Athenea Digital. número 6- otoño 2004

Dreyfus, Hubert (2001)
Acerca de Internet. Barcelona: Editorial UOC. Colección Nuevas Tecnologías y Sociedad. 2003



María Fernanda Carmona
fercarmona@yahoo.com

 

Trascender el cuerpo. La presencia de Internet

Hablar “Acerca de Internet”, nos introduce en un campo infinito de sorpresas, dudas e incertidumbre. Como plantea Hubert Dreyfus en su libro: “Internet no es solo una innovación tecnológica, es un nuevo tipo de innovación que saca a relucir la verdadera esencia de la tecnología”.

Ante éste panorama cabe preguntarse sobre el impacto que causa Internet en lo social, y si verdaderamente la esencia de la tecnología saca a relucir usos y costumbres que son beneficiosos para el ser humano.

Cada tecnología (y podemos entender a ésta como aquellas conversaciones que ocurren a nuestro alrededor, en las cuales inventamos prácticas y herramientas para conducir las organizaciones y la vida humana) acarrea un nuevo saber, entonces debemos estar atentos a las infinitas relaciones de poder que se establecen, a esos juegos en donde también aparece el dominio. O como dice Piscitelli “considerarnos ajenos a nuestras prótesis tecnológicas no nos libera de la alineación y la manipulación. Pero si las máquinas inteligentes están en camino se ser interiorizadas como antes lo fueron el alfabeto, la imprenta y tantas otras tecnologías generarán necesariamente una nueva psicología que trascenderá los límites del cuerpo físico individual.” (Picitelli, 1995). Estamos hablando de una psicología que deje atrás el cuerpo, y éste es el elemento mas grave en cuestión.

Algunas investigaciones llevadas a cabo sobre el impacto social de Internet, demostraron que los usuarios percibían una sensación de incremento de la depresión y la soledad, ya que esta tecnología tiende a la reducción de la comunicación con los demás miembros de la familia, o de los círculos sociales. Es entonces cuando las promesas de Internet tropiezan con el límite de la humanidad, con el cuerpo.
Evidentemente las conclusiones a que llegan estas investigaciones es que hay una pérdida de presencia corporal entre las personas.

Ante esta novedad tecnológica hay muchas mas predicciones que realidades. Muchos autores hablan de un nuevo nivel de civilización, argumentando que “el ciberespacio es la tierra del conocimiento. Su explotación constituye el mas puro y eminente motivo de la humanidad” (Esther Dyson, 1994)

Pero aquí estamos hablando de sujetos sumergidos en un espacio, en lo que se ha denominado “red de redes”.

Se puede suprimir el cuerpo? Podemos existir solo como esencias? Estas son algunas de las preguntas que se plantea Dreyfus y que intenta desarrollar en su libro.

Todo esto no es una nueva discusión. Ya Platón argumentaba que el cuerpo es la tumba del alma y Sócrates hablaba de “morir en el cuerpo” y ser pura mente.

Antiguo enigma del cuerpo. Nietzche en cambio, afirmaba que el hombre debía trascender sus limitaciones humanas para alcanzar el superhombre. Con ello intentaba fomentar la idea de que el hombre no debe negar su muerte y su finitud, sino entender la fuerza afirmativa de sus cuerpos y su mortalidad.

El mundo virtual nos permite estar en todas partes. Se puede navegar durante horas, recorrer miles de espacios, dejando atrás nuestros cuerpos. La cuestión es con qué criterio navegamos o elegimos la información si no hacemos uso de nuestros cuerpos?
Internet nos sumerge en un mundo con miles de datos sin sentido global. La información se maneja a través de hipervínculos que enlazan los contenidos entre si. De esta forma se conecta la información, pero bajo ningún criterio específico, ni tampoco jerarquías. “Por ello cuando todo puede vincularse indiscriminadamente y sin obedecer a algún propósito o significado concreto, el tamaño de la red y la arbitrariedad entre sus enlaces, hacen extremadamente difícil para un usuario encontrar exactamente el tipo de información que busca” (Dreyfus, 2001)

Nuestras formas de organizar la información son de tipo jerárquicas, a través de categorías.

“Estos esquemas de selección se basan en prácticas. Pero a su vez, estas prácticas ayudan a organizar la información en un proceso interactivo” (D. Blair)

Esta relación natural entre la práctica y la información no sucede en la red, donde no existe ningún criterio de selección.

Pasamos de un modo semántico de estructuración de la información orientado por el significado a otro basado en la sintaxis formal, donde el significado pierde toda relevancia. Este inconveniente intentó resolverse a través de la Inteligencia Artificial y desde hace décadas se intenta que los ordenadores, que son máquinas sintácticas, se asemejen a los seres humanos, que somos seres sensibles a la semántica y a los significados. Claro que estos investigadores se encontraron frente al problema de tener que sistematizar el sentido común. Ardua tarea la de la ciencia, que vuelve a toparse con el problema del cuerpo, el límite de la humanidad.

“Como casi todo nuestro entendimiento sobre lo que implica estar en un cuerpo es intuitivo, orientado por la inmediatez y las reacciones cotidianas, tenemos todas las razones para dudar que sea posible organizarlo correctamente en una base de datos computarizada” (Dreyfus, 2001)

El sentido común es parte del cuerpo, porque con él organizamos el mundo, le damos sentido y significado, y en éste proceso no notamos como construimos el significado del cuerpo mismo.

“Las técnicas de búsqueda de información en la web, tienen una desventaja de partida: intentan aproximarse al significado (...) sin contar con un cuerpo, y por lo tanto sin posibilidad de sentido común” (Dreyfus, 2001)

La Inteligencia Artificial no fue lo que esperaban, se toparon nuevamente con el cuerpo, extraña presencia irreproductible.

La información seguirá conectándose mediante hipervínculos sin criterios de selección, Internet seguirá irrespetuosa de las tradiciones, las jerarquías y el orden establecido, y como lo dice Dreyfus “no entenderá jamás el significado de nuestros documentos y sitios web”.

Con la aparición de Internet, también las predicciones en el ámbito educativo fueron asombrosas. Para muchos esta nueva tecnología revitalizaría a la educación. La educación podría llegar a todo el mundo, siempre y cuando tuvieran acceso y los conocimientos apropiados de la red. Pero tantas promesas fueron quedando vagas en la práctica. Es decir, la educación virtual no puede reemplazar a la vieja institución. El contacto en el aula, los intercambios cara a cara con alumnos y compañeros de ninguna manera podrían ser sustituidos. Menos aún el riesgo a los errores, la evaluación, la aprobación, todo esto inexistente en el mundo virtual.

“Únicamente en un espacio compartido entre profesor y alumnos, donde se puede sentir que se asumen riesgos frente a los demás y donde todos saben que contarán con la reacción del grupo, sea o no de aprobación, se dan las condiciones para fomentar el aprendizaje avanzado. La maestría o la experticia se consiguen únicamente en el mundo real; la primera, especialmente, es posible solo cuando hay una experiencia compartida por un maestro a imitar, con un tutor con el que se comparte el día a día” (Dreyfus, 2001)

Mas allá de todo esto, los defensores de la educación virtual hacen hincapié en la eficiencia del sistema de correos electrónicos capaz de mantener comunicados a profesores, administradores y padres entre si, además de proveer a los estudiantes de acceso a la información on line. Todo esto demuestra una transformación en las formas de comunicación, pero no ha generado cambios en los “métodos de educación”, siendo que a ello apuntaban las grandes promesas educativas virtuales.

Otro de los planteamientos de Dreyfus es acerca de lo que hay de Internet en nosotros, de cómo esta tecnología se incorpora en nuestras vidas y en nuestra subjetividad. Está claro que la evolución y desarrollo de Internet responde a un contexto, a prácticas que se llevan a cabo en la sociedad. No es aleatorio entonces que los usuarios se sientan ellos mismos como “fluidos, emergentes, descentralizados, múltiples, flexibles, y siempre en proceso (...) construcciones y reconstrucciones del ser característico de la vida posmoderna” (S. Turkle, 1955)

Con estos rasgos las personas pueden sentirse libres para constituirse en seres diversos, en nuevas personas constantemente. Con ello, uno podría entrar en contradicción consigo mismo. Donde queda el equilibrio? En el amplio globo virtual todo pasa a ser trascendente e intrascendente al mismo tiempo. Lo significativo, y lo no significante recorren las mismas rutas. “Todo se hace igualmente interesante y aburrido, arrastrándonos a la indiferencia total de nuestra era” (Dreyfus, 2001)

El problema aquí, es que esa característica de esta nueva tecnología (sintaxis formal), llevada al plano de las personas, nos lleva irremediablemente hacia la desesperanza. Los hipervínculos sin criterios de selección no se verán afectados en la misma medida que los hombres de carne y hueso. La desesperanza que puede llegar a generar la infinita cantidad de información sin ninguna clasificación ni jerarquización establecida, va de la mano con la falta de compromiso, ya que todo dentro de la red tiene el mismo valor. Y el compromiso es lo que da sentido a nuestra vida en este mundo.

“Nos encontramos ante el ser posmoderno: sin contenido ni continuidad definida, abierto a todas las posibilidades, adquiriendo nuevos roles permanentemente” (Dreyfus, 2001)

Los usuarios son espectadores que no asumen riesgos. Estos peligros que acarrean las interacciones sin riesgos, y que son producidas por el anonimato que genera la red, ya fueron anticipados por Kierkegaard en su crítica a la prensa y a la opinión pública. Nietzsche denominó nihilismo a esta condición en la que todo es igual en el sentido que nada es suficientemente importante como para comprometer la vida por ello.

Kierkegaard veía como el nihilismo que generaba la prensa ocultaba la idea de “reflexión objetiva”. Para este autor, “la esfera de lo público estaba destinada a producir un mundo descomprometido con la realidad donde todos tuviesen opinión y capacidad de comentar cualquier tema público sin tener que ni necesitar experiencia o responsabilidad alguna sobre el objeto de sus opiniones y comentarios”.

Así, cualquiera podría tener una opinión sobre un tema sin necesidad de actuar o pronunciarse al respecto. Lo que cabe preguntarse aquí, es que lugar ocupa la acción en este proceso. La reflexión se hace infinita en la medida en que las cosas se pueden ver desde miles de puntos de vista, y así las posibilidades para la acción se van alejando cada vez más. “Mientras los hechos queden sometidos al comentario crítico perenne, la acción puede postergarse sin límites”, y de ésta forma nunca será necesario actuar.

El mismo autor se sorprendería ante estos avances, que lejos de fomentar el compromiso lo diluyen aun mas. Y también se sorprendería de estas prácticas que dejan atrás el cuerpo, creyendo trascender dentro del universo virtual. Será necesario entonces recordar nuestra humanidad, que está hecha de pasiones, de riesgos, de intuiciones, que solamente se perciben desde nuestros cuerpos, y que esta esencia de la tecnología no podrá reemplazar nunca a nuestra presencia corporal.

Referencias

Blair, D. (1990) Language and Representation in Information Retrieval. Nueva York, Elsevier Science.

Dreyfus, H.L. (2001) Acerca de Internet. Barcelona: EdiUOC, 2003.

Dyson, E. (1994) Cyberspace and the American Dream: A Magna Carta for The Knowledge Age. Release 1.2. Washington DC: The Peace and Progress Foundation.

Kierkegaard, S. (1962) The present Age. Harper and Row: Nueva York. Traducción Alexander Dru (1962)

Kierkegaard, S. Journals and Papers. (vol. 2, num. 483). Bloomington, IN: Indiana University Press, ed. Y trad. H. V. Hong y E. H. Hong.

Nietzsche, F. (2000) Así Habló Saratustra. Madrid: Edimat libros (trad. Francisco J. Carretero)

Piscitelli, A. (1995) Ciberculturas en la era de las máquinas inteligentes. Barcelona: paidós.

Plato (1954) Phaedo. The last days of Sócrates (pag. 84). Baltimore., MD: Penguin. En castellano, Platón. Fedón. Apología de Sócrates.

Turkle, S. (1955). Life on the Screen: Identity in The age of the Internet. Nueva York: Simon and Schuster