Me gustaría introducir este artículo haciendo referencia a un clásico de la fabulación sociológica, el de su mito fundacional: el paso de las sociedades tradicionales a las modernas. Lo utilizaré aquí como imagen de apoyo, esto es, como una especie de déjà vu que nos ayude a comprender algunas de las inquietudes científico-sociales de los últimos años. Durante la segunda mitad del siglo XX y los albores de este neonato pero ya curtido siglo en el que nos encontramos, hemos asistido a un intenso conato de describir un movimiento similar. Nos encontramos inmersos en una intensa tentativa de nominar un cambio, un salto de una época a otra.
Las propuestas han sido varias, algunas más exitosas que otras, pero parece que ninguna se ha impuesto del todo como lo hiciera el caso moderno. No obstante, la trayectoria parece irreversible. Es sumamente difícil reorientar la tendencia a la constitución de una nueva mitología de la ruptura con lo anterior, del paso de una entelequia a otra. Sin embargo, quizás haya una oportunidad de revertir el proceso, de escribir una ficción desmitificadora, de construir una mitología sin origen ni telos. ¿Qué imágenes podríamos invocar para evitar caer en retóricas y prácticas de la ruptura, del cambio radical, de la oposición binaria entre el antes y el después? Tránsitos, deslizamientos, desbordamientos, saturaciones, reordenamientos, cambios de magnitud. Pero cambiemos de estrategia. No construyamos narrativas al uso. Comenzaré asumiendo de partida lo que podríamos considerar la hipótesis sociedad del conocimiento. Es uno de esos epígrafes post post- que últimamente han despuntado con mucha fuerza en los ámbitos académico, social y mediático. Es un artefacto teórico tremendamente peligroso, ya que se ha utilizado en los relatos y en las prácticas más abyectos, pero merece la pena tenerlo en consideración. Anida lecturas/escrituras perversas que pueden ser muy útiles para los (sin)fines aquí propuestos. Veamos, a continuación, el mapa que nos ayudará no tanto a juzgar la plausibilidad de la hipótesis sociedad del conocimiento como tal, sino a desarrollar la misma hipótesis sociedad del conocimiento de manera más o menos plausible. Es decir, este texto es un esfuerzo por construir una hipótesis teórica concreta antes que un ejercicio de validación o falsación de una hipótesis previa.
En primer lugar, debatiré sobre el instrumental más básico para producir relatos y llevar a cabo prácticas como las que constituyen este texto. Todo girará en torno a la noción de manejo de realidad. Tendremos la fortuna de asistir a una transición en las formas de ordenar la realidad: lo violento dará paso a disposiciones más sofisticadas.
A continuación, tejeré la red de condiciones de (im)posibilidad de tres manejos de realidad que he considerado oportuno diferenciar, al mismo tiempo que doy cuenta de su compleja interrelación. Las trataré como vías, senderos o caminos hacia el destino virtual sociedad del conocimiento. En toda ruta hay tramos inhóspitos y peligrosos. Se trata de tomar las bifurcaciones más prometedoras. Describiendo, comparando y, en definitiva, haciendo discursivas performativamente estas vías, estaré construyendo mi trayecto-manejo particular. Sólo es cuestión de afinar.
Comprobaremos si somos capaces de dirigirnos realmente a otros lugares, otras crono-topologías, o si de nuevo caemos, o mejor dicho, caigo, en la tentación de reproducir viejas ilusiones marchitas.
Me gustaría comenzar este ensayo con la introducción de una serie de fragmentos pertenecientes a la obra de varios autores relevantes dentro de determinadas sensibilidades sociológicas contemporáneas:
Lo que se ha deslizado entre estos teatros y este catálogo no es el deseo de saber, sino una nueva manera de anudar las cosas a la vez con la mirada y con el discurso. (Foucault, 2003a, p. 132)
¿Cómo se borraron esas maneras de ordenar la empiricidad que fueron el discurso, el cuadro, los cambios? (Foucault, 2003a, p. 216)
A través de la inscripción, la realidad se hace estable, movible, comparable, combinable 1 (Miller y Rose, 1992, p.185)
Empiezan a tomar forma nuevos modos de entender, clasificar y actuar sobre los sujetos de gobierno, lo que comprende nuevas relaciones entre las formas en las que las personas son gobernadas por otros y la manera en la que se les aconseja que se gobiernen a sí. (Rose, 1996, p.340)
Debemos encontrar otra relación con la naturaleza más allá de la reificación y la posesión. (Haraway, 1992, p. 296)
¿Quién habla por el jaguar? […] ¿Quién habla por el feto? (Haraway, 1992, p.311)
El conjunto de enunciados que se considera demasiado costoso de modificar constituye eso a lo que nos referimos como realidad. La actividad científica no es “sobre la naturaleza”; es una lucha fiera por construir la realidad. (Latour y Woolgar, 1995, p. 272)
Gobierno, ordenación, administración, apropiación, anudamiento, comparación, movilización, registro, lucha, representación, disciplina, inscripción, construcción… ¿de qué están hablando estos autores? ¿Qué clase de prácticas están describiendo/materializando? En un estallido polifónico, estos fragmentos sacuden nuestros sentidos y nos empujan al ámbito al que dan forma irregularmente: la cuestión de los manejos de realidad.
Con la noción de manejo de realidad me quiero referir aquí a todas esas prácticas semiótico-materiales por las que se intenta influir de alguna manera sobre el mundo que nos rodea. Desde gobernar una población, hasta hacer visibles las unidades mínimas de la materia, pasando por la forma más adecuada de colocar los muebles en una habitación. Huelga decir que todo manejo presupone, de forma permitida o no, un (re)ordenamiento, y movilización de lo real; en suma, manejar la realidad es violentarla de alguna manera. No importa qué técnicas, tecnologías, políticas, programas o racionalidades utilicemos. El resultado siempre es el mismo: las cosas ya no están como estaban. Podemos imaginar las formas más inocuas de acercarnos a nuestro objeto de interés, el resultado siempre será imprevisible.
Casi la práctica totalidad de acciones (intencionadas o no), pensamientos (simples o complejos) o sucesos (planificados o fortuitos) implican en mayor o menor medida algún manejo de realidad. Sin embargo, este texto no es una disertación sobre cualquier práctica relacionada con la transformación de la realidad. Mi intención es centrarme, al igual que los autores cuyos ecos discursivos resuenan más arriba, en una serie de determinados manejos de realidad de gran envergadura: las prácticas científico-políticas. Es por ello que el concepto de manejo de realidad se toca con otros que comparten similares posos semánticos, como pueden ser la tecnología de gobierno o el ejercicio de representación por citar dos de los más importantes manejos científico-políticos: el primero, relacionado con esas formas de “conducir la conducta” (Rose, 1999, p. 52), de influir en el modo en el que se comportan los otros, tal y como sucede, por ejemplo, cada vez que se establece un protocolo de actuación, ya sea en una situación de emergencia o en una gala de etiqueta; el segundo, el ejercicio de hablar y decidir por otros, como ocurre en la actividad política, donde los menos deciden, a través del poder legislativo, por los más, o, en las prácticas científicas, artísticas e incluso cotidianas, donde se vuelve a traer materializada en multitud de formas —imágenes, textos, discursos, en definitiva, cualquiera de esos trazos que se conocen como inscripciones— cualquier pedazo de realidad (oculta o manifiesta) de cualquier espacio-tiempo, como lo hace una fotografía que muestra el aspecto de una ciudad cincuenta años atrás o el informe de un grupo de sociólogos indicando el nivel de lectura de una población.
Esto me lleva a plantearme el siguiente interrogante: si todo en última instancia señala hacia el manejo de realidad, ¿cuál es la particularidad entonces que distingue/vincula a estos teóricos? Inauguran unas formas de manejar la realidad desde las prácticas científicas y políticas que hacen alusión a otros manejos (entendidos como tal, como formas de organizar la realidad) y los propios, es decir, su actividad ordenadora se constituye a través del manejo de otras formas de gobernar la realidad, incluida la suya propia. Estas prácticas de gobierno u ordenamiento de la realidad se insertan en una tipología reflexiva de los manejos. Sin duda, su prototipo, es la genealogía2 foucaultiana (Foucault, 2004). La genealogía, como cualquier manejo, es violenta y procaz, pero en su caso resulta especialmente virulenta: su ordenamiento consiste en desestabilizar otros manejos, introducir en ellos la discontinuidad, la fragmentación, la lucha. Violencia sobre violencia, y sobre ellas, la que aquí dispongo3. Es ésta pues, la tónica de los manejos reflexivos. Incluso aquellos que se presentan como más dialogantes, aunque no por ello menos peligrosos, como los planteados por la teoría del actor-red (Latour, 2001; Law y Hassard, 1999) o la articulación de Donna Haraway (1992), suelen ensañarse con otros manejos considerados impropios.
En este sentido, me gustaría plantear la doble vertiente en la que se combina, tanto el insoslayable ejercicio de fuerza inherente a todo manejo de realidad, como la tendencia particular de los manejos reflexivos a rebajar los efectos nocivos de cualquier ordenamiento o disposición. Donna Haraway sintetiza esta doble labor de manera magistral con su apoyo a la mirada bifronte o a la policefalia:
La lucha política consiste en ver desde las dos perspectivas a la vez, ya que cada una de ellas revela al mismo tiempo tanto las dominaciones como las posibilidades inimaginables desde otro lugar estratégico. La visión única produce peores ilusiones que la doble o que monstruos de muchas cabezas. (1995, p. 263)
Incluso, podemos observar que también sostiene una constante amenaza reflexiva contra su propio manejo: todo con tal de desplazar los peligros de la visión única. Por ello, generan sus propias figuras o metáforas dialogantes/violentas:
Actividad vs. Pasividad. Se entiende que la realidad está compuesta por diversos agentes activos, nunca pasivos, y por lo tanto con sus propios programas de acción, de manejo. De esta manera humanos y no-humanos estarían a la misma altura en las relato-prácticas, ya que todos formarían parte de colectivos articulados de maneras muy diferentes. Lo real no es sólo aquello que se resiste con la obstinación de una roca inerte, es también tramposo, algo que se mueve y con lo que hay que negociar. Los actantes4, una vez reinscritos en una semiótica despiadada de lo material (Law, 1999, pp. 3-4), son buenos depositarios de esa múltiple y variada agencia que puebla el mundo “naturalsocial” (Haraway, 1992, nota al pie 15). De este modo, el Coyote, ese “embustero proteico” (Haraway, 1995, p. 359), y el actor semiótico-material5 forman parte del mismo imaginario programático de una realidad vívida.
Diálogo/Negociación vs. Imposición/Apropiación. Puesto que el mundo no es un recurso pasivo, un objeto silente, éste no puede ser simplemente apropiado, recogido, colonizado, domesticado o conservado (Haraway, 1992, p. 313); es necesario aprender a dialogar con el Coyote, con el “engañoso codificador” (Haraway, 1995, p. 346). Ya no se trata sólo de una cuestión de cortesía, de respeto hacia aquello a lo que uno se dirige, sino de supervivencia: lo contrario nos pone en peligro a todos los actantes de la red, a todos los miembros del colectivo-mundo6. Así, los “otros inapropiados/bles” de Trinh Minhha’s (Haraway, 1992, p. 299), son figuras que se resisten a la apropiación en un doble sentido: son inapropiados porque resultan impertinentes, críticos en una relacionalidad deconstructiva y diferencial; son inapropiables porque no se dejan asir por el taxon, por la clasificación. De la misma manera, la teoría del actor-red considera que los complejos pliegues que forman los colectivos enrolados de humanos y no-humanos, se encuentran constantemente en un proceso de negociación, de traducción de metas, de usos de programas y anti-programas. No resulta sencillo manejar la realidad a nuestro antojo, los otros actantes también tienen sus propios objetivos, y los rodeos son indispensables para llegar a conseguir algo de lo que se pretendía (aunque ello implique que uno mismo forme parte de las ordenaciones de otros agentes). El buen manejador sería aquel que sabe deslizarse adecuadamente entre las metas propuestas por cada actante, provocando aquellas traducciones más convenientes para sus fines. Si ya no existe una diferencia entre aquellos que manipulan a su antojo y aquellos que son manipulados sin posibilidad de respuesta, el resultado es una realidad cambiante fruto de una continua “co-construcción” (García Selgas, 2003, p. 53), en definitiva, el objetivo es “llegar a un acuerdo con los objetos estudiados” (Haraway, 1995, p. 342).
Conexión/Encarnación vs. Distanciamiento/Trascendencia. El observar desde ningún sitio y desde todos al mismo tiempo, el producir distanciamientos entre el que gobierna y lo gobernado, es una práctica habitual de los manejos modernos que intentan socavar los ordenamientos reflexivos. La lucha se centra aquí en desalojar este tipo de operaciones de distanciamiento que desembocan en la constitución de aquellos objetos pasivos de los que hablaba líneas más arriba, despojados de toda voz y abocados a ser representados por un sujeto trascendente, desconectado. Hay que (re)conectar la mente-en-la-cuba (Latour, 2001, p. 13 y ss.) a la realidad que tanto teme perder. Intentar extraer certezas sobre un mundo exterior, un ahí fuera, del que se está completamente desconectado, es una tarea muy poco realista. Por ello, para salvaguardar la única objetividad posible, sólo nos queda practicar una suerte de conocimientos situados con la intención de ver desde algún lugar concreto, en “una continua encarnación finita” (Haraway, 1995, p. 339). Por supuesto, el solo hecho de explicitar el lugar desde donde se habla, no legitima el ejercicio de cualquier manejo, es necesario asumir la responsabilidad de los colectivos articulados de los que se forma parte, y es que toda articulación, todo manejo concreto, siempre es peligroso e inestable y tiene sus consecuencias: “¿Y quién vivirá y morirá como resultado de estas, nada inocentes, prácticas?” (Haraway, 1992, p.324).
Diferencia vs. Identidad. Una vez que se apuesta por un tipo de conocimiento situado, una forma de manejar la realidad conectada, encarnada, rigurosa y responsable, no queda otra batalla más que combatir el sueño de un lenguaje común mediante el uso de una “poderosa e infiel heteroglosia” (Haraway, 1995, p. 311). Aquí, la figura del cyborg puede ayudarnos a subvertir la “unidad-a-través-de-la-dominación” (Haraway, 1995, p. 268), que no es otra que “la imagen sagrada de lo mismo” (Haraway, 1992, p. 288), mediante una serie de “rupturas limítrofes” (Haraway, 1995, p. 256) o implosiones que hibridan y conectan de una manera promiscua entidades dispares, a veces contradictorias:
Una posición sujeto cyborg es el resultado de y se dirige hacia la interrupción, la difracción, la reinvención. Es peligrosa y está preñada de las promesas de los monstruos. (Haraway, 1992, p. 324).
Teniendo en cuenta que los modelos de conocimiento no son otra cosa que complejas prácticas para manejar lo real, y que al mismo tiempo éstas prácticas semiótico-materiales forman parte de la realidad que ellos mismos manejan, puede concluirse que lo que he convenido en denominar manejos reflexivos son unas prácticas de ordenamiento de la realidad que vienen a desplazar violentamente otros manejos considerados agresivos, con la intención de generar prácticas ordenadoras más sensibles (dialogantes) a lo gobernado. El esquema sería este:
| NOMBRE DEL MANEJO | TIPO DE MANEJO | PROGRAMAS DE MANEJO UTILIZADOS |
|---|---|---|
| Manejos de realidad modernos | Agresivo, violento, dominante | Representación, Colonización, Disciplina |
| Manejos de realidad reflexivos | Violento (realidad formada por manejos modernos) | Deconstrucción, Genealogía, Implosión, Difracción |
| Dialogante, negociador | Articulación, Conexión, Traducción |
Me gustaría pasar ahora a un ámbito contiguo al aquí expuesto en relación con la cuestión del manejo de realidad, que también implica una serie de prácticas tecnocientíficas, pero que además se orienta hacia el espectro de lo político, lo que en lenguaje foucaultiano entenderíamos por gobierno de poblaciones o biopolíticas. No es tanto algo distinto al gobierno de realidades (puesto que es en sí mismo una forma de influir en lo real y ordenarlo), como una forma distinta de abordarlo. En este caso especial de práctica científico-política, se define la realidad a gobernar de acuerdo con un lienzo denominado población. Hay aquí un cierta predilección por el estudio y gobierno de los actantes humanos, en concreto aquellos que entran en la categoría de ciudadanos, y que se inscriben, nunca mejor dicho, en unidades administrativas como pueblo, ciudad, municipio, nación, estado o región. No obstante, y de forma más reciente, su gobierno comienza a mediatizarse fundamentalmente a través de otras entidades tales como colectivo, asociación, comunidad o, simplemente, individuo.
Existe una vertiente de los manejos reflexivos que ha desarrollado esta vía en mayor profundidad, aquellos de inspiración foucaultiana y centrados en lo que se ha venido llamado governmentality studies7 (de Marinis, 2005, nota al pie 47). Y es a través de estos estudios donde se plantea una transición en las racionalidades políticas de gobierno y, por consiguiente, en los programas y tecnologías utilizados para administrar las poblaciones, que va desde la época clásica hasta la actualidad, y que guarda cierta similitud con la cuestión más general del paso de los manejos de realidad modernos a los reflexivos. El proceso seguido por estas prácticas científico-políticas centradas en la realidad población, y siempre teniendo en cuenta que son aquí expuestas siguiendo el manejo que se hace de ellas desde otros ordenamientos (Michel Foucault, Nikolas Rose, Pablo de Marinis), podría dibujarse de la siguiente manera:
Época clásica-Principios Modernidad. Poco a poco van abandonándose las formas más violentas, visibles y coercitivas del poder político, entrando en el campo de la disciplina. La disciplina se convierte en “una observación minuciosa del detalle” (Foucault, 2002a, p. 145) que busca el control, la utilización y la distribución de los hombres. Nos encontramos ante una especie de economía humana. Es aquí donde se empieza a gestar el individuo moderno, aunque todavía estaríamos frente a una forma de gobierno excesivamente belicosa, militarista:
La política, como técnica de paz y orden internos, ha tratado de utilizar el dispositivo del ejército perfecto, de la masa disciplinada, de la tropa dócil y útil… (Foucault, 2002a, pp. 172-173).
Se puede afirmar que esta época de transición se encuentra atravesada por una primera versión de la disciplina, la disciplina-bloqueo, aquella de la institución cerrada y las funciones negativos: “detener el mal, suspender las comunicaciones, detener el tiempo” (Foucault, 2002a, p. 212). Es un primer refinamiento en el gobierno de poblaciones, pero aún necesitado de un control directo y exhaustivo constante.
Modernidad. Surge el poder panóptico, y con él, se puede afirmar que se instaura la segunda versión de la disciplina, la disciplina-mecanismo, por el que el ejercicio del poder “se vuelve más rápido, más ligero, más eficaz, un diseño de las coerciones sutiles” (Foucault, 2002a, p. 212). Esta nueva forma de disciplina, este panoptismo, está repleto de adjetivos que suavizan el ejercicio de gobierno, pero que no lo hace más débil, todo lo contrario, se vuelve más eficaz, produce mejores ordenaciones. El ingenio tecnológico del panóptico inaugura las formas de auto-disciplina inducido por otros, el funcionamiento automático del poder, la auto-actualización de su ejercicio y, lo que es más importante, la inserción de los gobernados “en una situación de poder de la que ellos mismos son portadores” (Foucault 2002a, p. 204). A pesar del refinamiento, existe un inconveniente: la forma de gobierno panóptica requiere de un centro siempre visible, la amenaza constante de que se es vigilado.
Época contemporánea. Especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, el modelo disciplinario se va diluyendo, el panóptico no encuentra lugar donde asentarse. Comienza a darse un paso más allá, crece la sofisticación de las tecnologías de ordenamiento, y el gobierno de uno mismo y de otros deja de ser una cuestión de control centralizado, visible, experienciable a través de un sometimiento a una posible vigilancia exterior. La clave la encontramos en gobernar a través de la autonomía individual, sin que ello implique ninguna contradicción (Miller y Rose, 1992, p. 174). Es la lógica de la disciplina panóptica llevada al paroxismo, que acaba por superarla: “los individuos pueden ser gobernados a través de su libertad para elegir” (Miller y Rose, 1992, p. 201). Libertad y control, autonomía individual y gobierno, son pares que no se encuentran reñidos, forman parte indisociable de una nueva fórmula en el manejo de realidades poblacionales. La forma más efectiva y depurada de gobierno es aquella que rehúsa cualquier atisbo de violencia o dominación aparentes, a pesar de que se siga haciendo la guerra8.
¿Dónde reside entonces el parecido de familia que puede encontrarse entre ésta transición, y la descrita más arriba con relación a las prácticas científicas generales orientadas al manejo de realidad? En ambos casos acudimos a un proceso en el que la violencia explícita, directa y coactiva en los manejos, es desplazada paulatinamente por unas formas de gobierno más sofisticadas, sensibles e indirectas. No obstante, ambos casos adolecen de ciertas ambigüedades en sus metas, y resulta fundamental subrayar su carácter tendencial y general, ya que la acción violenta no desaparece en ningún caso y sigue teniendo sus ámbitos de aplicación.
Para los manejos reflexivos, el fin es encontrar formas de organización menos dominantes, basados en procesos de negociación. Aunque siempre son procedimientos potencialmente peligrosos, al menos se dirigen a la tarea más esperanzadora de la co-construcción responsable de la realidad. No obstante, siguen ejerciendo prácticas ordenadoras de la realidad sumamente duras cuando tratan con otros manejos no adecuados.
Para las biopolíticas, los objetivos descansan sobre una necesidad algo turbia: el imperativo, no de gobernar más, sino mejor (Rose, 1993, p. 292). Aquí nos encontramos con la urgencia de descifrar ese gobernar mejor. Al menos pueden extraerse dos formas distintas de aproximación: por un lado, una visión resolutiva, esto es, la aplicación general de soluciones tecnológicas a problemas específicos de gobierno; por otro lado, una visión restrictiva, es decir, la construcción de programas de gobierno dirigidos a generar formas sostenibles y eficaces de dominación.
Puede resumirse esta similitud en la transición de ambas modalidades de administración de la realidad, en el siguiente cuadro:
| MODALIDADES DE MANEJO | SITUACIÓN PRECEDENTE | SOFISTICACIÓN DE LAS MODALIDADES |
|---|---|---|
| Prácticas científicas sobre la realidad general | Violencia, Apropiación | Prácticas violentas (realidad formada por manejos modernos) |
| Prácticas conciliadoras, negociadoras | ||
| Practicas científico-políticas sobre la realidad población | Coerción, Dominación | Visión restrictiva (desarrollar formas sostenibles y eficaces de dominación) |
| Visión resolutiva (soluciones tecnológicas a problemas) |
Parece oportuno finalizar este apartado aclarando un extremo que ha podido generar algún malentendido, y que hace alusión a la relación entre todo manejo de realidad y la realidad misma. Lejos de mi intención quedaría que la lectura de este texto pudiera evocar la imagen de la separación entre una realidad ahí fuera y una forma de ordenarla, manejarla o disponerla ajena a ella. Los manejos de realidad forman parte de la misma realidad a la que dan forman, ¿cómo si no podrían los manejos reflexivos, entre los que este documento se encuentra, ordenar otros manejos o el suyo propio? El apartado que viene a continuación, inserta ciertamente todo gobierno de realidad en una historización, en un conjunto de condiciones semiótico-materiales de existencia que evita pensarlos como trascendentes o ahistóricos. Visitemos, pues, el fascinante universo de las condiciones de (im)posibilidad.
Las espistemes, los terrenos de positividad, los espacios de saber, los dominios empíricos, en definitiva, todas aquellas “maneras de ordenar la empiricidad” (Foucault, 2003a, p. 216) son producto de las condiciones de posibilidad específicas de cada época. Si el saber, las positividades o los manejos de realidad cambian de naturaleza, no lo hacen por el descubrimiento de nuevos objetos de estudio aún no conocidos o por el perfeccionamiento metodológico de manejos anteriores, sino porque se produce “una alteración irreparable” (Foucault, 2003a, p. 247) en las propias formas de disponer la realidad en un espacio y tiempo concretos. Michel Foucault apuesta entonces por evitar la realización de lecturas retrospectivas (2003a, p. 164) desde un terreno epistemológico concreto, como si los saberes de otra época fueran una premonición o un antecedente histórico de los actuales. No obstante, el análisis arqueológico que lleva a cabo en su obra Las palabras y las cosas (2003a) adolece de una carencia: no da cuenta de las propias condiciones de posibilidad de las que parte y que le permitiría dibujar un nuevo espacio de empiricidad que él mismo inaugura. Y es que puede considerarse la obra de este autor como uno de los engranajes que generan el doble juego de las condiciones de (im)posibilidad de los manejos modernos y reflexivos.
¿En qué consisten estás condiciones de (im)posibilidad? En primer lugar, resulta necesario remarcar el sustrato material de toda condición de existencia en cualquier manejo de realidad, algo que queda de alguna manera marginado por la concepción preponderantemente más discursiva y cognitiva de la arqueología foucaultiana. Por ello, Fernando J. García Selgas (2003), nos invita a pensar en una transición ontológica (del maniqueísmo moderno que giraba en torno a la alternancia entre lo sólido y lo evanescente a una ontología de la fluidez social) en clave de una serie de transformaciones histórico-materiales y cognitivo-conceptuales, que nos ayudan a dibujar las condiciones de (im)posibilidad de nuevos y viejos mecanismos de ordenación de la realidad: entre las transformaciones históricas, García Selgas (2003, pp. 30-36) identifica aquellos procesos vinculados generalmente con la globalización o glocalización, como pueden ser el paso de un capitalismo industrial a un capitalismo postfordista o financiero, la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, y el predominio de la cultura mediático-virtual. Además, a estos procesos se le unirían otros tales como las transformaciones ecológicas, las emancipaciones feministas y los movimientos postcoloniales o el creciente predominio del valor de signo.
Respecto a los deslizamientos cognitivos, García Selgas (2003, pp. 43-52) señala una transición ontológica en forma de deslizamiento, de transición gradual, “que empieza por sacarnos de la lógica rupturista” (2003, p. 43), acompañada por la implosión de las dicotomías modernas y unas transiciones conceptuales que van desde los flujos y redes a la fluidez y la articulación.
Es posible observar, que estas transformaciones forman parte de las condiciones de (im)posibilidad que abren y cierran vías en relación con distintos manejos de realidad. Esto quiere decir que nos encontramos en un coyuntura, en la que determinados manejos se van convirtiendo de forma progresiva en formas ineficientes de gobierno de realidades (de la naturaleza de las que éstas sean), mientras que otros resultan más adecuados en las condiciones actuales de existencia. Es éste un doble proceso de emergencia y hundimiento: los manejos reflexivos son cada vez más los elementos constitutivos y constituyentes prioritarios de una realidad que aleja poco a poco, sin que desaparezcan del todo (aún está lejos incluso de ser minoritarios), las ordenaciones de realidad, y en definitiva las propias realidades, modernas.
He ahí la respuesta, no del todo satisfactoria, a una de las preguntas más recurrentes cuando uno se adentra en el mare magnum de los manejos de realidad reflexivos: siendo menos agresivos, aparentemente más eficientes (esto es, más objetivos y realistas) e incluso más justos, ¿por qué esperar hasta ahora a desbancar a los manejos dominantes, violentos, colonizadores? Quizás no haya sido posible antes, simple y llanamente porque los manejos reflexivos, más dialogantes, más sensibles a lo gobernado, son fruto de procesos y transformaciones socio-históricas en las que juegan un papel fundamental las prácticas de ordenamiento modernas. Esto quiere decir que, en gran medida, aunque actualmente podemos construir relato-prácticas en un sentido moderno o reflexivo, e incluso leer/escribir retrospectivamente, por ejemplo, desde las prácticas semiótico-materiales sugeridas por la teoría del actor-red o la articulación de Haraway, han tenido que suceder una serie de transformaciones históricos-materiales y deslizamientos cognitivo-conceptuales (muchos de estas transformaciones y deslizamientos provocados por la violencia y el proceder modernos) para que los manejos de realidad reflexivos se hagan pensables, posibles, reales, mientras que, irónicamente, los gobiernos de realidad modernos se vuelven impensables, imposibles, irreales. De ahí las condiciones de (im)posibilidad: posibilidades y esperanzas para unos, e imposibilidades y desalientos para otros. Si la realidad se ha vuelto más activa, si las articulaciones e hibridaciones entre elementos antes inconexos se han vuelto habituales, si asistimos a un estado ontológico fluido, otras tendrán que ser las formas de aproximación a esa realidad, sin olvidar que otros manejos y otras realidades lo hicieron posible.
Considero que ahora disponemos del bagaje adecuado para emprender el recorrido hacia esa hipótesis de partida que mencionaba en la introducción y que se puede plantear en las condiciones de (im)posibilidad abiertas: la sociedad del conocimiento. Para ello, sopesaré de forma esquemática en las páginas que siguen, tres vías posibles para alcanzarla, es decir, tres tipos de prácticas científico-políticas que figuren tres versiones distintas de la hipótesis sociedad del conocimiento y que pondrán a prueba su plausibilidad. En todo caso, no son vías que recorren caminos paralelos, todo lo contrario, sus recorridos son retorcidos y en ocasiones se superponen.
En primer lugar, nos encontramos con la vía sociológica9, que correspondiendo con un manejo moderno, tiende a desorientar a sus transeúntes. En gran medida ha posibilitado que imagináramos nuevas vías, pero es incapaz de alcanzarlas o pensar otras nuevas. Es cierto que entabló cierta relación con el juego reflexivo de pensarse como un manejo de realidad entre otros, pero resultó ser una ilusión: en cuanto se creyó depurada, verdaderamente moderna, es decir, superando sus componentes tradicionales y proféticos (Giddens, 1994) siguió su camino hacia ninguna parte. Es en cierta manera un espejo de su antecedente, la reproducción de la tensión fundacional de la propia disciplina sociológica entre sociedades tradicionales y sociedades modernas, sólo que en esta ocasión se cree haber logrado, al fin, el status moderno, siendo el periodo anterior catalogado como el propio de las “sociedades modernas de transición” (Lamo de Espinosa, 1996, p. 111). Los defensores del triunfo de la modernidad (Emilio Lamo de Espinosa, Ulrich Beck o Anthony Giddens), los ideólogos de la tecnoera (Manuel Castells, Javier Echeverría, Marshall McLuhan) o los teóricos del postindustrialismo (Daniel Bell, Alain Touraine) son algunos de los integrantes de esta vía. Por lo tanto, su recorrido hacia la hipótesis sociedad del conocimiento salta desde la comunidad (tradición), hasta la sociedad (modernidad), y de ahí, a un proceso de individualización magnificado en los últimos tiempos (hipermodernidad, modernidad reflexiva, alta modernidad). Su versión es la de una sociedad del conocimiento como prueba fehaciente del triunfo de la modernidad, mediante la realización del “sueño de Bacon, Saint-Simon o Comte: una sociedad de científicos-empresarios” (Lamo de Espinosa, 2002, p. 11), algo parecido a una expertocracia. Todo ello sazonado con el papel preponderante atribuido a las llamadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación, actualmente con Internet como máximo exponente.
A continuación, me gustaría señalar las vías ligadas a los manejos de realidad reflexivos, que he convenido en denominar como sigue a continuación:
Vía articulatorio-actancial. Estaríamos ante la senda que dibujarían algunos de los promotores de la teoría del actor-red (Bruno Latour, John Law, Michel Callon) o autoras como Donna Haraway. Su denominación incide en la forma fundamental en la que se acercan y ordenan la realidad: la articulación de colectivos formados por diferentes actantes humanos y no-humanos. Entre sus antecedentes encontramos una fuerte influencia de la genealogía foucaultiana en su vertiente más científico-generalista, no tan centrada en la cuestión del gobierno de poblaciones, aunque muy sensible a ello también, especialmente Donna Haraway. Otras influencias vendrían de los feminismos postmodernos, por ejemplo, Sandra Harding (1996), y la sociología de la ciencia y la tecnología, particularmente de los desarrollos llevados a cabo por el llamado “Programa Fuerte en la Sociología del Conocimiento propuesto por David Bloor y Barry Barnes” (Blanco e Iranzo, 1999, p. 142), a pesar de que no habían generalizado el primer principio de simetría (Latour, 1997, pp. 128-131). No se observan saltos sobre abismos insondables o retóricas de la ruptura durante el trayecto virtual-real a la sociedad del conocimiento: tan sólo una diferencia de taille (Latour, 1997, pp. 144-147), de envergadura, y de la forma en que se articulan los colectivos de una y otra época. Su versión particular de la sociedad del conocimiento, se centraría en esos actantes y colectivos que tienen una mayor capacidad de movilización de la realidad: científicos, laboratorios, centros de investigación, administración política, corporaciones. ¿Qué nuevas pautas de negociación pueden establecerse para evitar los abusos de manejo en el nuevo escenario?
Vía genealógica. Los governmentality studies (Nikolas Rose, Peter Miller o Pablo de Marinis) forman el núcleo fundamental de esta senda, que se orienta al manejo reflexivo de otros manejos relacionados con el gobierno de realidades poblacionales, en suma, lo que se conoce como biopolítica. Esta vía procede, en gran medida, de la vertiente genealógica dedicada al problema de la gubernamentalidad, de hecho, sus propios autores consideran su aproximación como genealógica en contraposición a una sociología histórica (Rose, 1996, p. 341). A partir de ahí, existen otros acercamientos que han ayudado a configurar su trayecto, entre otros, la propia vía sociológica (en Pablo de Marinis resulta más notable, sobre todo cuando se hace mención al llamado escenario global) o incluso la teoría del actor-red, con conceptos como el de inscripción o centro de cálculo (Latour y Hermant, 1999). El trayecto trazado por esta vía hacía una hipotética sociedad del conocimiento sigue un bosquejo similar al de la vía sociológica, a excepción de un giro final que desbarata significativamente el cuadro sociológico: de la comunidad (liberalismo) se pasa a la sociedad (Welfare State o Estado de Bienestar), y de ahí, una vuelta, no exacta, con importantes modificaciones, a una comunidad renovada (neoliberalismo), que incita a sus peregrinos a hablar de un escenario postsocial. Aparte de la creación de un ámbito de gobierno postsocial, la centralidad del experto en las cuestiones sobre gobiernos (y contra gobiernos) y la administración de la realidad poblacional a través de la libertad de elección individual, completan la versión de la vía genealógica de la sociedad del conocimiento.
El bosquejo de los recorridos, en ocasiones superpuestos, diseñados por cada vía, es el siguiente:
| Manejos de realidad | Vías | Corrientes relevantes | Hipótesis sociedad del conocimiento | |
|---|---|---|---|---|
| Recorrido | Versión | |||
| Modernos | Sociológica | Hipermodernidad, Tecnoera, Post-industrialismos | Comunidad-Sociedad-Individuo | Triunfo de la modernidad |
| Sociedad dirigida científicamente | ||||
| Preponderancia nuevas tecnologías | ||||
| Reflexivos | Articulatorio-Actancial | Teoría del actor-red, Feminismos postmodernos (Articulación) | Diferencia en la envergadura de los colectivos y sus formas de articulación | Importancia de los actantes y colectivos con mayores capacidades para movilizar la realidad |
| Genealógica | Governmentality Studies | Comunidad (liberalismo)-Sociedad (Welfare State)-Neocomunidad (neoliberalismo) | Importancia central del experto en los (contra)gobiernos de poblaciones | |
| Gobierno a través de la autonomía individual | ||||
| Escenario postsocial – Nuevas comunidades | ||||
Ciertamente, y como ya he advertido más arriba, la sociedad del conocimiento no es otra cosa que una hipótesis, un posible lugar que construyo y que me permite ordenar determinadas empiricidades en mí conocimiento/manejo de la realidad. Es un constructo terminológico que he tomado prestado (del que me apropio violentamente) de la vía seguramente más viciada (las condiciones de imposibilidad en este caso pesan mucho), aunque todavía con mucho que decir-manejar, la sociológico-moderna10. Si entendemos la palabra conocimiento en su doble acepción, una activa y otra pasiva, como producto objetivado y como el proceso de la acción de conocer, y nos centramos en ésta última, alcanzaremos a vislumbrar las potencialidades de la hipótesis sociedad del conocimiento: una realidad atravesada por multitud de prácticas activas de ordenamiento que, por lo tanto, devienen reflexivas. La cuestión es que nos encontramos en una época en la que la formas de gobernar la realidad son objeto, explícito, intencional, de esos mismos ordenamientos. Los manejos de realidad, y sus principales agentes, los expertos (predominantemente científicos o de raigambre científica), forman, por lo tanto, el núcleo central de nuestras sensibilidades y realidades.
En este texto he intentado mostrar una serie de transformaciones histórico-materiales y cognitivo-conceptuales que dibujarían las condiciones de (im)posibilidad que marcan una transición a gran escala (sin saltos, ni rupturas) desde unas formas modernas de manejar lo real sumamente violentas, insensibles a lo gobernado, en las que la realidad es apropiada como si fuera un títere que pudiera ser manejado a su antojo, a otras en las que no desaparece ese carácter violento, pero que su aplicación queda reducida principalmente al desbroce de aquellos manejos abruptos, mientras que la tendencia general se orienta a construir modelos de ordenación de lo real menos agresivos, dialogantes, sensibles a lo gobernado. Así, surgiría la existencia de una modalidad específica de manejo de realidad que dirige sus esfuerzos de ordenación a través de otras formas de administración de lo real, incluyendo la suya propia, siempre reconociéndolas de forma explícita como prácticas científico-políticas de acción sobre la realidad. En ese juego reflexivo intentan mostrar vías más adecuadas, justas y esperanzadoras para gobernar la realidad. No obstante, existiría un ámbito específico de realidad, las poblaciones, que asumiendo la misma transición de formas de gobierno coercitivas a otras más refinadas, nos mostrarían un paisaje más ambiguo: se debatiría entre una visión resolutiva (soluciones prácticas a problemas concretos) y una restrictiva (producir formas sofisticadas y sostenibles de dominación) del mejor gobernar. Las sociedades contemporáneas no sólo se definen por encontrarse atravesadas por manejos reflexivos, sino también por la ambigüedad de sus metas.
Por lo tanto, y en un intento por definir las nuevas condiciones de existencia de los manejos y sus realidades, construí la hipótesis sociedad del conocimiento y tres posibles recorridos para alcanzar idéntico número de versiones potenciales. Las vías en sí mismo no existen como tal, sino que son producto de mi propia ordenación, resultado de ciertas negociaciones con manejos y realidades existentes. Las vías propuestas, sociológica, articulatorio-actancial, y genealógica, trazaron su propio camino en dirección a la hipótesis señalada, de la que puede extraerse una conclusión: nos encontramos en un tipo de sociedad articulada en gran medida a través de un sinnúmero de manejos de realidad reflexivos, llevados a cabo por una cantidad creciente de agentes expertos en las prácticas científico-políticas.
Finalmente, me gustaría concluir este artículo haciendo alusión a una advertencia que ya ha surgido a lo largo del texto, quizás de forma algo velada, pero que resulta de capital importancia para entenderlo: todo lo dispuesto hasta ahora, es fruto en gran parte (no olvidemos la actividad de lo gobernado), de mi propia ordenación, es decir, incluso el hecho de organizar la empiricidad de acuerdo al criterio de manejo de realidad es producto de un manejo de realidad concreto. He aquí la profunda reflexividad del universo espacio-temporal que nos ha tocado vivir, que no implica ningún tipo de inconmensurabilidad: todo lo contrario, da cuenta de una creciente interrelación entre las distintas realidades y sus manejos. Desde cualquier modelo de conocimiento se podrá acercar uno a otros modelos, aunque no todos estarán a la misma altura, ya que las condiciones de (im)posibilidad existentes siempre favorecerán unos sobre otros.
¿Es esta relato-práctica uno de esos manejos favorecidos por las condiciones de (im)posibilidad contemporáneas?
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