Athenea Digital. número 6- otoño 2004

Fernández Christlieb, Pablo (2004)
La sociedad mental. Barcelona: Anthropos.



Gabriela Porretti Álvarez
Procedencia
Gabi_Ana1@hotmail.com

 

“La sociedad mental” podría considerarse un tratado de psicología de lo más profundo de la vida cotidiana, de lo que damos por descontado. Pablo Fernández, mediante el análisis de las formas de ciertos aspectos de la vida social, como el lenguaje, los mitos, los recuerdos y los objetos, provoca a las evidencias, a lo que aparentemente parece normal, a lo que no tiene problemas aparentes, a lo socialmente insignificante, y todo ello desde ángulos inesperados, provocando que el lector reflexione y cuestione aquello que le es más cotidiano, su mundo dado por descontado.

Pablo Fernández Christlieb es, hoy en día, uno de los más importantes impulsores de la psicología colectiva, y en este libro y con una original estructura narrativa, en forma de notas al final de cada capítulo, expresará sus consideraciones sobre esta disciplina. En términos generales, la psicología colectiva es la disciplina de las formas, que estudia la sociedad como ente psíquico, y también al contrario, partiendo de que un individuo, un acontecimiento, un sentimiento, sea cual sea, tienen forma de sociedad.

Cuando hablamos de sociedad, de realidad y de conocimiento ¿hablamos de cosas diferentes? Con esta cuestión comienza a polemizar el autor de este ensayo y de forma ingeniosa la hace presente durante todo el libro, llegando a la siguiente premisa:

Sociedad y realidad son lo mismo: la sociedad necesita inventarse algo que parezca exterior y distinto a si misma y así poder ir conociéndolo y fabricándolo, y por tanto también, conociéndose a sí misma. Es decir, que la sociedad se hace de ir conociendo la realidad, y paradójicamente la realidad está hecha de ese conocimiento.

En conclusión, la sociedad inventa lo desconocido, para luego ir a conocerlo, esto es el conocimiento, y la sociedad es el pensamiento que la conoce. Este conjunto de paradojas, que a priori parecen ser un sin sentido, es lo que lleva al autor a denominar a la sociedad como sociedad mental.

Bajo este postulado, el autor definirá la psicología colectiva como disciplina que estudia objetos que no existen en la realidad, sino que los inventa: la vida no tiene forma sino hasta que hay un pensamiento que se la da.

El autor basa su argumento en que la psicología colectiva, al ser la disciplina que estudia la sociedad como entidad psíquica, es la psicología de las formas. El modo en que piensa la sociedad es mediante formas, que suponen la presencia de un orden: todo lo que nos rodea tiene en común que tiene forma, “forma de la sociedad”, cuáles son esas formas, será el objetivo del autor a lo largo del escrito. Define la forma como una cosa física o no física, distinta de sus descripciones o medidas, que aparece como independiente de sus componentes y que contiene al observador, y es por esto que las formas tienen una cualidad mental, en el sentido de que el observador les da forma con su presencia, con su coexistencia, y además la forma le da forma al observador.

En este intento de hacer una psicología de las formas, el autor analiza una serie de aspectos de la vida cotidiana, a saber, el lenguaje, los objetos, los recuerdos y los mitos.

Fernández argumenta que el lenguaje está vivo, siente y piensa. Las personas formamos parte del lenguaje que pronunciamos, y el que lo escucha también está dentro de él. Por eso, lo interesante del lenguaje, no es lo que decimos, sino lo que no decimos de lo que decimos. Bajo esta premisa, Fernández analiza los distintos tipos de lenguaje, poético, especulativo, y técnico, cómo se usan y con qué fines.

No obstante, no todo es leguaje. Aquello que no es lenguaje son los objetos, o dicho de otra manera, un objeto es lo que carece de lenguaje en un mundo de lenguaje, es lo que queda después de lo dicho, es decir, que el lenguaje no agota el objeto, por mucho que tratemos de nombrar y caracterizar a las cosas, nunca llegaremos a la cosa en sí misma.

Los objetos pueden ser lejanos, cercanos o desde dentro. Los objetos lejanos son aquellos que tienen contornos bien definidos y que aceptamos como correctos sin ninguna duda, no cuestionamos su cualidad de reales, pues su existencia o inexistencia no tienen que ver con uno. Pero estos contornos bien definidos pueden cambiar y dejar de serlo, interfiriendo con uno mismo, y volviéndose los objetos, cercanos, es decir, que el objeto forma parte de uno mismo, y hay algo de uno mismo en el objeto. Estos objetos son los que contienen una carga afectiva, los que tienen un valor sentimental, incluyendo desde la sillita de la abuela, hasta las costumbres y tradiciones, que sin su dueño desaparecerían, y sin ellos uno no sería uno mismo. Por último están los objetos desde dentro, que son los sentimientos o sensaciones, donde no existen los contornos, por lo que el objeto le sucede a uno, uno mismo es el objeto. Estos objetos son igual de materiales y reales que los demás, es más, es en presencia de estos objetos cuando la realidad se hace más patente, nada divide al objeto de uno mismo, pues uno mismo es el objeto, uno se mete dentro de la realidad y la realidad se mete dentro de uno.

El autor se detiene en cierto tipo de objetos cercanos, como son el arte y la ciencia. El arte pretende difuminar los contornos del objeto, y convertirlo en sensación y sentimiento. La ciencia, al contrario, es un mundo considerado como un objeto, para poder apreciarlo desde fuera, con sus contornos bien delimitados.

Siguiendo su exploración sobre las formas de la sociedad, Fernández hace referencia a los recuerdos y a la memoria, que no hay que confundirlos con fenómenos subjetivos, son colectivos, puesto como argumentaba Halbwachs, “no hay memoria posible por fuera de los marcos de los cuales la sociedad se sirve para fijar y encontrar sus recuerdos”. La rapidez en que nos movemos hoy en día, es según el autor, la asesina de la memoria y de los pensamientos con fondo, convirtiéndose en defecto y en pérdida de tiempo todo lo que suponga recorrer un trayecto para conseguir una meta, y como efectivo lo que se consigue de inmediato, y por tanto, superficialmente.

Fernández, a la vez que analiza la realidad cotidiana y apoyándose en este análisis, hace una crítica feroz al mundo de hoy. La “dicotomización” de todo cuanto nos rodea (racionalidad- afectividad, abstracto- concreto) produce un vacío entre la sociedad y el mundo, entre conocimiento y realidad, en definitiva, una “pérdida de significado”, de falta de sentido de la vida en las personas. Precisamente sobre esta línea, expone el autor, es en la que trabaja la psicología colectiva, averiguando las condiciones y cualidades del nacimiento, generación y degeneración del sentido y el significado generales de una sociedad, es decir, como dice el autor, aquello que la hace surgir desarrollarse y deshacerse, aquello que hace que la vida valga la pena.