecnología sería intrínsecamente masculina. Esta última posición lleva a dos acciones distintas. Por una parte, puede inducir al alejamiento del feminismo y la tecnología al ser la tecnología esencialmente distinta al proyecto feminista, al estar la tecnología desconectada de la corporeidad y al situar el cuerpo de la mujer como centro de los mecanismos de control y regulación. La otra acción consistiría en proponer una perspectiva feminista que se incorpore en la producción y definición de los productos técnicos. La articulación ha pivotado entre la perspectiva más liberal, centrada en la brecha digital, y la más crítica, desarrollando una forma feminista de práctica técnica.
Una segunda línea de tensión ha provenido de la necesidad de crear un marco común desde el que poder hablar de género y tecnología. El concepto de “código” ha servido de amalgama para unir género y tecnología dentro de un esquema de comprensión compartido. Al situar el código tecnológico y subjetivo en el mismo plano, género y tecnología aparecen como un ensamblaje semiótico-material donde, en el actual momento, predominan formas de dominio capitalista y patriarcal que insertan y naturalizan formas de desear y de ser. El código tecnológico sería otra forma de código cultural que favorece ciertas formas de agenciamiento y dificulta otras. Las normas técnicas y culturales, en forma de tradición y copyright, dificultarían el acceso y la transformación de los artefactos tecnoculturales, restringiéndose esta posibilidad a ciertos grupos sociales. Restringir la trasformación del código a élites económicas y culturales dificultaría el desarrollo del conocimiento y la difusión del capital cultural. Los códigos privativos supondrían una forma de restricción a las formas de acción y reproducción individual y social. La producción de código tendría un carácter performativo, por la que la forma de producción de código así como el código producido definirían una particular realidad cargada políticamente. El “código” como punto de unión entre perspectivas feministas y de software libre ha iniciado una base para el desarrollo de un diálogo donde se comparten metáforas y establece un horizonte común de lucha política. La fuerza de esta metáfora ha quedado reflejada en el eslogan que se ha utilizado en el proyecto: “software libre para cuerpos libres”. Como en toda articulación, es un espacio común que se distribuye de forma desigual y en continuo desarrollo.
Otro elemento clave en la articulación ha sido el establecimiento de una práctica política concreta que permitiera dar forma a la comunalidad entre códigos de género y tecnológicos. Aunque conceptualmente pueda parecer congruente, su transformación práctica da lugar a un numeroso abanico de posibilidades: desde performances artísticas post-pornográficas hasta el agenciamiento tecnológico derivado de la exploración de un ordenador. La producción y difusión audiovisual ha constituido la práctica concreta que ha permitido interconectar las distintas prácticas: desde el desarrollo técnico, pasando por la difusión de la producción artística, hasta la formación en tecnologías libres de producción audiovisual. La producción y difusión audiovisual, combativa y activamente crítica hacia los sistemas normativos de género, usando las tecnologías de la comunicación y la información libres con el objetivo de incidir performativamente en el campo cultural ha permitido aglomerar prácticas políticas tecnológicas y de género. Si entendemos que la producción cultural está en la base de la producción de subjetividades, es necesario reivindicar y ejercer el derecho de libertad de comunicación que permite producciones culturales de carácter local. Frente al control de las grandes corporaciones mediáticas es posible crear nuevos imaginarios culturales que cuestionan las realidades ficticias impuestas por la norma. La articulación Generatech se erige de este modo como un ensamblaje para la construcción de nuevos imaginarios audiovisuales al ser éste uno de los ámbitos en que se está produciendo un importante desarrollo tecnológico que afecta a la cotidianidad cultural. La producción y difusión audiovisual se construye como un espacio clave para actuar sobre los imaginarios de género presentes en el contexto social actual. Las actividades centradas en la reapropiación de las tecnologías para la comunicación y la imagen —como es el uso de software libre y la distribución de productos con licencias no privativas— facilita incidir en la transformación del imaginario dominante para otorgar nuevos sentidos, significación e imágenes a partir de prácticas comunicacionales. Las producciones audiovisuales hegemónicas se caracterizan tanto por la privatización del código como por la esencialización de las identidades/cuerpos, campo en que tanto los grupos copyleft como las multitudes queer buscan incidir por separado. La proliferación de espacios donde se comparten producciones audiovisuales evidencia las políticas de control del código cultural en términos de copyright y aceptabilidad en términos de sexo/género. A este nodo de agregación hay que añadir múltiples prácticas artísticas, tecnológicas y políticas que es probable y deseable que generen nuevas formas y múltiples nodos de agregación micropolítica.
Estas son las principales tensiones, de entre muchas otras, que se han identificado desde un punto de articulación que enfatiza la teorización académica y el análisis de conexiones/desconexiones que se producen entre los distintos nodos que configuran esta articulación. Evidentemente, distintos nodos reflejarán distintos énfasis en su caracterización de la red, reflejo de la parcialidad del conocimiento y su dependencia respecto a la formación de una particular mirada. Desde esta perspectiva, es posible conjugar género y tecnología desde una mirada semiótico-material donde los procesos tecnológicos forman una red heterogénea donde lo técnico y lo social forman "ensamblajes technosociales" (Lohan, 2000).
Como apunta Tomás Ibáñez:
En la Galaxia construccionista encontramos, por supuesto, el construccionismo social —Gergen y otros—, encontramos el construccionismo filosófico
—Goodman y compañía—, encontramos el contruccionismo de la Escuela de Palo Alto —Watzlawick, Batenson—, encontramos el contructivismo de las terapias sistémicas, encontramos el construccionismo en la biológica del conocimiento —Maturana y Varela—. Encontramos el contruccionismo sociológico -Berger y Luckman, pero también Luhman en una versión más sistémica-, encontramos el contrucccionismo evolutivo —Piaget, etc.— […] La galaxia constructivista se está expandiendo enormemente y, claro, todo esto que acabo de enumerar, pues, representan unos planteamientos muy dispares, muy dispersos (Ibáñez, 1996, p. 96).
A pesar de la magnitud de las galaxias, éstas gravitan alrededor de un centro, y podemos decir que la metáfora de la “construcción” ha sido el pivote que articula el movimiento de las diferentes estrellas y polvo cósmico de la “galaxia construccionista”. La metáfora construccionista, al igual que la metáfora de la articulación de Laclau y Mouffe (1985), abre un espacio de juego en el que nada está fijado de antemano y que permite, por tanto, la configuración de múltiples futuros posibles. A su vez, esta multiplicidad, a diferencia de la metáfora de la articulación, no da cuenta de una posición fundacional que legitime un cierto curso de acción política. Si observamos los distintos escenarios del actual paisaje post-construccionista (Íñiguez, 2005), vemos que la fundamentación política constituye uno de los ejes vertebradores.
El trabajo que se presenta explora las posibilidades de desarrollar una “investigacción” (Investigacció, 2004) que tenga en cuenta la indecidibilidad de la realidad social, la localización del conocimiento y el desarrollo de formas de acción implantadas en el transcurso de la investigación misma; en otras palabras, un proceso de investigación-acción en el que no se pre-determine el escenario de futuro que se debe conseguir a través del proceso de investigacción. Se utiliza, en el trabajo, la metáfora del agenciamiento (Deleuze y Guattari, 1972) no como forma de intervención en el sujeto para que éste tenga agencia, sino como la constitución de una articulación maquínica que transforme las redes tecnosociales de forma que sujetos que han sido excluidos como elementos de deseo maquínico pasen a formar parte del mismo. El concepto de “articulación” (Laclau y Mouffe, 1985) permite concretar esta apuesta que mantiene abierto el espacio de acción política a la vez que fija una serie de posiciones que permitan el fundamento de líneas de acción política. Esta perspectiva articulatoria necesita el reconocimiento de “conocimientos parcialmente objetivos” o, dicho de otra forma, el conocimiento de la posición de investigación es un conocimiento “objetivo” al igual que otros “conocimientos objetivos” con los que se articula (Haraway, 1991/1995, pp. 313-345). Se trata, en definitiva, de reconocer la parcialidad de todo conocimiento; parcialidad que permite múltiples futuros a la vez que define líneas concretas de acción.
La investigación articulatoria, ejemplificada en el proyecto Generatech, nos permite reflexionar y actuar frente a los procesos de desagregación, individualización y fragmentación social de las actuales sociedades liberales (Precarias a la Deriva, 2004). La investigación parte de dos fijaciones temporales que definen las líneas políticas de acción y articulación: el feminismo y el software libre. La politización del uso de tecnologías de la información y la comunicación en este proyecto permite reflexionar y actuar sobre las maneras en las que éstas pueden colaborar con formas específicas de agregación tecnosocial. La realización del proyecto ha mostrado la posibilidad, complejidad y necesidad de generar formas de asociación y complicidad entre actores sociales heterogéneos a partir de generar espacios articulatorios. Generatech fomenta la liberación del código tecnológico y subjetivo a partir de la creación de transeccionalidad entre diferentes grupos y sensibilidades; creando nuevas luchas y realidades que trabajan desde una dimensión glocal (Sassen, 2002). Como señala el concepto de gramática cultural (Blissett y Brünzels, 2000), cultura, tecnología y política se hallan íntimamente relacionadas por lo que transformar la cultura implica ser agentes de cambio tecnocultural. Es necesario por tanto la apropiación de las herramientas tecnoculturales en forma de tecnologías libres para, de este modo, recodificar los patrones normativos que subyacen a las prácticas cotidianas.
Las dos posiciones articulatorias desarrollados tienen que ver con la liberación del código cultural y tecnológico y la transformación de los códigos de sexo-género. La apertura de este espacio político ha implicado un trabajo de reflexión sobre cómo abordar espacios socio-técnicos desde una perspectiva feminista que vaya más allá de la simple comparación del uso de la tecnología entre mujeres y hombres. La articulación, a la vez, ha mostrado la interrelación entre elementos tecnológicos, subjetivos y representacionales que juegan un papel central en la configuración de nuestro presente tecnosocial; elementos que pueden situarse en el mismo plano al entenderse como distintas formas de “código”. Podemos hablar, de esta forma, de códigos tecnológicos, subjetivos y audiovisuales interrelacionados y que conllevan una serie de acciones concretas dentro de la particular articulación política del proyecto Generatech. Se trataría de desarrollar prácticas de liberación de código tecnológico, de apropiación y localización del código audiovisual y de la producción de prácticas performativas que lleven a consolidar nuevas formas de subjetivación (Guarderas, Gutiérrez y Pujol, 2006; Preciado, 2001). Los procesos de investigación social están abocados a participar de manera cada vez más activa en los procesos de transformación social necesarios —e incluso urgentes— en las sociedades liberales contemporáneas. La transformación de los códigos, tanto tecnológicos como subjetivos, permite la constitución de un campo de acción común y de agregación colectiva que fortalecen múltiples luchas glocales con el fin de incidir "modestamente" sobre nuestro presente y futuro.
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