Reseña de Morey (2007): Pequeñas doctrinas de la soledad

Review of Morey (2007): Pequeñas doctrinas de la soledad

  • Liliana Judith Guzmán
Portada libro

Morey, Miguel (2007).
Pequeñas doctrinas de la soledad. México: Sexto Piso.
ISBN: 978-84-935204-3-4



Los casi treinta ensayos (escritos entre 1976 y 2007) que componen este libro invitan a sonar en el oído y memoria del lector el mundo abierto entre la filosofía y la literatura, o la poética trazada en otras artes (el rock, el teatro) con ecos de canciones como Like a Rolling Stone (Bob Dylan), o Soledad Jujuy 1941 (Atahualpa Yupanqui). En la primera de ellas, por su energía inagotable escrita en la soledad de las palabras que sienten y piensan (How does it feel to be without a home like a complete unknown, like a rolling stone?), en la segunda, por su tejido de experiencia construida en la palabra de un viaje interior a la soledad, a la soledad transitada por caminos de piedra (“en el viento que pasa y en la estrella que sueña, aprenderé canciones para mi soledad”). En ese puente entre el entusiasmo inspirador y la soledad escribiente, encontramos al filósofo proponiéndonos un texto compuesto linealmente por cuatro problemas de contenido filosófico, y transversalmente por un estado de inquietud que genera inquietudes, que hilvana esos problemas filosóficos en la mayor decibilidad de la pregunta filosófica por ¿qué (nos) pasa?, o la pregunta por la experiencia de pensar(nos), hoy. Globalmente, los cuatro problemas enunciados serían: la relación entre filosofía y literatura como un lugar del pensar, la formación como invención o relato, el tiempo como soledad, la experiencia de la palabra, del sonido y de la lectura como un ejercicio del pensamiento.

¿Qué sentidos traza la posibilidad de vincular obras de Michaux, Beckett, Burroughs, Descartes, Lowry, Bataille, Rolling Stones, Artaud? Los primeros guiños de Miguel Morey en Pequeñas doctrinas van orientados a poner en nuestra imaginación una cámara móvil por los laberintos escriturales de esos autores, cual envites a pensar(nos) y demorar(nos) en la palabra de los márgenes, de los “excesos”, de la meditación filosófica que abre y hace posible el deseo de gritar el pensamiento entre sus bordes, la voluntad creadora por entre los pliegues de los dogmas, las verdades, las normas, los protocolos, lo simple, lo santificado, lo determinado, lo incierto del entrelíneas sostenido Satisfaction (I Can´t Get No) lo… Desde palabras que quiebran el orden de las palabras. Desde heridas abiertas que abren y horadan las palabras. Desde la inquietud calma y entusiasta por decir-se, escribir-se, hablar-se en el lenguaje sentido de aquello que (nos) pasa, de nuestra experiencia, allí Morey busca los lugares para las preguntas, los lugares para pensar desde otros lugares, otros signos, otros gestos, otras miradas. Las miradas y signos de la errancia, del cuerpo, de los viajes, de la música, de los animales, de la risa, de la locura. Desde lo que no habla con el lenguaje instrumental sino con el poema, los riff de las canciones que desbordan en belleza nuestra memoria, los excesos de las carencias. 

El hilo de Ariadna que teje una segunda secuencia de textos de Pequeñas doctrinas de la soledad se deja visualizar por la pregunta acerca de la inquietud de la formación. De la formación en, desde, con cierta voluntad de estilo. María Zambrano y Friedrich Nietzsche son fuente, entre otros, de este segundo tramo de textos. La resonancia de ambos autores en este conjunto de escritos está atravesada por la llamada de Nietzsche al lector-oyente, el lector-paseante, el lector-capaz de danzar con el pensamiento. Danza del pensamiento que, en este caso, en este libro, se “define” u orienta en aquella voluntad con deseo de leer, escribir, pensar. O cierta voluntad de escritura filosófica. Con ello, Morey nos recuerda algunas nociones o enunciados acaso olvidados en la filosofía académica, o que no cotizan en el mercado de lo rentable, medible, comprobable, en el panorama actual dadas las circunstancias de hoy. Tales enunciados son aquellos que nos recuerdan que antiguamente, prosa y filosofía nacen simultáneamente (Anaximandro), que la “razón” no está tan alejada de los mitos, que la escritura es una experiencia que nos permite asumir la conciencia de una palabra memorable, que la experiencia poética no es un imposible para la experiencia filosófica, para el filosofar. En suma, que la filosofía es y ha sido siempre “literatura, es decir: palabra memorable que conserva el testimonio de lo que es la experiencia de los hombres cuando se hace pensamiento1. Testimonio de cuya experiencia ya vemos hecha escritura (dialogal) en toda la obra de Platón, clásico que en este libro tiene un lugar no sólo transversal sino, más aún, inspirador y clave.

Dos preguntas articulan un tercer apartado de textos, ellas enuncian: primero, ¿qué es un poema en prosa?, y segundo, ¿por qué se escribe? Quizás como respuesta fragmentaria y sugerida, aquello que se nos dice desde María Zambrano a esa pregunta sobre ¿por qué se escribe?, ilumina algunos atisbos del pensamiento y la pluma para la primera pregunta, sobre el modo de ser de un poema en prosa. Y es que el interrogante clave para este tercer grupo de ensayos es la pregunta zambraniana ¿por qué se escribe? Y se escribe para “defender la soledad en que se está”… “se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente”… ¿Por qué se escribe? El llamado de las palabras al ejercicio filosófico por la inquietud escribiente aquí se traduce en esa morada solitaria del tiempo, la subjetividad y las palabras. En esa soledad hablante que (se) escribe, (se) dice en la voluntad, el deseo y el acto de dar con el hilo de las palabras, como dice Morey. Y en esa soledad escribiente, las palabras (nos) inventan sentidos para la soledad, para el abismo, para la noche sin sueño y sin lenguaje del tiempo, para la experiencia de un viaje oscuro, insondable, hablado y escrito entre los trazos de la inquietud por aquello que somos, animales de preguntas, de preguntas escritas en soledad.

Walter Benjamin es la figura inspiradora y el corazón del pensar en el cuarto apartado del libro, como reunión de todo lo pensado e interrogado previamente. Y es que en las preguntas de Benjamin, en sus pensamientos caminados, Morey encuentra las pistas para seguir viaje en la inquietud por el pensar entre los bordes y los pliegues de la palabra que poetiza, de la escritura danzante, de la soledad escribiente en trazos de poeta. En los signos de Benjamin, Morey encuentra los hilos para ese hilván de las palabras al que (nos) convoca en cada página de su obra. Con Benjamin, el filósofo traza el mapa de la inquietud traducida en la necesidad del viajero por caminar, leer, escribir, pensar. Y en esa experiencia, la recuperación de cierta actitud contemplativa y hoy acaso necesaria en tiempos de agotamiento de las verdades, de enclaustramiento de las reproducciones que se arrogan el nombre de “filosofar”, allí nos propone la tarea (urgente) del filosofar, del pensar con la palabra, en las preguntas, y de la mano de la escritura literaria, de la palabra poética.

En suma, Pequeñas doctrinas de la soledad, como toda la obra escrita y enseñante de Miguel Morey, es –cada vez, en cada texto- un llamado renovado a aquello que nos toma de los hombros para sacudirnos de los riesgos al cotidiano e instituido embrutecimiento creciente: aquella llama persistente, entusiasta, vital, comprometida ética e intelectualmente por reclamar al pensamiento un ejercicio y estado de lucidez filosófica, como pasión y tarea2. Como preguntan las palabras que suenan blowin`in the wind, y que enuncia el canto del poeta:

En el viento que pasa y en la estrella que sueña,
aprenderé canciones para mi soledad3.