La Gran Depresión que comienza en octubre de 1929, y que se prolonga durante casi toda la década de 1930, tiene como principal consecuencia la irrupción del Estado en el conjunto de la sociedad con una fuerza hasta entonces no desplegada y con grandes cambios en sus características y funciones. Éste se expande cada vez más en el control de ámbitos otrora reservados al sector privado y se presenta, más que nunca, como ubicado en un espacio neutral, por fuera de las clases sociales y sus luchas. Empieza así a constituirse lo que luego, en Europa occidental y en Norteamérica, se denominará como Welfare State. Esta irrupción de un Estado que, bajo el disfraz de árbitro de las contradicciones capitalistas, comienza a garantizar la dominación en cada vez más amplios espacios de la vida social, es una novedad a la cual el marxismo no responde de manera unívoca. Sus reflexiones al respecto se inician en la década del sesenta. A partir de ese momento, el Estado en el sistema capitalista vuelve a ser, para dicha corriente de pensamiento -y luego de la solitaria experiencia de Antonio Gramsci en la década del treinta-, un legítimo y necesario objeto de estudio.
Es de esta manera que, entre los años 1969 y 1976, ocurre uno de los más célebres debates sobre el Estado capitalista al interior del marxismo occidental. Los interlocutores son Ralph Miliband (1924-1994) y Nicos Poulantzas (1936-1979). El primero, un marxista inglés, autor de El Estado en la sociedad capitalista -editado en 1969- y profesor de la London School of Economics; el último, un teórico greco-francés, autor de Poder político y clases sociales en el Estado capitalista -editado en 1968-, y profesor en varias universidades francesas.1
Este debate, en su momento, ayudó fuertemente al resurgimiento -en el mundo intelectual marxista- de la discusión sobre el Estado, el capitalismo y la democracia, y sobre los límites y posibilidades de una revolución socialista en occidente. La indagación sobre la naturaleza del Estado y su relación con el sistema socioeconómico capitalista comenzaba a presentarse nuevamente por entonces como el mejor camino para obtener un diagnóstico preciso de la realidad sobre la que actuar. En momentos en que los conflictos sociales empezaban a exacerbarse profundamente, dicha polémica logró ampliar la discusión sobre cuestiones que en el marxismo occidental habían comenzado a dejarse considerablemente de lado. De esta manera, el debate se ubicó como referencia y punto de partida indiscutible para todos aquellos intelectuales, involucrados de alguna u otra manera con el pensamiento marxista, que comenzaban a reflexionar, en la década del setenta, sobre la naturaleza, características y funciones del Estado capitalista.
En esta polémica se enfrentan dos perspectivas marcadamente diferentes, trayendo aire fresco al seno de esta corriente de pensamiento, saliéndose definitivamente de lo que Perry Anderson denominó la “falta de internacionalismo” (Anderson, 1987, p. 86) del marxismo occidental. Por un lado, el althusserianismo, enfoque que se inicia a partir de la relectura efectuada por Louis Althusser de los clásicos del marxismo, con materiales provenientes principalmente del estructuralismo y de la epistemología francesa -ambas, corrientes de pensamiento exteriores a la escuela marxista-. Por otro lado, una posición más clásica, que relee a Marx desde el interior mismo del marxismo.
Poulantzas desarrolla la primera parte de su obra influenciado fuertemente por las ideas de Althusser. Esta primera etapa -que se dio en llamar del “primer Poulantzas”, y que es con la que trabajaremos aquí- se ubica en el periodo que va de la publicación del libro anteriormente mencionado a la edición en 1976 de una compilación de artículos titulada La crisis del Estado. Es recién con Estado, Poder y Socialismo -editado en 1978- donde comienza la etapa del “último Poulantzas”; etapa en que enfrenta varios postulados fundamentales -anteriormente defendidos- del proyecto althusseriano.
En Poder político y clases sociales Poulantzas parte del denominado “programa althusseriano”, para desarrollar sólo una fracción de esa gigantesca empresa. Althusser entendía que debido a la influencia del estalinismo en los partidos comunistas europeos -influencia que quedaba clara a nivel teórico con la insistencia del economicismo-, y a su contrapartida, el marxismo humanista desarrollado para contraponerse a las visiones que sólo contemplan los cambios históricos a partir del desarrollo de las estructuras económicas, era necesario retornar a Marx, así como Lacan había retornado a Freud luego de las erróneas interpretaciones que del creador del psicoanálisis habría realizado la escuela postfreudiana (véase Althusser, 2003). De lo que se trataba era de encontrar en la obra de Marx la rigurosidad científica que Althusser presuponía habría sido el punto crucial del desarrollo intelectual del pensador alemán. De esta manera dividió la obra de Marx en varios periodos (véase Althusser, 2004). Primero un Marx joven, fuertemente influenciado por el idealismo hegeliano, y por lo que Althusser considera también un idealismo, el feuerbachiano. Luego un Marx de ruptura, donde éste comienza a poner en tela de juicio postulados básicos del idealismo alemán. Y por último un Marx maduro, completamente despojado de la problemática teórica anterior, cuyo “corte epistemológico” supuso el nacimiento del materialismo histórico como la ciencia de la historia. La rigurosidad científica que según el filósofo francés desarrolló Marx en este último periodo, abrió el campo para el estudio científico del “continente de la historia”. Esta relectura epistemológica de Marx es deudora de la epistemología francesa del momento -Gaston Bachelard, Georges Canguilhem-; escuela que sostiene el postulado de la “ruptura epistemológica” como única condición para el progreso de la ciencia. Y por ruptura epistemológica se entiende la construcción de un entramado teórico coherente -una problemática teórica-, superador del anterior, disruptor, y atento a las posibles continuidades con problemáticas anteriores. Para Althusser, Marx habría dejado de lado la problemática idealista reemplazándola por una problemática propia -científica- no contaminada de resabios ideológicos.
Además, encontramos en Althusser una relectura teórica de Marx, que, a partir de los desarrollos del estructuralismo francés -dominado principalmente por Claude Lévi-Strauss, quien pretende dejar de lado las motivaciones de los individuos en el estudio del comportamiento humano y apunta a estructuras que funcionarían de manera irreflexiva como límites en las acciones de los sujetos-, pone el acento en las estructuras del modo de producción capitalista para explicar los fenómenos sociales. Postura que, según Althusser, Marx habría tomado en el último periodo de su obra, especialmente en El Capital, donde subraya sobre todo la preponderancia de las relaciones objetivas y entiende a los sujetos como meros portadores de estructuras.
Por el lado de Miliband, se puede divisar una muy fuerte influencia del empirismo británico, tradición que sostiene que la observación es el momento crucial de acceso a la realidad, a los hechos tal cual son; tradición que, de esta manera, supone una lectura transparente de las cosas, que otorgaría la facultad de evaluar neutralmente las hipótesis. Para decirlo de otro modo, el enfrentamiento con la realidad por medio de la observación sería el experimento crucial para corroborar o refutar una hipótesis. Postulado epistemológico fuertemente cuestionado a lo largo del siglo XX, tanto desde la epistemología francesa como de la propia epistemología sajona, en los nombres de Karl Popper, Thomas Kuhn, Imre Lakatos y, más radicalmente, Paul Feyerabend. Por otro lado, y como ya anunciamos, la relectura teórica que de Marx lleva a cabo Miliband, se circunscribe a una relectura desde el interior del marxismo, donde el máximo desplazamiento se realiza al seguir ciertos conceptos y proposiciones del teórico italiano Antonio Gramsci. Su articulo Marx y el Estado (Miliband, 1991d) es un perfecto ejemplo de esta relectura de varios textos de Marx desde el interior mismo del marxismo.
De esta manera, podemos decir que además de enfrentarse dos perspectivas distintas del marxismo, se ponen sobre el tapete dos tradiciones científicas diferentes: una ligada a la tradición empirista inglesa y la otra a la tradición racionalista francesa. Diferencia fundamental que conducirá a una divisoria de aguas en todo el debate; diferencia, sin embargo, que se encuentra, por momentos, oculta. Es parte de la vieja querella entre la escuela británica y la escuela continental de filosofía. “En esta querella, la escuela británica sostenía que la fuente última de todo conocimiento es la observación, mientras que la escuela continental afirmaba que lo es la intuición intelectual de ideas claras y distintas” (Popper, 1983, p. 24).
Aunque esta polémica ha sido leída clásicamente como la disputa entre una visión estructuralista y una visón instrumentalista del Estado capitalista, principalmente en el mundo académico anglosajón (véase Thwaites Rey, 2007), estos dos puntos de partida -el que tiene que ver con la relación sujeto/estructura y aquel que hace referencia a la manera de concebir la producción y la validación del conocimiento científico- asoman como los verdaderos causantes de las discrepancias y disputas en el debate. Esto se debe a que postulados epistemológicos y ontológicos divergentes arrastran tras de sí diferentes posiciones teóricas, metodológicas y aquellas relativas a la construcción del objeto de estudio.
Pasaremos a dar cuenta de las principales diferencias teóricas y metodológicas, y de la divergencia en la construcción de objeto, entre Miliband y Poulantzas, para luego desmontar el funcionamiento de los presupuestos epistemológicos y ontológicos en el conjunto de las discrepancias.
Esta polémica se conoce como el debate marxista sobre el Estado capitalista. Sin embargo, desde el comienzo queda claro que el objeto de estudio difiere entre ambos autores. Mientras Miliband aclara que su libro “se ocupa de la naturaleza y papel desempeñado por el Estado en lo que, a menudo, se llama 'sociedades capitalistas avanzadas'” (Miliband, 1991c, p. 1), Poulantzas indica que su ensayo:
tiene por objeto la política, más particularmente la superestructura política del Estado en el modo de producción capitalista, es decir, la producción del concepto de esa región en dicho modo, y la producción de conceptos más concretos relativos a lo político en las formaciones sociales capitalistas” (Poulantzas, 1969, p. 7).
De esta manera queda claro que mientras Miliband pretende dar cuenta de las características del Estado en las sociedades capitalistas contemporáneas de Europa occidental y Norteamérica -formaciones sociales de donde el marxista inglés toma los datos y las estadísticas que le permiten contrastar sus hipótesis-, Poulantzas intenta construir el concepto de Estado en el modo de producción capitalista (MPC), concibiendo al Estado como intrínsecamente capitalista, como parte constitutiva de ese modo de producción.
Con respecto al nivel metodológico, el proceder de Miliband en El Estado en la sociedad capitalista tiene que ver con demostrar la falsedad de las tesis de la teoría democrático-pluralista -en boga para entonces en el ambiente académico anglosajón-, descubriendo la inconsistencia de tales proposiciones al corroborarlas con datos empíricos de formaciones sociales de la época (Francia, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Japón), señalando luego la correspondencia entre estos datos y las hipótesis marxistas por él sostenidas. En cambio, en Poder político y clases sociales Poulantzas -para quien el objeto de conocimiento no está dado en la realidad sino que debe construirse- se atiene más bien a desarrollar una problemática teórica coherente que con rigurosidad científica pueda demostrar el funcionamiento de la realidad social superando problemáticas ideológicas inconsistentes e ingenuas.2
Por otro lado, las diferencias teóricas son varias, sin embargo ambos autores ya parten con una discrepancia fundamental previa. Para Poulantzas no hay en el marxismo teoría sistemática sobre el Estado. Refiriéndose a los clásicos del marxismo, el teórico francés aclara que “es preciso comprobar, y ésta es una observación de orden general, que éstos no trataron específicamente, en el nivel de la sistematicidad teórica, la región de lo político” (Poulantzas, 1969, p. 12). En cambio, Miliband encuentra, principalmente en los escritos políticos de Marx -tarea a la que dedicó el artículo Marx y el Estado-, una teoría específica de lo político y del Estado con la cual simplemente comenzará su análisis de lo concreto. Ya veremos que estas diferencias no son caprichosas.
Veamos las principales divergencias a nivel teórico.
Si bien ambos autores sostienen la afirmación de que el Estado capitalista posee una autonomía relativa con respecto a la base económica, y es precisamente esto lo que permite llevar a cabo un estudio del Estado y la política independientemente de lo económico, difieren en la explicación que dan de dicha autonomía. Para Poulantzas, la autonomía relativa del Estado en el MPC se debe a un hecho estructural propio de este modo de producción. Entiende al MPC como un conjunto de estructuras, y al Estado como una de esas estructuras con autonomía relativa respecto a las demás. El teórico greco-francés encuentra en Marx la siguiente particularidad del MPC: “la articulación de lo económico y de lo político en ese modo de producción está caracterizada por una autonomía -relativa- específica de esas dos instancias” (Poulantzas, 1969, p. 25). Lo que otorga la autonomía relativa al Estado es la estructura particular del mismo -compuesta por varias instituciones- y la estructura del “bloque en el poder” -forma de caracterizar la relación entre clases y fracciones de clase dominantes-. Por lo tanto, podemos decir que, para Poulantzas, la autonomía relativa es producto de las relaciones objetivas entre estructuras.
En el caso de Miliband, la autonomía relativa del Estado es producto del poder de Estado ejercido por la élite estatal. Para el profesor inglés habría una instancia de poder, exterior al poder de clase, ejercido por funcionarios del Estado. Sería este poder particular que asume la burocracia el que permitiría una cierta autonomía del Estado con respecto a la instancia económica y a la lucha de clases. Y si para Miliband el Estado tiende a defender los intereses de la clase económicamente dominante, se debe a que los funcionarios estatales pertenecen a esta clase, y al defender sus propios intereses defienden, a través de sus políticas de Estado, el interés de la clase toda.
Para Poulantzas, en cambio, si las políticas estatales tienden a favorecer los intereses de la clase dominante, se debe a una función estructural del MPC.
La relación entre la clase burguesa y el Estado es una relación objetiva. Esto quiere decir que si la función del Estado en una formación social determinada y el interés de la clase dominante en esta formación coinciden, es en virtud del propio sistema: la participación directa de los miembros de la clase dominante en el aparato del Estado no es la causa sino el efecto -por lo demás un efecto casual y contingente- de esta coincidencia objetiva (Poulantzas, 1991, p. 81).
Es más, para el autor greco-francés -quien diferencia estructuras de prácticas- no existe el “poder de Estado”. Ya que el Estado es una estructura y las estructuras no poseen ni ejercen poder. Son las clases, en las prácticas de clase, quienes ejercen poder. Por último, la burocracia para Poulantzas sería más bien una “categoría específica” que no está determinada por su pertenencia de clase, sino por el funcionamiento objetivo del Estado. De esta manera difiere de Miliband, para quien la élite estatal expresa, en sus acciones cotidianas, su particular pertenencia de clase.
Y del mismo modo, se desprenden conclusiones que llevan nuevamente a una diferencia muy importante, esta vez en la propia concepción del Estado capitalista. Para Miliband el Estado aparece como un instrumento con poder propio pero demandante de dirigentes. La clase que pueda esgrimir ese poder del Estado, o mejor dicho, la clase de la que forme parte la élite estatal, llevará las riendas del “sistema estatal”. Por lo tanto, el Estado en Miliband es un Estado capitalista en la medida en que está controlado por funcionarios que pertenecen, en última instancia, a las clases capitalistas. Parecería ser que el Estado deviene capitalista debido al ejercicio de su poder por la clase económicamente dominante. En Poulantzas, en cambio, el Estado en el MPC es un Estado capitalista, independientemente de cómo esté socialmente reclutada la burocracia estatal. El Estado es capitalista por definición; lo define como una estructura del MPC.
Con respecto a lo que aquí hemos denominado “clase dominante”, ambos autores coinciden en la descripción de la misma como dividida, no monolítica y contradictoria, pero no es casual la diferencia en la forma en la que cada uno explica esta particularidad. Mientras Miliband concibe a la clase dominante como un conjunto de “élites económicas” que poseen encontrados intereses particulares; Poulantzas caracteriza a esta clase como conformando un “bloque en el poder”, establecido por un conjunto de “fracciones de capital”. Esta simple divergencia -hablar de “élites económicas” o de “fracciones del capital”-, ya veremos, supone dos formas muy diferentes de explicar un mismo hecho.
Por otro lado, Miliband entiende que estas élites económicas poseen una “conciencia de clase” que no tendría el proletariado, y que, más allá de los desacuerdos entre dichas élites, todos sus integrantes son concientes de sus intereses en común.
De hecho, las clases dominantes han cumplido hasta ahora, mucho más que el proletariado, la condición puesta por Marx para la existencia de una ‘clase para sí misma’, a saber, que tenga conciencia de sus intereses de clase: los ricos han tenido siempre mucho más ‘conciencia de clase’ que los pobres. Esto no quiere decir que hayan sabido siempre cuál era la mejor manera de salvaguardar sus intereses -las clases, como los individuos, cometen errores- (…). Pero tampoco esto cambia la validez de la afirmación que, más allá de todas sus diferencias y desacuerdos, los ricos y los propietarios han estado siempre fundamentalmente unidos, para sorpresa de nadie, en defensa del orden social que les otorgaba sus privilegios (Miliband, 1991c, pp. 47-48).
Para Poulantzas no hay “conciencia de clase” de ninguna clase social. Y si el bloque en el poder se encuentra, en última instancia, unido más allá de sus contradicciones, esto se debe al papel organizador de la clase dominante que ejerce objetivamente el Estado. Es precisamente por esto que el teórico greco-francés prefiere hablar de “intereses objetivos”. “Se ha dicho aquí que los intereses de clase son intereses ‘objetivos’, a fin de marcar que no se trata de motivaciones de comportamiento” (Poulantzas, 1969, p. 136). Por el contrario, Miliband parece plantear, a lo largo de El Estado en la sociedad capitalista, una concepción de los intereses ligada a motivaciones psicológicas concientes; representación promovida, aun más, por el hecho de que el autor inglés trata con datos estadísticos de individuos y no de clases.3
Coincidimos con León Olivé en que los presupuestos epistemológicos y ontológicos determinan -o sea, ponen límites estrictos- el desarrollo de la teoría, las elecciones metodológicas y la construcción del objeto. Las categorías epistemológicas:
son conceptos constitutivos (sustantivos) de las teorías sociológicas, pero éstas, en la medida en que aspiran a ser conocimiento teórico, tienen que presuponer a aquéllas. La pretensión de ser formas de conocimiento teórico (científico) sólo puede hacerse valer recurriendo a las categorías epistemológicas. (…) Esta cuestión puede reconocerse y trabajarse desde perspectivas diferentes, o se puede hacer caso omiso, parcial o total, de la misma (Olivé, 1985, p. 14).
En el caso de Poulantzas, queda explicitada la posición epistemológica que lo acompaña en su intento de construir el concepto de Estado; en Miliband, esta cuestión no aparece ni siquiera esbozada. Para Olivé, “si los enfoques rivales difieren en lo que respecta a sus concepciones epistemológicas y ontológicas, entonces las teorías sociológicas sustantivas producidas dentro de su marco serán necesariamente diferentes” (Olivé, 1985, p. 15).
Por concepciones epistemológicas entendemos la forma particular que tienen los autores de comprender la producción de conocimiento científico y las formas de su validación. Por concepciones ontológicas entendemos los diferentes juicios que tienen de la realidad social; concepciones que jerarquizan ciertos niveles de lo social y no otros como centro explicativo.
Pasaremos a continuación a presentar los presupuestos epistemológicos y ontológicos de ambos autores, para luego tratar de establecer la incidencia de éstos en las discrepancias a nivel teórico, metodológico y a nivel de la construcción de objeto. Veremos que los presupuestos epistemológicos están ligados principalmente a las discrepancias sobre el objeto de estudio y el método, mientras que los presupuestos ontológicos son claramente perceptibles en las disputas teóricas.
Tal como lo adelantáramos al comienzo del trabajo, a nivel epistemológico los autores se sitúan en perspectivas sumamente diferentes. Mientras Miliband parece defender una concepción empirista del conocimiento y de su validación; Poulantzas, siguiendo a Althusser, se inclina por una suerte de racionalismo abstracto, que concibe y valida el conocimiento a partir de la confrontación con otros entramados teóricos.
Podemos decir que en El Estado en la sociedad capitalista Miliband cae en un empirismo ingenuo. Tal como lo sostiene Olivé, el profesor inglés cae en la trampa de tratar de corroborar la validez de sus hipótesis marxistas a partir de lo que sería una observación de los hechos tal cual son, presuponiendo una ausencia total de carga teórica en la observación (Olivé, 1985, pp. 202-203). De esta manera, Miliband supone la posibilidad de acceder a la realidad a través de un lenguaje transparente que refleje punto por punto las condiciones exactas de los hechos concretos. En ese sentido, los datos recogidos -expresados en palabras- no serían otra cosa que el reflejo fiel de la realidad con la que deberían confrontarse los enunciados de la teoría democrático-burguesa -para refutarlos- y sus propias afirmaciones –para corroborarlas-. Este procedimiento supone una lectura neutra de la realidad; lectura que le permitiría, de este modo, contrastar sus hipótesis. Pero toda lectura, como bien ha señalado la epistemología moderna, supone una carga teórica que se impone al sujeto observador. Esta imposibilidad de acceder a las cosas despojado de todo punto de vista, es lo que hace de la posición de Miliband una posición ingenua. El autor inglés cae en “la necesidad de corroborar o refutar teorías hipotéticas mediante comparación con los hechos, considerados como datos que se describen en un lenguaje exento de teoría” (Olivé, 1985, p. 202).
Poulantzas mismo critica los presupuestos epistemológicos de Miliband, al señalar que el marxista inglés no rompe totalmente con la concepción que de la validación del conocimiento tienen las ciencias burguesas -especialmente el positivismo-, continuando, de esta manera, atado a ciertos postulados ideológicos que le impiden dar cuenta tanto de la falsedad de las aseveraciones democrático-pluralistas como de las afirmaciones marxistas que él mismo sostiene. El hecho de no realizar una ruptura epistemológica con respecto a las ciencias burguesas, lleva a Miliband, según Poulantzas, a una asunción acrítica de postulados ideológicos, que no se corresponden con las características del verdadero proceder científico. Poulantzas, luego de reclamarle a Miliband la explicitación de los principios epistemológicos para el tratamiento de “lo concreto”, concluye lo siguiente: “En efecto, uno tiene la impresión de que esta ausencia muchas veces conduce a Miliband a atacar a las ideologías burguesas del Estado al mismo tiempo que se coloca en el propio campo que aquélla. En lugar de desplazar el campo epistemológico y someter estas ideologías a la crítica de la ciencia marxista mediante la demostración de su inadecuación a la realidad (…), Miliband parece omitir este primer paso. Sin embargo, los análisis de la epistemología moderna demuestran que nunca es posible oponerse simplemente con ‘hechos concretos’ a conceptos, sino que estos deben combatirse con otros conceptos paralelos situados en una problemática diferente” (Poulantzas, 1991, pp. 75-76).
Esta concepción epistemológica de Poulantzas tiene antecedentes claros en la obra de Althusser -especialmente en La revolución teórica de Marx y en Para leer El Capital-. Para el filósofo francés, el proceso de producción de conocimiento científico conlleva, primeramente, la construcción de un objeto de estudio sobre el cual trabajar. Este objeto se diferencia radicalmente de los objetos de la realidad. Para Althusser, el objeto de la ciencia es un objeto construido por el científico; rechaza, de este modo, la posibilidad de trabajar con objetos reales. El “objeto de conocimiento” se encuadra sólo en el pensamiento, y es con el cual, y a través del cual, se produce conocimiento científico. Esta es la principal crítica de Althusser al empirismo. Se trata de producir una ruptura epistemológica que aleje a la actividad científica de los prejuicios ideológicos. El mismo Poulantzas deja clara su conformidad con el filósofo francés, cuando señala que:
el proceso de pensamiento, si tiene por objeto final y como razón de ser el conocimiento de los objetos reales-concretos, no siempre se refiere a esos objetos: puede referirse también a objetos que se designarán como abstracto-formales, que no existen en sentido estricto, pero que son la condición del conocimiento de los objetos reales-concretos: es el caso, por ejemplo, del modo de producción (Poulantzas, 1969, p. 3).
Esta posición radical es criticada, a su vez, por el mismo Miliband, quien denuncia en Poulantzas un excesivo formalismo que le impediría dar cuenta de los hechos tal cual son y de las características de ciertos sucesos históricos particulares. A esta posición del teórico greco-francés Miliband la denominó “abstraccionismo estructuralista”.
Con esto quiero decir que el mundo de las ‘estructuras’ y de los ‘niveles’ que él [Poulantzas] habita tiene tan pocos puntos de contacto con la realidad histórica o contemporánea, que le aparta de toda posibilidad de llegar a hacer lo que él describe como ‘análisis político de una coyuntura concreta’ (Miliband, 1991a, p. 110).
Estos presupuestos epistemológicos, sostenidos por ambos autores -explicitados por Poulantzas y no por Miliband-, participan claramente en las diferencias que se generan con respecto a las características de sus objetos de estudio. Si Miliband limita su análisis a dar cuenta de las características del Estado en las “sociedades capitalistas avanzadas”, se debe a que, de esta manera, encuentra allí el material empírico necesario para contrastar sus distintas hipótesis. Porque el limitar la muestra de datos representativos es un requisito indispensable para validar el conocimiento si el presupuesto epistemológico que lo guía es empirista. En cambio, Poulantzas tiene por objeto producir el concepto marxista de Estado; cuestión que habla de la desconfianza a toda concepción empirista que crea en la posibilidad de un estudio directo de los “objetos reales”, e indica la necesidad de construir “objetos de conocimiento”.
Esta discrepancia epistemológica también los lleva a no coincidir con el método utilizado en sus estudios del Estado capitalista. Miliband trata de demostrar la falsedad de los supuestos democrático-pluralistas, a través de su confrontación con los datos empíricos, para luego validar sus propias hipótesis. Este procedimiento de análisis es propio de una concepción empirista que concibe la validación del conocimiento como contrastación de las proposiciones con los hechos concretos. El método de Poulantzas tiene que ver más bien con desarrollar una problemática teórica coherente, superadora de otras problemáticas ideológicas. De esta manera, el proceder metodológico se circunscribe al ámbito estrictamente teórico; de aquí su emparentamiento con cierto racionalismo abstracto.
Con respecto a los presupuestos ontológicos -relativos a “los rasgos fundamentales de la realidad social” (Olivé, 1985, p. 10)-, son claras las diferencias que encontramos entre ambos autores. Esta diferencia tiene que ver principalmente con el énfasis contrario otorgado por ellos a la contraposición sujeto/estructura como principio explicativo de los fenómenos de la realidad social. Miliband parece situarse en la tradición subjetivista de la filosofía, que concibe al sujeto como un ser racional, conciente, libre, y fundador del sentido y de sus acciones. Poulantzas continúa la tradición spinoziana seguida por Althusser, y radicalizada por este último a partir de los aportes del estructuralismo. En esta perspectiva el sujeto aparece como un simple “portador” de estructuras. Serían estas últimas las que actuarían sobre el sujeto, no al revés. El sujeto desaparece como concepto científico explicativo, y el análisis queda reducido a una causalidad estructural.
El presupuesto ontológico que recorre la producción teórica de Miliband posiciona al sujeto como principio explicativo de los fenómenos sociales. Éste aparece, por momentos, como libre de cualquier tipo de constricciones, y como actor conciente de los comportamientos que lleva a cabo. Este “humanismo teórico” dentro del marxismo comenzó su hegemonía a partir de la muerte de Stalin -como reacción contra el estalinismo- y de la consolidación de la filosofía existencialista liderada por Jean-Paul Sartre en la década del 50. La recurrencia al concepto de “hombre” para explicar el cambio histórico fue una constante en esta corriente marxista.
Frente a esta perspectiva, Althusser realizó -sobre todo en la década del 60- una fuerte crítica a los presupuestos ontológicos por él denominados “humanistas” e “historicistas”. Poulantzas, ferviente admirador de las ideas de su maestro, siguió insistiendo con esta crítica al “antropologismo del sujeto”.
Lo que ya puede retenerse aquí es que la concepción historicista, implícita en los análisis de esta corriente, conducen finalmente a establecer una relación ideológica entre los individuos-agentes de la producción, los ‘hombres’ y las clases sociales; esta relación es fundada teóricamente por la situación del sujeto. Los agentes de la producción son vistos como los actores-productores, como los sujetos creadores de las estructuras, y las clases sociales como los sujetos de la historia. La distribución de los agentes en clases sociales se relaciona a su vez con el proceso, de factura historicista, de creación-transformación de las estructuras sociales por los ‘hombres’. Pero esta concepción desconoce dos hechos esenciales: en primer lugar, que los agentes de la producción, por ejemplo el obrero asalariado y el capitalista, en cuanto personificaciones del Trabajo asalariado y del Capital, los considera Marx los apoyos o los portadores de un conjunto de estructuras. En segundo lugar, que las clases sociales no son nunca concebidas teóricamente por Marx como el origen genético de las estructuras, ya que el problema concierne a la definición del concepto de clase (Poulantzas, 1969, p. 67).
Para Poulantzas son visibles:
las dificultades que se le presentan a Miliband para comprender las clases sociales y el Estado como estructuras objetivas, y sus relaciones como un sistema objetivo de conexiones regulares, como una estructura y un sistema cuyos agentes, ‘los hombres’, son en palabras de Marx ‘portadores’ (träger) de la misma. Miliband da constantemente la impresión de que para él las clases sociales o los ‘grupos’ son, de algún modo reducibles a relaciones interpersonales, de que el Estado se puede reducir a las relaciones interpersonales de los miembros de los diversos ‘grupos’ que constituyen el aparato del Estado, y finalmente, que la relación entre las clases sociales y el Estado se puede reducir a las relaciones interpersonales de los ‘individuos’ que componen los grupos sociales y los ‘individuos’ que componen el aparato del Estado (Poulantzas, 1991, p. 77).
En Poulantzas, los presupuestos ontológicos se ubican en un extremo opuesto a los de Miliband. Es a partir de la década del 50, pero fundamentalmente en los 60, donde se produce un muy fuerte golpe contra las escuelas filosóficas dominantes en Francia. Tanto el existencialismo como la fenomenología comienzan a recibir fuertes embates por parte de lo que se dio en llamar el estructuralismo. Figuras como Lévi-Strauss y Lacan desarrollaron, desde disciplinas científicas diferentes, una concepción del funcionamiento de la realidad social que desplazaba definitivamente al sujeto o, en el caso del psicoanalista francés, lo conservaba descentrado. “El fin último de las ciencias humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo” (Lévi-Strauss, 1970, p. 357), llegaría a decir Lévi-Strauss. Esta embestida contra el concepto de hombre y contra la filosofía del sujeto creador fue retomada por Althusser, quien -en sintonía con el antropólogo francés- alcanzaría a afirmar que “La historia es por cierto un ‘proceso sin Sujeto ni Fin(es)’” (Althusser, 1974, p. 81). De esta manera, y según Perry Anderson, Althusser condujo a “una versión del marxismo en la que los sujetos fueron abolidos totalmente, a no ser como efectos ilusorios de unas estructura ideológicas” (Anderson, 2004, p. 42). Como adelantamos más arriba, sus enemigos en el terreno marxista fueron las concepciones economicistas –sostenidas principalmente por la ortodoxia de la Komintern- y las voluntaristas -aquellas que ponían el acento en el hombre como agente de la historia-. Los mismos enemigos compartiría su discípulo Poulantzas.
Miliband no coincide con esta manera de explicar los fenómenos sociales, y en su libro recurre permanentemente a las relaciones interpersonales, más que a las constricciones estructurales, como factor explicativo. Daremos un ejemplo al respecto. Refiriéndose al hecho de que los miembros de la élite estatal se reclutan principalmente de las clases media y alta, el marxista inglés afirma:
Aunque la desigualdad de oportunidades educativas, basada en la clase social, explica en parte esta pauta, hay otros factores que contribuyen a su formación. A este respecto también, como en el caso del acceso a las posiciones de élite fuera del sistema estatal, existe también la cuestión de conexiones. Ciertamente, las formas más aparatosas de nepotismo y de favoritismo ligadas a una era aristocrática y preindustrial en toda su pureza no son parte del actual servicio del Estado, competitivo, de la clase media (…). Pero, de todas maneras, sería insensato pensar que, incluso en una época en que están en boga los exámenes, la membresía en un sector relativamente estrecho de la población no constituya una clara ventaja, no sólo para ingresar a los niveles superiores del servicio del Estado, sino también, y con no menor importancia, para las posibilidades de ascender dentro del mismo. Tal membresía establece vínculos de parentesco y amistad y, por lo general, refuerza un sentimiento de compartir valores, todo lo cual es útil para tener éxito en la carrera (Miliband, 1991c, p. 63).
Además, el autor inglés ataca directamente los presupuestos ontológicos sostenidos por Poulantzas. En una crítica a los supuestos radicales defendidos en Poder político y clases sociales, relativos a la función objetiva de la burocracia, Miliband señala que:
lo que indica su [el de Poulantzas] énfasis exclusivo en ‘las relaciones objetivas’ es que lo que el Estado hace, está totalmente determinado, en todos y cada uno de los momentos, por estas ‘relaciones objetivas’; en otras palabras, que las fuerzas estructurales del sistema son tan absolutamente determinantes que convierten a los que gobiernan el Estado en meros funcionarios y ejecutores de la política que les impone ‘el sistema’”. De esta manera, este análisis “conduce directamente a una especie de determinismo estructural o más bien a un superdeterminismo estructural, que hace imposible una consideración verdaderamente realista de la relación dialéctica entre el Estado y ‘el sistema’ (Miliband, 1991b, pp. 98-99).
Estos presupuestos ontológicos revisados conducen a ambos autores a fuertes confrontaciones teóricas en relación al estudio del Estado capitalista. Una diferencia de este tipo no puede dejar de afectar profundamente la manera en la que ambos observan la realidad social y explican su funcionamiento. Esta divergencia trae como consecuencia una seguidilla de discrepancias teóricas que trataremos de señalar.
Con respecto a la autonomía relativa del Estado en su relación con “lo económico”, y tal como lo presentáramos al comienzo del trabajo, Miliband arriba a una explicación que podríamos calificar de voluntarista. Según el marxista inglés, dicha autonomía estaría dada a partir de la libertad en el ejercicio del poder del Estado por parte de la élite estatal. Es esta libertad de los funcionarios del Estado la que funcionaría como el elemento de distanciamiento con respecto a la lucha de clases; colocando de esta manera el énfasis en la capacidad conciente de los miembros del Estado. Por el contrario, en Poulantzas, la autonomía relativa del Estado sería un resultado de la matriz del MPC, o sea, el producto de la manera particular en que se relacionan las instancias política, económica e ideológica en dicho modo de producción. De este modo, su explicación se centra en las estructuras objetivas propias del sistema capitalista, obviando totalmente la participación de los individuos.
De esta misma manera, el Estado para Miliband protege los intereses de la clase dominante debido al hecho de que los propios funcionarios estatales comparten los mismos valores que los miembros de dicha clase. Los funcionarios estatales pertenecen a la clase dominante; de allí su defensa de aquellos intereses. Como se puede ver, aquí la pertenencia de clase queda reducida al hecho de compartir los mismos valores e intereses, no a su ubicación objetiva en relación a la propiedad de los medio materiales de producción. La conexión es meramente subjetiva. Para Poulantzas, en cambio, el Estado tiene por función objetiva la organización a largo plazo de los intereses generales del bloque en el poder, más allá de la pertenencia de clase de los miembros de la burocracia. De esta manera, el Estado cumple:
su función de factor de organización política de las clases dominantes, incapaces, con la mayor frecuencia, por razón del aislamiento de las relaciones sociales económicas, de la fragmentación en fracciones de la clase burguesa, etc., de erigirse por sus propios medios en el nivel hegemónico respecto de las clases dominadas (Poulantzas, 1969, p. 375).
Así se confirma la perspectiva estructuralista en relación a la función estatal.
Asimismo, el enfoque voluntarista tiende a percibir al Estado como un instrumento neutro, susceptible de ser manipulado a gusto de la clase que detente su poder. Es así como Miliband no puede concebir al Estado como un Estado capitalista en sí, sino que su carácter capitalista surge por el hecho de que quienes lo dirigen pertenecen a la clase dominante. Poulantzas, en cambio, considera que el Estado del MPC es capitalista en sí, por el hecho de ser una de las estructura de dicho modo de producción -y más allá de que su burocracia esté integrada por individuos de la clase dominante-. Esta explicación estructuralista rompe con lo que para Poulantzas son las ilusiones del reformismo parlamentario, apuntando a una estrategia política de transformación y destrucción de las estructuras del Estado capitalista.
Por otro lado, y continuando con las discrepancias que logra suscitar la confrontación de presupuestos ontológicos diferentes, la complejidad de la clase dominante es leída de dos maneras muy diferentes.
Tanto para Miliband como para Poulantzas, el concepto de “clase dominante” sintetiza la relación entre un conjunto de intereses dominantes diferentes, a veces contradictorios y, en última instancia, convergentes. Sin embargo, mientras Miliband describe a esta clase como conformada por diferentes “élites económicas” -poniendo el acento en los individuos que las integran y en las acciones de los mismos sobre las condiciones del capital y sobre el Estado-, Poulantzas la concibe como integrada por “fracciones de capital”, otorgando de esta manera -en la confrontación de intereses de las fracciones de clase dominante- un mayor peso a la dimensión objetiva, y diferenciando a estas fracciones no por las acciones de los sujetos sino por los intereses objetivos presentes en el MPC.
Por último, de esta manera en Poulantzas no hay lugar para la idea de “conciencia de clase”, y si las clases y fracciones de clase dominante que conforman el bloque en el poder continúan unidas en última instancia, esto se debe a la función objetiva del Estado como organizador de su interés general. Al contrario, Miliband da fe de la condición de “conciencia de clase” de la clase dominante; condición que les permite a las élites económicas organizar concientemente su interés general frente a los intereses antagónicos.
Este debate es una polémica sumamente rica para poner en superficie las discrepancias en el interior del marxismo en un momento histórico de efervescencia política sin igual. Muchas veces las discrepancias políticas no son las discrepancias de base. Vimos aquí que los presupuestos epistemológicos y ontológicos desvían a quienes los utilizan en la manera en la que llevan a cabo una investigación, en el modo como observan la realidad y en las formas de concebir el objeto de estudio.
Estamos de acuerdo con Mabel Thwaites Rey (2007) en que no parece haber una gran distancia entre las posiciones de ambos autores, si limitamos estos lugares a posiciones políticas. Es cierto que ambos realizaron un diagnóstico similar del momento europeo que les tocó vivir por entonces, del Estado de bienestar y de la estrategia política necesaria para ir más allá del estalinismo y de la socialdemocracia, y hacia un socialismo democrático. Pero más allá de estos acercamientos en cuanto a estrategia política, sus puntos de vista divergían considerablemente en lo que respecta a los planteos epistemológicos y ontológicos. Las distintas maneras de entender la ciencia y de comprender el funcionamiento de la realidad social lograron disparar una disputa profunda y acalorada. En este caso, podemos decir sin duda que este fue, fundamentalmente, un verdadero debate onto-epistemológico.
Sin embargo, ya pasadas tres décadas, este debate no ha ayudado a pensar al Estado en sus particularidades, por ejemplo la posibilidad de pensar a la burocracia como una clase con intereses propios que vayan más allá de lo que dictan las leyes estructurales. De este modo, esta polémica vio reducir su potencialidad crítica al circunscribir sus juicios dentro del problema de la determinación, entendiendo a éste desde una óptica dicotómica, lo que no favorece una verdadera reflexión sobre la realidad estudiada. Esta dicotomía artificiosa de sujeto o estructura como determinación última del Estado capitalista, perdió de vista las características particulares de un tipo de institución histórica, original y sumamente compleja. Queda para el porvenir el reajuste de un debate abierto en la década de 1970, aunque esta actualización debería tener como recursos, herramientas que puedan poner en tela de juicio los postulados rígidos de una racionalidad moderna que, parece, aun no se ha pensado a sí misma.
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