Bruno Latour and Vincent Antonin (2009). The Science of Passionate Interests: An Introduction to Gabriel Tarde’s Economic Anthropology. Chicago: Prickly Paradigm Press. ISBN:
In inventing homo economicus, economists have engaged in a double abstraction. First, the unwarranted one of having conceived of a man with nothing human in his heart; second, of having represented this individual as detached from any group, corporation, sect, party, homeland, or association of any sort. This second simplification is no less mutilating than the first, whence it derives.
Gabriel Tarde
Hace unos meses la prestigiosa agencia Moody’s publicó un extenso informe sobre la deuda española y la mayoría de productos bancarios que ofrece nuestro país. Éste tenía dos grandes bloques. En el primero se hacía un rigurosísimo análisis matemático y técnico de los ítems mencionados. En el segundo, directamente se le dictaban recomendaciones políticas al gobierno español. Inmediatamente estalló la polémica. Desde diversos sectores y medios de comunicación se acusó a Moody’s de haber rebasado la línea roja que separa lo económico de lo político y lo técnico de lo subjetivo. Los economistas, escribieron prestigiosas plumas, deben quedarse en su espacio delimitado por fórmulas matemáticas, consideraciones probabilísticas y proyecciones futuras. Cuando salen de ese terreno entran en el de los deseos y las pasiones, algo que no les compete en absoluto. Por tanto, la segunda parte del informe se rechazó y fue considerada una intromisión impropia de los profesionales de la economía. De algún modo, la imagen que se esconde tras esta denuncia es algo que compartimos todos. La tensión entre lo técnico y lo ideológico atraviesa nuestras representaciones colectivas sobre las ciencias económicas y son pocos los que se atreverían a interrogar con profundidad tal tensión.
Sin embargo, si recuperásemos los análisis que hace más de cien años realizó Gabriel Tarde sobre la economía nos llevaríamos una extraña sorpresa. Siguiendo al pie de la letra sus propuestas, sólo esa segunda parte del informe era estrictamente económica. La primera, por el contrario, es simplemente un fundamento matemático que la economía utiliza pero que no le confiere identidad propia; de hecho, tal aparato se podría reducir e incluso anular y la economía no perdería un ápice de su esencia. Porque en opinión de este autor, la economía es sencillamente una ciencia de los intereses apasionados. O dicho de otro modo, si algún terreno de juego caracteriza al pensamiento económico, es el de las pasiones.
Conocemos muy bien a Gabriel Tarde. Especialmente como uno de los pioneros del pensamiento social y como el gran perdedor del debate Durkheim-Tarde. Derrota que lo condenó al ostracismo y a un olvidó del que lo sacó la obra de Gilles Deleuze. En esa línea de vindicación se inscribe el libro que Bruno Latour y Vincent Antonin Lépinay han publicado recuperando el pensamiento de Tarde sobre las ciencias económicas. Dos tesis se sostienen en ese volumen. La primera es explícita. Los autores muestran que el análisis que hace Tarde de la economía es completamente revolucionario y absolutamente pertinente para nuestro presente. La segunda se infiere. Ellos arguyen a lo largo de unas escasas noventa páginas que las propuestas de Tarde, leídas en toda su amplitud, constituyen una verdadera antropología económica.
A través de tres simples afirmaciones Tarde ofrece una imagen completamente insospechada de la economía. La primera sostiene que “la economía se puede cuantificar porque es subjetiva.” Efectivamente, nada en el terreno económico es objetivo, todo es subjetivo, mejor dicho, inter-subjetivo, y debido a esto, la economía puede ser cuantificada y científica. Para Tarde el elemento nuclear de las ciencias económicas es el valor. Y éste depende completamente del deseo y la creencia y es precisamente cuantificable porque posee cierta intensidad. El valor no es un número o una cantidad, eso no expresa absolutamente nada para el autor, simplemente un mero convencionalismo sin significado para los individuos. Cuando adquiere tal significado se torna una cualidad, como el color que atribuimos a las cosas, y ésta adquiere diferentes gradaciones en los sujetos. Esas diferencias de grado son el objeto de la economía y la condición de posibilidad de su medición. Una medición, dicho sea de paso, que tenga un sentido para el ser humano. Pero conviene recordar, o aclarar, que lo que Tarde llama psicológico es, de hecho, inter-psicológico y nunca refiere nada personal o interior al sujeto. En ese sentido, él sostiene que la sociedad y el individuo no son polos opuestos, son simplemente agregados temporales, estabilizaciones parciales, nodos en una red completamente libres de los conceptos ofrecidos por la sociología ordinaria. Por tanto, nada es más extraño para la antropología de Tarde que la idea de unos agentes económicos que operan al margen del mundo social y cuyos cálculos presentarían límites claros y definidos. Según su punto de vista lo que observa el científico social es una especie de movimiento perpetuo de contaminación, que se mueve de aquí para allá, entre cualquier individuo o institución social. Y la subjetividad debe entenderse y analizarse a partir de ese movimiento porque ésta se refiere a la naturaleza contagiosa de deseos y creencias que saltan de un individuo al siguiente sin ir, nadar o flotar, a través de un medio que se denomine contexto social o estructura. Así, las palabras "social", "psicológico", "inter-psicológico", "subjetivo" son absolutamente equivalentes y designan un tipo de camino, una trayectoria que el analista social debe seguir sin plantear a priori la existencia de una sociedad o una infraestructura económica o de un plan general distinto del reunirse o llegar-a-estar-juntos de sus miembros. Este punto de vista inmediatamente saca a la luz el interés que tienen los medios prácticos a través de los que el contagio o contaminación se da de un punto a otro. En ese sentido, Tarde es uno de los primeros sociólogos que presta una especial atención al desarrollo tecnológico en general y, más concretamente, a la evolución de los medios de comunicación. De hecho, llegará a escribir una novela de ciencia ficción titulada “Fragmento de historia futura” que describe una sociedad distópica en la que se controla la mente de los individuos a través de los medios de comunicación. Pero su crítica a la concepción tradicional de la economía no termina aquí. La acusa, paradójicamente, de no cuantificar suficientemente todos los elementos con los que trabaja. Para el autor, cada práctica tiene su quantum o tensor, es decir, el elemento que establece el diferencial de grado en esa cualidad que es el valor. Pues bien, la economía se ha negado a buscar en cada práctica los tensores que le son específicos y que permiten su cuantificación y se ha conformado con reducirlos todos a uno: el dinero. Éste opera como signo del valor y consigue abstraerlo de la maraña de deseos, creencias, ideas y voliciones en las que se inserta y realmente adquiere su identidad y especificidad para el ser humano. El valor no es nada al margen del grupo, colectivo, partido, secta, etc., dirá Tarde, en el que se ancla y en el que tiene lugar algo tan sencillo o complicado como la propia vida de cada ser humano. Debido a esa reducción la economía se ha convertido en la ciencia que conocemos actualmente y ha olvidado su verdadera naturaleza.
La segunda afirmación nos dice que “la naturaleza de la economía es el análisis de la invención y el artificio”. Sin lugar a duda, en nuestra realidad existe acumulación de capital, cálculos de costes y beneficios antes de actuar, leyes para el mercado, etc. Pero nada de eso se acerca siquiera a la verdadera naturaleza de la economía. Ésta consiste en el estudio de un movimiento general que exhibe la siguiente lógica: la repetición de una primera diferencia viene siempre acompañada por la oposición creada por la repetición y, finalmente, aparece una adaptación de esa diferencia que permitirá la aparición de nuevas repeticiones y el renacimiento del ciclo. Por tanto, para Tarde, la suprema ley economía no es la negación, la restricción o la crisis sino la invención. De ese modo, sostendrá que la noción de acumulación, tan conocida y examinada en la economía, no hace justicia a las intensidades que ésta analiza. Sólo revisando las prácticas en las que aparece el anterior proceso estaremos en el terreno de juego de las ciencias económicas. Pero conviene no olvidar que la lógica descrita hace un instante supone la aparición de un corolario importante: dado que la invención produce diferencias y la repetición permite su difusión, el conflicto es inevitable. No existe en ninguna parte una armonía preestablecida que solucione ese problema. En cada situación concreta, en cada caso analizado, en cualquier especificidad examinada hay que dar cuenta de la armonía que se ha creado o inventado in situ, y siempre serán diferentes, y siempre describiremos nuevas formaciones armónicas, diversas innovaciones... Así, Tarde rechaza que exista en el mercado, en la naturaleza, el estado, etc., una especie de armonía universal preestablecida. Sólo hay armonizaciones locales fruto de la invención y el artificio. El conflicto está por todas partes. Pero la diferencia tanto con una perspectiva marxista como con una liberal reside en que Tarde sostiene que nada lo guía, no hay un optimum que garantice la supervivencia del más fuerte ni un telos que hable de una lucha de clases. De hecho, Tarde sorprenderá a sus coetáneos al no aceptar la tan conocida imagen en el ámbito académico de una gran ruptura denominada capitalismo que abre la llegada de una nueva época histórica. Todo lo contrario, bajo el nombre de capitalismo debemos entender la extensión e intensificación de las redes de imitación y contaminación con sus consiguientes mecanismos de matematización. Semejante intensificación permite, a su vez, que aparezcan nuevas técnicas de innovación, producción, comunicación y comercialización. Por tanto, la palabra “capitalismo” más que designar la alborada de una nueva era señala un momento de máxima extensión y potenciación de redes que ya existían previamente.
Por último, en sintonía con lo anterior, Tarde afirma que “la economía carece de providencia”. Rechaza que exista en algún lugar, en el mercado, en la naturaleza, en el Estado… un mecanismo de armonización sobre el que podría descansar la acción económica y que pondrían en práctica los políticos. Tarde denuncia que toda la economía política de Adam Smith se basa en la premisa del acuerdo espontáneo entre espíritus egoístas. Y sostiene que detrás de ese pensamiento lo que reside en realidad es una esforzada defensa de un Dios benevolente que con su providencia proveerá para que se den tales acuerdos. Ese carácter teológico de la teoría económica clásica impregna también las propuestas marxistas. La diferencia reside en que el Dios benevolente es sustituido por una lógica histórica que conduce a la liberación de los oprimidos. Tarde también muestra que cuando la teoría económica posterior a Adam Smith elimina todo residuo teológico en sus formulaciones está auto-planteándose una serie de problemas que la mantendrán ocupada hasta la actualidad. Éstos sencillamente tienen que ver con el cómo armonizar unos espíritus egoístas en continua batalla de intereses que carecen de una providencia trascendental. Efectivamente, si algo trasmite el libro que nos ocupa es el intento de un autor por denunciar el poso de trascendetalismo que respiran las ciencias sociales en general, y, en particular, la economía a principios del siglo XX. Tarde es uno de los primeros autores que rechaza esa lógica y apuesta por otra diferente.
Latour y Lépinay abren su libro proponiéndonos un juego mental: imaginar cómo hubieran sido las cosas si en lugar del triunfo rotundo, estruendoso y sin paliativos, de El Capital, su lugar lo hubiera ocupado la Psychologie Économique de Tarde. No es fácil responder a este desafío. Sin embargo, todo lo anterior nos proporciona algunas pistas. Por ejemplo, el triunfo de Tarde nos habría arrojado a unas ciencias sociales desprovistas de dominios. Es decir, expresiones como “lo social”, “lo político”, “lo económico”, “lo natural”… no designarían planos analíticos establecidos a priori sino simplemente tipos de asociación. Momentos en los que cristalizan ciertos agregados de entidades. La victoria de este autor también habría significado la entrada en las ciencias sociales de la idea de inmanencia. Un planteamiento que mostraría que ninguna organización es trascendental, sólo algo contingente, orquestada y que debe analizarse plenamente a partir de los elementos que la conforman. Por último, seguramente habría supuesto el establecimiento de un nuevo principio de trabajo para el pensamiento social; y creo que se formularía del siguiente modo: la realidad sólo habla de diferentes maneras de asociar y organizar nuestras pasiones e intereses.