Soto Ramírez, J. (Ed.) (2009). Psicologías Inútiles. México: Universidad Autónoma Metropolitana. ISBN: 9786074011586
En algún momento de una canción llamada «Pedro Navaja», Rubén Blades, el cantante, dice esto: «Cuando lo manda el destino no lo cambia ni el más bravo, si naciste para martillo del cielo te caen los clavos.» Aun queriéndolo, este libro no logra escapar a su sino, es decir, queriendo hablar de lo inútil no puede evitar configurarse como una entidad útil. Con mayor o menor consciencia, quiere servir para algo. ¿Para qué? Pues ya lo veremos.
En primer lugar, sirve para llamar la atención sobre un aspecto que, aparentemente, no solemos tener presente: sabemos e identificamos la inutilidad, pero no siempre confesamos los criterios que usamos para establecer ese conocimiento ni esa identificación. Según Juan José Soto Ramírez, editor de este volumen, darse cuenta es lo importante (sic.).
En segundo lugar, sirve para darle un valor académico a la nostalgia. En cierto modo estos textos reclaman o se quejan porque buena parte del conocimiento psicosocial se ha hecho a un lado por considerarse inútil. Indirectamente, sugieren recuperar el conocimiento perdido para poder distanciarse con propiedad de la psicología tradicional. Visto de cerca, este planteamiento parece sugerir que se han rechazado o cuestionado cosas sin dejar claros los criterios del rechazo o cuestionamiento. Acaso por eso se usan, no sé si con precisión, varios términos para descalificar las posiciones que difieren de la suya, v.g. «hedor», «ingenuos», «aberrantemente», etc. (p. 17)
En tercer lugar, sirve para marcar distancia respecto de los números, viejo recurso de los que se autodefinen como cualitativistas. Muy afín a esta disposición es esta otra: la psicología inútil no pertenece al ámbito de la psicología dominante. En este sentido, se autodeclara como minoría o, en todo caso, como un ejercicio que se mantiene al margen de la psicología social tradicional. De allí que haya, también, una preferencia abierta por la expresión literaria, por mostrar que la escritura es subsidiaria del estilo ficcional. Si la forma se acerca demasiado a la propuesta por la APA es útil, si, en cambio, se aleja y coquetea con la literatura entonces es inútil y, por tanto, es afín a los autores que conforman esta compilación.
Dicho esto, paso a referir muy brevemente algunos de los aspectos que consideré relevantes de cada uno de los textos. Parafraseando al editor, no es la pretensión, como la de otras reseñas y como lo marca la tradición, dar una descripción general de cada uno de los capítulos que conforman el corpus de este libro. Quiero más bien ofrecer relámpagos interpretativos, casi siempre, descabalados de aquello que leí.
Adriana Gil y Joel Feliú, en el capítulo 1, recuperan una idea muy querida por las primeras vanguardias del siglo XX. Me refiero a la idea de manifiesto. Así, formulan una serie de criterios de inutilidad que funcionan como una suerte de manifiesto negativo para los psicólogos sociales que estén dispuestos a darle la espalda a lo urgente y meterle el pecho a lo importante. ¿Qué es lo importante? Para saberlo, hay que leer su texto.
A medio camino entre lo obvio y lo abstruso, César Cisneros Puebla (capítulo 2) ofrece un texto breve pero profuso. Al leerlo, y sin ánimos de comparar, recordé un poco mi primer encuentro con la escritura de Alain Robbe-Grillet. Más allá del estilo, César, más que elaborar una metáfora, parece correr tras ella, y ella, escurridiza, parece ser más rápida que él. Quiere hablar del oxígeno pero a cada momento el oxígeno se le escapa. Afortunadamente, el autor, como un campeón de apnea, sigue respirando y nos deja una idea de inutilidad compleja, prolija y, en algunos puntos, sentimental. No creo que haya sido casual que se encuentre en el “clímax” del libro.
El capítulo 3, de Salvador Arciga Bernal, es más bien nostálgico. De hecho, comienza confesando que la suya es una psicología de ahora con musas decimonónicas. Aclaro que esto no debe verse como un gesto reaccionario. Se trata más bien de una vindicación de asuntos que la disciplina normal ha condenado al olvido. Entre esos asuntos se encuentra la ilusión de ser feliz. Para quien no vea cómo la felicidad y la inutilidad pueden coincidir en una misma esfera de sentido, sugiero recorrer lentamente estas páginas.
En la línea de las coincidencias inusitadas, Jorge Mendoza García elabora un texto donde epistemología, corazón y música avanzan pari pasu. Para lograrlo, Jorge asume una perspectiva de conocimiento de la realidad que Pablo Fernández en su momento clasificó en tres tipos de epistemología. El autor también crea, de una manera que no logro calificar con justicia, una estupenda imagen del arrabal y su música.
Marco Antonio González Pérez, en el capítulo 5, aborda, desde una perspectiva construccionista, dos objetos que forman parte de la geografía urbana. El primero suele pasar inadvertido para los transeúntes porque se encuentran debajo de sus pies: las aceras; el segundo, favorece la inadvertencia porque es su forma de ser: el rincón. He dicho construccionista pero González Pérez añade un ingrediente que es una especie de papa caliente en las manos de un construccionista promedio. Me refiero al alma.
Juan Soto Ramírez, tal como González Pérez, también se centra en un objeto inusual en el marco de los estudios psicosociales: la pared. En su capítulo, el 6, Juan hace un recorrido en forma de poética por las distintas formas que han adoptado las paredes, pasando por casos ubicados en espacios y tiempos dispares: Creta, Berlín, China, Alejandría, etc.
El capítulo 7 fue escrito por Pablo Fernández Christlieb y lleva por nombre “La mentalidad de los barcos falsos”. Arriesgándome a resumir groseramente el escrupuloso texto de Pablo, diría que propone una especie de ontología formal en el sentido literal del segundo término. Es decir, el autor intenta desarrollar una concepción del ser basándose en su forma: “…un barco lo es cuando tiene forma de barco” (p.124), afirma. Y como de la realidad al conocimiento sólo hay un paso, Pablo, más temprano que tarde, acaba diciendo que la forma está íntimamente relacionada con la mente. Es decir, que cuando se juntan puede uno hablar de mentalidad. Esto que digo, insisto, muy ligeramente, puede corroborarse o refutarse leyendo de cabo a rabo el texto de Pablo. Sólo una cosa me arriesgo a asegurar: al final siempre se sabrá cuál es el sentido del verbo flotar.
Como lo inútil parece no tener límites, el capítulo 8 está dedicado al fútbol. Lo escribió Valentín Albarrán Ulloa y en lugar de los jugadores o de las reglas de este popular deporte, prefirió centrarse en la gente que va al estadio en calidad de espectadora. Específicamente, el autor se preocupa por el status cultural de las espectadores intensos, es decir, de las llamadas barras.
Alfonso Díaz Tovar colabora con un capítulo dedicado a la lucha libre, tal como se da en México. Con un cierto afán por el detalle decantado psicosocialmente, Alfonso construye un texto digamos que abarcador y a ratos intelectualmente distanciado, de ese fenómeno. Sin ánimos de hacer comparaciones intempestivas, me atrevo a decir que Díaz Tovar logra una versión mexicanizada, muy personal y no tan semiótica, de un viejo ensayo de Roland Barthes llamado “El mundo del catch”. También me atrevo a decir que como éste, es un placer leer su capítulo porque, lo confieso, son cosas que ya he vivido.
El libro cierra con dos capítulos que parecen hacer un llamado a la utilidad de las psicologías inútiles. En el 10 se vindica el carácter literario de la psicología y en el 11 el carácter teórico de la psicología. En ambos casos se invita a escribir bien y con fundamento.
En definitiva, “Psicologías Inútiles” es un libro que, contrariamente a lo que anuncia su editor, no es fácil de leer; tampoco difícil. Es más bien un libro con una densidad amable, con unos ángulos intelectuales que a ratos se agradecen y que dejan ver una idea que bastamente resumo así: la inutilidad a veces es la máscara de lo útil.