Athenea Digital. número 4- Otoño 2003

Vázquez, Félix (Ed.) (2003)
Psicología del comportamiento colectivo. Barcelona: Editorial UOC.



Ana Vítores González
Universitat Autònoma de Barcelona
2053843@campus.uab.es

 

Este volumen, estructurado en cinco capítulos, ofrece una completa panorámica de las formas en que la Psicología social clásica ha abordado y explicado los procesos y el comportamiento colectivo, ofreciendo el plus de complementarlos y conectarlos con las perspectivas más actuales.

A pesar de la amplitud y especificidad de los ámbitos que se abordan en el libro, todo el recorrido está marcado por dos ejes de reflexión muy marcados que, aunque no borran las singularidades de cada capítulo, si permite fundirlos en mismo aire de familia para todo volumen.

En primer lugar, a lo largo de los capítulos no se deja de hacer énfasis e insistir en la tensión entre el cambio y la reproducción social que conlleva reflexionar sobre fenómenos y procesos colectivos; la tensión entre aquello normativo y su seguimiento, y aquello más resistente, cambiante, creativo; entre lo instituido y lo instituyente. Así, a lo largo de los diferentes capítulos se examinan las principales herramientas teóricas y conceptuales que proporciona la Psicología social para entender y reflexionar sobre la incidencia y el papel de la acción colectiva en el mantenimiento y la transformación de la realidad social.

En segundo lugar, y en relación con este pregunta por la reproducción y la transformación de la realidad social, los distintos capítulos comparten un enfoque abiertamente reflexivo y crítico. Un enfoque que se hace patente en la constante preocupación por no desconectar las distintas teorías y conceptos utilizados para dar cuenta del comportamiento colectivo de sus coordenadas socio-históricas de emergencia, de sus condiciones de producción. Un talante crítico, que ofrece una excelente muestra de un uso reflexivo de las aportaciones de la Psicología social; un uso que no es el de hablar en su nombre o el refugiarse en la complaciente aceptación de sus teorías. De este modo, el libro no sólo atañe al análisis de las características del comportamiento colectivo y a la variedad de fenómenos y procesos involucrados con el mismo, sino que también atiende a las diversas formas en que se han investigado y explicado estos procesos, y a los supuestos y efectos de estas explicaciones.

El primer capítulo “Procesos colectivo y acción social” invita a hacer un recorrido por las diferentes conceptualizaciones del comportamiento colectivo que se han hecho desde la Psicología social, no tanto para llegar una definición única, como para examinar las marcas de las conceptos. Ya desde este primer capítulo, sus autores, Juan Muñoz y Félix Vázquez, insisten en la necesidad de contextualizar el estudio del comportamiento colectivo y, por tanto, de atender a la dimensión socio-histórica de las diferentes explicaciones e incluso de los diferentes términos utilizados. De acuerdo con esto, los autores nos ofrecen un lúcida síntesis de los inicios de las investigaciones sobre masas: desde el “padre oficial” de la Psicología de las masas, Le Bon (cuestionando al mismo tiempo esa supuesta paternidad), pasando por Tarde y Freud hasta llegar a la vertiente colectiva de Wundt.

Con este primer suelo, se presentan de forma clara y sintética las principales aproximaciones teóricas que ofrece la Psicología social para explicar y entender el comportamiento colectivo, para proceder a su examen ideológico: a la consideración de aquellos supuestos, aquellas formas de concebir la sociedad y el orden social implícitas en esas teorizaciones, y los efectos que se derivan de las mismas. Ya desde este primera capítulo se asume claramente lo falaz que, a menudo, resulta distinguir “hechos” académicos de “hechos” culturales: que la Psicología social se constituya en sus inicios como una ciencia interesada en el comportamiento colectivo y que, “las masas” fueran uno de sus temas fundacionales, pone en en primer plano esa vertiente de nuestra disciplina que la he hecho “sensible” desde sus inicios a las demandas que emanaban de las instancias sociales dominantes.

Este primer capítulo se detiene además a examinar dos temas clásicos del estudio del comportamiento colectivo: el rumor y las multitudes en situaciones de pánico, para finalizar con un apartado dedicado al comportamiento en red. Asumiendo que los cambios en las formas en que nos comunicamos implican cambios en las formas de pensar, en las formas de comportarnos y en nuestras formas de hacer, “ser” y sentir y, por tanto, en nuestras formas de comportamiento colectivo, este apartado acaba abriéndose a nuevas preguntas; aquellas que surgen de la reflexión sobre las características de esta nueva modalidad de comportamiento colectivo en red y sobre la forma en que ofrecen la oportunidad de revisar los enfoques teóricos al uso.

Especialmente interesante es como se mantiene la dimensión socio-histórica en las caracterización de los procesos y las teorías, en el segundo capítulo: “Movimientos sociales, conflicto, acción colectiva y cambio social”. Efectivamente, si hay algo que marca todo el recorrido de este capítulo es la visión de los movimientos sociales como deudores de determinados contextos y de determinadas formas de entender la sociedad, de una determinada época histórica. De un momento en el que se hizo posible que las personas pudieran verse a sí mismas, como el origen de sus formas sociales, como “hacedoras” de la sociedad ya hecha y, al mismo tiempo, “hacedoras” de la sociedad por hacer. En ese énfasis, Lupicinio Iñiguez, recurre en la introducción del capítulo a una sugerente cita del poeta Leopoldo Maria Panero: “Más que cambiar la vida, como diría Marx, hay que cambiar la vida, como decía Rimbaud”. Un cita que permite ilustrar un punto de inflexión significativo en la historia de los movimientos sociales. Como Lupicinio explica “hasta un cierto momento, que algunos sitúan en los años 60 (...), los movimientos sociales pretendían cambiar el mundo, como diría nuestro poeta. Eran movimientos orientados a transformar la estructura social con la esperanza de que, generando nuevas formas de estructuración, la emancipación sería posible (Iñiguez, 2003:76). A partir de los años 60, emergen multitud de movimientos sociales que no responden a esos esquemas: “como diría nuestro poeta, querrán ‘cambiar la vida’. Sus demandas ya no estarán dirigidas a la obtención de mejoras materiales, sino a mejorar la vida, a crear espacios de libertad, de participación, de gestión conjunta de los asuntos sociales” (Iñiguez, 2003:76).

Haciendo especial énfasis en las aportaciones de la Psicología social al estudio de los movimientos sociales (tanto de la Psicología social clásica como la contemporánea) esta forma de caracterizar los cambios en la historia de las movilizaciones sociales, ofrece un marco de inteligibilidad al recorrido por las principales aproximaciones teóricas al estudio de estos procesos colectivos que se aborda a lo largo del capítulo. Un recorrido por las esa aproximaciones y por los argumentos que las constituyen que desemboca en una propuesta para articular una posible definición de movimientos social que asuma el alcance y la centralidad de estos procesos en la construcción y la transformación social. Alcance que finalmente se examina de forma concreta a través de un somero análisis del movimiento “antineoliberal”, que permite cerrar el capítulo explorando las dimensiones de este movimiento a la luz de las formas de pensar y reflexionar sobre la sociedad que están emergiendo en la teoría social actual.

El tercer capítulo, escrito por Teresa Cabruja, examina el papel de “Las instituciones sociales” en nuestros comportamientos, en nuestras formas de relacionarnos, de pensar, de vivir; de ser. Abarcando tanto la definición más sociológica del término institución (como el conjunto de normas y convenciones que regulan nuestra vida social) como su acepción psicológica y también más cotidiana (aquellos establecimientos donde se trasmiten esas reglas y esas convenciones, o donde se cierra a las personas cuando, por el alguna razón, no se ajustan a esas reglas) el capitulo permite un resumen sintético de algunos de los hitos más significativos en el estudio de las instituciones en las ciencias sociales. Así, se adentra en dos críticas paradigmáticas a la institución: la crítica de Erving Goffman a las instituciones totales y la crítica de Michel Foucault a la institución como dispositivo disciplinario. Junto al repaso de estas aportaciones, el capítulo ofrece un repaso de las algunos de los conceptos que invitan a reflexionar sobre las relaciones entre el control social, las instituciones y nuestro pensamiento. Todo ello con el objetivo de mostrar como las instituciones nos constituyen y subjetivan y como nosotros mismos participamos en la reproducción de estos procesos institucionales. Sin olvidarse, de acuerdo con ese énfasis en la dialéctica instituido/instituyente que caracteriza a todo el volumen, de aquellas formas en que participamos de la subversión de los procesos institucionales: de las bases de transformación, cambio o resistencia al control social.

Tomando como marco los argumentos examinados, el capítulo acaba dilucidando como la Psicología se erige en institución social del conocimiento sobre las personas y en productora y reguladora de la subjetividad. Este apartado, permite ahondar en algunas de los sentidos en que la Psicología y la cultura psicológica participan de nuestra regulación y autorregulación al escrutar los sentidos en que nuestra propia subjetividad es un importante instrumento de reproducción social.

“La memoria social como construcción colectiva” es el título del cuarto de los capítulos. Un capítulo en el que, Félix Vázquez y Juan Muñoz, a partir de la problematización y la decontrucción de la noción de memoria como capacidad individual, se adentran en aquellos argumentos que permiten conceptualizar la memoria como acción social.

El capítulo se compone de dos apartados básicos. En el primero se analizan de forma detallada los supuestos y las premisas implícitas que permiten sostener la concepción de la memoria como capacidad individual de recuperación de información pretérita, así como las consecuencias de esa concepción, para luego pasar a explorar otras definiciones y enfoques de la memoria. De este modo se repasan un conjunto de aportaciones realizadas por una serie de investigadores de comienzos del siglo XX (Bartlett, Halbwachs, Blondel y Meyerson) que coinciden en caracterizar la memoria como proceso y producto psicosocial. Aportaciones a menudo “olvidadas” por parte de la Psicología social dominante y que permiten, por un lado, reconocer el papel indispensable del contexto histórico, social y cultural a la hora de concebir la construcción, el mantenimiento y la transformación de la memoria, y por otro, atender al carácter intrínsecamente comunicativo de la memoria.

Recogiendo buena parte de estas aportaciones, en el segundo apartado se desarrollan de forma más exhaustiva los elementos principales que hacen inteligible esa forma de entender la memoria como acción social y que ponen en primer plano “su carácter de producción de presente y su papel de vínculo relacional” (Vázquez y Muñoz, 2003: 190).

Se desarrolla de este modo una visión de la memoria que hace énfasis en su carácter comunicativo, argumentativo y retórico, examinando tanto la importancia de los contextos de relación en la creación, reproducción y transformación de la memoria, como el papel de la memoria en nuestras relaciones. Una visión que, siguiendo con esa atención al significado de la memoria en las relaciones, se complejifica al invitarnos a reflexionar sobre el papel de la memoria en la reproducción y transformación de la realidad social: sobre la incidencia y las implicaciones de la memoria social en el mantenimiento y/o la transformación la sociedad en la que vivimos. Cuestionando la idea de que la memoria como almacén pasivo cuya función principal es conservar el pasado, se explícita el carácter activo y constructivo de la memoria. Se vindican los sentidos en que hacer memoria implica construir y modificar el pasado de acuerdo con el presente, es decir, hacer operativa y significativa una versión del pasado en nuestro presente. Y es esa construcción del pasado desde el presente lo que nos permite escrutar la importancia de la memoria para dar continuidad y/o transformar nuestras vidas, nuestras organizaciones y nuestra realidad.

El último capítulo “Medio Ambiente y comportamiento humano” opera incardinando el estudio del medio ambiente en la pregunta por el comportamiento colectivo, preguntándose por las formas en que ambos se coproducen. De este modo, Pep Vivas, alejándose de aquellas visiones del entorno y el medio ambiente como simple escenario o decorado de nuestra relaciones y comportamientos, nos ofrece un repaso por aquellas herramientas teóricas y conceptuales que permiten dar cuenta del papel del medio ambiente en la configuración de nuestras relaciones. Herramientas que inciden en la fuerte relación que hay entre nuestros comportamientos, nuestras formas de hacer y ser y los espacios y la forma de vivirlos. Para examinar esa dimensión socio-espacial de nuestro comportamiento, se presentan algunos de los principales conceptos y marcos teóricos desarrollados por la Psicología ambiental, haciendo un claro énfasis en la construcción de significados sobre el medio ambiente. Así mismo, se repasan de forma clara aquellos constructos que permiten dar cuenta de la formas en que la identidad social se relaciona con nuestros sentimientos de pertenencia a determinados entornos, y aquellos conceptos que permiten entender que hay espacios que “piden” o “facilitan” determinadas relaciones sociales (y dificultan otras), así como pensar en los elementos (desde un punto de vista cognitivo, simbólico y discursivo) implicados en nuestra comprensión y actuación sobre el medio ambiente.

El capítulo acabada insistiendo en una de las constantes del libro: la reflexión sobre los supuestos y los efectos de la producción de conocimiento. Y lo hace invitándonos a examinar de forma crítica el tipo de “saber” que se produce sobre el medio ambiente en la actualidad (haciendo especial hincapié en “el discurso verde” y “el discurso de la sostenibilidad”), atendiendo a las formas en que se transmite y consolida ese saber ambiental y a los efectos y las posibles consecuencias del mismo.