"La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios...".
García Márquez, 1995: 10
Siempre hablamos de la necesidad de ser críticos, del pensamiento crítico, de la investigación crítica, etc. Pero... ¿qué es exactamente ser críticos?, ¿qué significa construir un pensamiento crítico? Estos son algunos de los interrogantes que nos vienen inquietando desde hace un tiempo y sobre los cuales ahora nos proponemos reflexionar brevemente a través de la introducción del presente artículo.
Michel Foucault sostiene que el pensamiento crítico es “aquello que permite que uno se libre de uno mismo (...) el esfuerzo por saber cómo y hasta qué punto podría ser posible pensar de manera diferente, en lugar de legitimar lo que ya se conoce”, -y continúa- se trata de “aprender hasta qué punto el esfuerzo de pensar la propia historia puede liberar al pensamiento de lo que piensa en silencio, para así permitirle pensar de manera diferente” (citado por Escobar, 1991).
De algún modo entonces el pensamiento crítico tiene que ver con poder volver sobre los propios pasos, sobre la propia historia, sobre la propia mirada, con poder regresar hacia nosotros mismos en función de ver cómo hemos sido constituidos para hacer posible el pensar-ser-hacer-nos de otro modo si eso fuera necesario.
En ese sentido, el pensamiento crítico acerca de los movimientos sociales en América Latina –eje del presente artículo- tendrá que ver con volver la mirada hacia el proceso a través del cual lo que hoy llamamos movimientos sociales en América Latina han ido constituyéndose como tales. El objetivo no es sólo poder dar cuenta de cómo y de qué ha sido construida nuestra mirada sino también hacer posible el pensar-ser-hacer dichos movimientos de otro modo imaginando otros mundos posibles.
En términos generales entendemos por movimientos sociales al conjunto de luchas erigidas en contra del capitalismo y en función de la construcción de un mundo más justo, más humano y más solidario que se dan en un período y en un espacio determinados. Como dice Michel Vakaloulis (1999:16) “la noción de movimiento social indica la persistencia de una interacción antagónica prolongada que va más allá del momento crítico de conflictos puntuales. Hace referencia pues a efectos de expansión y contagio, de repercusión intra e intersectorial, de desplazamiento de escala, de difusión desordenada de las disposiciones de protesta”.
Hablamos de los movimientos sociales como sujeto –y no objeto- de estudio porque entendemos al otro como compañero de lucha –y no en tanto objeto- y para enfatizar el carácter vivo y dinámico de los procesos por los cuales nos interesamos (Colectivo Situaciones, 2003)1 y con los cuales nos queremos articular.
Este cambio –desde el objeto al sujeto- ha sido de alguna manera resultado de nuestro un paso desde las estrategias de intervención comunitaria al interés por los procesos de movilización social. Paso que, aunque personal, compartimos con muchos compañeros de ruta. Dicho paso –creemos- posibilita el pasaje de la consideración del otro como sujeto a intervenir a la consideración del otro como compañeros de lucha, siendo éste un principio ético y político que necesario para pensar y hacer con y desde los movimientos sociales.
Para ensayar una respuesta provisoria a la pregunta de cómo los movimientos sociales se han convertido en sujetos de conocimiento dentro del debate de las ciencias sociales en América Latina echaremos mano a nuestra propia trayectoria en el tema y a algunos escritos de autores tales como Arturo Escobar, Fernando Calderón y otros más que intentan dar cuenta de este proceso (Escobar, 1991). Al mismo tiempo invitamos a quienes lean este trabajo, a que contribuyan a su construcción con aportes, críticas, preguntas, prácticas, etc.
La teoría de los nuevos movimientos sociales -tanto desde su paradigma de movilización de recursos (Sydney Tarrow, Charles Tilly, etc.) como desde su paradigma de la identidad (Alberto Melucci, Alain Touraine)- y el concepto mismo de movimiento social, han sido construidos contraponiendo lo nuevo a lo antiguo. “La tensión entre lo nuevo y lo viejo –según Seoane y Taddei- recorre al conjunto de los movimientos” (Seone y Taddei, 2003:8).
Lo antiguo ha sido caracterizado como estando apoyado en análisis basados en la teoría de la modernización y de la dependencia, por un tipo de política anclada en los actores tradicionales (sindicatos, partidos, la clase trabajadora) que luchan por el control del Estado, por una visión de la sociedad centrada en lo estructural y definida en términos de clases sociales y por una idea del cambio social que enfatiza las grandes transformaciones (Escobar, 1991) y que está centrada en el objetivo de la toma del poder donde este último es concebido como un objeto a tomar y a poseer (Dri Rubén, 2002).
Según Torcuato di Tella y otros (2001), en América Latina los análisis predominantes a nivel de los procesos sociales y políticos habían sido realizados, primero, desde una perspectiva estructural- funcionalista por autores como Gino Germani (1971) -uno de los líderes de la sociología latinoamericana en los años cincuenta y sesenta (citado en Cisnero Sosa, 2001) - y, luego, desde el desarrollismo y la escuela de la dependencia (Cardoso y Faletto, 1976). Mientras las teorías desarrollistas habían hecho hincapié en los procesos de modernización, industrialización y aculturación planteando que lo que se movía en la sociedad eran sectores sociales que paulatinamente iban cambiando su comportamiento de lo tradicional a lo moderno, la escuela de la dependencia había centrado sus análisis en la estructura y en el comportamiento de las clases sociales (Di Tella y otros, 2001).
Las ciencias sociales en América Latina –agrega Calderón (1986)- habían dejado de lado la comprensión de los movimientos sociales y la acción colectiva. En la teoría desarrollista, la teoría de la dependencia, etc. los movimientos sociales habían sido poco estudiados y más bien concebidos como reflejos voluntaristas o como acciones determinadas por el poder económico o estatal o por la acción partidaria. Dos supuestos había implícitos en estas teorías: el de concebir a los movimientos sociales como prácticas subordinadas a los partidos y el de implicar cierto reduccionismo estructural de las relaciones de clase donde, si bien todo actor está formando parte de las relaciones de clase, es necesario reconocer que también existen otras formas de relación. Así, los movimientos sociales fueron percibidos y analizados de manera secundaria y los análisis sociales de la estructura y su racionalidad cubrían el escenario social de la realidad latinoamericana (Calderón, 1986).
Lo nuevo, en cambio, ha sido caracterizado por centrarse en los nuevos actores sociales y no tanto en las estructuras, por pensar la transformación social en términos de pequeños cambios que se pueden ir generando desde el aquí y ahora a través de las prácticas cotidianas que tienden a la autonomía y a través de la construcción de identidades sociales (Ghon, 2000), y por el énfasis en los elementos ideológicos y culturales de la acción social (Ghon, 2000).
Según Maria da Glória Ghon (2000) el paradigma de los Nuevos Movimientos Sociales –donde esta autora toma como referencia fundamentalmente a los desarrollos de Calus Offe, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Joe Foweraker, etc.- se caracterizan por: 1) un modelo teórico basado en la cultura que deja de lado la cuestión de la ideología como falsa representación de lo real2; 2) la negación del marxismo como campo teórico capaz de explicar la acción colectiva en la sociedad contemporánea; 3) la eliminación del sujeto histórico predeterminado, configurado por las contradicciones del capitalismo y el establecimiento de un nuevo sujeto colectivo difuso, no jerarquizado, en lucha contra las discriminaciones de acceso a los bienes de la modernidad y una crítica a los sus efectos nocivos de ésta; 4) una concepción donde la política gana centralidad en el análisis y pasa a ser una dimensión de la vida social que abarca a todas las prácticas sociales; 5) el análisis de los actores sociales principalmente desde sus acciones e identidades colectivas.
Coincidimos con Escobar (1991) en que esta caracterización de lo nuevo por oposición a lo antiguo hace un énfasis excesivo en las rupturas existentes entre las nuevas y antiguas formas colectivas de transformación social (a nivel de los sujetos, las acciones, los objetivos, los sentidos, etc.) sin precisar demasiado en qué consisten dichas rupturas y sin atender lo suficiente a las continuidades que también existen entre las nuevas y antiguas formas. Sería entonces necesario precisar dichas rupturas y continuidades al mismo tiempo que convendría pensar qué exactamente ha caducado de las antiguas formas de hacer política.
Por otra parte, y como plantean José Seoane y Emilio Taddei (2003), detrás de esta oposición entre nuevos y viejos movimientos en realidad se formulaba una crítica al pensamiento marxista produciendo un desplazamiento de un análisis de los movimientos sociales centrado en las relaciones de explotación y opresión a otro que enfatizaba sus inscripciones identitarias, simbólicas y/o culturales. Este énfasis de los marcos identitarios, si bien puede enriquecer enormemente el análisis de los procesos de movilización social, también corre el riesgo de presentar una visión fragmentanda de la realidad social, promoviendo una mirada microsocial que en sí misma puede resultar sumamente interesante y relevante pero que necesariamente debería considerar, de alguna manera, la totalidad sociohistórica en la cual se inscribe.
La construcción de los movimientos sociales como sujetos de estudio en la región es reciente, data de los años ochenta (Escobar, 1991), aunque en el último tiempo se ha dado una proliferación y profundización de investigaciones y estudios sobre este tema. Distintos desarrollos teóricos y categorías de análisis han formado parte de este proceso de construcción y es sobre ellos que queremos reflexionar en este apartado.
1) La Teoría de los Movimientos Sociales desde su doble paradigma: el Paradigma de la Identidad y el Paradigma de la Movilización de Recursos.
Desde el primero de estos paradigmas se sostiene a la identidad como la principal variable explicativa de la acción colectiva. Se hace énfasis en el proceso por el cual los actores luchan por constituir nuevas identidades como medios para crear espacios democráticos y para crear una acción autónoma. Su análisis recae sobre todo en los actores y en la acción colectiva.
Desde el segundo de estos paradigmas, predominante en el mundo anglosajón, se proponen nociones tales como las de estrategia, recursos, oportunidades políticas, intereses, etc. para, desde ellas, entender los procesos de movilización social.
Estas teorías han proporcionado el conjunto más importante de categorías utilizadas y reformuladas desde América Latina (Escobar, 1991). Sin embargo, ha sido el paradigma de la identidad el que más influencia ha tenido en las investigaciones desarrolladas en nuestra región mientras que, el paradigma de la movilización de recursos, ha sido la mayoría de las veces pasado por alto.
En ese sentido, Sonia Alvarez (1989) (citada por Escobar, 1991) observa que la falta de atención al paradigma de la movilización de recursos ha hecho que muchos tipos de acciones colectivas hayan sido calificadas simplísticamente en términos de reclamos de identidad, dejando sin explicar asuntos complejos que tienen que ver con lo organizativo, las restricciones y oportunidades políticas, los recursos, etc. Ante esta situación, y sumándose de algún modo a la propuesta de Joan Cohen y Andrew Arato (2000), la autora propone que se combinen ambos paradigmas para el estudio de los movimientos sociales en nuestra región.
Sin embargo, si bien consideramos que es necesario combinar ambos paradigmas para el estudio de los movimientos sociales en nuestros países región, creemos igualmente necesario –en éstas como en otras teorizaciones- estar en primer lugar atentos al etnocentrismo presente en estos desarrollos. En ese sentido, siendo estos -al igual que otros- paradigmas desarrollados desde Europa y desde Estados Unidos, es necesaria una re-lectura y re-visión a la luz de las experiencias latinoamericanas a fin de que puedan ayudar –en lugar de obturar-, a dar cuenta de y a intervenir en nuestra realidad social (Leyva, 2002).
Por otra parte, el paradigma de los nuevos movimientos sociales se caracteriza por la utilización de categorías más bien empíricas propias de las teorías de corto y mediano alcance que, si bien facilitan la operacionalización de ciertos conceptos, tienen un alcance explicativo menor que las grandes teorías sociológicas (Karl Marx, Max Weber, etc.) o teorías de largo alcance. En ese sentido, una combinación cuidadosa de ambos niveles de teoría nos ayudaría a realizar investigaciones que, partiendo de lo concreto y fenomenológico, alcancen un nivel de análisis que puedan dar cuenta de los aspectos más estructurales de lo social así como también a combinar los niveles micro y macrosociales de análisis.
2) Los desarrollos provenientes de las Ciencias Políticas –como el de James Scott- y de la Antropología -especialmente los desarrollos sobre redes sociales –como el de Larissa Lomnitz en México y Chile y el Xavier Albó en Bolivia- que miran la movilización social desde los espacios de la vida cotidiana.
El trabajo de Scott (1990) se ocupa de las formas de resistencia que se dan en los espacios cotidianos, en los espacios de lo que él llama la infra-política y ofrece una perspectiva original en el estudio de las relaciones de poder entre dominados y dominadores. Para ello, parte de la idea de que los actores sociales no reducen sus intervenciones al escenario público sino que, más allá de las formas aparentes de hegemonía, existen desde dichos actores prácticas cotidianas de encubrimiento lingüístico, códigos ocultos, formas de aprovechamiento del anonimato y de la ambigüedad intencional, etc. que constituyen el arte de la resistencia (Scoot, 1990).
Si bien no tenemos muy en claro la influencia que estos desarrollos han tenido en América Latina, consideramos que los objetivos de su trabajo pueden asimilarse de algún modo al rescate de las formas de hacer políticas de los subalternos que describiremos en el apartado siguiente las cuales, por tanto, cobran relevancia en el contexto de un continente al cual muchas veces se ha importado modos de ser y hacer desde otras latitudes.
Por otra parte, el trabajo sobre redes sociales de Lomnitz (1975) -en México y Chile- enfatiza principalmente la reciprocidad presente en las redes sociales que se tejen en la vida cotidiana de las personas y cómo dichas redes pueden dar cuenta de la sobrevivencia de los sectores más marginados de la sociedad. A su vez que Albó (s/d) –en Bolivia- rastrea las raíces de este principio de reciprocidad en las tradiciones indígenas latinoamericanas.
Estos desarrollos producidos en América Latina si bien no han sido aparentemente demasiado utilizados dentro de los estudios sobre movimientos sociales consideremos pueden dar un contenido de mayor profundidad y especificidad local a la idea de redes de movimientos trabajada por autores -tales como Melucci y Tarrow- desde la teoría de los movimientos sociales y qué sí ha sido muy utilizada en diversas investigaciones ayudando, además, a vincular las dimensiones micro y macrosocial.
3) Los aportes desde la Historiografía realizados por los Estudios Post-coloniales y por los Grupos de Estudios Subalternos de la India y de América Latina.
Los Estudios Post-coloniales suelen considerarse algunas veces dentro de los Estudios Subalternos aunque otras veces se los ve como desarrollos apartes. Muy sintéticamente podemos decir que ellos están centrados fundamentalmente en una crítica al colonialismo (Dube, 2001) y al universalismo propio de la Ilustración.
El objetivo de los Subaltern Studies según Ranajit Guha (1988) puede definirse como un esfuerzo “para promover un examen sistemático e informado de temas subalternos en el campo de los estudios sudasiáticos, para rectificar el sesgo elitista de gran parte de la investigación y del trabajo académico. (…) Desafiando las afirmaciones simplistas de un marxismo ingenuo según las cuales la economía y sociedad sudasiáticas podían entenderse en términos de claras divisiones de clase, el proyecto emprendió la elaboración de la categoría de lo subalterno, derivada de los escritos de Antonio Gramsci. Así, los historiadores de lo subalterno empezaron reconstruyendo la trayectoria de los movimientos de los grupos subordinados en India y exploraron la conciencia que animaba estos movimientos” (citado en Dube, 2001: 79).
De acuerdo a este grupo, aún los relatos más progresistas, consideran a los actos de los rebeldes como pre-políticos y espontáneos o los incorporan como elementos de otra historia con otro sujeto negando de esta forma la historia del sujeto. Esto se debe en gran medida a que las opiniones convencionales sobre la política son forjadas por las instituciones del colonialismo, ignorando así la existencia de un terreno político distinto al suyo (Escobar, 1991).
El Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos es un proyecto similar al del Grupo de Estudios Subalternos de la India, inspirado en este último, pero desarrollado en América Latina. Según el Manifiesto Inaugural de dicho grupo “el actual desmantelamiento de los regímenes autoritarios en Latinoamérica, el final del comunismo y el consecuente desplazamiento de los proyectos revolucionarios, los procesos de redemocratización, las nuevas dinámicas creadas por el efecto de los mass media y el nuevo orden económico transnacional: todos éstos son procesos que invitan a buscar nuevas formas de pensar y de actuar políticamente. (...) La tendencia general hacia la democratización otorga prioridad a una conceptualización del pluralismo y de las condiciones de subalternidad al interior de sociedades plurales” (Castro-Gómez y Mendieta, 1998).
Los planteamientos del Grupo de Estudios Subalterno –a los cuales podríamos sumar algunos de los aspectos de los trabajos de Scott (1990)- tienen actualidad para nosotros porque, como sostiene Escobar (1991), en América Latina gran parte de los debates sobre los movimientos sociales, sigue girando en torno a los parámetros políticos y económicos de la cultura occidental desconociendo las culturas originarias no occidentales de nuestro continente, sus formas de hacer y saber, sus maneras de organizarse políticamente, etc.. El concepto de nación, por ejemplo, “ha oscurecido desde el comienzo la presencia y realidad de los sujetos subalternos en la historia latinoamericana.” (Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 25).
Estos límites de la historiografía elitista en relación con el subalterno, sin embargo, no constituye una sorpresa teórica para los estudios latinoamericanos ya que se ha venido trabajando con conceptos similares a los del Grupo de Estudios Subalternos desde los años sesenta teniendo a la Asociación de Estudios Latinoamericanos como soporte institucional (Castro-Gómez y Mendieta, 1998). Por tanto, debiéramos recuperar y profundizar los desarrollos realizados, por ejemplo, desde la Asociación de Estudios Latinoamericanos y así dar impulso a la propuesta del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos.
Por otra parte, sería provechoso impulsar el intercambio entre desarrollos teóricos e investigaciones en curso que se vienen produciendo en la India, en América Latina y en Africa. Dichos desarrollos e investigaciones abordan realidades que probablemente comparten más elementos en común que los existentes entre estos tres continentes -del denonimado “tercer mundo”- con Europa y Estados Unidos –es decir, del autodenominado “primer mundo”-.
4) Los estudios sobre conflictividad social y clase obrera realizados desde una Perspectiva Marxista.
Existen numerosas investigaciones realizadas en América Latina que tienen una clara influencia del marxismo. Desde ellas, y sin desconocer la emergencia de nuevos actores sociales, se sigue centrando la atención en el desarrollo de la clase obrera y teniendo como categoría de análisis y operador epistémico central la de conflictividad socia. Ejemplo de estos estudios son los trabajos de Juan Carlos Marín (1996), Nicolás Iñigo (2000), etc.
Aunque se habla de cierto abandono del marxismo en relación al entendimiento de los movimientos sociales, nosotros consideramos que sus aportes no pueden ser olvidados si queremos construir una perspectiva crítica de los procesos de movilización social que están ocurriendo en América Latina sobre todo si tenemos en cuenta la influencia que ha tenido esta perspectiva no sólo en la teoría sino en la práctica revolucionaria de nuestro continente.
En ese sentido, los aportes que consideramos indispensables rescatar desde el marxismo para el entendimiento de los movimientos sociales son:
5) La influencia europea y norteamericana del Post-estructuralismo, Post-marxismo y Post-modernismo a través de autores como Michel Foucault, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Michael Hard y Antonio Negri, los Situacionistas, el Autonomismo Italiano, John Holloway, etc.
Si bien muchos teóricos europeos –o que construyen sus teorías desde Europa- han sido influenciados por lo que viene ocurriendo en América Latina, es necesario recordar que desarrollos como el post-estructuralismo, el post-marxismo y el post-modernismo han sido generados en una realidad distinta a la latinoamericana. Sin embargo, algunas de estas perspectivas han tenido grandes influencias en el entendimiento de procesos latinoamericanos tales como la experiencia zapatista en México y lo sucedido en Argentina en torno a diciembre del 2001.
La importancia de estas orientaciones viene dada porque de alguna manera actualizan los debates marxistas que tanta influencia han tenido en el pensamiento y en los procesos revolucionarios latinoamericanos, incorporando problemáticas y elementos de la realidad y la teorización actual. El riesgo que dichas orientaciones corren es que, a veces, dejan de lado elementos centrales de la teoría marxista perdiendo con ello parte de su potencialidad crítica.
Sin pretender abarcar la amplitud y variedad de estos desarrollos, nos gustaría resaltar algunos aportes que consideramos fundamentales tener en cuenta para el estudio de los movimientos sociales en nuestra región:
Una advertencia final respecto a todos los desarrollos post es su tendencia a que, como dice Vakaloulis (1999: 9), “la preocupación por el cuidado de sí mismo se impone sobre el compromiso colectivo” lo cual puede dificultar en alguna medida nuestro pensar la acción colectiva desde estos marcos teóricos.
6) La Psicología Social desde la Teoría de las Minorías Activas de Serge Moscovici y el Interaccionismo Simbólico.
Según Lupicinio Iñiguez (2003) la Teoría de las Minorías Activas está centrada en los procesos mediante los cuales algunos grupos minoritarios son capaces de influir y de inducir cambios en la mayor parte de la población siendo el punto fundamental el conflicto simbólico que los grupos minoritarios son capaces de estableces con la mayoría. Por otra parte, según también este autor, desde el Interaccionismo Simbólico se concibe a los sujetos fundamentalmente como productores de significados y, en el contexto de los movimientos sociales, se focaliza sobre los procesos de interacción mediante los cuales se producen significados sobre sus propias acciones colectivas e individuales.
Estas vertientes, si bien pueden incluirse dentro de las perspectivas que han tenido influencia en el estudio de los movimientos sociales, para el caso de América Latina y según nuestro recorrido en el tema, dichas perspectivas han sido utilizadas, más que para el abordaje de los movimientos sociales latinoamericanos, para la conceptualización de las distintas experiencias de trabajo comunitario que se han realizado en nuestros países.
7) La Psicología Comunitaria Latinoamericana
Aunque esta perspectiva no ha sido utilizado específicamente para dar cuenta de los procesos de movilización social en América Latina, por muchas de las particularidades y que aquí brevemente repasaremos, hemos considerado conveniente incluir sus aportes en este trabajo.
Desde un punto de vista histórico, la Psicología Comunitaria nace oficialmente en Estados Unidos en la década del sesenta y desde allí se extiende e influencia a la Psicología Europea -sobre todo a la Psicología Española e Italiana- y a la Psicología Latinoamericana.
En América Latina, el interés por las orientaciones comunitarias, se comienza a evidenciar con más claridad a partir de la década de los setentas. Sin embargo, ya desde mucho tiempo antes pueden reconocerse desarrollos comunitarios interdisciplinarios que, sin apelar a la denominación de Psicología Comunitaria aunque con un claro adelanto metodológico, venían realizándose de forma aislada y silenciosa -como suele ocurrir en la región- y en los cuales están presentes todas las características que después pasarán a definir a la Psicología Comunitaria Latinoamericana.
Actualmente, la Psicología Comunitaria Latinoamericana no existe en todos los países del área y, en aquellos que existe, toma nombres diferentes: Psicología Transcultural, Psicología Social Aplicada, Psicología Materialista Dialéctica, Tecnología Social, Psicología Social para el Desarrollo Social y Económico, Psicología Social Comunitaria, Psicología Comunitaria propiamente dicha, Psicocomunidad, etc Se trata de un campo fragmentario cuyas características son las de una disciplina que se encuentra en sus primeras etapas de desarrollo y cuya delimitación no es para nada fácil ya que sin bien el trabajo social-comunitario no deja de realizarse en nuestras tierras, lo que no suele ser del todo común es la unión entre este trabajo y la Psicología (Parra, 1995).
Haciendo un breve repaso de las principales características de este campo que se ha dado en llamar la Psicología Comunitaria Latinoamericana, podemos decir que:
Así entendida, la Psicología Comunitaria Latinoamericana podría contribuir al entendimiento de los procesos de movilización social que se vienen dando en nuestro continente. En este sentido, consideramos que sería provechoso facilitar la articulación de sus contribuciones con aquellas más específicas a la teoría y práctica de los movimientos sociales así como también complementar la sistematización de experiencias comunitarias de base con la experiencia de los movimientos sociales.
Al mismo tiempo, pensamos que recorrer el camino que va desde la intervención comunitaria hacia los movimientos sociales, nos ayudará como investigadores e interventores sociales a pensarnos más al lado de las personas y los procesos sociales-comunitarios desde una relación sujeto–sujeto y no tanto a establecer con ellos una relación sujeto–objeto10.
Según Escobar (1991), tanto el número como la calidad de los estudios sobre movimientos sociales en América Latina, han aumentado constantemente a partir de los años ochenta. Se han realizado investigaciones sobre movimientos sociales urbanos, movilizaciones campesinas, nuevos tipos de organización sindical, comunidades eclesiales de base cristianas y otras experiencias de base orientadas por los desarrollos de la teología de la liberación, organizaciones de derechos humanos, movimientos indígenas, etc.
Experiencias tales como las del Movimiento Zapatista en Chiapas, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, la Guerra del Agua en Bolivia, el 19 y 20 en Argentina (piqueteros, redes del trueque, fábricas recuperadas, asambleas barriales, escraches, etc.), etc. han dado nuevo impulso no sólo a los movimientos sociales de toda América Latina sino a las investigaciones realizados desde y en relación a los mismos.
Un papel central dentro de este proceso lo ha desarrollado el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) el cual, a través de sus grupos de investigación, programas de becas, cursos a distancia, publicaciones varias y la producción de la revista Observatorio Social de América Latina, ha dado un nuevo impulso a la investigación sobre lo que ellos llaman la configuración de la protesta social en América Latina.
Dentro de dicha institución tienen un peso muy fuerte los distintos desarrollos teóricos realizados dentro del marxismo siendo la categoría de conflictividad social” -asociada con esta perspectiva- el operador epistémico central en el estudio de los movimientos sociales.
Otro referente importante dentro de esta proliferación de investigaciones sobre movimientos sociales latinoamericanos ha sido el proyecto desarrollado por el mismo Escobar quien -junto a Álvarez y Evelina Dagnino- ha llamado la atención sobre la forma en que lo cultural y lo político operan dentro de los movimientos sociales generando de esta forma una nueva mirada sobre los mismos. Desde dicho proyecto se ha reflexionado tanto sobre las dimensiones culturales de la política como sobre las dimensiones políticas de lo cultural.
En suma, en relación a esta multiplicación y proliferación de estudios en la región, consideramos que debemos seguir impulsando esta tendencia y que sería muy provechoso y productivo conectar las investigaciones sobre movimientos sociales no sólo entre sí sino con la sistematización de las experiencias de trabajos comunitarios ya que la articulación de los espacios de intervención comunitaria y de movilización social nos permitirá profundizar el sentido político de los primeros y el contenido social de los segundos. Como dice Jelin (1983), “los movimientos sociales se sitúan, por lo menos en teoría, en el espacio intermedio entre los procesos individualizados, familiares, habituales, microclimáticos de la vida diaria y sociopolíticos en su sentido más amplio, del Estado y las instituciones solemnes y superiores”. (citado en Calderón, 1986: 350).
Dentro de esta multiplicación de investigaciones realizadas en la región existen los que Calderón denomina campos de conflicto, es decir, “el conjunto de acciones construidas por los movimientos sociales que expresan sus identidades, intereses, producciones y orientaciones y que hacen mención a las relaciones sociales involucradas y a los intereses de poder en juego”. (Calderón, 1986: 355).
Dichos campos de conflicto, a su vez, están atravesados por tensiones que recorren toda la realidad de los movimientos sociales y a las cuales es necesario prestar especial atención.
Dichas tensiones están ubicadas principalmente en el cómo pensamos a los sujetos de la acción y a las acciones mismas, la conceptualización del poder, la relación subjetividad-objetividad y la cuestión de la hegemonía. Dentro de estas tensiones ubicamos también problemáticas como la relación de los movimientos sociales con el Estado y el carácter armado de algunos movimientos sociales en América Latina, dimensión esta última a la cual parece no haberse dado demasiada importancia desde nuestros análisis pero la que aparece relevante si miramos la realidad algunos movimientos tales como el zapatismo.
Relativo a los sujetos de la acción política consideramos importante señalar que, más allá del énfasis en los nuevos sujetos, existe una cierta continuidad con la presencia de los sujetos tradicionales de la acción política (sindicatos, por ejemplo) no como sujetos únicos pero sí, en muchos casos, como sujetos que siguen teniendo un protagonismo central. Como sostiene Vakaloulis (1999), el conflicto social contemporáneo desborda ampliamente la esfera del trabajo stricto sensu abarcando el conjunto de las realidades transformadas por las políticas de inspiración liberal y, en consecuencia, produce polarizaciones que trascienden dicha esfera. Sin embargo, el conflicto laboral tradicional, centrado en torno al trabajo asalariado (salarios, empleo, tiempo de trabajo, etc.) está lejos de haber desaparecido. Por el contrario, el mismo constituye un polo de conflictividad fuerte en torno al cual se establece una trama de confrontaciones recurrentes y que incluso se re-actualiza en la aparición de nuevos sujetos de la movilización social como los movimientos de desocupados.
Por tanto, a pesar de la crisis por la que atraviesa el movimiento obrero desde hace dos décadas, crisis en la que no sólo pero también ha incidido directamente la muerte a manos de las distintas dictaduras militares de los principales líderes políticos y sindicales, no es una fuerza histórica en extinción. Sin duda dicho movimiento ha perdido la centralidad sociológica y simbólica característica de la época fondista, no es ni el único actor del conflicto social ni la vanguardia de la lucha por la auto-emancipación de los dominados, pero es una falacia pensar que ha desaparecido.
Por otra parte, cabe destacar la relevancia del movimiento indígena y campesino en América Latina en general y en países tales como Ecuador, el México de los zapatistas, el Brasil de los Sin Tierra, la Argentina del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), etc. en particular. Según Seoane y Taddei (2003: 2) en ese sentido existe un cierto “desplazamiento, en términos de los sujetos, de la figura social del movimiento obrero urbano (y de la forma sindical-fordista) hacia la de los movimientos campesinos e indígenas”.
Junto a estos movimientos no se puede dejar de mencionar el movimiento de los derechos humanos –tales como el de las madres y abuelas de Plaza de Mayo-; los movimientos de mujeres entre los que Calderón (1986) diferencia los femeninos –aquellos constituidos fundamentalmente por mujeres- y los feministas –aquellos cuyas reivindicaciones pasar fundamentalmente por cuestiones de género-; y los movimientos de jóvenes.
Respecto a la tensión subjetividad-objetividad Vakaloulis (1999) nos advierte sobre dos reduccionismos, el objetivismo y el subjetivismo los cuales, según este autor, tienen como punto en común el hecho de desconocer las polivalencias de la movilización colectiva. El primero porque sobrevaloriza el papel de la determinación estructural en las conductas de protesta -ya que la objetivación implacable de los fundamentos de la conflictividad conduce a la desvalorización de sus aspectos situacionales-, el segundo porque sobrevaloriza las dimensiones fácticas de la acción colectiva confinando el hecho de protesta a sus aspectos fenomenológicos. Mera construcción social de sus propios actores, el acto de protesta aparece desprovisto de fundamento objetivo, de causa primera, de dimensión histórica. El análisis del movimiento se diluye en la inmediatez de sus manifestaciones prácticas. En ese sentido consideramos que el tema de la subjetividad debe ser abordado pero en articulación con lo estructural-objetivo.
Tocante a la cuestión de la hegemonía algunas preguntas que nos surgen son ¿cómo construir una voluntad común a partir de la heterogeneidad? ¿hasta donde el trabajar para acciones conjuntas entra en conflicto con la autonomía y multiplicidad de las experiencias?, etc. En este sentido consideramos importante reflexionar acerca del trabajo de unificación de los procesos de lucha sin subestimar la complejidad del espacio de la protesta. Según Vakaloulis (1999), la fragmentación de las formas de protesta, si bien no constituye un dato ontológico inmodificable, indica la dificultad para imaginar un todos juntos en el cual cada uno tendría su propio lugar y señala que la construcción de nuevas perspectivas de emancipación social aún es muy tenue. El aspecto positivo de esta fragmentación es que ésta marca el fin de un cierto vanguardismo de clase que caracterizó históricamente al movimiento obrero. Su aspecto negativo refiere a los obstáculos que impiden discernir los lineamientos de un movimiento de conjunto en el seno de la conflictividad contemporánea.
Llegados a este punto, más que plantear conclusiones, nos parece oportuno regresar al punto de partida. Es decir, a nuestra intención de que, volviendo sobre nuestros pasos, volviendo sobre la manera en que ha sido construida nuestra forma de saber y hacer sobre los movimientos sociales, podamos contribuir a la construcción de una perspectiva crítica que complejice nuestra mirada y que haga posible el mundo que soñamos.
Como hemos dicho al principio, el sentido del pensamiento crítico no se encuentra sólo en aumentar nuestras posibilidades de pensar-pensarnos de otra manera sino fundamentalmente en la posibilidad de hacer-hacernos diferentes, más acordes a nuestros propios sueños... Sin embargo, el pensamiento crítico también tiene que ver –desde nuestra perspectiva- con volver sobre nosotros mismos no sólo para cambiarnos sino para rescatarnos en lo que “venimos siendo y haciendo” y así, desde nuestra propia historicidad, elegir la dirección hacia la cual queremos seguir construyéndonos.
Este pensar-nos y este hacer-nos críticos no se reduce tampoco –aunque sea necesario- a volver sobre nuestros propios pasos. Este volver sobre nuestros pasos es sólo un punto de partida que nos indica de algún modo el camino por el cual seguir y que, en nuestro caso, nos indica que, para construir un pensamiento crítico acerca del proceso de movilización social en América Latina, se hace necesario continuar construyendo este pensar-nos y hacer-nos críticamente desde una inserción en espacios de militancia social, desde espacios concretos de acción colectiva.
Por último, el pensamiento crítico también tiene que ver con la acción y la reflexión sobre la acción, es decir, con la dialéctica acción-reflexión-acción donde entendemos al conocimiento como resultado de la interacción entre el sujeto y el objeto y donde prima la intención de cambiar el mundo.
Este ha sido simplemente un ensayo, una provocación. Ahora será necesario que otros continúen la tarea, inviten al diálogo, realicen críticas y propongan otras ideas quizás al modo del rito de iniciación del joven alfarero relatado por el poeta uruguayo...
“A orillas de otro mar, otro alfarero se retira en sus años tardíos.
Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan, ha llegado la hora del adiós.
Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación:
el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor.
Así manda la tradición, entre los indios del noroeste de América:
el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia.
Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla,
sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos,
recoge los pedacitos y los incorpora a su arcilla.”
Galeano (1989: 75).
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