Conflicto y conciencia social en Jessie Taft

Conflict and social awareness in Jessie Taft

  • Silvia García Dauder

La historia de las grandes fechas, las grandes teorías y los grandes [h/n]ombres, tanto de la psicología, como de la sociología y la psicología social, esconde secretos muy bien guardados, pequeñas grandes joyas que por sus posiciones transfronterizas y marginales de los circuitos de reconocimiento y legitimación han sido olvidadas constituyendo memoria por ausencia. La figura y obra de Jessie Taft ejemplifica este olvido de brillantes teóricas sociales de principios de siglo XX, y la ausencia de genealogía como consecuencia de las políticas de género y conocimiento. Evidencia la condición no-marcada del género masculino como garante privilegiado de reconocimiento histórico en estas disciplinas sociales. La definición de la teoría sociológica desde una universidad-academia que se resistía a admitir a las mujeres como sujetos legítimos de conocimiento a finales del XIX, junto con la especialización disciplinar, erosionaron progresivamente el recuerdo socializador de estas brillantes científicas sociales que desde sus prácticas en los ámbitos transdisciplinares aplicados o de reforma construyeron conocimiento para producir cambios sociales.

La obra de Jessie Taft tuvo como antecedentes dos mitos de origen de la Sociología: uno, recogido por los manuales dominantes de la disciplina, la creación en 1892 del primer departamento de sociología en la Universidad de Chicago; el otro, recuperado por historiógrafas feministas, la fundación en 1889 por Jane Addams y Ellen Gate Starr del centro social de la Hull House, desde el cual se generó una red de contactos y colaboraciones entre reformadoras sociales y científicas sociales de la Universidad de Chicago cuyo trabajo constituyó lo que se ha denominado la “Escuela Sociológica de Mujeres de Chicago” (Lengermann y Niebrugge-Brantley, 1998)1. Inspiradas en gran medida por las tesis de Jane Addams, estas mujeres fusionaron en sus trabajos lo personal y lo profesional, lo público y lo privado, lo teórico y lo aplicado. De la inagotable actividad de la Hull House salieron un gran número de investigaciones cuantitativas y cualitativas que dieron pie a cambios sociales y legislativos en ámbitos como la inmigración, el trabajo infantil, la salud, la explotación laboral y las relaciones desiguales sexuales y raciales en EEUU. Hull-House Maps and Papers de 1895, una obra colectiva sobre el vecindario de la Hull House, se convirtió en uno de los textos más innovadores de la sociología norteamericana y feminista de la época. En colaboración con estas profesionales de la sociología aplicada, académicos de Chicago como Ward, Mead, Dewey, Thomas o Veblen, criticaron la cultura androcéntrica del laissez faire spenceriano y del individualismo competitivo, e insistieron en la necesidad de intervención humana y en la mayor participación de las mujeres y los valores femeninos en la esfera pública como antídoto frente al impersonal y depredador capitalismo industrial (Rosenberg, 1982).

En Chicago, esta inicial fertilización cruzada entre los ámbitos universitarios y de reforma, con figuras puente como fueron las sociólogas Jane Addams o Marion Talbot, se vio debilitada gracias a la segregación sexual disciplinar impulsada por dos medidas del presidente de la Universidad, William R. Harper (Rosenberg, 1982): una, en 1902, la construcción de un college junior sólo para mujeres, segregando por sexo la educación universitaria, tras diez años de exitosa coeducación, bajo el argumento del desprestigio que suponía la feminización creciente de su estudiantado; la segunda, la segregación disciplinar, vía especialización, escindiendo de la Sociología las actividades de reforma y creando la escuela de Trabajo Social. Este doble proceso de segregación produjo un progresivo distanciamiento entre mujeres reformadoras y varones académicos, estableciendo una distinción institucional entre una masculinizada sociología teórica –a cuya profesionalización universitaria accedieron muy pocas mujeres como consecuencia de las políticas discriminatorias-, y su cara práctica desde los ámbitos de reforma, feminizada y desprestigiada. Taft no fue ajena a esta segregación sexual disciplinar que afectó de forma evidente a sus oportunidades de empleo, desplazándola progresivamente desde la sociología y la psicología académicas al trabajo social y la “sociología clínica”.

De 1908 a 1913 Taft realizó sus estudios de doctorado en Chicago formándose en el interaccionismo simbólico de George H. Mead y en el pragmatismo de la Escuela de Chicago. También asistió a los cursos de William Isaac Thomas, muy crítico con la situación inhibidora a la que se empujaba a la mujer moderna, defensor del sufragio femenino y de la nueva mujer profesional y muy interesado en el trabajo de las mujeres sociólogas de la Hull House que influyeron en gran medida en su obra. También en la universidad, Taft conoció a Virginia Robinson, su principal influencia y su compañera durante más de cuarenta años –y con la que adoptó dos hijos2. Ambas entraron en contacto con la red de mujeres profesionales sociólogas situadas fundamentalmente fuera de la academia -y en torno al centro neurálgico de la Hull House.

Gracias a Marion Talbot, decana de mujeres de la universidad, Jessie Taft consiguió en 1912 su primer empleo como científica social en un proyecto del Estado de Nueva York para la investigación de mujeres delincuentes, realizando entrevistas en el Bedford Hills Reformatory for Women. De vuelta en Chicago, y tras haber presentado su magnífica tesis doctoral en 1913, Taft experimentó al igual que la mayoría de sus coetáneas cómo la universidad cerraba sus puertas profesionales a las mujeres. Consiguió un puesto como ayudante de dirección en la New York State Reformatory for Women, pero los objetivos, ideales y la formación requerida en dicho centro distaban mucho de lo que Taft había aprendido en Chicago. Taft consideraba “rehabilitables” a la mayoría de las reclusas si se producían cambios en sus condiciones sociales -si se les ofrecía educación y condiciones económicas adecuadas-, y se negaba a utilizar términos estáticos como “deficiencia mental” que marcaban de por vida a estas mujeres sin recursos. Esta brillante doctorada de Chicago abandonó pronto su empleo en el reformatorio, y tuvo que volver al hogar paterno sin ninguna recomendación laboral y con la sensación de carecer de las habilidades apropiadas para los trabajos de reforma que se abrían a las mujeres. «Estaba atrapada en una situación donde las mujeres sociólogas experimentaban cómo su poder disminuía en la disciplina mientras las trabajadoras sociales estaban ganando legitimidad como profesión» (Deegan, 1986: 34).

Tras este desencuentro, Taft intentó sin éxito encontrar un empleo académico en sociología. Ocupó durante diez años un puesto marginal y muy inestable como instructora de Psicología, a tiempo parcial, en cursos supletorios de la Universidad de Pensilvania. Finalmente, en 1934 terminó contratada en la Escuela de Trabajo Social de dicha universidad –casi dos décadas después de terminar su doctorado. Estos cambios profesionales influyeron en sus desplazamientos teóricos, prácticos y de redes: se convirtió en una líder del Trabajo Social y fue internacionalmente reconocida por su colaboración con Otto Rank de quien fue traductora y biógrafa. Durante este período, Taft desarrolló una versión particular de “sociología clínica” combinando el interaccionismo simbólico y la teoría de la génesis del yo de Mead con la “voluntad de ser libre” del pensamiento de Otto Rank3.

Situar la tesis doctoral de Jessie Taft supone acudir al engranaje de los inicios de la psicología social, la sociología y la teoría feminista. Dirigida por George Herbert Mead desde la Universidad de Chicago, escrita en 1913 y publicada en 1915, es probablemente la primera tesis escrita sobre el movimiento de las mujeres en los Estados Unidos (Seigfried, 1993), con la particularidad de que analizó -vía Mead- los procesos psicosociales de su emergencia enfatizando el papel de los conflictos psicológicos y de la conciencia social de la mujer moderna. Para Taft, lo que motivaba y vitalizaba al movimiento de las mujeres iba más allá de la consecución del voto, e incluso más allá de otros cambios legislativos, políticos o económicos, tenía su raíz en conflictos psicológicos de las mujeres que veían sus deseos de emancipación frustrados por los constreñimientos sociales4. Unos constreñimientos influidos por la ideología victoriana de la segregación sexual de esferas y por un ideal romántico que se empeñaba en conservar en el formol de los muros domésticos a la “mujer medieval” en un contexto de cambios industriales y urbanos. En contraste con la mayoría de versiones tradicionales, neutras y universalistas, que han explicado los cambios acontecidos desde los modelos de producción gremiales y domésticos al modelo industrial, Taft no fue ajena a las diferencias de género y nos describió qué significaron estos cambios en las relaciones sociales para las mujeres y para los varones de la época. Todo ello desde una perspectiva meadiana relacional5 y con influencias de la “ética social” de Jane Addams, crítica con el individualismo y demandante de cambios de conciencia social acordes con las nuevas y complejas relaciones sociales introducidas con la industrialización.

El texto que se presenta a continuación es el capítulo segundo de su tesis El Movimiento de la Mujer desde el Punto de Vista de la Conciencia Social. En este fragmento Taft sitúa el movimiento de la mujer dentro del contexto histórico y social de los cambios acontecidos con las nuevas relaciones industriales. Le precede un primer capítulo donde analiza los problemas que justificaron el movimiento de las mujeres: la elección intolerable experimentada por las mujeres entre el aislamiento doméstico o la “monstruosidad” profesional, el conflicto entre la ética familiar y la ética del trabajo, la doble moral en la sexualidad, la necesidad de independencia económica, las restricciones sobre las mujeres para participar en la vida política, o la dificultad para reconciliar las ropas ultrafemeninas con los espacios y demandas laborales. Dicho capítulo tiene una relevancia especial para la teoría feminista en la medida en que construye genealogía al analizar la obra de teóricas feministas del momento como Olive Schereiner o Charlotte Perkins Gilman. En los capítulos posteriores, Taft desarrolla una teoría social del yo, relacional y dinámica, como base para el movimiento de la mujer y que ya es esbozada en este capítulo segundo.

1 Referencias

Deegan, Mary Jo (1986). The clinical sociology of Jessie Taft. Clinical sociology review. 4, 30-45.

Lengermann, Patricia Madoo y Niebrugge-Brantley, Jill (1998). The Women Founders. Sociology and Social Theory, 1830-1930. Boston: McGraw Hill.

Rosenberg, Rosalind (1982). Beyond Separate Spheres: Intellectual Roots of Modern Feminism. New Haven: Yale University Press.

Seigfried, Charlene H. (1993). Introduction to Jessie Taft´s “The Woman Movement from the point of view of Social Consciousness”. Hypatia. 8 (2), 215-218.