Athenea Digital. número 7- Primavera 2007

Halbwachs , Maurice (1950)
La memoria colectiva. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza. 2004. 1



Víctor Hernández Ramírez
Programa de doctorado en Psicología social. Universitat Autònoma de Barcelona.

 

La memoria colectiva de Halbwachs opera como la huella de un pensamiento provocador y al mismo tiempo se nos ofrece como espacio para una intensa reflexión teórica. Es sabido que el libro se publicó póstumamente, obra recuperada de sus papeles, y es la sombra de su trágico asesinato por el régimen nazi en el campo de concentración de Buchenwald. Pero su influencia ha sido luminosa, por decir lo menos, para diversos campos de las ciencias sociales.

Paul Ricoeur considera que el pensamiento de Halbwachs es muy importante en la investigación histórica y que ha tenido una repercusión inesperada 2. Para la psicología social, entendida como la tarea disciplinar que busca comprender las mentalidades y los sentimientos en su proceso histórico, Halbwachs ha sido provocador y estimulante en la obra del mexicano Pablo Fernández Christlieb: primero en su obra La psicología colectiva un fin de siglo más tarde 3 , Pablo Fernández coloca el pensamiento de Halbwachs entre algunos teóricos importantes que permiten pensar la colectividad desde unos marcos sociales y entonces la percepción, la afectividad y la memoria quedan liberadas del reduccionismo individualista que tenía en el discurso de las ciencias sociales; después, en La sociedad mental 4, Pablo Fernández reconoce que La memoria colectiva no es un estudio particular sobre la memoria, sino una mirada sobre toda la sociedad, es decir una forma de teorizarla.

Al decir que el libro mismo es una huella y un espacio, queremos decir que su escritura se constituye como una memoria que permite pensar todo lo social desde una cierta perspectiva. Es decir que Halbwachs sigue haciendo memoria para reflexionar sobre la sociedad de una manera sugerente, interesante, incluso provocadora. Veamos esto a partir de un ejemplo:

Sociedades religiosas, económicas, familias, grupos de amigos, de conocidos, e incluso reuniones efímeras en un salón, en una sala de espectáculos, en la calle... todas inmovilizan el tiempo a su manera , o imponen a sus miembros la ilusión de que durante al menos un tiempo, en un mundo que cambia sin cesar, algunas zonashan adquirido una estabilidad y un equilibrio relativos, y en ellas no se ha transformado nada básico durante un periodo de tiempo. 5

En este párrafo confluye la argumentación de Halbwachs acerca de la relación entre memoria y tiempo. Por una parte rebate el argumento de Bergson sobre la duración del tiempo como algo individual y por otra parte señala que el tiempo no transcurre, sino que dura o subsiste colectivamente. Pero lo más importante es la manera como se va tejiendo la argumentación. Veámoslo sucintamente: Halbwachs toma en serio la cuestión de la conciencia individual, dada la potencia evocadora que tiene el concepto de duración de Bergson, , por ejemplo cuando está hablado de una sensación y una vivencia tan individual como el dolor: “lo trágico del dolor, que hace que, cuando llega a un punto, crea en nosotros un sentimientos desesperado de angustia e impotencia, es que cuando un mal tiene su causa en aquellas regiones de nosotros mismos a las que los demás no pueden llegar, nadie puede hacer nada, ya que nos confundimos con el dolor y el dolor no puede destruirse por sí mismo” (p. 98). Es una escritura sensible la de Halbwachs y, con todo, va haciendo ver cómo lo colectivo está presente desde el inicio de la duración misma de la vivencia: “O bien desvelamos el misterio del sufrimiento descubriendo sus otras caras, las que muestra a otras conciencias, cuando nos imaginamos que lo experimentaron o pueden experimentarlo nuestros semejantes: así, lo desterramos a un ámbito común con muchos seres, y le conferimos una fisonomía colectiva y familiar”. Luego entonces, Halbwachs avanza hacia la relación entre la conciencia y el tiempo, lo que Bergson llama el “tiempo vivido” para preguntarse cómo es que la memoria se constituye. Si el tiempo es algo abstracto, como sugiere Bergson, entonces sería como una superficie lisa en la cual no se halla asidero para los recuerdos. Ciertamente el tiempo real es, en lo individual y lo social por decirlo así, algo que se vincula con las fechas y las divisiones “externas”, pero eso no significa que se vincule con el tiempo abstracto de las matemáticas o la física. En realidad el tiempo real (vivido, diría Bergson) solo puede pensarse desde el punto de vista de las conciencias colectiva y que tiene que ver con lo que dura, lo que permanece, lo que hace que un pensamiento o sentimiento pueda moverse y mantener una cierta identidad o sentido de unidad. Pero esta duración colectiva del tiempo es heterogénea, porque hay diversidad de grupos y también hay variaciones dentro de la continuidad que tiene la memoria de un grupo, en tanto contiene sucesivas generaciones. Esto no es otra cosa que tomar en cuenta una determinada constitución de la sociedad en términos de sus ritmos: “las exigencias de los diversos grupos no son las mismas: en la familia, en general, el tiempo permite cierta holgura.. parece como si en determinados medios descansásemoso nos desquitásemos de la exactitud a la que estamos obligados en otros... la correspondencia entre el tiempo del trabajo, el tiempo de la casa, el tiempo de la calle... suele fijarse entre límites muy amplios” (pp. 109–110). Luego entonces, también los días, las fechas, tienen la huella de las tradiciones, que es una memoria más larga, más distante, lo que muestra la inmanencia social del tiempo vivido. Pero es una traza social que a su vez expresa una gran diversidad de significados, porque las mismas formas de marcar las divisiones del tiempo (días, años, etc.) tienen diversos significados, de modo que contamos el tiempo de modo diferente según la pluralidad de orígenes y usos: no se cuenta igual, dice Halbwachs, el año escolar, el año litúrgico, el año agrícola o el año fiscal. Aquí el autor introduce una bella forma de reflexionar sobre este “tiempo social” que sólo vive en cuanto viven los grupos: “¿Acaso el sueño físico no es el único que detiene temporalmente el ritmo de esas corrientes que son las sociedades? Si le atribuimos esa virtud es porque olvidamos que no hay una sola sociedad, sino grupos, y porque la vida de muchos de ellos se interrumpe mucho antes de que caiga la noche...” Y más adelante Halbwachs señala que sólo existe el tiempo de determinado grupo, de una sociedad dada, en el cual se apoyan y recomponen los recuerdos. Esta es una manera de establecer la íntima relación entre tiempo y memoria colectiva, puesto que a partir de aquí el argumento deja bastante claro que el tiempo es un espacio, una topología, en el sentido de que tienen un carácter mas o menos extendido e inmóvil. En otras palabras, desde la perspectiva de la memoria, el tiempo es lo que se queda, lo que se hace lento y se llega a inmovilizar. Esto lo argumenta Halbwachs en unos bellos párrafos donde muestra cómo las épocas de la vida de una familia se superponen y se va constituyendo una memoria que es como la construcción de un edificio y es como la sucesión de las generaciones: “Para los niños, es toda la vida de la familia, al menos aquella de la que guardan algún recuerdo. La memoria de los padres se remonta más lejos en el tiempo, sin duda, porque el grupo que formaban antes no se reabsorbió totalmente en la familia ampliada... nos damos cuenta cuando los hijos se van. Entonces, experimentamos una sensación de irrealidad como cuando dos amigos que se encuentran después de mucho tiempo pueden evocar el pasado en común, pero no tienen nada que decirse” (p. 125). Es así como la conciencia individual no puede comprenderse sino como el cruce o la confluencia de pensamientos comunes, de memorias colectivas, como el punto de encuentro de los tiempos colectivos. Es por eso que se tiene que “espacializar” el tiempo para poder comprender cómo tenemos imágenes comunes del tiempo vivido, el tiempo de la memoria es tiempo que se queda y se acomoda según la topografía de la sociedad, según sus ritmos.

El capítulo sobre la memoria colectiva y el espacio está hermanado con el capítulo sobre el tiempo. No sólo por la noción del tiempo vivido (o social) como algo que se detiene y subsiste, sino porque el espacio no es una instancia vacía, sino que es una instancia social ella misma: el espacio tiene duración también en los objetos, las construcciones, los trazos, las piedras, los caminos o las calles, es decir que se constituye como un ámbito mas o menos estable, inmóvil, sobre el cual se configura la identidad y el sentimiento de una cierta unidad. Hay que leer el capítulo como un recorrido que permite ver, abrir los ojos, ante la presencia de los objetos como el sostén de la vida social, sin temor a un cierto animismo de las cosas, confiando que Halbwachs sólo quiere que nos percatemos que los grupos tienen una capacidad de durabilidad gracias a que pueden imitar a las piedras o a los objetos o los lugares. Es como el efecto de un apego, como una versión de las tradiciones por la historia de los objetos y los edificios. Una vez que nos ha enseñado a mirar de esta manera el espacio: como sitios, objetos, trazos, entonces Halbwachs nos enseña a pensar las instituciones o agrupaciones jurídicas, económicas, religiosas. Es decir, que se pueden comprender como espacios, casi diría espacios virtuales, que se constituyen en un devenir pero que existen gracias a que existen espacios y ellas mismas generan otros espacios que tienen subsistencia. Es interesante la mirada de Halbwachs, porque permite pensar a la sociedad posmoderna, posfordista, no sólo desde la óptica de la velocidad, sino desde la memoria y el espacio, es decir en tanto tienen una durabilidad, una localidad, una necesidad de espera que hace que funcione socialmente. Así, por ejemplo, en el caso de la economía, Halbwachs dice, de la función social que se expresa en la economía: “cuando todo cambia sin cesar, [tiene que] convencer a sus miembros de que no cambia, o al menos durante un periodo determinado y en determinados aspectos... Dado que el grupo económico no puede ampliar su memoria a lo largo de un periodo bastante largo y proyectar sus recuerdosa precios en un pasado bastante lejano, sin durar, es decir, sin seguir estando como está, en los mismos lugares, y en los mismos emplazamientos, es natural que él y sus miembros, volviendo a colocarse en la realidad o con la imaginación en éstos lugares, recompongan el mundo de los valores cuyo marco siguen siendo ellos mismos” (p. 155). Es un párrafo que ofrece mucho para pensar la constitución de la economía como un proceso que requiere de la duración y al mismo tiempo tiene que operar como una instancia que se auto expande y auto legitima en el proceso económico mismo. La duración y la noción de espacio de Halbwachs son nociones de afectividad colectiva.

Los primeros dos capítulos (en la edición francesa de Gérard Namer son los capítulos 2 y 3, dado que el capítulo “sobre la memoria colectiva en los músicos” es el primer capítulo) son la argumentación principal para mostrar que la memoria es fundamentalmente social o colectiva y para distinguir memoria de historia. En el caso de la primera hipótesis Halbwachs nos dirá que necesitamos a los otros para recordar, así cómo la desvinculación de un grupo es lo que genera el olvido. Halbwachs dirá, en una frase que Ricoeur señala como totalmente digna de Freud o de Bergson, “nada se olvida”, pero lo que interesa es ver cómo la entiende y argumenta Halbwachs: no hay un depósito que tenga todos los recuerdos, sino que en la memoria están todos los trazos o los indicios necesarios para el recuerdo, sólo que éstas huellas las encontramos no adentro sino afuera, en los marcos sociales de la memoria y, más aún, en la sociedad misma. Se observa aquí una radicalidad, una forma determinante de abordar la cuestión, puesto que no hay posibilidad de un recuerdo aislado, no social, estricta o absolutamente individual. En el ejemplo del recuerdo infantil estando solo en el bosque, dice “Una ‘corriente de pensamiento’ social es normalmente tan invisible como la atmósfera que respiramos. Sólo reconocemos su existencia en la vida normal, cuando nos resistimos a ella, pero un niño que llama a los suyos y necesita su ayuda, no se resiste a ellos” (p. 40). Luego hace una ingeniosa observación: “el niño perdido en el bosque, que se encontró en algún peligro que despertó en él sentimientos de adulto, no contó nada de esto a sus padres. Pero ellos, preocupados, han podido notar que después de este incidente, era menos despreocupado que antes, como si hubiese pasado una sombra sobre él, y que demostraba una alegría al verlos que no era exactamente la de un niño” (p. 50). Es una mirada que permite ver en la experiencia aparentemente mas aislada y solitaria, la presencia de un mundo social que se inaugura: el mundo de un niño que resuelve hacerse adulto ante la exigencia del momento, y pierde así una cierta inocencia.

El capítulo sobre memoria colectiva e historia parte de una aparente oposición entre la biografía individual y la biografía de un grupo o colectividad. Eso le permitirá hablar de memoria individual y memoria colectiva. A partir de eso, Halbwachs va tejiendo una inteligente argumentación que muestra cómo la memoria individual tiene siempre el sello de la vida común, de la historia vivida, de las emociones y experiencias compartidas con los demás. Los recuerdos vivos están en el ámbito de los grupos a los que el niño pertenece, allí donde sus recuerdos alcanzan allí están las tradiciones vivas en la familia, en la superposición de las generaciones, en los viejos que viven el pasado como presente, en los padres que quizá se angustian por el presente como futuro, en sus impresiones infantiles que tal vez son modos de extender la duración del tiempo presente como una especie de eternidad. Lo que importa, señala Halbwachs, es el vínculo vivo de las generaciones, porque hay unos “tiempos” vivos en las diferentes generaciones de la familia y de otros grupos de pertenencia. Es lo que Alfred Shutz llama la sucesión de las generaciones y su coexistencia como predecesores, contemporáneos y sucesores. En un bello párrafo, hablando de esta coincidencia y esta diferencia en las generaciones que se encuentran, dice Halbwachs: “en el círculo de nuestros padres, vemos la huella de que dejaron nuestros abuelos... Nuestros padres avanzaban por delante de nosotros y nos guiaban hacia el futuro. Llega un momento en que se detienen y nosotros les adelantamos. Entonces, tenemos que volvernos hacia ellos y nos parece que ahora han vuelto al pasado, y se confunden entre las sombras de antes” (p. 69). El tejido argumentativo conduce a distinguir la memoria colectiva, que se centra en la duración, en lo que permanece, en las formas que persisten vivas pero con cierta definición y, por otro lado, la historia, que se pone afuera, distante, mas allá de la memoria, y centra su mirada en el cambio y aspira a una esquematización global en forma ideal de una historia universal. Es por eso que la memoria colectiva es un cuadro de parecidos, donde los acontecimientos se resuelven en similitudes.

El capítulo sobre los músicos, a modo de anexo en ésta edición (capítulo 1 en la edición francesa crítica), es interesante y puntual. Puntual porque se orienta a un grupo y una experiencia muy especializada: el gremio de los músicos y la memoria musical, pero interesante porque parte de hacer una distinción que llama la atención: la memoria musical es quizá la única que no tiene un referente externo, no hay un modelo o imagen que lo represente. Eso es interesante, porque así Halbwachs aborda un caso que puede ser paradigmático de la memoria como una facultad individual y por tanto como algo no esencialmente social. Y Halbwachs busca comprender el proceso de memoria del músico, pero en el recorrido va radicalizando la dificultad del ejemplo, porque en verdad parece el mejor ejemplo para darle la razón a Bergson de que hay una conciencia individual totalmente aislada. Es en lo más hondo de la dificultad, puesto que la memoria del músico no se apoya en la escritura ni la representación externa, donde Halbwachs da una genial solución: el músico memoriza a partir del ritmo, lo que existe también en la naturaleza y lo que existe por supuesto en la sociedad. Los músicos son la pequeña sociedad que trabaja con la materia sonora y es lo más colectivo que puede hacer un individuo cuando memoriza y ejecuta una pieza musical. Es algo que tiene que ver con la visión de la realidad a partir de las formas y los ritmos, es decir, desde una perspectiva estética para comprender la sociedad.

Valgan estas notas como apuntes de la riqueza del texto, que invita a seguir haciendo relecturas para los problemas que las ciencias sociales se plantean hoy día. Hay pues que celebrar la traducción y edición realizada por la Universidad de Zaragoza.


1. Hay una edición crítica en francés, mas o menos reciente, de la que ésta traducción no pareceechar mano (Le Mémoire Collecteve, París: Albin Michel, 1997. Edición crítica a cargo de Gérard Namer y la colaboración de Maria Laison).

2. La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires: FCE, 2000.

3. Barcelona: Anthropos, 1994.

4. Barcelona: Anthropos, 2004.

5. La memoria colectiva, Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. pp. 128 – 129.