Athenea Digital. número 2- Otoño 2002
Asalto a la fábrica

Quintana, Francisco (Coord.) (2002)
Asalto a la Fábrica Luchas autónomas y reestructuración capitalista 1960-1990. Barcelona: Alikornio Ediciones.



María José Reyes
Programa de doctorado en Psicología social. Universitat Autònoma de Barcelona

 

‘Asalto a la fábrica’ es un texto que busca entretejer una memoria marginada, silenciada y acaso olvidada desde la política institucional española. Una memoria que en su enunciación busca dar cuenta de aquellas tensiones, conflictos y luchas que resultan ser invisibles en la historia de la transición, una historia donde ‘lo consensual’ modula y moldea las diversas narraciones de lo pasado.

Es la memoria de las luchas autónomas llevadas acabo en las fábricas, entre los últimos años del franquismo y el transcurso del proceso transicional, la que entrará en juego y en tensión con ‘las versiones consensuadas de la Transición’.

En dicho proceso, se instala una nueva forma de enfrentar las diferencias, una nueva forma de deliberar, en definitiva, una nueva forma de hacer política. Se opta por una política del consenso, legitimando la negociación, la tolerancia y el pacto como únicas fórmulas para realizar los cambios y transformaciones requeridos para transitar desde un régimen autoritario a un estado democrático.

De esta forma, la confrontación y el antagonismo serán prácticas políticas desplazadas, llegando incluso a ser fuertemente cuestionadas y deslegitimadas dado su potencial desestabilizador del orden social y de la gobernabilidad.

En este sentido, el consenso aparece como una suerte de olvido, olvido de las diferencias y de la confrontación entre ellas, olvido de los dialectos propios y de los dialectos ajenos. Un olvido que busca la desaparición del Otro y la homogeneización en un Nosotros. En definitiva, una política de consenso que se erige como único dialecto posible para la convivencia de la sociedad española.

Ciertamente, para que una política de consenso, tal y como se comienza a gestar en los últimos años del franquismo, sea efectiva, requiere del establecimiento de límites que den cuenta de las ‘zonas prohibidas’, de las ‘zonas intocables’, zonas que no estén expuestas a la deliberación ni al cuestionamiento de sus cimientos, sino sólo a meras modificaciones que no trastoquen su sentido.

De esta forma, la política dejará de ser una lucha entre alternativas, una puesta en juego de las diferencias, y se acotará a una toma de decisiones en cuanto a variaciones y ajustes, es decir, a cambios que no comprometan la dinámica global hasta el momento establecida.

Desde esta lógica es posible comprender cómo en el tránsito político hacia la democracia, si bien se buscaba una ruptura con el régimen imperante, ésta debía ser cautelosa, con tintes reformistas más que rupturistas, pero un reformismo que no cayera en una línea continuista. Así emerge un nuevo concepto que encierra las contradicciones propias de este proceso y que establece por lo demás la forma legitimada para el juego político. Será desde la asunción de una ‘ruptura pactada’, una ruptura consensuada entre “los herederos reformistas de la dictadura y la oposición antifranquista” desde donde se pensará y articulará el tránsito hacia el orden democrático, hacia “una ‘modernización capitalista’, en la que se perpetúa, en la esfera estatal y del empresariado, un substrato cultural y político profundamente autoritario” (p. 123).

Las líneas del juego trazadas por el ‘Pacto de la Transición’ dejó al margen a toda tendencia o movimiento que cuestionara sus formas de hacer y de configurar mundo. La indiferencia, el descrédito e incluso la criminalización fueron las fórmulas para tachar públicamente a los que se encontraban fuera de este juego consensuado.

Las luchas autónomas del movimiento obrero se inscriben en este proceso, como un Otro que en sus prácticas cotidianas fue generando cuestionamientos y alternativas a las formas de hacer, pero no sólo de aquellas propias del régimen franquista, sino también de aquellas provenientes de la Oposición.

Es así como en el primer apartado de este libro se da cuenta de la emergencia en los años 60 de estas luchas autónomas y de su proceso durante un poco más de dos décadas. Una narración que configura el carácter desestabilizador y de dislocación que el ‘obrero masa’ lograba generar en el orden social. Una forma de hacer que no podía subsumirse a las formas convencionales propias del régimen franquista, ni tampoco a la de los proyectos políticos-sindicales que se configuraban desde la clandestinidad para más adelante llegar a ser instancias legítimas y propias del sistema político.

El modus operandi emprendido espontáneamente por los obreros, el cual se transformó en una forma de hacer que posibilitaba ese carácter desestabilizador del orden social, era el proceso asambleario. “La asamblea apareció como el centro neurálgico de la autonomía obrera, y junto con el carácter de meros portavoces de sus representantes, se constituyó en expresión política de la autonomía”(p. 42). Ciertamente, una forma de hacer política no sólo distinta, sino en abierta confrontación con la generada desde el régimen franquista en un primer momento, y más adelante en el proceso de transición democrática.

Era la puesta en juego de una democracia directa que “descansaba en la autodeterminación de cada individuo” responsabilizándose éste de sus actos, opiniones y opciones frente a la colectividad. Una democracia que no operaba desde el principio de delegación, entendido éste como el otorgar poder de decisión a un representante, sino más bien a través de portavoces y transmisores de las decisiones tomadas por la propia asamblea.

En este sentido, y atendiendo a esta forma de hacer, el proceso asambleario al contrario de la burocracia propia de la política convencional/consensual, daba cabida a las diferencias y a lo conflictivo que de ellas podían derivarse. “De hecho, en las huelgas autónomas el tiempo de conflicto y de negociación se sustrae al tiempo de la economía política, para ser tiempo puro de confrontación social, con un ritmo que deriva del conflicto mismo, que es interrupción del (tiempo) proceso de reproducción del capital” (44).

Sin embargo, esa posibilidad del ‘obrero masa’ de apropiarse del proceso de producción y de autoconfigurarse como figura de resistencia y de alternativa, va mermando en la medida que se va consolidando la modernización del aparato productivo y de las formas de explotación de la fuerza de trabajo. Será justamente este recorrido el que se realizará en el segundo apartado del libro, donde se dibuja un contexto general de las transformaciones del capital multinacional y de los Estados, para luego desentrañar el proceso de reestructuración llevada a cabo en el Estado español. En otras palabras, en este apartado se tratará a fondo el proceso que desemboca en lo que los autores han denominado el ‘fin de la centralidad obrera’.

Es en la capacidad de parar una fábrica, de parar el tiempo de la producción, de paralizar la acumulación de capital, donde radica el poder desestructurante de las luchas autónomas, un poder que requería ser desarticulado con el fin de lograr la estabilidad y gobernabilidad necesaria para implementar y consolidar la modernización económica de España.

“La reestructuración es, pues, la forma adoptada por el ataque del capital al poder desestructurante del obrero masa. Se trata ante todo de romper con el dispositivo de la autovaloración, que permitía invertir o trastocar el sentido del tiempo de trabajo, convertirlo en rechazo o en no trabajo” (p. 89). ¿De qué manera?, básicamente fragmentando el proceso de producción, desarticulando la cadena fordista y abriendo paso a la descentralización y movilidad del proceso productivo.

Así, el ámbito laboral comienza a familiarizarse con dinámicas relacionales que hoy por hoy aparecen como única realidad: flexibilización y precarización.

En un contexto donde el proceso productivo ha sido fragmentado tramo a tramo, ya no es posible la colectividad del obrero y su fórmula antagonista implementada desde las luchas autónomas. El ‘fin de la centralidad del obrero’ da paso a la época del individuo aislado y localizado, en donde el sortear la inestabilidad y fragilidad de su condición laboral dependerán exclusivamente de sus propias decisiones y acciones.

Hacia el término de este recorrido, nos encontramos con un ‘apéndice’ que se hace necesario en tanto pone en operación aquello que se ha ido deshilvanando en los apartados anteriores, dando cuenta de ciertos acontecimientos como lo fueron las luchas de Vitoria, Roca y la Coordinadora de estibadores portuarios, que se articulan como testimonios que hacen frente al olvido.

Es así como este ‘Asalto a la fábrica’ nos ofrece una memoria en confrontación y en disputa con la historia de la transición, buscando de esta manera asentar espacios para la diferencia. Pero no sólo queda allí. En sus distintos recorridos da cuenta de prácticas concretas que han acontecido y que se configuran básicamente como antagonistas a la forma convencional de hacer política.

Pero cuidado, no es un texto nostálgico y reaccionario que busque la evocación de un pasado para dar cuenta que ‘esos eran tiempos mejores’, sino al contrario. Entreteje una memoria que cobra sentido en nuestro presente, en tanto nos invita a pensar en formas de disidencia, en formas de ‘hacer política’ desde nuestras prácticas cotidianas. Nos incita a una búsqueda por los intersticios y pliegues que todo entramado político-social genera en su devenir. En definitiva, una invitación a recorrer un pasado que abre posibilidades presentes, y por qué no, futuras.