Ibáñez,
Tomás (2001) |
Francisco
Jeanneret
Programa de Doctorat en Psicologia Social.
Universitat Autònoma de Barcelona
Los tiempos que corren ciertamente traen vientos poco favorables para la disidencia si constatamos que la posibilidad de una alternativa global – cualquiera que ella sea – ha sido roída desde sus cimientos por una nueva configuración política: la hegemonía del neoliberalismo como única posibilidad de realidad y, desde dicha realidad, la instauración de una única utopía posible que no es sino la extensión de su propio presente.
Una de las características más predominante de dicha configuración es la dificultad de situar, no así otrora, en individuos e instituciones el otro de la disidencia – e incluso a ella misma –, en la medida que dicha hegemonía impregna nuestras formas de pensar y de concebir el mundo, reproduciéndola e incluso fortaleciéndola, quedando en evidencia el carácter no intencionado y, mucho menos, dirigido de las prácticas que podemos llevar a cabo tanto en pro como en contra.
Ciertamente son tiempos difíciles, incluso de pesimismo, tiempos de confusión para quienes pretenden levantar un pensamiento crítico, alejado de las certezas y seguridades que otorga lo instituido.
Sin embargo, Ibáñez señala que es, a su vez y por lo mismo, un tiempo de “esperanza para el pensamiento y las sensibilidades disidentes”, puesto que justamente dicha confusión alberga la posibilidad, en la medida que seamos capaces de tolerar la incertidumbre que genera la movilidad constante, de ampliar el horizonte monolítico que se impregna en nuestra forma de concebir el mundo.
Es un tiempo – nos dice – que se sitúa, siguiendo a Foucault, en una especie de transición, en un acontecimiento, en una discontinuidad, pero no concebida ésta como un quiebre o un salto radical de una cosa a otra, sino en una progresiva constitución de un nuevo estado de cosas que aún sigue su curso.
De esta manera, no se intenta disminuir la confusión, sino de dejarse llevar a través de ella y tratar de esbozar una “filosofía de los límites”, en la cual se puedan encontrar aquellas fisuras y pliegues que permitan pensar y hacer de la disidencia una posibilidad.
En este libro se presentan, precisamente, “municiones para disidentes”, realizando un recorrido por diversos lugares conceptuales, a través de disciplinas tan aparentemente diversas como la física, la filosofía, la sociología y la psicología social, esbozando claves para levantar un pensamiento crítico en los límites de lo decible y lo pensable.
Desde su propio título el autor nos propone un estilo que no es sólo provocativo, sino beligerante, combativo, nos sitúa en un campo de batalla, defendiendo y atacando posturas en la medida que las estrategias retóricas que se utilizan para legitimar las acciones o las intervenciones abren o cierran posibilidades de ser. Su escritura no sólo intenta resistir la embestida de lo hegemónico e instituido, sino que también insistir con fuerza y convicción en planteamientos alternativos que recurrentemente nos interpelan, finalmente en clave política, por ¿cómo nos gustaría vivir?.
Una pregunta que se nos devuelve en cada una de sus estaciones, ya sea a través de la mecánica cuántica y la pregunta por la realidad; en su defensa del relativismo y su ataque a cualquier índole de absolutismo; en su visión de la postmodernidad y de la globalización en la medida que sus formas le generan al mismo tiempo seducción y sospecha; ya sea levantando una defensa de la ideología como acción; o finalmente, desde el construccionismo social frente a la prepotencia positivista y hegemónica.
En cada uno de sus recorridos establece una línea argumentativa ingeniosa y atractiva, siendo difícilmente abarcables sino desde la generalidad. Por ello se ha optado en hilvanar dos de estos campos conceptuales para otorgar una idea del talante de su escritura: la pregunta ontológica y el debate sobre el relativismo.
El autor comienza su recorrido introduciéndonos de lleno en la pregunta ontológica por la realidad a través de las implicancias que se derivan de los desarrollos de la mecánica cuántica, radicalizándolas hasta llegar a argumentar que la realidad no existe con independencia del observador. Esta postura no genera tantas dificultades si nos manejamos en un plano epistemológico, sin embargo, no es para nada evidente cuando nos aventuramos por los derroteros de la ontología. Es una apuesta arriesgada, pero al interior de una filosofía de los límites, al menos la tentativa, cobra pleno sentido.
Su argumentación rastrea todos aquellos elementos en la física cuántica que hacen inteligible sostener que la realidad no puede ser entendida como algo independiente del dispositivo que se utiliza para aprehenderla, puesto que es el mismo dispositivo el cual genera y produce realidad. Y esto no sólo en términos epistemológicos, sino, y aquí lo arriesgado de la apuesta, en términos ontológicos. Es decir, no es que el conocimiento de la realidad no sea independiente del dispositivo de observación, sino que la realidad misma se produce a partir de dicho dispositivo.
Es así como el autor ha decidido embarcarse en la escabrosa pregunta ontológica, estableciendo más que un cierre de la cuestión, una apertura a interrogantes tanto en sus planteamientos como en los efectos que ellos sostendrían. De esta manera, si se siguen los planteamientos con respecto a las implicancias ontológicas que el autor deriva de la mecánica cuántica, se podría encontrar cierto determinismo que no podemos soslayar, el cual se puede rastrear a lo largo de la tesis expuesta en la apelación a un “nosotros”. Al hablar de “nosotros”, “yo”, “uno”, “mi”, se estaría apelando a un “sujeto”, naturalmente no individual, volviendo a ser el ser humano “la medida de todas las cosas”.
Si estamos en presencia de una “determinación” y ésta se sitúa en aquel sujeto, el abordaje de dicha cuestión no es para nada irrelevante, puesto que si no se articula llegamos a un punto muerto en donde el “yo” pierde sentido, puesto que queda vacío. Por todo lo anterior, las preguntas emergen, otorgando la posibilidad de seguir pensando. ¿Es posible plantear la pregunta ontológica con respecto a la realidad y escapar a la noción de “determinación”? ¿y en este caso de “sujeto”?. Y si no es así, ¿cómo se entendería dicha noción en un contexto antirepresentacionalista?. Y si es un “sujeto colectivo” ¿cómo no caer en un idealismo?.
Pero más allá de estas digresiones, el intento seduce e invita a pensar en la interpelación que se hace. “[...] si la única realidad que existe, la nuestra, es como es porque nosotros somos como somos, entonces queda en nuestras manos, y sólo en nuestras manos, la posibilidad de construirla de otra forma. La política se sitúa de esta manera, sin paliativos, en el primer plano de nuestra existencia” (Ibáñez, Pág. 52)
En la misma línea de interpelación podemos esbozar el debate entre relativismo y absolutismo, en donde intenta resituar dicho debate, enmarcando la discusión al interior del relativismo y quebrando el juego platónico de la Verdad como garante de lo instituido. De esta forma, obliga al absolutismo a dar cuenta de su propia posición, derivando con ello las contradicciones que desde el marco relativista se configuran, resquebrajando la apacible tranquilidad que nos da lo seguro, lo eterno, lo inmutable de la Verdad.
Así, nos regresa nuestro mundo con todo el peso que conlleva, con las contradicciones que mantiene y con las incertidumbres que nos agobian, estableciendo la relación entre Verdad y Libertad que es en gran medida el centro de esta discusión. Un mundo sin verdades universales, objetivas y posibles de fundamentar en última instancia, es un mundo-todo por hacerse cada día, lo cual resulta políticamente fecundo y en ningún caso desmovilizador.
Lo vago, lo extraño, lo enigmático, invita a preguntarse y a posicionarse, conflictúa. En el juego de la Verdad se le apuesta a lo instituido, se le apuesta al Amo, a la espera de una o ‘la’ Respuesta a quienes Saben. Es la apuesta de los especialistas y de los sacerdotes de toda clase. Es la autoridad, no sólo otorgada sino también impuesta a través de dispositivos específicos como lo han sido la iglesia o la ciencia.
En este sentido, el relativismo radical planteado por el autor, nos lleva de lleno a un plano ético-político, puesto que nos conduce al diálogo, al esquema pregunta-respuesta gadameriano, al abrirnos a lo extraño, a lo contradictorio. Ya no es más el saber como producción de Verdad sino como inteligibilidad de nuestras propias prácticas y acciones, de nuestra pregunta constante sobre “¿cómo podemos vivir y cómo queremos vivir?”.
Pero lo anterior, nos dice el autor, y siendo relevante insistir en ello, si bien supone la misma legitimidad de todas las posiciones posibles en la medida que la argumentación será siempre circular debido a la imposibilidad de fundamentación última de las posturas, no todas ellas son formas de vida necesariamente aceptables o deseables en términos ético-valórico.
Es en el juego de los valores y no de la Verdad donde se ubica la pregunta que nos interpela, pero es en este mismo lugar que el relativismo no deja de ser inquietante por cómo sitúa a la violencia en sus postulados.
El absolutismo, ciertamente, nos otorga una tranquilidad hipócrita inquisitorial frente a este punto, lo cual ya podemos escuchar en los tambores de guerra del pregón en pos de la “Democracia”, de la “Justicia”, del “Bien”, de la “Libertad” (“¿Quién nos salvará de nuestros salvadores?”). Violencia legitimada bajo principios absolutos frente a los cuales no pueden haber puntos disidentes. Se está con ellos o contra ellos. Es la guerra contra todo lo que ponga un halo de incertidumbre a la gobernabilidad y a la estabilidad de lo instituido, manteniendo el monopolio de la violencia inscrita en un marco de utilización de ella como fuerza legitimada.
Pero ciertamente, el relativismo, frente a este punto, no deja indiferente, puesto que si bien se entiende la posibilidad de incertezas, también se corre el riesgo, ya no de la hipocresía, pero si del cinismo. La propuesta del relativismo radical seduce pero deja atónito frente a esta posible conclusión, puesto que ahí la fuerza se legitima por ella misma, emergiendo con desfachatez el autoritarismo que puede desencadenarse.
Así, cada uno de los demás temas tratados en este libro, modernidad-postmodernidad, globofilia-globofobia, la ideología como acción y el debate en la Psicología Social entre construccionismo y representacionismo producen una retahíla de dudas y cuestionamientos, preguntas sin respuestas definitivas, manteniéndonos en constante alerta, ensanchando lo más posible las fisuras y pliegues de los límites de nuestro mundo, poniendo a prueba la artillería, aportando, a pesar de la paradoja, sus municiones para seguir creando.