Esta travesía es una incursión a la ciudad desde una narrativa que pretende recuperar lo estético para otras formas de mirar y de conocer. Una narrativa que contempla lo posible desde un saber situado y mestizo, sin descuidar que se ha escrito desde un espacio de enunciación europea y que se refiere a una ciudad europea y también mestiza: Barcelona, y en especial, el barrio de Poble Nou.
Este ejercicio de conocimiento, -donde la ciudad no deja de ser un pretexto-, apuesta por reivindicar la subjetividad y la experiencia desde el lugar del sujeto en la producción y la interpretación de sus espacios. El sujeto soy yo misma, en derivas a través de las calles de Poble Nou y en derivas desde mi conocimiento situado; aunque puede ser cualquier sujeto que se desplaza por las calles de cualquier barrio y en cualquier ciudad, simplemente dejándose llevar por sus sentidos y por sus percepciones.
Por ello me sustento de una epistemología y una práctica nómadas donde el acto mismo de deambular no solo implica un gusto por las errancias sino la inconformidad con los espacios llenos y la centralidad dominante. Esta subjetividad nómada (conectándome aquí con la propuesta de Rosi Braidotti, 2000), otorga un interés preferente a las imágenes, las metáforas y a la estética en la producción de sentidos en el espacio público, donde los recorridos urbanos emergen como prácticas no limitadas por las constricciones gramaticales y los modelos normativos.
La recuperación de la imagen y de la visualidad en el devenir nómada me ha permitido problematizar la ciudad desde lo visible y lo mutable, en lugar de pensarla como lugar geográfico. Aquí la ciudad sobreviene como espacio de posibilidad donde las cosas se presentan a nuestras miradas, a la vez que promovidas y atravesadas por nuestras experiencias.
Es difícil adentrarse a esta intersección pretendiendo respuestas definitivas porque el término visualidad es sumamente vasto y puede ser comprendido desde distintos enfoques; no obstante, el propósito de recuperar el giro visual no pretende tanto esencializar la imagen como objeto de estudio sino descubrir la posibilidad de recorrer las ciudades desde sus metáforas y las formas visuales de sus objetos urbanos.
Lo visual remite al espacio de lo que no es necesariamente discursivo. Y aquí considero de vital interés un acercamiento a los ámbitos extradiscursivos de lo social (Viviane Burr, 2001), como procesos que trascienden la palabra dicha y que concurren con nuestra experiencia encarnada. Obviamente, la imagen en sí misma no sustituye al discurso en la construcción de lo social pero al ser ineludible su “traducción” fenomenológica y estética, -o también podría decir, poética, ficcionada, metafórica, estilística-, resulta necesario admitir que lo visual promueve sus propios territorios de significado.
La imagen y la visualidad emergen como lugares de la semiosis allí donde el discurso es subvertido. Ver no es necesariamente decir y decir no implica necesariamente ver; entre ambos órdenes siempre queda el espacio de la subjetividad donde se sedimentan las experiencias, las cuales no son totales y acabadas sino que se viabilizan (o muestran) a través de narrativas parciales y cuestionadas. Y aquí valga acudir a las epistemologías feministas, cuyas narrativas trascienden el giro discursivo como mera representación o locución para incorporar el cuerpo y lo visual como espacios de experiencia. En el caso concreto de la imagen y la estética, la narrativa feminista ha explorado sus posibilidades a través de distintos recursos como la narrativa cinematográfica, la fotografía, la narrativa científica-ficcionada o la narrativa mítica.
La estética es un campo fundamental dentro de las tendencias sociales interesadas en hablar y pensar ya no desde la subjetividad sino desde las relaciones sensoriales y afectivas de los sujetos con los objetos que les rodean. Pablo Fernández Chritlieb (2004a; 2004b) y Michel Maffesoli, (1990) o se interesan por las formas de una estética social en la comprensión de los procesos societales y culturales. Aquí, nuestras derivas nos van conduciendo a una comprensión de la estética que se aparta de un significado tradicional en el ámbito de lo bello, lo simétrico o lo puro (conceptos que además cuestiono, como se verá mas adelante), para considerar la estética como un espacio intersubjetivo donde participan los objetos (visuales) tanto como los sujetos en la producción de sentidos y relaciones sociales.
El graffiti dibujado en la fábrica en ruinas de Poble Nou; un parque de diseño levantado sobre el terreno en el que pocos años antes existió un grupo de viviendas obreras violentamente desalojadas, o las nuevas construcciones de diseño vanguardista que se imponen a la vista desde los distintos puntos de la ciudad, son interpretadas como formas que dibujan (y desdibujan) procesos sociales, movimientos políticos o cambios económicos. Por ello los objetos urbanos que se muestran en imágenes para fotografiar, -y que en algunos casos son en apariencia banales o insignificantes-, me han permitido construir un retrato parcial de un barrio en acelerada transformación.
Partiendo del pretexto de la implicación visual y metafórica con los objetos, la práctica de las derivas propició mi comprensión estética del barrio de Poble Nou siguiendo itinerarios azarosos y dejándome sorprender por los objetos-imagen que emergían en cada recorrido: un edificio, una fábrica, una chimenea desolada, una calle cortada, los ruidos del entorno. Cada imagen o escena suscitaba para mí un espacio posible de interpretación sobre el proceso de transformación urbana en Poble Nou.
En esta práctica intentaba respetar el propósito original de las derivas situacionistas (Guy Debord, 1957; Paola Berenstein, 2006), en tanto propuesta lúdica, estética, experiencial y corporeizada. Cabe recordar que la deriva, tal y como proponen los situacionistas franceses concibe una temporalidad efímera que no pretende la conservación ni el registro en el tiempo, sino que el acto mismo del deambular deviene en experiencia y producción de nuevos significados urbanos. Posterior a estas experiencias, los situacionistas proponían la reinterpretación del territorio que quedaba plasmado en sus originales mapas o en manifiestos. Así, la deriva se proponía como una práctica estética vinculada a un propósito político: desestructurar el letargo de la vida cotidiana de la sociedad burguesa del espectáculo desde la producción de nuevas situaciones, lo cual aglutinaban bajo el término de psicogeografía.
En mis recorridos por el barrio aprovechaba para fotografiar y registrar en vídeo, lo cual me permitía producir mis interpretaciones a posteriori en contacto con otras fuentes documentales. La relación con la gente del barrio sin ser un requisito, surgía espontáneamente en cualquier lugar sin guiones o temáticas previas y a través de algunas conversaciones pude ir descubriendo además de lugares, algunas historias y memorias del barrio que me permitieron ir descubriendo nuevas formas visuales.
Problematizar la imagen como línea que atraviesa mi relación con Poble Nou me ha permitido también descubrir cómo se articula y posibilita el ejercicio del poder en el ensamblaje urbano a través de la pretensión de la “verdad”, la “evidencia” o la “falsedad” (Bruno Latour, 2002) produciendo espacios hegemónicos y de consumo que muestran nuestras ciudades contemporáneas no solo desde discursos e ideologías, sino desde la producción iconoclasta que materializa visualmente los dispositivos del poder.
El diseño de ciudades saturadas de modelos arquitectónicos, del fashion, de artefactos audiovisuales, de redes intangibles, es la muestra de esa iconoclasia que se traduce también en un exceso de visualidad que propicia el anonimato. El sujeto contemporáneo es un espectador de experiencias que registra sus memorias y enmarca sus deseos en formatos fotográficos, audiovisuales y publicitarios satisfaciendo las necesidades des-localizadas.
Barcelona se presenta como ciudad modelo de las nuevas tendencias urbanísticas y arquitectónicas dentro de este exceso de visualidad. La efectividad de las transformaciones de un barrio como Poble Nou, -uno de los muchos que sufren los efectos de la gentrificación en las ciudades occidentales-, se afianza no solo en los cambios urbanos y en la producción de nuevos tejidos sociales sino que se sostiene a través de un conjunto de significantes visuales que circulan como redes globales (oligopticones le denomina Bruno Latour marcando distancias con la noción de panóptico por sus posibilidades de circular también a nivel microfísico), y que penetran en la intimidad de la vida cotidiana de sus habitantes.
Allí, la torre Agbar emerge en los linderos de Poble Nou con el centro de la ciudad como un gran obelisco, como la primera imagen monumental de este nuevo barrio gentrificado, definiendo por un lado el diseño urbano planificado según las necesidades del mercado inmobiliario, y por otro lado, imponiendo una marca insoslayable en el territorio anteriormente poblado de fábricas, manufacturas y mano de obra.
En Poble Nou, la imagen circula en dos niveles. Como imagen-modelo global que se presenta bajo el slogan de “ciudad del conocimiento” y como imaginario cotidiano donde confluye la memoria obrera-fabril y la presencia artística de los talleres artesanales que se alojaron en esas antiguas fábricas.
Para comprender las tensiones entre estos espacios propuse dos ámbitos de análisis: uno que intentara re-presentar el modelo urbanístico de Poble Nou y otro que retratara su imaginario cotidiano. Pero en esta actividad de análisis también se me presentaba el problema de cómo retratar mis comprensiones, esto es, desde una mirada que reprodujera una pretensión total y exhaustiva de la ciudad, imposible de alcanzar desde mis derivas, o por el contrario, permitiendo que mis experiencias y relaciones estéticas en el andar se mostraran como proceso de conocimiento. Opté por presentar y yuxtaponer ambas cartografías, las cuales tomaron forma desde mis posicionamientos y desplazamientos. Con ello emerge la metáfora de la mirada cenital y la metáfora de la mirada impura.
Ambas metáforas constituyen los puntos de partida desde los cuales propongo mis descubrimientos del espacio urbano; en consecuencia, cada “mirada” al fenómeno ciudad se sedimenta en Poble Nou. A continuación mostraré brevemente como he caracterizado cada figuración.
En la primera metáfora he tomado prestado el término “cenital” que se emplea en fotografía y en el cine para referir a un plano que enfoca una orientación vertical desde arriba con respecto al suelo. A medida que se muestra este plano más amplio y total también es menor la intimidad con los objetos que retrata.
La mirada Cenital sobre la ciudad figura el ideal de verdad absoluta y de pretendida universalidad cuando intenta abarcar el territorio en conjunto y simular un mundo a escala. Esta mirada desconfía de las prácticas cotidianas y plurales porque prefiere confiar en los instrumentos que ha diseñado para mostrar el objeto. Bajo esta premisa, retomo la figuración de la ciudad desde “lo alto de la torre”, siguiendo la metáfora de Michel de Certeau (2000), como una mirada omnividente y desapegada de las experiencias urbanas subjetivas.
En mi relación con Poble Nou definí el proyecto urbano del 22@ como una actuación de la mirada Cenital en el ámbito de la ciudad de Barcelona que redefine de los usos urbanos desconociendo las prácticas y la memoria de este barrio tradicionalmente obrero. Para dibujar el ámbito de la mirada cenital hice un recorrido a través de cuatro matizaciones:
a) El ojo divino: Siguiendo la figuración de Donna Haraway (1995) problematizo la lógica hegemónica científica moderna como mirada monocular de la representación que desestima las posibilidades de los cuerpos en experiencia, la imaginación o la estética. Este lugar de enunciación privilegiado y omnividente promete trascendencia y pretende verdad. He propuesto esta figuración como punto de partida de la mirada cenital intentando mostrar la ciudad como un fenómeno total y como cartografía que abarca el territorio pero que desestima la fenomenología de sus habitantes. En mi deambular a través de Poble Nou, el 22@ figura el ojo divino como proyecto que pretende contener y gestionar el territorio desde las administraciones y agentes financieros. Desde esta figuración también intento desvelar mis propias interrogantes y cuestionamientos como investigadora dentro de un marco académico que reclama (implícita o explícitamente) el uso de dispositivos para representar el espacio urbano.
b) La promesa de los dispositivos visuales: relacionado al problema anterior me intereso por la imagen como dispositivo de inscripción de la objetividad y como máquina científica que media y articula relaciones con los objetos. Es posible rastrear una historiografía del dispositivo visual vinculado al desarrollo de la ideología de la representación y la pretensión de captación de la “verdad”. En este punto pienso la ciudad como lugar de circulación pública de las imágenes y el 22@ como un territorio planificado y sustentado en redes virtuales y visuales que posibilitan un espacio de factibilidad económica donde también se gestiona el poder a través de empresas trasnacionales y la dinámica del capitalismo cognitivo.
c) Miradas/otro o cómo producir espacios subalternos desde la mirada cenital: En esta matización retomo los argumentos decoloniales producidos por el pensamiento latinoamericano, -que es inevitablemente el lugar de enunciación de mi experiencia situada-, para pensar en la construcción de la modernidad como espacio del poder que se sustenta en el proceso de imposición sobre territorios. Este argumento me permite incorporar la discusión del concepto de “colonización interna” para pensar en el ejercicio de la colonialidad hacia el interior de las sociedades europeas y cómo este ejercicio se vincula al proyecto de ciudad industrial y post industrial. Este proceso se visibiliza claramente en la estructuración del Poble Nou industrial de finales del siglo XIX y el paso actual al 22@ post-industrial que continúa marcado por la lógica de la colonización interna, ahora bajo el pretexto de ciudad global.
d) Cartografías racionales: A través de esta matización continúo explorando en el ejercicio del poder desde los planteamientos discursivos y materiales, retomando algunos argumentos de Michel Foucault (1978, 1984) para aproximarme a la comprensión de la ciudad europea como un espacio racional del saber con implicaciones biopolíticas, y problematizo el diseño gubernamental de las ciudades europeas que ha normalizado y regulado los ámbitos espaciales como formas operativas del poder.
En este contexto, observo Poble Nou como un barrio claramente ordenado (en el sentido de orden y ordenamiento) al regular los usos del espacio. Bajo estas formas de poder, el diseño 22@ ha incorporado sofisticados dispositivos de vigilancia, que van desde la cámara de vídeo hasta las tecnologías de punta incorporadas al subsuelo de las calles que además de funcionar como redes para las telecomunicaciones actúan como dispositivos con efectos sobre nuestras prácticas y nuestros cuerpos.
La segunda metáfora se desarrolla en el escenario de la mirada impura. Con esta designación provocadora intento subvertir la idea de pureza que subyace al conocimiento científico moderno al pretender datos descontaminados de los sentidos para proponer la impureza como implicación de nuestro cuerpo en la comprensión del mundo desde un pensamiento mestizo, experiencial, imaginario y afectivo. Este escenario es el que está mas claramente influenciado por mi interés en la estética y también en el que he sentido el uso de una narrativa más libre y creativa.
La reivindicación de la impureza emerge bajo la convicción de que no existen objetos puros sino que todos los objetos desde nuestra implicación devienen interpretados e incorporados a nuestro cuerpo y a nuestros significados. Desde aquí propongo un giro al modelo cenital y omividente de enunciar los espacios urbanos para pensar en un sujeto que se implica al ras del suelo como productor y transformador de los recorridos y no solo como testigo y consumidor de objetos-imagen. Mis derivas en las calles de Poble Nou van dando forma a la mirada impura a través de mis experiencias y relaciones con los objetos que voy encontrando, asignándoles un significado estético.
El escenario de la mirada impura también se recorre a través de cuatro puntos:
a) Lugares de la mirada: La mirada se sitúa al ras del suelo como punto de partida de mi comprensión de la ciudad pero con las nuevas velocidades y articulaciones de la imagen, el escenario público también me muestra distintos ritmos y una yuxtaposición de símbolos que cristalizan las paradojas entre las redes visuales-tecnológicas y el objeto-imagen histórico y social (como el que nos presentaba Walter Benjamin, 2005); es decir, lo efímero frente a lo persistente, lo inmaterial frente a lo material, lo verdadero frente a lo profano. Asumiendo estas tensiones que caracterizan la circulación de las imágenes en el espacio público propongo la opción de asumir un recorrido no plenamente sujetado a la velocidad avasallante de la tecnología sino en un ritmo peatonal y artesanal que reivindica el estar, el mirar y el escuchar. Esto me permitió centrar mi interés en los talleres artísticos de Poble Nou y el proceso de desalojo que sufre por la imposición de las nuevas edificaciones del proyecto 22@.
b) De lo estético a la producción de cartografías contrahegemónicas: Recuperando los aportes de distintos autores en la tradición fenomenológica, reivindico la centralidad del sujeto en experiencia y la propuesta de la estética como espacio de relación y construcción de sentido del sujeto con el objeto visual. Las nociones de objeto-objetualidad-imagen y de estética relacional (Nicolás Bourriaud, 2006) me abren a un acercamiento urbano desde otros ojos y nuevos contornos.
En mis recorridos en Poble Nou, es la sorpresa y el quiebre con lo pre-supuesto la incitación que permite asignar significados a distintas imágenes urbanas, atendiendo su potencia política porque no se trata de recopilar y mostrar imágenes como detalles de lo extraño o de lo hermoso, sino de suscitar su interpretación, y especialmente, de generar una lectura social.
c) La ciudad es una forma (y nos movemos en ella): La presentación frente a la re-presentación se muestra como realidad donde los objetos emergen sin constricciones externas a la experiencia inaugural. Así, el espacio urbano se expresa como un escenario donde las formas sociales constituyen la síntesis estética entre el sujeto y el objeto. En el escenario de la mirada impura retomo la comprensión unitaria del mundo proponiendo que el acercamiento fenomenológico permite no solo un cambio de relación hacia el status del objeto sino que se interesa por abolir la distancia artificial entre el objeto y la cosa observada, proponiendo desde allí una relación unitaria. Por ejemplo, en mi atención a los graffittis en las fábricas abandonadas de Poble Nou que esperan por su demolición, no interesa la búsqueda de un simbolismo en la imagen ni una caracterización de las conductas que lo motivan sino interpretar estas imágenes sobre los muros en una relación contextual y formista con el entorno urbano en transformación. Así, los graffitis se plasman sobre los nuevos “desechos” del barrio, es decir en las edificaciones que anteriormente eran utilitarias y que ahora estorban el proyecto cenital.
d) Corporeidades y política de la experiencia estética: En este punto retomo la noción del errabundeo y la práctica de las derivas como un devenir nómada, lo cual me permite un acercamiento a la noción de subjetividad nómada en tanto producción de espacios intermedios. En las derivas a través de Poble Nou, mi cuerpo se dispone como punto de referencia frente al espacio diverso que se abre, así me muestro como sujeto en experimentación y como observadora-observada. Esta apreciación desde mi subjetividad me permite acudir a la idea de ciudad-performance que dibuja la ciudad como escenario estético y de producción de decires no-discursivos desde los cuerpos (mi cuerpo) en deriva que actúa en el espacio.
Valga señalar que la idea de performance en las ciudades se comprende como espacio de actuación que trasciende lo discursivo para proponer la creación de espacios políticos en el ámbito de lo actuado. Así, el valor de las performances en la ciudad emerge tanto en su propuesta de desobediencia simbólica frente al mundo oficial hegemónico como en la intensidad metafórica que sus signos (visuales o corporales) consiguen articular en los imaginarios colectivos. El barrio de Poble Nou está repleto de símbolos que subvierten los modelos hegemónicos: desde las actuaciones de los vecinos para intentar preservar las naves de Can Ricart hasta las experiencias en los Centros Sociales que desarrollan escenografías que perturban las lógicas del consumo y la privatización del barrio.
En un escenario tan complejo como es la ciudad, mis incursiones han pretendido producir una comprensión desde una narrativa situada, intertextual y reflexiva de los objetos urbanos en diálogo con la visualidad y con la estética.
El caminar observando, el fotografiar, el contemplar, el imaginar la ciudad han constituido los hitos de todo este recorrido, donde el cruce entre dos miradas y metáforas (la mirada cenital y la mirada impura) propone las coordenadas de una zona urbana que sedimenta en mi retrato subjetivo y situado de Poble Nou.
Las dos miradas a la ciudad son dos recorridos que se superponen y mi tarea ha sido asignarle símbolos y significados a estos itinerarios. Propongo que estas no son miradas antagónicas: la cartografía cenital está impregnada de mi mirada impura, situada, mestiza, latinoamericana, que al sedimentarse en Poble Nou intenta comprender un fenómeno que no deja de resultar ajeno y foráneo. Viceversa, el escenario impuro está matizado inevitablemente por mi formación y preferencias académicas, esto es, por la mirada cenital que inexorablemente reproduce un conocimiento formado en la tradición moderna y positivista, demandando en ocasiones quiebres con presupuestos muy arraigados para producir una tarea crítica.
Ya que cada uno de estos escenarios no dejan de ser producciones parciales, es posible que estos recorridos echen en falta otros espacios, otras trayectorias, otras líneas de fuga e incluso otras perspectivas de la mirada. No obstante, la ciudad occidental -y aceptando que existen particularidades y rasgos distintivos-, no está exenta de la mirada cenital porque este es el posicionamiento monocular que ha producido el saber/poder moderno. De hecho, lo cenital ha estado presente en la producción de nuestras urbes como un proceso inherente al desarrollo del binomio capitalismo y modernidad.
Poble Nou, como cualquier barrio en cualquier ciudad es un espacio lleno de objetos-imagen en transformación y de huellas visuales accesibles desde la impureza de nuestra mirada. Estas imágenes son la expresión de un modelo de ciudad (en tanto espacio físico) y de un entorno urbano (en tanto el tejido de relaciones) los cuales caracterizan este momento actual de desarrollo global gestionado por la dinámica del capital que se impone a las memorias y práctica cotidianas del barrio. Frente a esto, lo impuro es simplemente la heterotopía y la posibilidad de construir espacios de creación y transformación.
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