Para una teoría social del acontecimiento

Towards a Social Theory of the Event

  • Jaime De la Calle Valverde
La reflexión en torno al acontecimiento ha tenido cierta tradición en la teoría social francesa del siglo XX. Sin embargo, esa presencia histórica ha sido irregular: junto a etapas de completa invisibilidad han coexistido otras en las que ha tenido algo más de protagonismo. En las décadas de los 70 y de los 80 se reivindica el acontecimiento como respuesta al estructuralismo que acapara la investigación  de las décadas centrales del siglo XX. Se trata de una reivindicación más teórica que empírica, en busca de una salida a los sistemas sociales cerrados descritos por el estructuralismo.Este artículo se propone recuperar ese aporte teórico. Sin embargo, las sociedades contemporáneas parecen ser diferentes de las sociedades firmemente estructuradas que nos fueron descritas en el siglo XX. Nos preguntamos si el acontecimiento es el mismo. Es decir, si el acontecimiento es una vía de cambio en sociedades que viven en un cambio permanente. Se probará, pues, la validez actual de aquellas reflexiones sobre el acontecimiento y, llegado el caso, se actualizará dicha teoría de acuerdo a una nueva realidad contemporánea.
    Palabras clave:
  • Teoría del acontecimiento
  • Teoría social
  • Acontecimiento
  • Acontecimiento contemporáneo
The reflection on the event has had a certain tradition in the social French theory of the 20th century. Nevertheless, this historical presence has been irregular: there were stages of complete invisibility and phases in which the event has had a bit more of prominence. In the 70s and 80s of the 20th century the analysts claim the event as response to the structuralism, which monopolizes the research of the central decades of this century. Is a theoretical claim and to a lesser extent, empiricist, in search of an exit to the closed social systems described by the structuralism.This article proposes to recover this theoretical contribution. However, modern societies seem to be different from solidly structured societies described in the 20th century. We wonder if the event is the same. That is to say, if the event is a way of change in societies who live in a permanent change. It will test, then, the current validity of those reflections on the event and, where appropriate, this theory will be updated according to a new contemporary reality.
    Keywords:
  • Event theory
  • Social theory
  • Event
  • Contemporary event

1 Teoría social del acontecimiento: la Historia, la Sociología y la Antropología

Seignobos: No hablamos de los mismos hechos: yo hablo sencillamente de los acontecimientos, de los hechos históricos que sólo se han producido una vez.

Durkheim: Pero, ¿qué diríamos de un biólogo que no considerase su ciencia más que como un relato de los acontecimientos del cuerpo humano sin estudiar las funciones de este organismo? Y, por otra parte, usted mismo ha hablado de las religiones, de las costumbres, y de las instituciones.

Seignobos: He hablado de ellos como de la segunda hilera de fenómenos que estudia el historiador, y respecto de la cual se siente mucho más incómodo.

Durkheim: Pero usted no puede comprender nada de los acontecimientos propiamente dichos, de los hechos, de las alteraciones y de los cambios, no puede estudiar lo que denomina la primera hilera si no conoce antes todo, las religiones y las instituciones que son la osamenta de la sociedad (…)

Durkheim, 1895/1988, pp. 294-295

El extracto del debate, en 1908, entre el historiador francés Charles Seignobos y el padre de la sociología francesa Emile Durkheim, es una muestra del lugar que ocupará el “acontecimiento” en la teoría sociológica de influencia durkheimniana. El debate se produce entre una historia que languidece y una sociología emergente que se quiere constituir como centro de referencia de todas las ciencias sociales1. Es muestra también del relativo papel que se concederá a la historia en esa sociología2, y que marcará las relaciones entre el pensamiento socio-antropológico y el pensamiento histórico durante buena parte del XX, especialmente en Francia. Durkheim arremeterá contra la historia de los acontecimientos y exigirá movimientos teóricos importantes a la disciplina histórica para hacerse científica, llevándola a su terreno teórico. Así, “la historia que se reivindica se concibe en una posición subordinada a la sociología” (Ramos 1989a, p. 39). En realidad lo que se propone es un matrimonio asimétrico entre la historia y la sociología, en la que la primera prescinda de su característico discurso y se limite a aportar hechos y la segunda se apropie de, y explique casualmente, lo que la historia aporta (Ramos 1989a, pp. 40-41).

La historia que defiende Seignobos es la historia del “acontecimiento”, una historia hecha de singularidades y sucesos particulares ocurridos ocasionalmente, irrepetibles, accidentales, hechos “reales” –materiales-, que sumados la constituyen. Nada que ver con el pensamiento positivista de la sociología durkheimniana, con su insistencia en lo social, en la regularidad de los hechos sociales, en la generalización, en las “representaciones colectivas”, en donde la suma de las partes no es el todo sino que este es una realidad per se.

Por lo demás, el acontecimiento actualiza el presente, presente al cual la teoría socio-antropológica de corte durkheimniano apenas concede interés3. Pues ciertos acontecimientos no estructurados actualizan y prolongan el tiempo presente en el que tienen lugar y en el que se acomodan, frente a un tiempo transhistórico que el calendario sagrado trata de retornar una y otra vez. Ciertos acontecimientos traen al momento presente lo que incluso el calendario trata de evitar: frente a la regularidad la espontaneidad, frente a la estabilidad la inestabilidad, frente al ritmo recurrente las alteraciones puntuales.

Esta historia, enfrentada con el positivismo sociológico, tendrá sus días contados con el amanecer del siglo XX. La “historia acontecimiental” de Seignobos (“histoire événementielle”), poco articulada y elaborada a base de sencillos marcos cronológicos, desaparecerá del panorama de la disciplina histórica, la única que, hasta la fecha, había abanderado la práctica y la teoría del acontecimiento. El positivismo historicista de corte durkheimniano se abrirá paso en los estudios históricos, cimentándose sobre la crítica al acontecimiento y sus defensores. Vemos esta postura en Simiand:

Si el estudio de los hechos humanos quiere constituirse en ciencia positiva, está llamado a rechazar los hechos únicos para asir los hechos que se repiten, es decir, a excluir lo accidental para arrimarse a lo regular, a eliminar lo individual para estudiar lo social (Simiand, F., 1903/1960, p. 95)4.

El artículo de Simiand, publicado en 1903 (aunque reeditado por la revista Annales en 19605) es una crítica sin contemplaciones al artículo de Seignobos escrito dos años antes (Revel, 1979, pp. 1362-1363) y con el que la disciplina histórica cierra la puerta al acontecimiento, a la insistencia en el hecho aislado y a la ausencia de método que conlleva esta práctica considerada seudocientífica. A partir de este momento, la historia, en la versión de Simiand, se abre al positivismo de fuerte influencia durkheimniana.

Esta aparente comunión metodológica no durará mucho, pues las tensiones entre la historiografía y la sociología francesas por ocupar plaza de privilegio en el conjunto de las ciencias sociales forzarán a sus representantes más populares a finos movimientos teóricos, muy significativos por el contexto académico en el que surgen.

En 1929, en Francia, con la creación de la revista Annales, se retoma parte de la propuesta positivista de Simiand, pero sus fundadores, Marc Bloch y Lucien Febvre, no tardarán en tomar distancia de lo que consideran un modelo abstracto de investigación, el que proviene de Simiand y la influencia de la sociología de Durkheim. La nueva línea identificadora de la historia será “celle de la vie”, referencia orgánica que se vuelve fundamental; “l’histoire vit de realités, non d’abstractions” (Revel, p. 1366), resultado de la desconfianza que muestran los autores hacia toda construcción teórica incapaz de aprehender la humanidad. En el punto de mira de la historia ya no está el método, como en las críticas de Simiand a la historia precedente, sino que ahora el centro de la actividad investigadora será el hombre. En la práctica investigadora “a tarea de las ciencias del hombre es hacer comprender, no por simplificación o abstracción, sino complejizando, al contrario, lo social, enriqueciéndolo de significaciones trenzadas por el haz indefinido de relaciones” (Revel, 1979, p. 1367). Interdependencias diversas, combinaciones infinitas, ligaduras, relaciones y correspondencias múltiples entre fenómenos, forman parte de los objetivos de esta historia que emerge desde Annales, nunca expuesta de manera sistemática. En el fondo de esta recomposición de la historia está la búsqueda de un lugar central para la disciplina en el corazón mismo de las ciencias sociales. Lugar que ocupará una treintena de años, precisamente cuando el estructuralismo comienza a tensar la cuerda con la historia y cuando se fragmenta el campo de investigación de las ciencias sociales6.

Lévi-Strauss, que en 1949 reconocía el cambio de los estudios históricos (1974/1987a, p. 49) al alejarse del ámbito del acontecimiento, despliega hacia la historia, sin embargo, la misma crítica que argumentaba Durkheim: “la historia organiza sus datos en relación con las expresiones conscientes de la vida social, y la etnología en relación con las condiciones inconscientes” (Lévi-Strauss, 1974/1987a, p. 66). A partir de esta afirmación clásica, participa de un acercamiento entre la etnología y la historia mediante un doble desplazamiento: el de la etnología hacia “las más altas expresiones conscientes de los fenómenos sociales”, mediante “la eliminación de todo lo que deben al acontecimiento y a la reflexión” (Lévi-Strauss, 1974/1987a, p. 70)7. Y el de la historia, “de lo explícito a lo implícito”, movimiento que va desde el acontecimiento consciente hacia el universo de lo inconsciente8. la historia de corte estructural, la diferencia entre etnología e historia –limadas ya las asperezas- es sólo de orientación en un mismo recorrido. Mientras que la etnología mira hacia delante, la historia hace un movimiento regresivo: ambas hacia el inconsciente colectivo9.

En un período en el que las ciencias sociales luchan por conseguir un espacio central en el mundo académico, aparece el reconocido artículo de Braudel, publicado en 1958, describiendo la situación crítica de las ciencias del hombre, y reivindicando una perspectiva histórica en todo acercamiento científico al estudio de la sociedad10 (Revel, 1979, p. 1370), sin desdeñar el consejo lévi-straussiano. Su reflexión en torno a “la longue durée” (la larga duración) la utiliza “para señalar lo contrario de lo que François Simiand (…) bautizó como historia acontecimiental (événementielle)” (Braudel, 1958/1987, p. 11). Ese tiempo corto11 “es la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones” (Braudel, 1958/1987, p. 12). Llegar a rechazar el acontecimiento (Boutier, 2005), le añade nuevas consideraciones sobre el tiempo, como los ciclos, las coyunturas y las tendencias. Y a ello le suma el interés por la historia económica y social (y no sólo por la historia política de batallas y reinados), por las estructuras y, sobre todo, por la larga duración:

(…) hubo una alteración del tiempo histórico tradicional. Un viaje, un año, podían parecer buenas unidades de medida a un historiador político de ayer. El tiempo era una suma de jornadas. Pero una curva de precios, una progresión demográfica, los movimientos salariales, las variaciones de las tasas de interés, el estudio (soñado más que realizado) de la producción, un análisis detallado de la circulación, exigen unidades de medida mucho más largas (Braudel, 1958/1987, p. 13).

En Sociología y Antropología, el éxito creciente de las teorías de Durkheim y Lévi-Strauss hará desaparecer el acontecimiento de las ramas científicas que representan.

En Antropología, la teoría estructuralista clásica consideraba el acontecimiento como residual dentro del estudio de las sociedades humanas12. Despojadas estas del acontecimiento el investigador tenía acceso a la estructura de las sociedades, al inconsciente colectivo. La Sociología, por su parte, insistiendo en las líneas de tendencias, conseguirá limar los dientes de sierra (esos picos que siguen la marcha de los acontecimientos), los altibajos, “suavizando” el comportamiento real de, digamos por ejemplo, el consumo de un grupo de ciudadanos. Para la sociología, lo estructural está por encima y por debajo de esas variaciones, representado por las líneas de tendencias. El consumo de una sociedad concreta es lo que queda limando lo que le parece excepcional13 que, por ello mismo, considera residual. El resultado es la ausencia de espacio teórico para el acontecimiento.

Se discutirá más adelante la pertinencia contemporánea de seguir manteniendo el acontecimiento en una situación de invisibilidad teórica, especialmente en una sociedad donde los acontecimientos (alimentarios, para el ejemplo expuesto) suelen ser corrientes y exigen una reflexión en sí más que un ocultamiento por el bien de la tendencia estructural trazada en el diagrama.

2 El regreso del acontecimiento

A partir de los años 1970-1980, la puesta de nuevo en cuestión de los grandes sistemas explicativos y de las modelizaciones duras ha favorecido, entre otros ‘retornos’, el ‘retorno del acontecimiento’ (E.Morin), pero un acontecimiento de naturaleza distinta al de la historia ‘acontecimiental’ descalificado por la larga duración braudeliana, después de que unas primeras iniciativas manifestasen precisamente la tentativa de reconciliar estructuras y acontecimientos (Trebitsch, 1998, p. 32).

El gran peso del estructuralismo en las décadas centrales del siglo XX explica que “el retorno del acontecimiento”, abanderado por varios autores, se haga como crítica al estructuralismo socio-antropológico. Este regreso del acontecimiento al escenario de las ciencias sociales asoma pasada la mitad del siglo XX. Acontecimiento que ya no es el “escándalo epistemológico” precedente, la “superficie efímera del curso profundo de las cosas” (Ricoeur, 1992, p. 29). El acontecimiento, despreciado por los lingüistas estructurales “para los cuales los sistemas sincrónicos constitutivos de la lengua preceden en inteligibilidad los acontecimientos de habla” (Ricoeur, 1992, p. 30) y por la antropología estructural (cuyo error “es no haber reconocido esta dialectica sistemo-acontecimiental”, Ricoeur, 1992, p. 34), se muestra ahora, entre otras maneras, como el acto creativo del que surge el cambio. Acontecimiento en interacción con la estructura y no acontecimiento como residuo estructural: “transformador de ruido en información”, “iniciador de sistemas” (Ricoeur, 1992, p. 34). En este sentido hay que entender el monográfico dirigido por Edgar Morin en 1972 (Morin, 1972a), dedicado al acontecimiento en la revista francesa Communications.

Morin recupera el acontecimiento del saco de los desechos teóricos para imbuirle características lo suficientemente significativas como para ser incluido en las investigaciones sobre la realidad social. La historia no avanza de manera lineal o frontal sino que su avance se consigue por la acción de los acontecimientos:

La ‘nueva historia’ (hoy antigua) privilegió determinismo y continuidad, y no vio en el evento más que la espuma del tiempo. En adelante, el evento y el ‘alea’, que por todas partes han irrumpido en las ciencias físicas y biológicas, piden ser reintegrados en las ciencias históricas. Están lejos de ser epifenómenos: provocan las caídas, los rápidos, los cambios de rumbo del torrente histórico. El evento es inesperado, imprevisto, nuevo (Morin, 2001/2004, p. 231).

Hay que insistir en el hecho de que la reivindicación del acontecimiento no surge de manera espontánea, ni supone un nuevo paradigma de la ciencia social, capaz de romper con toda la tradición teórica de las ciencias sociales. Se justifica, en cambio, con relación al aporte teórico más impactante en antropología y sociología en las décadas centrales del siglo XX –el estructuralismo- al que intenta superar mostrando las debilidades de una tela de araña teóricamente bien trenzada14. Surge, además, revitalizando la disciplina histórica, “la ciencia más apta para aprehender la dialéctica del sistema y del acontecimiento” (Morin, 1972b, p.13).

El enfoque nuevo ha de ser transdisciplinar y el objetivo de los estudios serán los acontecimientos que se autogeneran en las sociedades complejas y los que se cruzan con las sociedades en su contemporáneo deambular histórico, en donde, paradójicamente, es difícil encontrar sociedades que generan por sí solas acontecimientos que originen cambios y transformaciones estructurales.

Pero a escala planetaria y antropo-histórica, no hay procesos autogenerados. A escala contemporánea, no hay desarrollo autónomo de una sociedad, sino dialéctica generalizada de procesos autogenerados y heterogenerados. Es preciso encontrar su unidad teórica en una teoría sistémico-acontecimiental que nos corresponde edificar transdisciplinariamente, más allá de la sociología y de la historia actuales (Morin, 1972b, p. 13).

No hay estructura o sistema sin acontecimiento, dice Morin. El acontecimiento forma parte de la tendencia organizadora de la estructura, del sistema. Crea un orden, una organización, una sistematización superior a la precedente. La organización de una sociedad no se crea de la nada. El acontecimiento crea, destruye y recrea las estructuras sociales. En vista de lo cual concluye Morin su artículo: “sistema y acontecimiento no deberían ser al fin ser concebidos de forma conjunta?” (Morin, 1972b, p. 19). Algo muy similar a lo que dirá Lévi-Strauss unos años más tarde.

En 1983, cuando las críticas al estructuralismo se han asentado formando corrientes de trabajo alternativas, Lévi-Strauss reconsidera el papel de la historia, del acontecimiento y del individuo. Eso sí, para insistir sobre el papel del acontecimiento en las regularidades y la organización social, tan cercanas al pensamiento estructural. La nota en la que Lévi-Strauss muestra su acercamiento a estas posiciones es algo extensa pero toda ella muy significativa en el contexto del pensamiento estructural:

(…) ¿no es necesario dejar atrás el dualismo entre la estructura y el acontecimiento? (…) A la etnología le ha llegado el momento de dedicarse a las turbulencias, no por espíritu de constricción, sino, al contrario, para extender y desarrollar esta prospección de niveles de orden que siempre ha constituido su misión.

Para hacerlo, la etnología se vuelve de nuevo hacia la historia: no solamente hacia esta historia, calificada de ‘nueva’, a cuyo nacimiento pudo haber contribuido, sino también hacia la historia más tradicional y que a veces se piensa anticuada: enterrada en las crónicas dinásticas, los tratados genealógicos, las memorias y otros escritos dedicados a los asuntos de las grandes familias.

Y es que la distancia entre la historia de acontecimientos y la nueva historia –la primera consignando día a día los actos de los grandes personajes, atenta la segunda a las lentas transformaciones de naturaleza demográfica, económica e ideológica que tienen su origen en los estratos profundos de la sociedad- no parece tan grande si se comparan las sabias combinaciones matrimoniales de Blanca de Castilla y las que en pleno siglo XIX continuaban trazando las familias campesinas.

En cada ocasión los agentes pueden creer que obedecen a cálculos de intereses, a impulsos del sentimiento o a las órdenes del deber: las enmarañadas estrategias individuales dejan, no obstante, transparentar una forma. Para desenmarañar aquellas y hacer resaltar ésta, los etnólogos deben ayudarse de los métodos y conocimientos de los historiadores. Los que, entre estos últimos, reprochan a veces al estructuralismo que favorezca lo inmóvil, pueden sorprenderse, y espero que tranquilizarse, al verlo atareado en rehabilitar incluso la “pequeña historia”, y al saber que la colaboración de los etnólogos puede servir para extraer, de un pretendido desbarajuste de fechas y anécdotas, materiales, y no de los menos sólidos, con que poder continuar edificando juntos las ciencias del hombre (Lévi-Strauss, 1983/1987b, pp. 83-85).

También en la década de los 80, y más allá del pensamiento francés, Sahlins teoriza sobre el espacio teórico del acontecimiento. Concibe la estructura de forma diversa a como lo hacía la teoría estructuralista. Y, por extensión, el acontecimiento no ocupa el mismo lugar.

Sahlins ha afirmado que “lo que los antropólogos llaman ‘estructura’ (…) es un objeto histórico” (1985/1988, p. 9). Por serlo pierde su naturaleza permanente y se vuelve cambiante. Entonces, lo que los antropólogos llaman estructuras cambia de un momento histórico a otro dentro de una misma sociedad. Y ello, por la acción, por ejemplo, del acontecimiento, imbuido de eficacia histórica, base de su tesis en Islas de historia:la estructura no es algo estable sino dinámico.

El concepto antropológico de ‘estructura’ no rinde el máximo de utilidad cuando se lo presenta, al estilo de Saussure, como un conjunto estático de oposiciones y correspondencias simbólicas. En su representación global y más vigorosa, la estructura es un proceso: un desarrollo dinámico de las categorías culturales y sus relaciones que equivalen a un sistema mundial de generación y regeneración. En su carácter de programa del proceso de la vida cultural, el sistema tiene una diacronía interna (estructural), temporal y cambiante por naturaleza. La estructura es la vida cultural de las formas elementales. No obstante, precisamente por ser esta diacronía estructural y reiterativa, entabla un diálogo con el tiempo histórico, como un proyecto cosmológico para abarcar el acontecimiento contingente (Sahlins, 1985/1988, p. 83).

El acontecimiento no provoca cambios de un estado estructural a otro; no actúa sobre una estructura estática para crear otra nueva, igualmente estática. Al contrario, su relación con la estructura es dinámica y genera cambios constantes. La realidad cultural es un proceso perpetuo (en el que participan estructura y contingencia, como si fueran dos cosas diferentes), más que un encuentro más o menos puntual entre estructura y acontecimiento.

Resumiendo las posturas examinadas hasta ahora sobre la relación teórica entre estructura y acontecimiento a lo largo del siglo XX: tras la visión estructuralista clásica, cerrada al acontecimiento al que considera teóricamente inútil, se dio paso al acontecimiento transformador, capaz de trastocar la estructura para generar otra. A estas dos visiones del acontecimiento he añadido una tercera, la de Sahlins, que considera la estructura más dinámica, entendida como proceso y no como estado de cosas, y asimiladora del acontecimiento como motor permanente de cambio (necesario estructuralmente).

A la vez que se exige la restitución del acontecimiento en la investigación social, apartado como estaba por la perspectiva estructural que dominaba con éxito el panorama teórico francés, se llama la atención sobre una forma moderna de presentarse el acontecimiento en las sociedades complejas: su construcción mediática. “Prensa, radio, imágenes, no actúan simplemente como medios cuyos acontecimientos serían algo relativamente independiente, sino como la mismísima condición de su existencia” (Nora, 1974/1978, p. 223). Según Nora, y siguiendo esta vía de reflexión, a la Historia le ha salido un rival: los medios de comunicación. Ellos son, ahora, los que dictan la historia desde el momento en que son ellos los que construyen el acontecimiento. Es decir, para Nora no hay acontecimientos independientes de los medios de comunicación que los construyen15.

Así, y por la acción construccionista de los medios de comunicación, el acontecimiento se le presenta al historiador como un dato en sí.

El acontecimiento se le ofrece, a partir de ahora, desde el exterior, con todo el peso de un dato, antes de su elaboración, antes del trabajo del tiempo. E incluso con tanta mayor fuerza que los mass media imponen inmediatamente lo vivido como historia y que el presente nos va imponiendo, cada día más, lo vivido. Una inmensa promoción de lo histórico y de lo vivido a lo legendario se opera en el mismísimo momento en que el historiador se ve desbordado en sus hábitos, amenazado en sus poderes, enfrentado a lo que él se esfuerza, por otra parte, en reducir (Nora, 1974/1978, p. 227).

En este sentido, la peculiaridad contemporánea se caracteriza por la brutal hiperproducción (“inflación”) de acontecimientos que los medios de comunicación presentan cada día en sus portadas de prensa, televisión o radio y que, a la vez que aportan información subinforman, y a la vez que tratan de hablar de la realidad la sobreproducen de manera espectacular, pues la realidad se convierte en una sucesión cotidiana de acontecimientos-espectáculo. El mundo de los medios de comunicación, dice Nora, “nos bombardea con un saber interrogativo, desnucleado, hueco de sentido, que espera de nosotros su sentido, nos frustra y nos colma a la vez con su evidencia perturbadora: si un reflejo de historiador no interfiriese, no sería, al final, más que un ruido que embrollaría la inteligibilidad de su propio discurso” (Nora, 1974/1978, p. 231). En este sentido, hay una realidad que se está construyendo desde el monopolio del acontecimiento que sustentan los medios de comunicación.

3 Revisando la naturaleza del acontecimiento

Se ha observado hasta ahora que el retorno del acontecimiento en el último cuarto del siglo XX tiene, al menos, dos vertientes. Una de naturaleza teórico-científica y otra de naturaleza mediática. En este apartado ambas perspectivas son interrogadas al trasluz de la realidad contemporánea.

Por lo que se refiere a los acontecimientos mediáticos, la pluralidad acontecimiental contemporánea no se ciñe a su plasmación mediática ni se agota en sus registros discursivos. Indudablemente, los medios de comunicación le ofrecen al investigador datos e informaciones desconocidas, le abren las puertas a fenómenos nuevos, pero a la vez que lo hacen los construyen. Ello exige un doble esfuerzo a la investigación: además de un análisis del acontecimiento, un examen de los medios como parte del proceso de construcción del mismo. Es decir, un examen de los recursos retóricos que haga de los medios una parte del acontecimiento. Algo cada vez más común; multitud de estudios ya hacen referencia a las maneras en las que los medios de comunicación construyen acontecimientos e inventan imágenes de la realidad.

Bensa y Fassin (2002), que reconocen en la Historia a una disciplina mejor preparada para estudiar el acontecimiento que la Etnografía, la Antropología o la Sociología, opinan que todas las ciencias sociales se muestran reacias a investigar los acontecimientos dada la cercanía que muestran hacia ellos los media. Para evitar lo mediático del acontecimiento una vía metodológica es e tnografiarlo; exigirá mostrarlo en toda su complejidad para examinar su naturaleza (en relación a lo que antes llamábamos estructura) pero también densificarlo en todas sus posibilidades para superarlo como espectáculo. “narración densa”, de influencia geertziana, es la propuesta de Burke (1993, pp. 297 y ss.) para captar históricamente el acontecimiento, capaz de contrastar la realidad re-presentada por los medios de comunicación (asentada en un presente confeccionado de acontecimientos-espectáculo en serie). Pues el acontecimiento no es, siempre, pura espontaneidad alejada de toda lógica socio-económica tal y como lo presentan los medios de comunicación en los tiempos actuales.

Por lo que se refiere a las ciencias sociales, hay razones para revisar la noción de acontecimiento al hilo de los cambios que se están produciendo en el planeta y que afectan a todas las sociedades que lo habitan. De la misma forma que la noción de estructura ya no tiene esa firmeza ontológica que le otorgara el estructuralismo al describir a las sociedades primitivas, tradicionales e incluso avanzadas; pues la realidad contemporánea es de una complejidad y diversidad mayor que la de aquellas sociedades que fueron descritas por el estructuralismo de buena parte del siglo XX.

3.1 Del lado del acontecimiento

De entrada, los acontecimientos son cuantitativamente mayores16 y muchos de ellos novedosos (Giddens, 1999/2003, pp. 39 y ss) . Son mayores, por ejemplo, como corolario de la progresiva interrelación planetaria y, a menudo, novedosos como resultado de la creciente manipulación del hombre sobre el planeta. Estos dos indicadores apuntan a la sociedad del riesgo que, por serlo, es también la sociedad de los acontecimientos.

Parece que, ahora, la realidad es propicia para reflexionar del lado del acontecimiento. Hasta ahora, los autores examinados más arriba examinaron no el acontecimiento, sino el binomio estructura-acontecimiento, reflexionando -con apreciaciones diferentes- desde el lado de la estructura. Parece que la realidad contemporánea anima a reflexionar desde el lado de los acontecimientos, por su cantidad, su cualidad y su aire de exterioridad. En ese sentido, el acontecimiento parece, a veces, la reificación de una improbabilidad independiente de la sociedad de destino (como sería el caso de los “cisnes negros” de Taleb, 2008). Dicho de otra forma, lo altamente improbable parece cada vez más una realidad objetiva más allá de la sociedad que lo calibra.

En un artículo reciente, Baudrillard (2007) ha descrito una contemporaneidad que se quiere no acontecimiental. A ella se está llegando por varios caminos. Uno de ellos a través de la generalización de las acciones de prevención (una guerra preventiva, una vacunación preventiva…) cuyo objetivo final sería evitar todo acontecimiento, ahogarlo17. Otro, a través de los medios de comunicación quienes, con su insistencia en el “tiempo real”, ocultan el tiempo histórico de los acontecimientos cuando los acontecimientos tienen lugar en la historia. Y a través de la negación de la historia se disuelve todo acontecimiento (tal y como se entendía hasta el momento). En esta reedición del retorno al acontecimiento (“en su sentido fuerte”) reivindica “que el acontecimiento conserve su definición radical y su impacto en la imaginación. De un modo paradójico, siempre se caracteriza en su conjunto por su inquietante extrañeza: es la irrupción de algo improbable o imposible pero que posee una inquietante familiaridad: al aparecer se presenta con una evidencia total, como si fuese algo predestinado, como si fuese imposible que no hubiese tenido lugar. En él hay algo que parece como venido de otra parte, algo fatal, imposible de prevenir. Si puede movilizar con tanta fuerza a la imaginación, es por esa condición a la vez compleja y contradictoria. Pese a que rompe la continuidad de las cosas, al mismo tiempo logra entrar en la realidad con una pasmosa facilidad” (Baudrillard, 2007, p. 94). No lo habrá allá donde existen probabilidades, simulaciones, prevenciones, donde “todos los posibles resultan virtualmente realizables, lo que pone fin a su posibilidad” (Baudrillard, 2007, p. 95), donde el imperio del “tiempo real” elimina pasado y futuro, inmaterializa la realidad, la licúa, “y pulveriza el acontecimiento real” (Baudrillard, 2007, p. 95). Dicho de otra forma, en la sociedad de la prevención el diablo es el acontecimiento. La sociedad del riesgo lo es también del acontecimiento.

Algunas de las siguientes líneas se destinan a reflexionar sobre una nueva naturaleza del acontecimiento (y una nueva naturaleza de la estructura que permita revisitar la relación estructura-acontecimiento).

Por lo que se refiere a su nueva naturaleza, el acontecimiento contemporáneo es, más que nunca hasta ahora, de naturaleza social. En un mundo donde nada se deja a la naturaleza, donde la intervención humana quiere ser total y, mientras tanto, es progresiva, sucesos naturales que hasta hace poco englobábamos bajo el concepto de “catástrofes naturales” (inundaciones, terremotos…) hoy comienzan a ser interpretados como acontecimientos sociales. Cada vez más en sus causas y, especialmente, en su gestión y en sus consecuencias. En este sentido, nos encaminamos hacia un mundo social hasta en aquellos aspectos que nos parecen más naturales (Beck 1999/2009, p. 48). En algunas regiones del planeta una nevada de grandes dimensiones puede ser un acontecimiento “natural” histórico, pero en otras, el paso de un tifón puede ser ya un acontecimiento social.

La incipiente costumbre de hablar del tsunami, del Katrina o de los desastres naturales en general como si fueran calamidades que podían haberse evitado (como solíamos referirnos a las consecuencias de los errores de cálculo o las negligencias humanas) es, de por sí, un fenómeno ciertamente intrigante, un síntoma de un momento crucial en la historia moderna cuya significación merece la pena meditar detenidamente. En concreto, marca un sorprendente encuentro entre la noción de desastres ‘naturales’ y los de carácter social/moral (es decir, aquellos gestados y/o perpetrados por humanos): entre dos tipos de catástrofe que se habían mantenido claramente separados a lo largo de la historia de la humanidad… (Bauman, 2007, p. 108).

El acontecimiento contemporáneo es, además, de naturaleza global. Esto quiere decir que un acontecimiento personal puede tener razones transnacionales. Los acontecimientos ya no están pautados regionalmente o comunitariamente. Ya no aparecen regulados por el calendario cultural que ha perdido buena parte de su sentido18. El acontecimiento es, crecientemente, ajeno y lejano; ya no es mayoritariamente local. No se trata (ya y solamente) del incendio de una cabaña con un puñado de reses dentro, ni de la compra de una máquina segadora, ni del nacimiento del primer hijo. Tampoco es, pese a la exterioridad de los fenómenos, una inundación o una nevada retenidas por sus dimensiones en el imaginario local. Es un acontecimiento con características contemporáneas: se origina más allá de las fronteras locales y regionales.

Estas caracterizaciones del acontecimiento contemporáneo lo distinguen del acontecimiento tal y como se podía entender unas décadas atrás. El acontecimiento contemporáneo es novedoso en su naturaleza; por ello, el mito encuentra dificultades en engullirlo. El mito hace referencia a acontecimientos importantes acaecidos en las diferentes sociedades. En sociedades más estables que las que estamos conociendo en tiempos recientes, el mito envolvía el acontecimiento cuando aparecía en escena. Con sus tramas discursivas los mitos atrapaban los acontecimientos para imbuirlos de sentido cultural. La similitud de los acontecimientos permitía al mito desplegarse para darlo sentido o significarlo. O dicho de otra forma, los acontecimientos “caían” en las redes del mito, que suavizaba la irrupción de lo novedoso haciendo uso de la analogía y de otros recursos retóricos.

Pero actualmente, el mito, como relato transhistórico que esconde las claves de una cultura determinada, apenas tiene valor social. Y, además, los acontecimientos contemporáneos, dada su novedad, son difícilmente asibles por el discurso mitológico. Pocos acontecimientos despiertan ya discursos míticos envolventes. Ni hay estructuras lo suficientemente legitimadas que los produzcan. Recientemente, la irrupción de la “gripe nueva” despertó en la OMS un discurso mitológico para cubrirla de sentido. Pese a tratarse de una enfermedad nueva, difícil de caracterizar en su naturaleza y consecuencias, Margaret Chan, Directora General de la OMS, en su declaración del 29 de abril de 2009, bosquejó frases de un discurso mítico para tratar de adocenarlo: “es la humanidad entera lo que está amenazado durante una pandemia”, afirmó, despertándonos en el recuerdo los mitos clásicos sobre el nacimiento y la muerte de las sociedades. Pero a la vez la identificación inicial del acontecimiento (como “gripe porcina”) no fue entendida ni aceptada, entre otros, por los productores de porcino. En ese sentido nunca fue “palabra dada”.

Parece entonces que el discurso mitopoiético encuentra dificultades hoy para desplegarse en relación a los acontecimientos. Se las tiene que ver con discursos racionales y con discursos políticos. Es en estas arenas en las que, cada vez más, se descompone, examina y gestiona el acontecimiento contemporáneo19.

3.2 Del lado de la estructura

En el otro lado, el acontecimiento ya no guarda relación directa con una estructura, con un estado de cosas en equilibrio, con estabilidad alguna. La estructura se puede concebir como el conjunto de categorías culturales con el que cada sociedad da sentido y valor al universo y actúa sobre él. Por ejemplo, las categorías culturales hombre/mujer, bueno/malo, arriba/abajo, fueron presentadas como clasificaciones binarias de tipo estructural, que actualmente pueden desaparecer o hacerse complejas por la acción de los acontecimientos. La afirmación de que “un hombre es un hombre”, o “una mujer es una mujer”, independientemente del desarrollo histórico y cambiante de estas categorías, es una afirmación estructural que hoy parece estar más allá de toda constatación etnográfica. Pues la investigación social nos muestra una diversidad genérica más allá de las categorías “hombre” y “mujer”; incluso, bajo esas categorías que hasta hace unos años considerábamos estables e inamovibles, encontramos multitud de significados, es decir, multitud de maneras de mostrarse lo masculino y lo femenino.

Que dichas sociedades no se asientan estructuralmente se demuestra por las crisis de las identidades de todo orden, tanto colectivas como individuales, y las profundas transformaciones generales que sustentaban una parte importante del complejo identitario. De una sociedad de género bipolar hemos pasado a una desestructuración de los dos géneros, y se han multiplicado y hecho visibles nuevas formas de ser mujer y nuevas formas de ser hombre. Después de hacerse más complejas las identidades de hombre y de mujer se han vuelto visibles las identidades homosexuales, con una gran variedad en su interior. Y también hemos conocido una gran variedad de identidades transexuales que, cada vez menos, se asientan sobre una estructura genital prefijada. De ello da cuenta la teoría “queer”, por ejemplo. En España, las leyes relativas al matrimonio homosexual (2005) y a la identidad de género (2007) pueden entenderse como acontecimientos para una estructura de género bipolar.

Los cambios afectan a todos los órdenes de la vida y a todas las categorías culturales asociadas a ellos lo que impide que dichas sociedades se estabilicen estructuralmente. El imaginario colectivo se multiplica, se diversifica. La curva de Gauss ya no se puede mostrar tan apuntada en su centro y tiene, si pretende ser un reflejo de la realidad social, que dulcificarse para dar cabida en la complejidad a lo que antes era acontecimiento. Se hunden antiguas concepciones de la vida y nacen otras nuevas.

Esta “complejidad estructural” es novedosa. Podríamos decir que, con relación a un pasado no muy lejano, esta diversidad social puede entenderse como una desestructuración. Así, el acontecimiento tiene lugar en relación a sociedades desestructuradas, cuyas categorías culturales están difuminándose o se encuentran en desuso.

Las sociedades viven un cambio permanente. Visto desde otra perspectiva clásica, se diría que viven inmersas en estados de liminalidad, invisibles estructuralmente, aún cuando ello reconoce la existencia de una estructura que no se ve en el horizonte. En estas sociedades inmersas en la actualidad en procesos de construcción de su futuro, ¿qué papel guarda el acontecimiento? Dado que lo que llamábamos estructura apenas se puede identificar ya (no por su carácter inconsciente y oculto sino por su atomización), dado que las categorías culturales clásicas no son visibles estructuralmente, ¿con relación a qué tiene lugar el acontecimiento?

Sostengo que, en estos casos, el acontecimiento actúa sobre sociedades que viven en lo cotidiano más que sobre sociedades que viven en lo mitológico. Más que sobre categorías culturales transhistóricas y verdaderas, inmutables y fijas, que sustentan el devenir de las sociedades, nos encontramos con formas de pensar que habitan el dominio del presente; más con la razón y el pensamiento instrumental que con la analogía y el pensamiento mitopoiético.

Así, el acontecimiento contemporáneo ya no es significativo en relación a la estructura (clásica), que ya no se identifica con facilidad al haber perdido su carácter de permanencia y volverse nómada (o fantasma). Ni siquiera otorgar un carácter dinámico a la estructura (como hace Sahlins) pudiera tener valor alguno cuando la estructura es una herramienta analítica que no se identifica con claridad. La vida se hace más compleja por acción del acontecimiento y dificulta la creación de un espacio estructural (clásico).

El acontecimiento, en cambio, es significativo con relación a la vida cotidiana que la subyace (a la estructura), y con ello al universo de lo presente dominado por lo político. Digamos que un sistema de objetivaciones está en crisis. Y es en lo cotidiano donde se tejen otros nuevos. El actor principal es ahora lo político (Heller, 1991, p. 97). Vivimos el tiempo de lo político. En la arena de la política se juega la vida cotidiana de la ciudadanía actual. En ella se toman decisiones de enorme importancia para todos y nuestros destinos se diseñan políticamente de forma que, en este momento, las diferentes instancias políticas están desestructurando y reestructurando las bases para una sociedad estable. Tras la estructuración/naturalización social (en crisis) llega el tiempo de la interrogación desde lo político (Ema, 2007). La política ya no es la aplicación de las normas y reglas que rigen y mantienen un orden dado (natural).

Concluyendo esta reflexión, el acontecimiento deja de ser estructural dado que no podemos delinear lo estructural en las sociedades contemporáneas (mucho menos haciendo uso de las viejas categorías estructurales); más bien podemos interpretarlas como cambiantes, complejas, diversas, tal vez como nunca hasta la fecha. De ahí la afirmación de que los acontecimientos contemporáneos recaen uno tras otro sobre una vida cotidiana que, no sin razones, podríamos definir como acontecimiental.

4 Conclusiones

La teoría social francesa ha producido reflexiones teóricas en torno al acontecimiento a lo largo del siglo XX, algunas de las cuales (no todas) se han rescatado en este artículo.

En el último cuarto del siglo las reflexiones iban encaminadas a situar el acontecimiento en relación a la estructura (tal y como esta había sido entendida por la teoría estructuralista que había dominado una buena parte de las investigaciones sociales de las décadas centrales del siglo). En este sentido estructura y acontecimiento parecían secuenciales y, nos fueron presentados como tales y en mutua relación, planteándose el papel transformador y creativo del acontecimiento en relación a la estructura.

Aquí se ha pretendido traer al presente aquellas disquisiciones entre acontecimiento y estructura para poner a prueba su validez actual y las posibilidades de aplicación a la realidad social contemporánea. Y hemos planteado que, tanto el acontecimiento como la estructura son analizadores sociales que se han transformado considerablemente. Por un lado, los acontecimientos contemporáneos son más numerosos y de naturaleza diferente a los acontecimientos “tradicionales”. Por otro lado, la realidad social ya no está tan estructurada como la interpretaron los analistas del siglo XX. De hecho podemos afirmar que, con relación a un pasado reciente, las sociedades están desestructuradas y, en su lugar, tenemos una realidad social compleja y diversa. A partir de estas constataciones preguntamos si el acontecimiento tiene valor estructural en sociedades desestructuradas y en sociedades donde los acontecimientos empiezan a ser algo común.

Estamos ante una nueva realidad social mucho más acontecimiental que la precedente. Acontecimientos de diversa índole (desde el 11-M a la gripe aviar) aterrizan sobre una estructura social desfigurada, marcada no por verdades objetivas sino por una vida cotidiana gestionada por lo político, donde el protocolo y la legislación hacen las veces de una “estructura contingente” que traza los caminos por los que deberá de discurrir la vida cotidiana.

Examinando en la distancia las estructuras que crearon y describieron los analistas sociales del siglo XX y el panorama acontecimiental y desestructurado del período contemporáneo, podemos afirmar que aquellas guardan más relación con la modernidad y la historia de las ciencias sociales del siglo XX; mientras que el segundo despunta con la posmodernidad y guarda relación con los cambios que tienen lugar en el paso al siglo XXI (Boutinet, 2006, p. 38). Si vivimos en una sociedad permanentemente acontecimiental o si la sucesión de acontecimientos que contemplamos en todas las áreas de la vida hay que entenderla como periodo liminal, de paso, hacia una futura estabilidad estructural, es objeto de una reflexión que ya excede los propósitos de este trabajo.

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