Athenea Digital -núm. 5 Primavera 2004-

Laclau, Ernesto (2002)
Misticismo, retórica y política. México: Fondo de Cultura Económica.



Liliana Edith Ferrari
Universidad de Buenos Aires
ferrarililiana@hotmail.com

 

Tres artículos producidos por Ernesto Laclau entre 1996 y 1998 y publicados originalmente en inglés y por separado constituyen la primera edición castellana de Misticismo, Retórica y Política del 2002.

En el primero, Muerte y resurrección de la teoría de la ideología, Laclau sitúa dos cuestiones que llevaron la noción de ideología a su declinación teórica y a que sus trabajos entre el 85 y 96 el funcionamiento discursivo pareciera haberla hecho innecesaria. El primer argumento de la declinación se explica por la retracción de la noción de objetivismo social complementaria a la inflación del valor analítico de lo ideológico. En su omnipresencia progresiva las teorías de la ideología mueren por expansión indefinida, sin topos social extra que les provea la manera de definir un fundamento a revelar o un referente no mediatizado, toda experiencia social presente es vivida en coordenadas ideológicas, toda experiencia social posible se nutre de un componente de ilusión ideológica.

La segunda razón de la declinación se vincula a la imposibilidad práctica de crítica desde las teorías de ideología. La teoría crítica de la ideología se orientó desde una concepción de falsa conciencia y desde la noción de distorsión de un sentido originario a constituir un espacio metalingüístico para producir una operación de desenmascaramiento. La operación de la crítica consistía en pendular entre un sentido original alienado y un reconocimiento transparente, un sentido anterior posterior o sepultado por la operación ideológica, y la puesta en marcha de un dispositivo alternativo de construcción extra-ideológica.

Las aporías de las teorías de la ideología en todo caso, requieren de una revisión contemporánea, para emerger como una condición del ejercicio de la emancipación. Esta reválida de lo ideológico se produce en tanto los conceptos de formación discursiva y campo de discursividad del 87 dejaban en el mismo plano de análisis y posibilidades a todos y cualquier discurso social. La propuesta consiste en revisar los mecanismos que hacen posible la ilusión de cierre de lo social o la producción de horizontes requeridos para la construcción de vínculos sociales, la modalidad específica de estos mecanismos es la lógica de la equivalencia.

Una teoría contemporánea de la ideología debería atender a un tiempo:

-A la idea de distorsión constitutiva- realizada por proyección y no por revelación- de un sentido original “ilusorio” sobre un objeto particular que pasa a proponerse como plenitud para una comunidad en su realización como comunidad.
-A la producción ideológica por excelencia, que consiste en otorgar a un contenido particular la función de cierre, función de fijación ficticia de un sentido donde no había más que dislocación y ausencia de sentido absoluto. Por lo que la ideología resulta el proceso de constitución de cierre de lo social como sentido específico del vínculo social, siempre que un contenido particular, contingente y propio de la moralidad gruesa de un grupo pueda presentarse como la plenitud requerida para todos.
-En esta misma dirección la ideología constituye horizontes porque pronuncia los nombres de la plenitud ausente y a cada nombre se articula la comunidad como coherencia en la consecución de su realización.

Tal vez el aspecto mas fructífero de esta reinvención de la ideología en el marco de una teoría de lo político sea la función de producir identidad comunitaria bajo la forma de la coherencia o, en términos retóricos por catacresis y sinécdoques cuyos efectos particularizantes mantienen en tensión la relación entre lo propio y lo figurado, entre adición y supresión, entre referencia y contexto. La resurrección de la ideología agudiza la percepción de lo comunitario como efecto expresivo proyectado por las formas de vida grupales afectadas, campo de producción de representaciones colectivas radicalmente diferente de aquel donde las teorías sociológicas tradicionales sustanciaron su origen.

La primera de las razones por las que Laclau justifica su acercamiento a Paul de Man en Política de la Retórica refiere a su trabajo de subversión de fronteras entre la producción literaria y la teórica. La segunda razón, radica en un interés compartido, la dimensión retórica de la política y la ideología y la extensión del campo de la retórica a la estructura de la vida social misma. La retoricidad así generalizada, da lugar al trabajo sobre los efectos distorsionantes que la representación ejerce sobre toda referencia, disuelve en su propio análisis la ilusión de referencias no mediadas, a la vez que introduce en las condiciones mismas de la experiencia social y sus proyecciones una trama de tropos menores que la dinamizan.

El funcionamiento de un entramado de figuras retóricas menores en la estructuración misma de la vida social es para Laclau, el nombre de una nueva infraestructura, la de lo metonímico, que esta vez resiste a las totalizaciones metafóricas. Lo metonímico es aquí derivado de dos posibles situaciones de partida, o bien los términos primitivos son tropos, por los que permanece indeterminada su existencia y su significación; o bien son transformaciones de signos en tropos, es decir, una relación sustitutiva que afirma un sentido de existencia no verificada. La infraestructura metonímica así entendida es desplazamiento permanente, heterogeneidad e imposibilidad de vínculos genuinos y condición de posibilidad de la hegemonía, condición irreductible para el modelo laclauliano de la política.

Como tal, sin embargo, la hegemonía es intento de retotalizar y volver necesarios los vínculos que se produjeron contingentes, este intento es el poder en la hegemonía, poder articulador que promueve la totalización metafórica, poder de conservar lo contingente transformado en sentido esencial.

Pero la historización de la hegemonía, su posibilidad como praxis política y como teoría, requiere para el socialismo mantener distancia de dos tipos de estructuraciones discursivas que la harían igualmente imposible. La primera, la estrategia de clase corporativa, sostenida por una concepción de mera contigüidad social, sin desplazamiento de solidaridades democráticas de ninguna especie; la segunda, la estrategia de totalización metafórica, que propugna una clase universal, y opera saturando lo social de relaciones analógicas neutralizando las diferencias bajo el efecto de semejanza que produce. A distancia de estas dos formas extremas, lo hegemónico se posibilita a partir de la metonimia y de su reverso, la historia, con la lógica del puro evento, por la que identidades y tareas se vinculan en forma contingente, dando lugar a formas de representación particulares de una totalidad social que es inconmensurable.

En paralelo, la historia de la democracia puede ser retomada en función de dos tipos de ideales; en el desarrollo del segundo, Laclau ubicará el horizonte privilegiado para la radicalización de la contingencia hegemónica. El primer ideal, resulta de la comunidad unificada en forma transparente, el pueblo un actor homogéneo y Uno, enfrentado al poder, al enemigo, a una combinación de ambos, modelada en el ideario jacobino; estructuración dual, que frente al terror se expresa con pretensión metafórica. El segundo ideal, el respeto por la diferencia, requiere del pluralismo de los movimientos sociales, pura heterogeneidad cuya estructuración discursiva es metonímica. En esta segunda concepción de la democracia, en la que son visibles y operan libremente las diferencias, el particularismo de las luchas es central y el espacio de sustituciones tropológicas que las dinamizan es el terreno mismo en que puede construirse hegemonía. El escenario metonímico y pluralista de la hegemonía posible puede volver ahora sobre la plenitud social ausente para representarla, sin controlarla, en una alegoría generalizada, donde todos los criterios de analogía son inestables: los contenidos de la plenitud social, las identidades, las tareas y los cursos de acción comprometidos.

El tercer ensayo del texto – Sobre los nombres de Dios- se inicia por el análisis de las estrategias distorsivas del discurso teológico de Eckhart; Laclau encuentra aquí el mismo proceso de desesencialización crítica que en otros trabajos aplicara a nociones como sujeto político y proyecto que asume, por las que hegemonía y misticismo expresan la estructura general de toda experiencia posible.

Discurso místico y discurso hegemónico orientado a la emancipación operan en forma análoga en su pretensión de articular lo Absoluto y la finitud en el primer caso, plenitud social y carencia en el segundo. La experiencia de finitud es el nombre que adquiere la imposibilidad de lo social como realización plena. Finitud, carencia, falta, no admiten una traducción directa en contenidos relacionales positivos sino mediante una cadena de equivalencias, por las que se construye un proyecto político hegemónico y un imaginario utópico de arribo.

La analogía entre ambos discursos no es identidad por dos distinciones, la primera, el discurso político emancipatorio no disuelve los particularismos que ha relacionado en un nuevo sujeto universal o una comunidad indiferenciada; la segunda, la temporalidad de la realización del imaginario político se mantiene vinculada a las acciones del presente de los grupos que la componen, acciones interpretativas y contingentes al contexto en que un contenido particular encarna formas de realización social.

El lector tiene a su cuenta profundizar las claves, por cierto numerosas, por las que la hegemonía con pretensión emancipatoria se distancia al mismo tiempo de los discursos políticos y religiosos convencionales, tanto como de la fusión identitaria del discurso místico. Entre otras, la existencia de significantes vacíos que operen de contrapunto estratégico a lo vivido en el tejido social como experiencia opresiva y que son la condición contingente para representar el más allá de un proyecto político. Una segunda clave es el tipo de enumeración discursiva que posibilita la hegemonía, se trata de una articulación de diferencias sin estructura jerárquica interna que mantiene a los contenidos en una relación paratáctica y de apertura, formando una superficie metonímica sobre la que opera la lógica de la equivalencia -tercera clave para una estructuración hegemónica. Equivalencia simultánea, entre particularismos que se construyen análogos en las condiciones sociales vividas como carencia, opresión, dominación social y que se expresan ahora como totalidad discursiva en una proyección de plenitud social.

En todos los casos conviene advertir que la operación de nombrar la plenitud social ausente a secas, está lejos de la práctica de la hegemonía que Laclau reivindica como materialidad de una política emancipatoria. Materializar una política emancipatoria, consiste en construir en un cierto contexto el tipo de contenidos particulares y compromisos factuales con los que se realice, sin paz y sin tregua, algo menos que un universal con beneficiarios exclusivos eternamente preseleccionados por sus marcas de origen, por su contigüidad o por su poder expresivo.