Athenea Digital. número 9- primavera 2006

Cardús i Ros, S. (coordinador). 2003.
La Mirada del sociólogo: Qué es, qué hace, qué dice la sociología. Barcelona: Editorial UOC.

ISBN: 84-9788-032-3



Marcela Olivera Montero
Doctorado en Sociología. Universitat Autònoma de Barcelona
marcelaaom@gmail.com

 

Un libro inteligente que, como dicen los autores, tiene el propósito de acercar a los lectores -no pertenecientes al mundo de la sociología- algunos instrumentos conceptuales básicos de esta ciencia social, de la que tan poco se sabe, con una aproximación amplia y crítica, en la que no falta el sentido del humor.

La sociología es una disciplina con un campo de acción muy difuso, a la que los objetos de estudio usualmente atribuidos no le son exclusivos. Sin embargo, a pesar de no poseer un espacio de representación propio, que permita saber intuitivamente de qué trata, sigue presentando fortalezas enormes en relación a otras ciencias, dada su capacidad reflexiva, que la hace ser un constante objeto para sí misma, obligándola a pensarse a hacer sociología de la sociología, para no convertirse en una ciencia ciega sobre su actuar. Los autores rescatan su aporte, en tanto desnaturalizadora de la realidad social, al lograr mostrarla como una comunidad de sentido construida socialmente, y por tanto factible de ser cambiada y modelada. El mayor esfuerzo de quienes trabajan en este oficio debería apuntar a la comprensión de esa realidad social, porque es en esa “mirada del sociólogo” donde radica la riqueza de esta disciplina y su oficio.

El texto se presenta en dos secciones: primero se exponen los mecanismos de funcionamiento de eso que llamamos sociedad, precedidos de un artículo sobre qué es la sociología; y, segundo, se presentan aportes del pensamiento sociológico a través de los grandes problemas a los que ha intentado dar respuesta, dando así una visión de lo que ha sido la reflexividad sociológica. Este enfoque otorga un panorama mucho más rico y seductor sobre la forma de actuar de esta ciencia social, al poner en tensión su capacidad reflexiva. Termina la segunda parte con una reflexión en torno al oficio de sociólogo, dando así respuesta, a través de los seis capítulos, sobre el qué es, qué hace, y qué dice la sociología. La inspiración que subyace tras la forma de entender la sociología es Peter Berger, en el sentido que: “La sociología proporciona una nueva perspectiva, una nueva mirada sobre los asuntos más cotidianos de nuestra propia vida. A través de un ejercicio de distanciamiento intelectual” (p. 12).

Como ya se mencionó, no existe una visión clara de qué es la sociología. Por ello, en el primer capítulo “La perspectiva sociológica”, presentado por Joan Estruch, se hace un recorrido por las asociaciones confusas que comúnmente se hacen al pensar en esta disciplina, para luego dar las características que deberían estar presentes en la perspectiva sociológica.

Resalta a la sociología como una perspectiva desenmascaradora, en tanto intenta comprender cuáles son los papeles o roles que interpretamos y las máscaras con las que nos disfrazamos en la vida social. Se trataría de una forma de situarse ante la realidad y hacer preguntas sobre ella, siendo una forma de consciencia, por lo que es necesario que el sociólogo se deshaga de determinadas ideas preconcebidas, de los prejuicios.

En el artículo ”La sociedad: el proceso de socialización”, Esther Fernández nos habla de la socialización, ese proceso que va desde nuestro nacimiento a nuestra muerte: “…mediante el cual el individuo aprende y aprehende en el transcurso de su vida, los elementos socioculturales de su medio, los integra en las estructuras de su personalidad -bajo la influencia de agentes significativos- y se adapta así al entorno social en cuyo seno le tocó vivir”(p. 46)

La autora destaca el papel del lenguaje como conductor para convertir al individuo en ser social. Además de ser el elemento con el que aprendemos a comunicar y retener significados socialmente reconocidos, el lenguaje nos posibilita pensar en forma abstracta y proyectarnos. Su carácter impersonal hace que nos convirtamos en objeto para nosotros mismos, siendo capaces de generar juicios con ojos propios y de los demás. En este camino de construcción de la propia identidad, “hacerse social”, en ese mundo también construido que es la sociedad. Mundo en el que también son importantes, el medio social de referencia y los otros, del otro generalizado.

En el artículo “La sociedad, el proceso de institucionalización”, Francesc Núñez recalca la existencia de la sociedad como resultado de la acción humana. Donde, a su vez, la acción social tiene una existencia supeditada a la sociedad. Una comunidad de sentido en la que se da un juego de interacción y determinación entre ser humano y sociedad. Esta dialéctica social tendría tres momentos: exteriorización, objetivación e interiorización.

En nuestra vida objetivamos y damos por hecho, como si fueran cosas, lo que en realidad son construcciones nuestras, posibles de cambiar. Nuestra acción provoca reacciones, lo que nos hace artífices, aunque no dueños de las cosas que hacemos, al no tener control sobre las reacciones inusitadas que nuestro accionar genera.

Las instituciones sociales actúan en tanto: “(…) patrón de comportamiento, un libro de navegación, que nos ofrece la sociedad y que ésta impone sobre las conductas de los individuos” (p. 76). Con la legitimidad, en el proceso de objetivación de instituciones y patrones de comportamiento, damos por descontado que algo es como debe ser, porque hemos internalizado pautas cargadas de valores. La sociedad se construye sobre la base de ciertos valores que norman el espacio subjetivo donde nos movemos.

La segunda parte del libro la componen dos artículos que abordan algunos aspectos del pensamiento sociológico, organizados en torno a la problematización de la modernidad, más un artículo final que tiene que ver con el oficio de sociólogo.

Antoni Estradé revisa “El pensamiento sociológico: los fundadores" -Comte, Marx, Durkheim y Weber- en términos de cómo ellos examinaron el paso de las formas de vida tradicionales a las modernas. En este sentido, su presentación gana riqueza, pues en vez de perderse en los corpus teóricos, permite posicionar algunos conceptos clave y orientar, con ello, líneas de lectura. A pesar de la brevedad, Estradé se da tiempo para anotar pinceladas biográficas y de contexto histórico, que contribuyen a posicionar a los autores:

En el artículo sobre “El pensamiento Sociológico: los contemporáneos, Roger Martínez señala que a pesar de la cantidad de producción, la sociología ha quedado resentida de no contar con el monopolio de ningún objeto específico de conocimiento. A esto se suma el exceso de especialización y la fragmentación teórica que dificultan una visión global de las perspectivas.

Resuelve la tarea de presentar a los contemporáneos a través de los grandes temas de la sociología actual: la cultura, la educación y la identidad. Los ordena haciendo un recorrido por las conexiones entre sociología y modernidad, en tanto puede ser buen instrumento para reconocer los límites de esta última. Articula su exposición a través de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad. De este modo, la libertad la explora desde la cultura (la Escuela de Frankfurt, Bourdieu y Elias); la igualdad desde la educación (incorpora nociones como capital humano y desigualdades de género); y la fraternidad a partir de la globalización (temas como la identidad y la pluralidad de mundos de la vida social).

No hablará de libertad política, sino de la noción de autonomía, que se esconde tras nuestra noción de individuo. Mientras la escuela de Frankfurt o teoría crítica -a través de Horkeimer y Adorno-, se lamentaba que la industria cultural roba la capacidad de juicio -que desde Kant había sido el fundamento de la estética occidental-, para Bourdieu, la reflexividad sociológica ayuda a ser conscientes del carácter no esencial, sino relacional, del gusto y la identidad. Poniendo en duda los presupuestos de la libertad y autonomía inherentes al individuo moderno. Desde esta posición, Bourdieu puede juzgar la estética kantiana, que ya no sería universal, sino reflejo de la estética de una clase, en un momento histórico determinado.

La reflexividad sociológica lleva al relativismo, camino de la sociología posmoderna. Lo que no significa la imposibilidad de defender unos ideales; más bien, no hacer una defensa sobre la base de supuestos universales. De ahí la importancia de la noción de juego en la interacción social.

Habría desajustes entre los ideales igualitarios y la educación, con su propuesta meritocrática, puesto que las clases superiores tienen más acceso a estudios universitarios. Esto cuestiona la capacidad de la escuela para realizar el ideal meritocrático e igualitario. Autores como Bourdieu y Passeron, sostienen que la escuela tendría un papel activo en consagrar desigualdades, por ejemplo, a través de la ideología del don. También la acción pedagógica implica violencia simbólica, al considerar como universal la cultura de la clase dominante, y diversos autores concuerdan en que la escuela es una institución altamente sexista.

El ideal de fraternidad nace en un marco de referencia concreto, que define en gran parte quiénes somos -condicionado por cómo nos ven los otros- e inevitablemente nos refiere a la identidad. En la globalización actual, hechos distantes influyen en nuestro yo. Giddens habla de desenclave de los sistemas sociales, que sería desvincular las relaciones sociales de sus contextos espaciales. Gergen pone énfasis en el cambio en la concepción de identidad. La identidad posmoderna sería producto de una conciencia reflexiva, que se percibirá a sí misma como el producto de sus relaciones.

Salvador Cardús, en el artículo “La sociología como oficio”, nos habla de la sociología como una perspectiva que trata de la sociedad y sus procesos. Disciplina que carece de un espacio de representación propio, que permita saber, de forma intuitiva, de qué trata. A pesar de esto, su forma de actuar le da una ventaja sobre las demás ciencias: una de las mayores tentaciones de las ciencias es dejar la autocrítica, la metarreflexión. La sociología, en cambio, hace su discusión epistemológica desde dentro. Por eso el sociólogo siempre debe tener presente hasta qué punto sus opiniones contaminan el análisis: “(…) resulta imprescindible que cualquier perspectiva sociológica vaya acompañada de una sociología de la sociología” (p. 186).

Define sociología, considerando las condiciones de producción –es decir, define sociológicamente- en relación con los resultados. ¿Qué quiere hacer la sociología? Siguiendo a Randalls Collins, plantea preguntas que dan especificidad a la disciplina: “¿Qué hace que los individuos se mantengan cohesionados a pesar del carácter conflictivo de sus relaciones? ¿Mediante qué mecanismos los individuos dan sentido a sus experiencias sociales? Y, en definitiva, ¿cuáles son los fundamentos no racionales (emocionales, de sentido, de confianza, de pertenencia, de solidaridad, etc.) que explican la racionalidad humana y la capacidad para vivir de manera organizada en sociedad?” (p. 194)

Más que la transformación de la realidad, la misión de la sociología es la comprensión de la realidad social; todo acto de comprensión exige la renuncia a la acción, hacer una suspensión del juicio. También, poner atención a la comunicabilidad, al destinatario, trabajar con un estilo más literario y flexible. Recordar a Nisbet, que afirma la unidad entre arte y ciencia.

Aunque no bastaría con esto: “(…)sin renunciar al rigor propio del trabajo científico, los objetivos de la sociología exigen cierto grado de pasión intelectual y de compromiso personal”(p. 203). Al ser una forma de conciencia, es una forma de desengaño, desilusión, y también pasión, porque requiere riesgo y coraje intelectual, un espíritu aventurero. Es compromiso en tanto debe resistir la seducción del poder, para ser instrumento al servicio de la libertad.

En cuanto a la sociología como ciencia, habría que ponerse de acuerdo sobre qué sociología hablamos y, más difícil aún, de qué ciencia hablamos. La concepción de ciencia ha cambiado bastante desde la posición del Círculo de Viena, hasta las actuales concepciones, que la ven como una forma de conocimiento más. Cardús plantea que la sociología debiese tener un carácter más teórico (que proporcione los criterios de visibilidad). Esto ayudaría en dar independencia del conocimiento cotidiano, al implicar un proceso de desnaturalización de la realidad social: “(…) poniendo en duda las formas de conocimiento ordinario, las evidencias colectivas y observando la realidad no como una realidad natural, sino como resultado de un proceso vinculado a relaciones de poder, intereses y desigualdades” (p. 210).

Resulta fundamental conservar la neutralidad valorativa, que consiste en explicitar desde dónde se observa, los modelos conceptuales considerados, tomando consciencia de los propios prejuicios. Esto sólo es posible como resultado de romper con el sentido común, con la propia teoría, y explicitar la posición como investigador, teniendo presente lo provisoria de la utilidad de la teoría sociológica, cuya capacidad crítica depende de una realidad cambiante y del continuo asecho del poder, y su capacidad de integrar discursos críticos. Es decir, sustituyendo el concepto clásico de objetividad, por otro fundamentado en la explicitación de la relación entre el sujeto que conoce y el objeto conocido: cambiar la noción estática por una que hable del proceso de objetivación.