El movimiento de la mujer como parte de la situación social más amplia

The women’s movement as part of the broader social situation

  • Jessie Taft
Publicación original: Taft, Jessie (1915). The Woman’s Movement from the Point of View of Social Consciousness. Chicago: University of Chicago Press. [Chapter 2: “The Woman Movement as Part of the Larger Social Situation”]
Traducción: Silvia García Dauder

1 Personalidad y el actual orden social

Una investigación como la que acabamos de realizar deja apenas duda sobre la realidad y la seriedad de las caóticas condiciones de las que se queja la “mujer difícil”. El hecho mismo de que en el momento actual existe en la sociedad una amplia clase de mujeres ociosas; una clase todavía mayor de mujeres trabajando en sus casas con un enorme gasto de tiempo, energía y eficiencia; una tercera clase, comparativamente menor, cuyo trabajo, aunque satisfactorio, es de tal carácter que interfiere con el matrimonio si lo desean; y una cuarta clase cuyo trabajo las inhabilita para cualquier otra cosa; es evidencia suficiente de que las mujeres no se están realizando a través de sus relaciones sociales de ninguna forma completa y armoniosa; sino que más bien son zarandeadas a merced de estas mismas relaciones sociales. Los yoes1 que las mujeres producen para enfrentar la lucha parecen estar abrumados por una situación que las sobrepasa. Están controladas por estas condiciones externas en lugar de realizarse a través de ellas.

La situación no es diferente con el varón moderno. La mujer no tiene el monopolio sobre el conflicto y la desarmonía. Él, también, se encuentra arrastrado por el sistema en el que se encuentra. También está conformado, lo quiera o no, por las relaciones en las cuales los negocios y la industria moderna le están implicando; aunque no se expresa a sí mismo conscientemente a través de estas relaciones. Sólo es preciso recordar la batalla entre capital y trabajo, el modo en que la vida y sus intereses ideales están siendo expulsados por la presión de la maquinaria económica no sólo sobre el trabajador sino sobre el hombre enganchado a la fabricación de dinero, la frecuente incompatibilidad de la casa y la familia con el trabajo para el cual el hombre está adaptado por naturaleza, la alienación del padre de sus responsabilidades caseras a consecuencia de su falta de tiempo libre, para darse cuenta de que el carácter insatisfactorio de la vida de la mujer no es sino una parte destacada de una situación más amplia y más básica que implica a los varones también.

Esta tesis se basa en el argumento de que las incompatibilidades y oposiciones esbozadas arriba son genuinas y expresión particular de un conflicto más básico entre el yo, la personalidad, del varón y la mujer moderna, y la actual situación social a través de la cual este yo no ha logrado expresarse a sí mismo con éxito, debido a que todavía no es suficientemente consciente del carácter social de esta situación o del método a través del cual el control puede ser asegurado. La conciencia de que no tenemos todavía control social y unas pocas personalidades, tanto masculinas como femeninas, suficientemente socializadas para enfrentarse con el mundo moderno, se nos está imponiendo de la forma más visible en el tremendo conflicto que surge de la indiferencia de las formas adoptadas por los negocios y la industria hacia la satisfacción personal implicada2.

La industria y el comercio, tal y como se desarrollaron en la Edad Media al interior de una familia, de una pequeña comunidad, o incluso en los gremios de artesanos y comerciantes en ciudades más grandes, constituía una institución social controlada en gran medida desde dentro por impulsos sociales naturales. Un hombre no tenía relaciones comerciales que no implicaran relaciones de un carácter personal inmediato. Estaba en contacto directo con la gente para la cual trabajaba o que trabajaba para él, y poseía un yo, una personalidad, conformada por estas relaciones y adecuada a ellas. El hombre que fabricaba zapatos dependía de forma inmediata del hombre que fabricaba hierro en la herrería y era probable que el intercambio se realizase en especie, o que los miembros de una familia amplia, más o menos aislada, produjeran para ellos todas las necesidades de subsistencia. Las relaciones económicas y las relaciones sociales íntimas estaban inextricablemente mezcladas, de tal forma que aunque no existiera una clara conciencia de su significado, no existía peligro de que los controles emocionales naturales que surgían en situaciones personales dejasen de funcionar.

Los negocios y finanzas modernas, por otro lado, se han convertido en algo tan complejo, tan impersonal y abstracto en su organización que parece implicar sólo valores económicos. En forma es puramente económico, en contenido todavía es tan social como siempre lo fue en la Edad Media. Los cambios que ha conllevado todo ello han sido tan tremendos y tan rápidos, la introducción de la maquinaria y la consecuente centralización y sistematización de la industria lo han despersonalizado todo de tal forma, que los seres humanos implicados todavía no han tenido tiempo para desarrollar personalidades equivalentes a las complejidades del sistema.

El mundo de hoy se enfrenta a este tipo de problema: el hombre está siendo forzado a actuar bajo condiciones sociales enormemente ampliadas en las cuales sus relaciones con sus semejantes se han multiplicado crecientemente y al mismo tiempo se convierten en difíciles de percibir como sociales, debido a la creciente abstracción del ámbito de los negocios. Sin embargo, los hombres cargan consigo hacia esta actividad social ampliada sólo los yoes sociales formados sobre la base del patrón feudal –vecindario, yoes familiares demasiado restringidos para responder socialmente más allá de un círculo limitado y obviamente social. En los contactos personales más cercanos, el conflicto natural de impulsos egoístas y sociales proporcionaba un tosco control; en las nuevas y no reconocidas relaciones sociales, no hay nada que evoque tendencias sociales. Predominan fácilmente los motivos egoístas. Un hombre que preferiría perder su propia vida antes que hacer daño a un niño que conoce personalmente, puede, incluso sin ser consciente del hecho, hacer daño a cientos de niños e indirectamente a una comunidad entera sin sentir responsabilidad por sus condiciones de empleo en su fábrica a través de sus supervisores. El hombre en el mundo de los negocios, por lo tanto, no ha constituido un yo, una persona, un agente moral y social, con los individuos al otro lado del sistema. No hace de sus motivos y actitudes una parte de su conciencia, llevando de este modo todos los elementos de la situación a su terreno. Utiliza sus contactos con la gente para su propio beneficio, mientras permanece inconsciente hacia el carácter social de los otros. La máxima de este modo de proceder es “el negocio es el negocio”. Los resultados son sociales tanto como económicos, pero sólo el factor económico es reconocido y conscientemente pretendido. Por lo tanto tenemos estos inesperados elementos sociales alterando de hecho nuestra civilización pero absolutamente incontrolados debido a que son externos a la conciencia de los individuos o grupos de individuos que son responsables de ellos. Esto significa la pérdida de un amplio rango de actividades sociales que siendo sociales están sin una dirección racional. No se puede esperar ningún control sobre la vida moderna en ausencia de una conciencia completa del carácter social de los negocios y la industria, y del desarrollo de un yo lo suficientemente amplio como para responder al nuevo entorno con la subsituación3 [sic.] de los controles instintivos del contacto personal por el control reflexivo.

En nuestras organizaciones modernas asociadas a la caridad tenemos un ejemplo de este intento por sustituir el control emocional por el control reflexivo. Dejar el trabajo de la caridad a merced de que el sufrimiento provocará una llamada inmediata a la empatía de uno es un método que no funciona en semejantes complejas condiciones sociales. Genera abusos desde el punto de vista del que socorre y del que es socorrido. Por ello, se realiza un esfuerzo por despertar una conciencia permanente de responsabilidad y obligación social hacia el más débil o hacia los miembros más desafortunados de la comunidad, lo cual resultará en un fondo de ayuda estable y de confianza gestionado de forma semi-científica en lugar de las aportaciones azarosas e indiscriminadas que surgen de los sentimientos angustiosos que uno experimenta al haber tenido contacto personal con casos conmovedores. El sistema está sin lugar a dudas lejos de ser perfecto y nuestra teoría puede condenarlo con el tiempo, pero al menos es una aplicación meditada de la teoría en la medida en que hayamos adquirido alguna.

Igualmente, unos pocos administradores de grandes almacenes y propietarios de fábricas se han dado cuenta que es inteligente reconocer que las personas son factores en su problema y que ignorar la parte humana traerá su propia venganza en forma de fracaso en la resolución de su propio problema de eficiencia económica en la administración de sus negocios. El contenido social está constantemente emergiendo y provocando problemas. Los empleadores comienzan a darse cuenta que para superar estos conflictos deben comprender el punto de vista de sus trabajadores e intentar conseguir que los trabajadores comprendan los suyos, para convertir sus relaciones en humanas y no sólo en comerciales.

Un conflicto parecido se está desarrollando entre la forma de la familia, que es todavía feudal e individualista, y el contenido, que es tan ampliamente social como la propia sociedad. Varones y mujeres han querido creer que la familia no ha cambiado a lo largo de los siglos, que todavía es la unidad egocéntrica, autárquica y prácticamente independiente de los tiempos medievales, que las necesidades vitales se producen dentro de sus límites, de tal modo que el mínimo cambio en sus formas significaría la muerte y destrucción de sus miembros. El contenido de la familia siempre se ha reconocido como social pero existe una marcada ceguera hacia el actual alcance de sus relaciones sociales. Todavía se conciben como limitadas más o menos a sus miembros inmediatos. Así como la sociedad ha ignorado el hecho de que los negocios tengan algún contenido más allá de hacer dinero, se ha mantenido la creencia en la familia como una institución sagrada e inmutable. De hecho, la familia ha experimentado una radical revolución de todas sus actividades y su centro de gravedad se ha desplazado hacia la fábrica, la destilería de cerveza, la panadería, la tienda de delicatessen, la escuela, la guardería, los grandes almacenes, el departamento municipal de salud y sanidad, el hospital, la biblioteca, los centros sociales y campos de juego, y docenas de otras instituciones similares, mientras que el control sobre las actividades representadas ha sido igualmente desviado hacia el mundo exterior. Lejos de ser una unidad independiente, la familia existe en virtud de sus relaciones con estas organizaciones sociales, está formada por ellas y a su vez reacciona ante ellas, pero la acusación de “herejía”, “sacrilegio”, aparece en cualquier momento en que alguien sugiere que una apreciación inteligente del cambio en el contenido de la familia puede dar lugar a una forma más conveniente, dado que ninguna cantidad de culto supersticioso va a restaurar la situación medieval.

¿Qué se espera entonces en el caso de la mujer media para quien el único entorno reconocido es el hogar? Lógicamente, ella debe ser la clase de yo que responde a la forma de la familia. De la misma forma que la sociedad ha sido capaz de preservar la familia feudal, también ha tenido éxito en preservar a la mujer feudal y hasta hace pocos años todas las mujeres han sido teóricamente del tipo feudal. La señora feudal era el centro de la actividad en su hogar que incluía una pequeña comunidad. Ella era la gran productora y conocía personalmente a cada criada, granjero, pastor, o sirviente quienes le ayudaban en mantener a su familia vestida, cobijada y alimentada. Su personalidad estaba organizada sobre la base de todas estas relaciones, ninguna de las cuales era abstracta o impersonal, incluso aunque no fueran reflexivamente conscientes. En la medida en que funcionaban estas conexiones eran todas reales y efectivas. La mujer respondía activamente a todas ellas sólo porque estaban bajo su control. Era la dueña y señora de la situación, una parte funcional del esquema social en el cual ella se encontraba a ella misma.

¿Cómo se parece la mujer feudal a la mujer moderna en la casa? Se supone que no existe diferencia a excepción de que producir es sustituido por consumir. Pero sólo este cambio provoca la diferencia fundamental de conectar a la mujer moderna con un nuevo mundo de producción, incrementándose infinitamente sus relaciones con instituciones externas, y al mismo tiempo privándola de cualquier control efectivo sobre sus propias acciones. ¿Cómo puede una mujer individual ejercer control esencial alguno sobre el consumo mientras la producción está en el poder de un basto sistema administrado colectivamente?4 Es inútil pedir a las mujeres que se esfuercen por expresarse a ellas mismas a través de su trabajo como consumidoras, en la medida en que permanecen aisladas fuera del sistema en el que la producción tiene lugar y sin la técnica a través de la cual es controlado.

Sucede lo mismo con todos los intereses de la mujer. Debe satisfacer la parte emocional en el amor a su familia, pero ese amor no encontrará ninguna expresión completa, activa e inteligente mientras sea incapaz de ejercer influencia alguna a través de la sociedad organizada. Sólo el hecho de amar a su marido y a sus hijos no le otorgará en tanto individuo ninguna medida de control sobre el ambiente que le rodea. La casa ha dejado de ser individualista y el control sobre sus intereses no residirá por más tiempo en el poder de la mujer individual. A no ser que se convierta en un miembro activo del orden social más amplio y adopte su técnica socializada, debe contentarse con ser zarandeada de esta forma y por fuerzas sociales que son externas a ella.

En términos de autoconciencia, en la mujer, como en el varón, no es tan amplia como la situación en la que actúa, o existe pasivamente. Las relaciones de la familia con las instituciones sociales más amplias son aceptadas de una forma perfectamente abstracta. Ningún trabajo que pudiera realizar fuera de la casa sería más impersonal, en cuanto al contenido social reconocido se refiere, que su ocupación como consumidora. Lo trata como si fuera puramente económico, inconsciente del rol desempeñado por los seres humanos al otro lado de la transacción. Está comprando para su familia y en ese sentido lo que hace tiene significado para ella, pero es bastante inconsciente de que su acción es social también en su efecto sobre el productor, el intermediario, y otros consumidores. Incluso la “chica de la fábrica” encuentra social su trabajo en el sentido de que ayuda a mantener a su familia unida en el bienestar. Trabaja para ellos, pero no tiene idea de que su trabajo tiene algún otro valor social. Es sólo negocios.

La mujer en la casa, igual que el varón en el mundo, no posee un yo consciente construido en referencia a todas las relaciones sociales por las cuales está afectada y a través de las cuales afecta a su vez a la sociedad. La principal diferencia es que el varón sí tiene algún control en la medida en que ha aprendido el poder de la organización y la cooperación y puede expresarse a través del voto, mientras que la mujer, incluso si se volviera socialmente consciente, estaría a merced de la máquina hasta que haya adquirido métodos modernos de expresión.

En la parte formal, la mujer carece de técnica social; en la parte de contenido, carece de un yo socializado. Ninguno es efectivo sin el otro, como se ha demostrado en el varón al usar una técnica social no desarrollada a partir de un yo social. En relación con su familia inmediata, la actitud de la mujer es social, pero no lo suficientemente social como para corresponder a los métodos que tendría que usar si esa actitud ganara una expresión socializada; esto es, de cara a hacer efectivos sus planes para sus propios hijos, ella tendría que asociarse con otra gente y socializar sus fines de tal forma que incluyeran el bienestar de los hijos de esa otra gente. Su yo debería ser necesariamente de tal forma que respondiera a los intereses de todos los niños, comprendiera la actitud de todos los padres y madres. Si tan sólo adoptara la técnica social y utilizara su comprensión de los motivos de los demás únicamente para llevar a cabo sus fines puramente egoístas, en lugar de trabajar por un fin que realmente representara los intereses de todos los implicados, estaría olvidando un elemento básico en su problema y más pronto o más tarde la solución construida para sí misma se vendría abajo.

Por otro lado, respecto a sus relaciones económicas con la sociedad, carece tanto de una técnica social efectiva como de una conciencia social de cualquier tipo. No existe nada en sus negocios tratando con la tienda o la fábrica que apele a sus actitudes sociales instintivas, que despierte su conciencia o refrene su egoísmo. Cuando negocia en el mostrador de gangas o la porción cortada con el carnicero, no es consciente de que lo que para ella parece ser simplemente una transacción negociada ventajosa es un acontecimiento social; que sus actos están afectando a otra gente y que a su vez repercutirán sobre ella y sobre su familia. No siente responsabilidad por el trust o por la fábrica donde se explota al obrero, y como individuo aislado no es responsable en la medida en que no es libre ni tiene poder para cambiar las condiciones.

Es este último punto el que nos muestra por qué la mujer moderna está en peor situación que el varón moderno. Debido a que a la mujer se le permite permanecer pasiva, debido a que no tiene parte en el sistema a través del cual es posible algún tipo de control, no desarrolla ningún tipo de responsabilidad por ninguno de los resultados que el sistema acumula. Toma lo bueno y lo malo con la misma ausencia de control positivo alguno sobre la situación. Se puede aprovechar de forma egoísta a pequeña escala de cualquiera de las ventajas que el sistema conlleva, pero no intenta como lo hace el varón explotar esas supuestas relaciones abstractas a gran escala para su propio beneficio. Pasividad es la clave característica de su existencia, debido a que la sociedad se ha esforzado por mantener la forma del hogar y de la mujer en él como si estuvieran en la Edad Media incluso después de la transformación acaecida con la revolución industrial.

La mujer nunca se convertirá en un ser completamente desarrollado, un ser humano racional, ni podrá sostener responsabilidad por ningún tipo de condiciones de la vida moderna, hasta que la sociedad cese en considerar como esencial para la feminidad el que la mujer reciba pasivamente el impacto de todas las corrientes de la existencia organizada del momento presente. En la medida en que la mujer no tome parte en la dirección de las fuerzas que determinan a la familia, a ella misma, al mínimo detalle de su vida doméstica, la sociedad está manteniendo a la dama de la caballerosidad a expensas de una maternidad consciente y está promoviendo reacciones impulsivas inmediatas a una situación simple a costa de una reflexión deliberada y una conciencia social que son las únicas efectivas bajo las complejas condiciones de hoy en día. Del mismo modo que el gran movimiento de los trabajadores está tratando de llevar al trabajador la conciencia de sus necesidades y posibilidades, y a la sociedad la conciencia de las ventajas del trabajo consciente, igualmente el movimiento de la mujer tiene ante sí una doble tarea: primero, hacer conscientes a las mujeres de sus relaciones con un orden social, segundo, mostrar a la sociedad su necesidad de una mujer5 consciente.

2 El doble conflicto en la vida de las mujeres

Hoy en día la posición de la mujer es más difícil que la del varón porque ella está particularmente implicada en un doble conflicto: primero, el conflicto del yo con el entorno social más amplio, segundo, el conflicto de los métodos, normas, valores del mundo medieval, preservados particularmente a través de la mujer y el hogar, con los métodos, normas, y valores que gobiernan el mundo moderno y al hombre dentro de él. El varón no puede vivir en el mundo que su nueva organización económica ha creado y mantener activamente las actitudes del sistema medieval, pero le gustaría pensar que todavía permanecen vivas en la mujer y en el hogar del mismo modo que le gustaría preservar diferentes especies de animales en peligro de extinción bajo la civilización. Las dificultades comienzan cuando su sistema industrial no permite a las mujeres permanecer en el hogar y se las fuerza a intentar la tarea que el varón ha abandonado desde hace tiempo de reconciliar los dos tipos de actitudes, ya que no existe clase sobre cuyos hombros se pueda trasladar la tarea de mantener vivas las tradiciones del viejo mundo.

El primero de estos conflictos, como conflicto fundamental en el que varones y mujeres están igualmente implicados, es menos probable de ser reconocido por lo que es, aunque suministre, en la opinión de la escritora, la justificación final tanto del movimiento de la mujer como del socialismo; pero el segundo conflicto es tan obvio y desastroso en sus resultados, las normas y métodos de la Edad Media son tan evidentemente incompatibles con las normas y métodos del mundo moderno, que es generalmente la primera fijación de las feministas como lo que sustenta la necesidad del movimiento de la mujer y es igualmente resaltado por los anti-feministas como la base de gran parte de su oposición. Esto se traduce en que el movimiento de la mujer es rechazado sobre la misma base utilizada para comprobar cada cambio en el mundo social –la pérdida de valores. La gente teme dejar que sus valores se desintegren y, en este caso, habiendo identificado a las mujeres desde el comienzo de los tiempos con el sexo y la familia, les aterroriza, en cualquier alteración de la familia o en las actividades de la mujer dentro de ella, el posible daño a los contenidos que son de supremo valor para la humanidad. Esto es sólo correcto e inteligente como una medida de protección frente a los cambios repentinos que tienden a suprimir valores demasiado preciosos para ser perdidos, y cualquier teoría que el movimiento de la mujer propugne tendrá que encontrarse con este test, tendrá que dejar claro que lo que proponen o bien incrementará los valores humanos o al menos no sacrificará ninguno de ellos.

La resistencia y prejuicio que encuentran las alteraciones más necesarias y beneficiosas sobre la forma de sociedad establecida es, sin embargo, ampliamente instintiva e irracional y es tan sólo parte de la dificultad general de tratar lo personal en contraste con el problema no-personal. Una cuestión que implique relaciones personales es mucho menos objetiva, tan difícil de aislar debido a los múltiples elementos que entran en consideración, tan difícil de ser sometida a la prueba del experimento, tan atada a las emociones y al más profundo núcleo del yo, que sólo una forma altamente desarrollada de conciencia puede esperar mantener el problema personal lejos de sí lo suficiente como para someterlo a análisis y consideración objetiva como ya hace tiempo se trataron exitosamente los problemas no personales del mundo físico. Por lo tanto, no es de extrañar que las ciencias sociales, por la misma naturaleza de su materia de estudio, queden rezagadas de las ciencias físicas en alcanzar la conciencia de sus métodos y en obtener control sobre su objeto, particularmente en casos donde entra en consideración el problema central del sexo, el más complejo e íntimo de todos; mientras tanto la tendencia natural de la mente humana a identificar forma con valor y a atribuir a la forma inmutable la posibilidad misma de la existencia continuada de valor se muestra a sí misma particularmente terca en relación con la mujer, atada como está a la vida sexual. Existe una curiosa paradoja en el hecho de que los seres humanos que creen firmemente en la evolución de las formas físicas se aferran instintivamente a la noción de una forma social preestablecida como algo que debe permanecer fijo en la medida en que su persistencia es la única evidencia tangible de que el valor que representa se mantiene. Lo valioso, la satisfacción, no pueden ser vistos o tocados, sino sólo sentidos. ¿Cómo, por tanto, poder estar seguro de que no escaparán a menos que las formas en las cuales se alojan se mantengan intactas? Sin embargo, ni el sistema del filósofo ni los miedos del hombre llano pueden construir un mundo estático a partir de un mundo cuya esencia es el cambio. Mirando hacia atrás nos vienen constantemente a la memoria formas que en algún momento parecieron esenciales para la satisfacción, pero que desde hace mucho tiempo han sido reemplazadas por nuevas formas mejor adaptadas al contenido emergente, que responden a los valores antiguos, y al tiempo encarnan valores nuevos y más ricos. Podemos también señalar ejemplos donde la sociedad se aferra a la forma después de que el contenido que poseía el valor se haya escabullido, perdido temporalmente o persista en formas no reconocidas bajo otros nombres. Los griegos tuvieron tal experiencia cuando en su entusiasmo por salvaguardar las alegrías del corazón y la antigua pureza de la mujer, la aislaron y empequeñecieron de tal modo que dejó de interesar a su cultivado esposo. El varón griego no podía encontrar por más tiempo contento o satisfacción en la relación marital. La dama griega había dejado de ser la clase de persona que podía seducirle y él satisfacía sus deseos en la prostitución culta o en los vínculos románticos con los jóvenes efebos que caracterizaron el periodo más floreciente de la civilización griega. Los valores sexuales normales desaparecieron temporalmente en gran medida debido a la insistencia sobre una forma particular que destruyó en lugar de preservar la relación que era la fuente real de valor. De modo parecido, el énfasis de la iglesia sobre la ceremonia matrimonial como la única forma a través de la cual se pueden expresar las relaciones entre los sexos, ha tendido a crear el sentimiento de que la forma del matrimonio es factor esencial y suficiente en sí mismo para garantizar la valía del contenido. Tan convencida está tanta gente del valor inherente de la forma del matrimonio que incluso desean leyes para prevenir la disolución de un matrimonio que ha perdido todo el contenido que le hizo sagrado o bello para el varón o la mujer implicados. Incluso el valor de un niño no está claramente diferenciado de la forma de conexión existente entre sus padres, como es aparente en los esfuerzos requeridos para conseguir reconocimiento y protección para niños ilegítimos.

De este modo la naturaleza human se aferra rápidamente a formas antiguas y trilladas y está destinada a ver el bien más claramente en el pasado que en el futuro. Nunca ha existido una Edad de Oro en el Aquí y el Ahora, y el Bien que hemos dejado escapar sólo podría ser recuperado si volviéramos a las formas antiguas que lo sostuvieron. Así encontramos a un Rousseau que urge a un retorno al estado de naturaleza cuya simplicidad devolverá la pureza, la sinceridad, y la valía primitiva de las relaciones humanas.

Del mismo modo, el mundo moderno, luchando por mantener lo que fue más precioso en la Edad Media, ha intentado convertir a las mujeres y el hogar en los vehículos a través de los cuales preservar en el presente la caballerosidad de los varones, la piedad, la laboriosidad, y el auto-sacrificio de las mujeres, la unidad de la familia, que se disfrutaron bajo las formas del periodo feudal. La transformación en el trabajo que vino con la maquinaria y el sistema fabril aniquiló todo contenido social obvio que fue parte y parcela de la vida en el sistema gremial y en el sistema doméstico. Esta nueva forma parecía muy desnuda e impersonal, despojada como parecía de todo salvo de los intereses económicos. Incluso el trabajo tenía menos valor en sí mismo para el trabajador individual, ya que, en lugar de producir un artículo en su totalidad, realizaba sólo una pequeña parte del mismo. También el gobierno si se comparaba con los vínculos de lealtad personal y de sentido de protección y responsabilidad que se mantenían entre señores y siervos, reyes y vasallos, resultaba ser una relación fría, poco adecuada para cubrir la cálida respuesta emocional que se le otorga a una persona a la que se debe lealtad. Con el derrocamiento de la gran iglesia medieval gran parte de lo que fue rico y concreto y personal, gran parte del color y del esplendor se extinguió. El Protestantismo era más bien un poco austero y falto de color, aunque simbolizaba un principio último de valor para el individuo libre. Con tanto de lo que había convertido la vida en algo lleno y bello desvaneciéndose, no es de extrañar que el mundo se agarrara rápidamente a la dama de la caballerosidad y a la señora del hogar.

Existe una creencia de que al mantener el hogar lo más cerca posible en su forma aislada e individualista y al recluir a la mujer dentro del mismo preservando sus antiguas actividades según lo dictado, los valores de la familia feudal y las virtudes de la mujer feudal se mantendrán incontaminadas por el mundo de fuera. Las mujeres, en respuesta a esta demanda, se han esforzado denodadamente para hacer de ellas mismas exponentes de todas las virtudes que la humanidad teme perder y de las cuales popularmente se supone que son portadoras. Pero dado que una virtud es sólo un nombre para una forma eficiente y aprobada de actuar en una entorno social dado y ya que las virtudes requieren que las mujeres adopten formas de conducta en una situación feudal, el resultado ha sido que las mujeres las han retenido sólo como abstracciones. La virtud tiene su ser en la acción, pero ninguna acción efectiva es posible cuando se está confinada a un cierto conjunto de formas que no tienen relación orgánica con las condiciones bajo las cuales la acción ha de tener lugar. No se puede actuar virtuosamente mientras se ignoran todos los factores que constituyen el trasfondo de la acción, ya que el acto de una resultará totalmente irrelevante. Ninguna virtud en la mujer proporciona tanto orgullo como su laboriosidad, particularmente sus dotes como hilandera y tejedora de telas; pero si la laboriosidad significa algo más que simplemente estar ocupada, si significa inteligencia, una ocupación útil, entonces no se puede esperar que la mujer moderna sea tan industriosa como lo fue la mujer feudal dentro de los límites de su hogar. La mujer que intenta ocupar su tiempo sólo con el trabajo doméstico que permite la casa moderna se encuentra con frecuencia realizando un trabajo que mejor sería dejar sin hacer y está ciertamente perdiendo el tiempo y consiguiendo resultados irrelevantes comparado con el trabajo experto y cualificado que es realizado bajo los métodos de especialización y organización empleados por los varones.

La caridad es otra de las virtudes tradicionales de las mujeres que es hoy en día la ruina de la trabajadora social científica. La mujer que desea ser verdaderamente caritativa tendrá que salir de su hogar y de su vida privada o bien para hacer un estudio de las condiciones ella misma, o bien para unirse a las organizaciones que están realizando semejante estudio. La castidad, también, se ha convertido en una forma vacía ahora que nos hemos vuelto conscientes sobre la responsabilidad social en relación con la prostitución. Ninguna mujer que no haya sido informada sobre los hechos del sexo puede poseer la castidad como una cualidad activa y ayudar a proporcionar a otras mujeres y a todas las niñas la oportunidad de mantener su pureza.

Lo que ha sido demandado de las mujeres en el último siglo es que de alguna forma encarnen virtudes que no son más que universales abstractos. La mujer debe o bien ser carente de virtud porque se la empuja a ser negativa y por tanto positivamente dañina para la sociedad, o no sólo se le debe permitir sino ayudar y animar a desarrollar nuevas formas de actuar efectivas y aprobadas con referencia a la situación actual en la que se encuentra ella misma, formas que poseerán un contenido digno de ser valorado. Lo que las mujeres deben perseguir si van a satisfacer el espíritu de las demandas de la sociedad es yoes que respondan a los valores sociales en las relaciones aparentemente impersonales del hogar con la comunidad más amplia, del mismo modo que han respondido en el pasado a los valores sociales más limitados del hogar feudal. En la mujer pensativamente consciente, los varones encontrarán no sólo el contento que temían perder, sino un contenido infinitamente más rico; nuevos valores no experimentados antes; la misma mujer pero con un yo más amplio y más dulce, más caritativa, más comprensiva, sólo porque ella es capaz de representar empáticamente los intereses de mucha más gente, sólo porque ella es un centro activo de muchas más relaciones vitales, sólo porque ella es madre de toda la humanidad y su poder para amar y proteger es infinitamente ampliado dado que su yo es ahora tan amplio como su mundo.

La existencia continuada de los valores centrados en las mujeres y en la familia, depende por lo tanto, primero de un ajuste a las condiciones externas, un cambio en la forma del hogar y en los métodos del mundo industrial tal que el varón y la mujer puedan pasar libremente del uno al otro sin tales cambios violentos de actitud como para perturbar la armonía del yo y dejar la personalidad necesariamente inconsistente, depende finalmente y esencialmente del paso de las mujeres desde el yo individualista de la familia al yo que se corresponde con esta sociedad más amplia, más compleja de la cual debe conformar una parte más o menos consciente y activa. El grado de conciencia social que la humanidad debería ser capaz de conseguir depende directamente del número de individuos que logren alcanzar la conciencia del significado completo de todas sus relaciones sociales, que reconozcan en su totalidad su dependencia de una situación social para la forma del yo que desarrollan, y que crecientemente multipliquen el número de actitudes sociales y de yoes que son capaces de sostener hacia estas complejas relaciones. Cuando una mayoría de los miembros de una sociedad alcance semejante conciencia social, tendremos condiciones favorables para el control de los problemas sociales ya que todos los elementos implicados estarán explícitamente presentes en la conciencia de la mayoría de los individuos. Pero este estadio de desarrollo social nunca podrá ser alcanzado mientras a una amplia clase de gente, tales como sus mujeres, se les permita, anime, o fuerce a existir en un mundo irreal deliberadamente mantenido con ese propósito. Tampoco los yoes de los varones, en la medida en que están formados en sus relaciones con las mujeres, alcanzarán nunca las posibilidades completas de la personalidad mientras las mujeres permanezcan sólo parcialmente auto-conscientes.