Zygmunt Bauman y David Lyon (2013) Vigilancia Liquida. Buenos Aires: Paidos. ISBN: 978-950125463-1
La prolífica obra de Zygmunt Bauman toma, aborda y digiere un sinnúmero de temas que van desde la globalización, hasta el temor psicológico, con su toque distintivo. Junto a David Lyon, en su reciente traducción Vigilancia Líquida (2013), Bauman retoma en forma de diálogo sus tesis centrales respecto al consumo, la urbanidad, los dispositivos de gestión tecnológica y el temor al terrorismo entre otros tantos temas.
Una de las cuestiones centrales para comprender su trabajo versa no solo en la idea de que el ciudadano moderno se ha transformado en una mercancía de consumo que debe luchar y competir con otros para ser elegido, sino en la búsqueda de orden y estabilidad. El hombre moderno desea ser aceptado, y ha desarrollado un terror manifiesto a la muerte simbólica, que no es otra cosa que la exclusión del sistema productivo.
Si bien, Lyon y Bauman reconocen que el ataque a las torres gemelas no es la razón por medio de la cual se ha instalado una atmosfera de terror en el mundo entero, sí advierten que este evento ha sentado las bases para el proceso de “adiaforización”. Dicho término denota una discrepancia entre la ética y la acción. La introducción de la tecnología como un instrumento de mitigación de riesgos, ha favorecido la vida social en muchos aspectos, empero no puede dejarse de observar que se ha creado “una falta” de predisposición ética del sujeto por su propia acción cuando media la tecnología. Las acciones y los crímenes cometidos por errores de cálculo al manejar un dron en plena guerra de Irak, puede hoy ser tipificado como un “daño colateral”. El sujeto operante, se define así mismo en función del rol que ocupa, y carece de toda responsabilidad por las acciones cometidas hacia otro. Esta dinámica de reducción de ese otro (indeseable) queda reforzada no solo por la falta de confianza que prima en todas las sociedades urbanas, sobreprotegidas, sino en la subjetivación de las personas a ser meros registros de bases de datos gestionada y organizadas por un autómata.
En este punto, Bauman y Lyon aducen, en concordancia con Hanna Arendt, que la burocratización funciona por la reducción crítica de quien opera sobre la técnica. A diferencia de Foucault, cuyas observaciones aunque siempre valoradas han quedado en desuso, la nueva sociedad líquida exige pensar nuevas teorías y paradigmas para comprender la realidad social. El viejo modelo del “panóptico” que sugería que pocos controlaran a muchos ha cedido lugar ahora al modelo inverso, “bánoptico”, en donde muchos sujetan a pocos a un control total. Se habla, en este caso, de la persecución a las minorías étnicas muchas de ellas totalmente vedadas para movilizarse dentro y fuera de Estados Unidos. A una movilidad general dada a todo aquel que forma parte del sistema productivo de consumo, se suma una nueva inmovilidad sobre aquellos que no poseen el capital suficiente para ser parte de una elite de privilegiados. El control centralizado que hizo celebres a las observaciones de Foucault, se ha transformado en controles particulares que cada uno se hace de sí mismo. El ciudadano es un auto gestor de su propio destino.
Luego del 9/11 los viajes, el turismo y otras industrias de la movilidad han desarrollados costosos mecanismos de seguridad tendientes a validar todo el tiempo la identidad del viajero. Incluso, las tecnologías de guerra han llegado al punto de colapsar debido a la gran cantidad de datos e información que gestionan las maquinarias de combate ultra-modernas ¿A qué se debe esa paranoia por la seguridad que legitima la vigilancia constante?
Hace centurias, las ciudades y los muros protegían a los ciudadanos de los peligros del medio. La muralla exigía devoción a la ciudadela, pero a la vez confería derechos. El enemigo era siempre un agente externo a la ciudad. Por el contrario, en la modernidad líquida, el otro a “temer” se encuentra cohabitando en la misma ciudad. El peligro subyace dentro de las lógicas de urbanidad de la misma ciudad que antes servía de contención. Por ese motivo, el hombre moderno ha caído en una adicción por los dispositivos de seguridad. Por un lado, necesita controlar y escudriñar a ese otro no conocido y tal vez indeseado, pero a la vez necesita mostrarles a los demás que el mismo no es un delincuente. El proceso de criminalización del otro, exige la victimización propia. Los dispositivos de vigilancia funcionan como instrumentos de exorcismo, por medio de los cuales, quien lo posee se deslinda de ser marcado como un indeseado.
Este libro sugiere dos elementos significativos de la vigilancia. El primero y más importante, el estado ya no puede proteger a sus ciudadanos porque el poder ligado a la política se ha evaporado en un flujo y reflujo continúo. Desprovisto de esa posibilidad de control, el Estado se encuentra obligado a gestionar soluciones para problemas generados a nivel global, cuestiones que le son ajenas. La brecha entre los problemas impuestos, y la falta de recursos para llegar a las soluciones dispone al ciudadano a un estado ampliado de indefensión. Si bien, el ciudadano vive más confortablemente y seguro que en otras épocas, esa estabilidad no depende de él (aunque se le haga creer que sí). El sentido de seguridad y vigilancia alivian la ansiedad generada por la impotencia.
Segundo, toda introducción de tecnología orientada a la vigilancia crea un mundo más inseguro. La paradoja se explica, agrega Lyon, parte de la falsa premisa que para acceder a la paz es necesario pasar por los dominios del orden. Porque buscamos un falso ideal de seguridad y felicidad eterna, es que reglamentamos al otro desde la desconfianza que nos inspira su presencia. Bauman explica sobre esta observación que la vigilancia es sólo una manifestación de una tendencia mucho más profunda, que puede explicarse por el ideal posmoderno de recrear ambientes de confort y placer, un mundo donde la contingencia, el accidente o el imprevisto sean eliminados de raíz.
Empero como nunca podremos satisfacer esta necesidad hasta que estemos muertos, es que constantemente tenemos que inventarnos un peligro para justificar nuestra disposición e intervención técnica.
Freud decía que la inquietud que expresamos colocando todavía más cerraduras y cámaras de televisión en las puertas y en los pasajes la guía Tánatos, ¡la pulsión de muerte! Pero, paradójicamente, estamos inquietos porque tenemos un deseo insaciable de encontrar la paz, y nunca lo satisfaremos del todo mientras estemos vivos. El deseo inspirado y estimulado por Tánatos puede al final encontrarse en la muerte (Bauman y Lyon, 2013, p. 123).
Centrado en una conclusión acorde a su desarrollo conceptual, los autores llevan la idea de vigilancia cercana a la idea de Beck, de que toda acción engendra un riesgo. Reconocer ese riesgo es centrarse en medidas óptimas de seguridad. La modernidad líquida parece no reconocer las barreras éticas de la producción del riesgo, porque la decisión pende de un mecanismo de mediación que es la tecnología. Y porque eso sucede, el otro queda reducido a un número, lo cual recrea la incertidumbre y la desconfianza necesarias para un estado de constante temor.