Celos y emociones: Factores de la relación de pareja en la reacción ante la infidelidad

Jealousy and emotion: how partners react to infidelity

  • Jesús M. Canto Ortiz
  • Patricia García Leiva
  • Luis Gómez Jacinto
Esta investigación está orientada a conocer las diferencias entre hombres y mujeres en las situaciones desencadenantes de celos y cómo estas reacciones son afectadas por ciertas características de las relaciones de pareja. 372 personas (250 mujeres y 122 hombres) han participado en esta investigación responden ante una hipotética infidelidad de su pareja (infidelidad emocional e infidelidad sexual) con un supuesto rival y a un cuestionario sobre ciertos aspectos de su relación de pareja. Los resultados revelan que las mujeres experimentan una mayor intensidad emocional que los hombres cuando piensan sobre la infidelidad de su pareja, ya sea emocional o sexual. No hay diferencias importantes entre hombres y mujeres en cuanto al tipo de infidelidad que más les molesta: la infidelidad emocional. Además se ha analizado la influencia del tipo de relación de pareja que mantienen los participantes en la experiencia emocional provocada por la infidelidad.
    Palabras clave:
  • Celos
  • Infidelidad emocional
  • Infidelidad sexual
  • Emociones
This present study explores the differences between women’s and men’s responses to (hypothetical) infidelity,  and how these responses are influenced by the  characteristics of the couple’s relationship. 372 subjects completed questionnaires (a) itemising their jealous reaction to a partner´s hypothetical infidelity (emotional or sexual); and (b) the state of their relationship. A survey of 250 women and 122 men revealed that the women reported higher intensity of emotional distress than the men. in regard to both emotional and sexual infidelity. There were no significant differences between men and women in their reports of which infidelity troubled them more: both genders are troubled more by emotional infidelity. We also report the influence that the type of relationship has on the emotions provoked by the infidelity.
    Keywords:
  • Jealousy
  • Emotional jealousy
  • Sexual jealousy
  • Emotions

1 Introducción

El análisis de las emociones ha suscitado en las últimas décadas un interés cada vez más creciente en la Psicología social (Ovejero, 1999). Incluso la Psicología social de corte más individualista ha comprendido que no es posible ignorarlas si tiene como objetivo explicar la conducta humana (Gilbert, Fiske y Lindzey, 1998). La perspectiva dominante en el estudio de las emociones (Fernández-Abascal, Jiménez y Martín, 2003), partiendo de presupuestos psicobiológicos e inspirados en los estudios de Darwin (1872), tuvo como propósito investigar las emociones universales, la búsqueda de indicadores emocionales universales (Ekman, 1992) y los intentos de identificar las emociones con determinados estados de activación del organismo (Damasio, 1996). Así, desde esta perspectiva los aspectos fisiológicos de las emociones constituyeron el principal centro de atención. Sin embargo, cada vez más se reconoce la necesidad de tener también en cuenta sus componentes cognitivos, lingüísticos, sociales, culturales e históricos. Las emociones, de hecho, son al mismo tiempo una experiencia somática, cognitiva, social y cultural (Parrott y Harré, 1996; Ovejero, 2000).

La importancia de la dimensión social y cultural en las emociones asigna un papel muy significativo al proceso de socialización a la hora de influir en su estructura y en su función. El contexto cultural influye en las emociones, forma parte de ellas, de tal modo que adquieren su significado real en situaciones interpersonales hasta el punto que son construidas socialmente (Harré, 1986). Desde una perspectiva socioconstruccionista, sin negar la existencia de emociones básicas de carácter universal (Armon-Jones, 1986), las emociones han de ser consideradas fenómenos complejos, entre cuyos elementos esenciales estaría un conjunto de creencias, juicios y derivados del sistema de creencias, principios y valores morales propios de un grupo social, de tal modo que este sistema de creencias y valores que caracteriza a cada emoción es aprendido y adquirido por los individuos a través del proceso de socialización.

Debido al interés que comenzó a mostrar la Psicología social por el análisis de las relaciones amorosas (Yela, 2000; Pines, 2003) y debido, también, al papel que desempeñan los celos como uno de los factores causales en la violencia de género (Corsí, 2003), se ha iniciado recientemente una línea de investigación con el propósito de analizar los celos que se producen en las relaciones románticas (Salovey, 1991; Barrón y Martínez, 2001; García-Leiva, Gómez-Jacinto y Canto, 2001, Gómez-Jacinto, Canto y García-Leiva, 2001). Los celos son una emoción compleja negativa. Surgen ante la sospecha real o imaginada de una amenaza a una relación considerada valiosa. Pines (1998) define los celos como una respuesta a lo que se percibe como una amenaza que se cierne sobre una relación considerada valiosa o sobre su calidad. Entendidos como una emoción, los celos son una respuesta que nos alerta de que una relación que queremos mantener está siendo amenazada.

Una importante línea de investigación analiza las diferencias entre hombres y mujeres en su forma de experimentar los celos, según el tipo de infidelidad de su pareja (Buss, 2000). Desde una perspectiva evolucionista, una serie de estudios llevados a cabo por David Buss y colaboradores (Buss, 1992; 1994; Buss, Larsen, Westen y Semmelroth, 1992; Buss, Shackelford, Kirkpatrick, Choe, Lim, Hasegawa, Hasegawa y Bennett, 1999) obtuvieron que los hombres se sienten más preocupados que las mujeres por una hipotética infidelidad sexual de sus parejas y que las mujeres se sienten peor que los hombres ante una hipotética infidelidad emocional. Los psicólogos evolucionistas recurren a la predisposición genética para explicar estas diferencias entre hombres y mujeres. Los celos serían un mecanismo que tendría como finalidad el mantenimiento de la relación con la pareja. Al ser muy frecuente la infidelidad entre los seres humanos, los celos actuarían como una señal de alarma ante una posible amenaza; de hecho la infidelidad tiene lugar en todas las culturas y en todas las épocas y suele ser la principal causa de divorcio y maltrato conyugal (Buss y Shackerford, 1997). Para los psicólogos y psicólogas evolucionistas, las diferencias encontradas entre mujeres y hombres son debidas a los diferentes problemas adaptativos que han tenido que afrontar durante el curso de la evolución para garantizar el éxito en la supervivencia y la transmisión de los propios genes. Basándose en la teoría de inversión parental de Robert Trivers (1972), la psicología evolucionista sostiene que existen importantes diferencias entre hombres y mujeres en la cantidad de energía que invierten en la reproducción de sus genes y en el grado de seguridad de tal inversión. Los hombres, que pueden fecundar a un número indeterminado de mujeres ya que disponen de la capacidad de generar una cantidad elevada de espermatozoides, realizan una menor inversión de energía que las mujeres para la reproducción con éxito de sus genes. Sin embargo, en las mujeres el periodo de gestación (nueve meses) determina la posibilidad de reproducción de sus genes, por lo que realizan una mayor inversión de energía para este fin: una vez que el óvulo ha sido fecundado, las posibilidades de reproducción de sus genes quedan reducidas al éxito del zigoto en curso. Esta diferencia de inversión entre hombres y mujeres hace que los primeros utilicen con más probabilidad estrategias sexuales primando más la cantidad de relaciones sexuales, mientras que las mujeres se implican más en estrategias sexuales que aseguren la probabilidad del éxito reproductivo centrando sus recursos sobre un número reducido de descendientes. Además, existirían, según Robert Trivers (1972), diferencias importantes entre los hombres y las mujeres en cuanto al grado de seguridad en la inversión parental que se llevaría a cabo tras la fecundación de un óvulo. La mujer siempre tendría la certeza de que el hijo que espera es suyo, y que, por lo tanto, perpetuaría sus genes, mientras que para que el hombre se sienta igual de seguro de su paternidad debe vigilar y controlar el comportamiento sexual de su pareja, asegurándose que, antes de ser la mujer fecundada, sólo ha mantenido relaciones sexuales con él. Así, pues, en los hombres los celos constituirían un mecanismo de alerta ante las amenazas a la seguridad de su paternidad. Sin embargo, para las mujeres la principal amenaza para su cría es que su pareja desvíe recursos hacia las crías de otras mujeres con las que mantiene relaciones. De ahí que las mujeres evolucionarían hacia los celos emocionales porque la infidelidad más amenazante para sus hijos consistiría en que el hombre dirigiera sus recursos a otra mujer y a otros hijos. Las mujeres, con el fin de tener un compañero que le garantizara los recursos para el cuidado de su prole, requerirían de una pareja que fuera fiel emocionalmente. Por su parte, la evolución de los hombres hacia los celos sexuales tiene que ver con el intento de garantizar la paternidad y tener certeza de que las inversiones en la prole lo son en los propios genes. Así, pues, los hombres para garantizar la transmisión de sus genes necesitarían una pareja sexualmente fiel y así evitar el riesgo de invertir en un hijo que no fuera suyo (Buss, 2000). Para la Psicología evolucionista (Pinker, 1997), la mente humana estaría compuesta por distintos módulos, cada uno de ellos diseñados por la selección natural para resolver un problema adaptativo de nuestros ancestros. En el ser humano habría, por lo tanto, un módulo innato específico de naturaleza dimórfica para tratar las situaciones de celos en hombres y en mujeres, responsable de las reacciones emocionales, cognitivas y conductuales ante los distintos tipos de infidelidad.

Desde una perspectiva cultural (DeSteno y Salovey, 1996; DeSteno, Bartlett, Braverman y Salovey, 2002; DeSteno, Valdesolo, y Bartlett, 2006); Harris, 2000; 2003a; 2003b; Harris y Christenfeld, 1996a; 1996b; Hupka, 1981; 1991; Hupka y Bank, 1996) se han ofrecido explicaciones alternativas que sitúan el origen de tales diferencias entre hombres y mujeres en el proceso de socialización diferencial y en la influencia social y cultural. Las diferencias entre hombres y mujeres serían explicables desde las diferentes adscripciones de unos y otros a las normas y roles de género dominantes en un contexto ideológico determinado. Las diferencias sexuales serían producto de las diferentes expectativas que hombres y mujeres atribuyen al comportamiento social (Eagly, 1987). La cultura determina las condiciones generadoras de celos y las respuestas que se esperan en tales situaciones. Los celos no deben ser concebidos como una emoción estática y unitaria, sino multifacética, en la que la cultura desempeña un papel muy importante. Desde una perspectiva socioconstruccionista, la aparición de los celos dependerá de los acuerdos socialmente compartidos sobre qué situaciones suponen una amenaza sobre algún aspecto relevante que el individuo posee, bien sea la propiedad sexual, la valoración del self, el matrimonio, etc. (Hupka, 1981; Mullen, 1991). Los celos, como cualquier emoción, no deben ser estudiados al margen de la cultura en la que se han formado y en la que se expresan. La intensidad de la respuesta de celos, las emociones con las que se asocian, las circunstancias que los provocan y las conductas asociadas a los mismos, serán especificados como normativos por el grupo social en el que tienen lugar ya que, en definitiva, tal como afirmaba Mead (1934), la conducta de un individuo no puede entenderse fuera del grupo social al que pertenece.

La evidencia sobre la diferencia sexual ha sido cuestionada (DeSteno et al., 2002; Harris, 2003a), ya que hay un buen número de investigaciones en las que los resultados contradicen los planteamientos de Davis Buss (2000). Christine Harris (2003a), al revisar los datos sobre las diferencias de sexo ante los dos tipos de infidelidades, nos informa que los resultados que apoyan la hipótesis evolucionista provienen principalmente de los estudios con autoinformes que utilizan el dilema de elección forzada diseñado por Davis Buss et a., (1992), al tener que elegir los sujetos el tipo de infidelidad que más celos les provocarían (infidelidad sexual versus infidelidad emocional). Estos estudios han utilizado mayoritariamente a estudiantes como participantes y se han obtenido en muchos de ellos datos que apoyan la hipótesis evolucionista, al afectarles a más hombres que a mujeres la infidelidad sexual. Christine Harris (2003a) destaca, sin embargo, que existe un número elevado de investigaciones que, utilizando el dilema de elección forzada, no apoyan la hipótesis de Davis Buss y que cuando se utilizan otros tipos de medidas raramente se encuentran tales diferencias entre hombres y mujeres. Davis DeSteno y Peter Salovey (1996) no encontraron evidencia de la interacción sexo por tipo de infidelidad cuando los participantes utilizaban escalas continuas para estimar el daño que sufrirían ante los dos tipos de infidelidades, como tampoco la hallaron Viveca Sheppard, Eileson Nelson y Virginia Andreoli-Mathie (1995), Davis DeSteno et al., (2002), etc. Contrariamente a la hipótesis de Davis Buss (2000), varios estudios han proporcionado datos que muestran que ambos sexos se alteran más por la infidelidad sexual (DeSteno et al., 2002; Harris, 2003b).

Los celos, como emoción compleja que es, están influidos por múltiples variables, en las que se puede destacar, además de los factores culturales, tanto aquellas que tienen que ver con las características psicológicas de la persona que siente celos como aquellas otras que son propias de la situación y del tipo de relación (White y Mullen, 1989). Son diversas las variables de la relación romántica que han sido objeto de investigación (Barrón y Martínez, 2001), pudiéndose destacar: el atractivo físico del rival (Buunk, 1991), el tipo de rival (Garcia-Leiva et al., 2001), la satisfacción y compromiso de la relación (White y Mullen, 1989), y la duración de la relación (Aune y Comstock, 1997), entre otras.

En este estudio se quiere analizar las respuestas que emiten los hombres y las mujeres ante el dilema del tipo de infidelidad (sexual o emocional) que más les afecta, así como evaluar si existen diferencias entre los hombres y las mujeres en cuanto el grado de reacción emocional que les provocan los dos tipo de infidelidades (sexual y emocional). Además se quiere analizar cómo es influenciada el tipo de infidelidad que más les afecta por variables específicas de la relación romántica. Concretamente se analizará cómo afecta si los participantes tienen pareja o no, el tipo de relación que mantienen, duración de la misma, el grado de satisfacción, de enamoramiento y de celos que experimentan, el grado de atractivo de sí mismos y de sus parejas. También se analizará si tiene alguna influencia en su reacción ante las infidelidades si en algún momento de su relación actual han mantenido relaciones sexuales con otra(s) persona(s).

Las hipótesis que se plantean son las siguientes:

  1. Se espera obtener que a los hombres les afectaría más la infidelidad sexual y a las mujeres la infidelidad emocional (Buss, 2000).
  2. El tipo de infidelidad que más les afecte a los hombres y a las mujeres estará modulado por variables de la relación romántica (White y Mullen, 1989).

2 Método

2.1 Participantes

En este estudio han participado de forma voluntaria 372 personas heterosexuales. 250 fueron mujeres y 122 hombres, con una edad media de 22,4 años y con edades comprendidas entre los 18 y los 30 años. La desviación típica fue de 3.17. De los 372 participantes, 210 eran estudiantes de la Universidad de Málaga y 162 eran estudiantes de la Universidad de Huelva.

De los 372 participantes, 259 mantenían en la actualidad una relación de pareja, mientras que 113 no. De las personas con pareja, el 18.53% (N = 48) tenían pareja desde hacía menos de un año, el 27.79% (N = 72) entre 1 y 3 años, el 28.18% (N = 73) entre 3 y 7 años y el 25.48% (N = 66) más de 7 años.

2.2 Materiales

En primer lugar se recogieron los datos sociodemográficos de los participantes: sexo y edad, así como su orientación sexual. Posteriormente se les preguntó si tenían pareja o no, para pasar a evaluar aspectos de la relación en el caso en que la tuvieran (véase apéndice). De este cuestionario, los ítems 1, 3, 8 y 11 son de naturaleza dicotómica, teniendo que responder los participantes “sí” o “no”. En el item 2 (“¿cuánto tiempo hace que estás con tu pareja?”), cuando se responde 1 equivale a “menos de un año”, 2 a “entre 1 y 3 años”, 3 a “entre 3 y 7 años” y 4 a “más de 7 años”. En el item 4, pueden responder entre 1 que equivale a “poco tiempo” hasta 4 que equivale a “para siempre”. En el item 5, 1 equivale a “mala”, 2 a “normal” y 3 a “excelente”. En los ítems 6, 7, 10 y 12, 1 equivale a “poco”, 2 a “algo” y 3 a “mucho”. Y en el item 9, 1 equivale a “bajo”, 2 a “normal” y 3 a “elevado”.

A continuación se les describió una situación de infidelidad emocional y otra de infidelidad sexual. La mitad de los participantes leyeron en primer lugar el escenario de infidelidad emocional seguido del escenario de infidelidad sexual, mientras la otra mitad de los participantes lo leyeron en el orden opuesto. Así, pues, leyeron los siguientes textos:

“Por favor piensa en una relación de pareja que hayas tenido en el pasado, tengas actualmente o te gustaría tener en el futuro. Ahora imagina que descubres que tu pareja está interesada en otra persona:

Imagina que un día descubres que tu pareja ha conocido y se ha enamorado de otra persona mientras está comprometida contigo. Imagínatela diciéndole a esta otra persona te quiero y comportándose con ella de forma cariñosa. Piensa que se ha unido a ella de tal manera que todos y cada uno de sus pensamientos giran en torno a esa otra persona y cada vez necesita y desea estar más tiempo con ella”.

Este texto correspondió al escenario de infidelidad emocional. También leyeron un texto correspondiente al escenario de infidelidad sexual:

“Por favor piensa en una relación de pareja que hayas tenido en el pasado, tengas actualmente o te gustaría tener en el futuro. Ahora imagina que descubres que tu pareja está interesada en otra persona:

Imagina que un día descubres que tu pareja está manteniendo relaciones sexuales con otra persona mientras está comprometida contigo. Imagínatela probando y disfrutando diferentes y variadas posturas y actividades sexuales de diversa índole con esa otra persona. Piensa que todas las fantasías sexuales de tu pareja giran en torno a esa persona y a la relación que mantiene con ella”.

En tercer lugar, los participantes respondieron al cuestionario de reacciones emocionales de Todd Shackelford, Gregory LeBlanc y Elizabeth Drass (2000) que contestaron después de cada escenario de infidelidad. Los adjetivos de que constaba esta escala fueron: celoso, decepcionado, deprimido, desesperado, desmotivado, enfadado, humillado, incompetente, infeliz, inseguro, intolerante, nervioso y traicionado. El cuestionario constaba de una escala de 7 puntos, donde 0 significaba que no ha sentido esa emoción y 6 que la había sentido de modo intenso. La fiabilidad del cuestionario cuando los participantes lo respondieron ante el escenario de infidelidad emocional fue un alfa de Cronbach de 0,82 y cuando lo respondieron ante el escenario de infidelidad sexual fue un alfa de Cronbach de 0,87. En cada situación planteada de infidelidad se sumaron las puntuaciones emitidas por los participantes en cada uno de los adjetivos, obteniéndose por cada sujeto una puntuación de reacción emocional global ante cada uno de los escenarios de infidelidad.

Por último debieron responder al dilema y elegir de las dos infidelidades la que más les afectara y disgustara.

2.3 Procedimiento

Los participantes cumplimentaron en privado y en grupo los cuestionarios siguiendo el orden anteriormente expuesto. Los participantes recibieron instrucciones de contestar individualmente a todos los ítems.

3 Resultados

Para analizar las respuestas de hombres y mujeres ante el tipo de infidelidad que más les afectaba, así como la modulación de esta elección por las variables de relación de pareja, se utilizó χ 2 como hipótesis de asociación. Los datos mostraron el patrón descrito por Davis Buss (2000) en lo referente a las mujeres, pero no en lo que concierne a los hombres, por lo que no se verifica la primera hipótesis de nuestro estudio. La mayoría de las mujeres sí eligieron la infidelidad emocional como la más estresante (67.2% vs 32.8%), mientras los hombres se preocuparon casi en la misma proporción por la infidelidad emocional como por la infidelidad sexual (51.6% vs 48.3%), χ 2 (1, N = 372) = 8.43, p = .003 (véase Tabla I). Para comparar las diferencias intrasexo, se aplicó una prueba binomial para comprobar si habían diferencias significativas dentro de cada sexo en el tipo de infidelidad que más les afectaba. En las respuestas emitidas por las mujeres sí se apreciaron diferencias significativas (proporción infidelidad emocional = .67 vs proporción infidelidad sexual = .33; p = .000), al sentirse más molestas por la infidelidad emocional. Sin embargo, en los hombres no se apreciaron diferencias significativas (proporción infidelidad emocional = .52 vs proporción infidelidad sexual = .48; p = .786).

Esta mayor inquietud hacia la infidelidad emocional se mantuvo en las mujeres independientemente de que no tuvieran pareja (76.1% vs 23.9%), χ 2 (1, N = 259) = 2.62, p = .070 o la tuvieran (63.7% vs 36.3%), χ 2 (1, N = 113) = 8.62, p = .003. Mientras que los hombres se preocupaban por igual ante los dos tipos de infidelidad cuando tenían pareja (53.1% vs 46.9%) y cuando no mantenían relación de pareja (51.2% vs 48.8%), χ 2 (1, N = 259) = 2.51; p = .074; véase Tabla II). Realizando la prueba binomial para calcular las diferencias intrasexo, cuando las mujeres no tenían pareja (proporción infidelidad emocional = .76 vs proporción infidelidad sexual = .24; p =. 000) sí se apreciaron diferencias significativas, como en el caso de las mujeres que tenían pareja (proporción infidelidad emocional = .63 vs proporción infidelidad sexual = .37; p = .000): les preocupaban más la infidelidad emocional. En los hombres no se apreciaron diferencias significativas, ya que les afectaban por igual ambos tipos de infidelidades independientemente de que tuvieran o no tuvieran pareja. En los hombres, por tanto, no se dio la tendencia de preocuparse más por la infidelidad sexual tal como sostienen las tesis evolucionistas.

Infidelidad
Emocional Sexual
Mujer 67.2 32.8
Hombre 51.6 48.3

Tabla 1

Porcentaje de participantes que han escogido el tipo de infidelidad que más les afecta en función del sexo

Infidelidad
Emocional Sexual
Sin pareja Mujer 76.1 23.9
Hombre 48.8 51.2
Con pareja Mujer 63.7 36.3
Hombre 53.1 46.9

Tabla 2

Porcentaje de participantes que han escogido el tipo de infidelidad que más les afecta en función del sexo y en función de si tienen pareja o no

Para analizar las diferencias entre hombres (N = 122) y mujeres (N = 250) en la reacción emocional, provocada por los dos tipos de infidelidades, medida a través del cuestionario de reacciones emocionales, se realizó un ANOVA. Ante un escenario de infidelidad sexual, la puntuación media obtenida por las mujeres fue de 3.89 y la obtenida por los hombres fue de 3.55, F (1.371) = 5.24, p = .022, mientras que ante un escenario de infidelidad emocional, la puntuación media de las mujeres fue de 3.65 y la de los hombres fue de 3.27, F (1.371) = 8,22, p = .004. Es decir, las mujeres responden con una mayor reacción emocional que los hombres ante cualquier tipo infidelidad.

Una de las variables que se analizó para comprobar la segunda hipótesis fue si el período de la duración de la relación para aquellas personas que tuvieran pareja tenía alguna incidencia en las respuestas ante el dilema que se les planteaba (véase Tabla III). Las diferencias fueron significativas en aquellas personas que tenían una pareja entre los 3 y los 7 años χ 2 (1, N = 62) = 3.46; p = .05. Aquí sí se obtuvo el patrón típico defendido por la psicología evolucionista: las mujeres se preocuparon más por la infidelidad emocional (64.2% vs 35.8%) y los hombres más por la infidelidad sexual (60% vs 40%). La prueba binomial para comprobar las diferencias intrasexo así lo constató: a las mujeres les preocupó más la infidelidad emocional (proporción infidelidad emocional = .64 vs proporción infidelidad sexual = .36; p =.053), mientras que no hubo diferencias significativas en los hombres (proporción infidelidad sexual =.60 vs proporción infidelidad emocional = .40; p = .503).

Infidelidad
Emocional Sexual
Hombres Mujeres Hombres Mujeres
Duración de la relación
Menos de 1 año 50.0 69.4 50.0 30.6
Entre 1 y 3 años 46.7 50.9 53.3 49.1
Entre 3 y 7 años 40.0 64.2 60.0 35.8
Más de 7 años 62.5 79.4 37.5 20.6
Convivencia
48.8 68.6 51.2 31.4
No 57.1 62.2 42.9 37.8
Tiempo que espera que durase la relación
Varios años 36.4 56.7 63.6 43.3
Para siempre 55.2 65.3 44.8 34.7
Cómo describe la relación
Normal 51.4 58.4 48.6 41.6
Excelente 52.4 68.0 47.6 32.0
Seguridad en la relación
Normal 59.4 62.5 40.6 37.5
Elevada 46.8 64.7 53.2 35.3
Atractivo sexual de la pareja para los demás
Normal 58.5 61.0 41.5 39.0
Elevado 44.7 70.2 55.3 29.8
Dejaría a la pareja por otra persona
No 56.2 67.5 43.8 32.5
35.7 63.9 64.3 36.1
Grado de compromiso
Normal 57.9 63.2 42.1 36.8
Elevado 49.2 64.2 50.8 35.8
Grado de enamoramiento
Normal 60.0 61.3 40.0 38.7
Elevado 50.8 64.4 49.2 35.6
Ha mantenido relaciones sexuales con otras personas
No 50.0 64.2 50.0 35.8
60.0 64.3 40.0 35.7
Autopercepción de celoso/a
Poco 51.7 68.6 48.3 31.4
Algo 51.2 66.5 48.8 33.5
Mucho 45.5 68.4 54.5 31.6

Tabla 3

Porcentaje de sujetos que han escogido el tipo de infidelidad que más les afecta en función del sexo y en función de ciertas características de la relación

Cuando la pareja convive, la infidelidad emocional fue la que más amenazante para las mujeres (68.6% vs 31.4%), mientras que a los hombres les afectaron los dos tipos de infidelidades casi en la misma proporción (51.2% vs 48.8%) χ 2 (1, N = 140) = 4.07; p = .03 (prueba binomial : proporción infidelidad emocional =.67 vs proporción infidelidad sexual =.33; p = .018, para las mujeres; y proporción infidelidad emocional = .48 vs proporción infidelidad sexual =.52; p =.880, para los hombres).

Cuando no conviven, tanto hombres (57.1% vs 42.9%) como mujeres (62.2% vs 37.8%) se preocupaban más por la infidelidad emocional, aunque las diferencias no fueron significativas, χ 2 (1, N = 119) = .446; p =.315. Concretamente, tras realizar la prueba binomial, se obtuvo que las mujeres sí se preocupaban más por la infidelidad emocional (proporción infidelidad emocional =.63 vs proporción infidelidad sexual =.38; p =.006) pero no ocurrió lo mismo en los hombres (proporción infidelidad emocional =.57 vs proporción infidelidad sexual = .43; p =.500).

Los participantes debían responder a más cuestiones sobre las relaciones de pareja que mantenían. Uno de los ítems hacía mención al tiempo que esperaban que durase la relación. La inmensa mayoría (209 participantes de 259) esperaban que la relación durase bastante tiempo, incluso para siempre. Sin ser significativas las diferencias, cuando los participantes esperaban que la relación durase tan sólo algún tiempo, a lo sumo varios años, los hombres se sentían más preocupados por la infidelidad sexual (63.6% vs 36.4%), mientras que las mujeres estaban más afectadas por la infidelidad emocional (56.7% vs 43.3%), χ 2 (1, N = 50) = 1,63; p. =. 182.

Sin embargo, cuando esperaban que la relación fuese para siempre, tanto hombres (55.2% vs 44.8%) como mujeres (65.3% vs 34.7%) se sintieron más preocupados por la infidelidad emocional, aunque las diferencias tampoco fueron significativas, χ 2 (1, N = 209)= 1,80; p = .117. La prueba binomial nos indicó que a los hombres les afectaron por igual los dos tipos de infidelidades (proporción infidelidad emocional =.55 vs proporción infidelidad sexual =.45; p =.464) y a las mujeres más la infidelidad emocional (proporción infidelidad emocional =.65 vs proporción infidelidad sexual =.35; p =.002).

Se les pidió a los participantes que describieran su relación. Cuando la describían como “normal”, no se apreciaron diferencias significativas χ 2 (1, N = 132) = .409; p =.330. Los hombres eran afectados en la misma proporción por ambos tipos de infidelidades (51.4% vs 48.6%) como las mujeres (58.7% vs 41.6%). Cuando describían la relación como “excelente”, sí se apreciaron diferencias significativas, χ 2 (1, N = 127) = 3.40; p =.05. Aunque los hombres se vieron afectados casi en la misma proporción por ambos tipos de infidelidades (52.4% vs 47.6%), las mujeres se vieron más afectadas por la infidelidad emocional (68 % vs 32%; proporción infidelidad emocional = .68 vs proporción infidelidad sexual = .32; p =.000).

También debían indicar el grado de seguridad que sentían en su relación. Cuando los participantes se sentían muy seguros en su relación, a los hombres les preocupaban casi por igual ambos tipos de infidelidades (53.2% vs 46.8%), mientras que a las mujeres les preocupaban más la infidelidad emocional (64.7% vs 35.3%), χ 2 (1, N = 144) = 3,85; p = .03 (prueba binomial aplicada a las respuestas emitidas por las mujeres: proporción infidelidad emocional =.65 vs proporción infidelidad sexual =.35; p = .002). Cuando la seguridad en su relación la estimaban como normal, tanto hombres (59.4% vs 40.6%) como mujeres (62.9% vs 37.1%) se preocupaban levemente más por la infidelidad emocional, χ 2 (1, N = 115) = .405; p = .330, sin ser las diferencias significativas.

Uno de los ítems que debía ser respondido era sobre el grado en que estimaban que su pareja era sexualmente deseable para los demás. Cuando los participantes estimaban que su pareja era muy atractiva (atractivo elevado), los hombres se sentían más preocupados por la infidelidad sexual (55.3% vs 44.7%), mientras que las mujeres se sintieron más preocupadas por la infidelidad emocional (70.2% vs 29.8%), χ 2 (1, N = 182) = 4,62; p = .027. Tras aplicar la prueba binomial para comparar las diferencias intrasexo, se obtienen que los hombres se preocuparon casi en la misma proporción por ambos tipos de infidelidades (proporción infidelidad sexual = .55 vs proporción infidelidad emocional = .45; p =.627), mientras que las mujeres lo hicieron más por la infidelidad emocional (proporción infidelidad emocional =.70 vs proporción infidelidad sexual =.30; p =.003).

Cuando estimaban que el atractivo de su pareja era normal, tanto hombres (58.5% vs 41.2%) como mujeres (61% vs 39%) se sintieron más preocupados por la infidelidad emocional, χ 2 (1, N = 79) = 4,50; p =.029. Ahora bien, la mayor preocupación de la infidelidad emocional por parte de las mujeres fue significativa (prueba binomial: proporción infidelidad emocional = .61 vs proporción infidelidad sexual =. 39; p =.019), pero no lo fue en el caso de los hombres (prueba binomial: proporción infidelidad emocional = .59 vs proporción infidelidad sexual =. 41; p = .349).

También se les planteaba la cuestión de si dejarían a su pareja si conocieran a alguien que les gustara más. Sin ser significativas las diferencias, los participantes que afirmaron que “no dejarían a su pareja” se sintieron más afectados por la infidelidad emocional: los hombres en un 56.5% vs 43.5% y las mujeres en un 67.5% vs 32.5%, χ 2 (1, N = 221) = 2,147, p = .099. Tras aplicar la prueba binomial para comparar las diferencias intrasexo, en los hombres la mayor preocupación por la infidelidad emocional no fue significativa (proporción infidelidad emocional = .56 vs proporción infidelidad sexual =. 44; p = .83) y sí lo fue en el caso de las mujeres (proporción infidelidad emocional = .63 vs proporción infidelidad sexual =. 37; p =.003). Cuando los participantes afirmaban que “sí dejarían a su pareja”, los hombres se sintieron más afectados por la infidelidad sexual (64.9% vs 35.1%) y las mujeres por la infidelidad emocional (63.9% vs 36.1%), χ 2 (1, N = 38) = 3.51; p = .060.

Uno de los ítems les pedía a los participantes que indicaran “su grado de compromiso en la relación”. Muy pocos (N = 9) afirmaron que poseían un bajo grado de compromiso. Cuando el grado de compromiso era “normal”, tanto hombres (57.9% vs 42.1%) como mujeres (63.2% vs 36.8%) se sintieron más afectados por la infidelidad emocional, χ 2 (1, N = 90) = 0.9; p =.504 (diferencias no significativas).

Sin embargo cuando el grado de compromiso era “elevado”, los hombres se preocuparon por igual ante ambos tipos de infidelidades (50.8% vs 49.2%), mientras que las mujeres se sintieron más afectadas por la infidelidad emocional (64.2% vs 35.8%), χ 2 (1, N = 161) = 3.50; p = .044. La prueba binomial en las respuestas de las mujeres así lo constató: las mujeres se preocupaban significativamente más por la infidelidad emocional (proporción infidelidad emocional = .64 vs proporción infidelidad sexual =.36; p =.002).

Los participantes también debían indicar “su grado de enamoramiento”. Tan sólo 4 personas indicaron que estaban muy poco enamoradas. Cuando los participantes indicaron que su grado de enamoramiento era “normal”, no hubo diferencias entre hombres y mujeres: tanto hombres (60% vs 40%) como mujeres (61.3% vs 38.7%) se sintieron más afectados por la infidelidad emocional, χ 2 (1, N = 57) = .002; p = .612, aunque las diferencias no fueron significativas. Sin embargo, los hombres “muy enamorados” se sintieron igual de afectados por ambos tipos de infidelidades (50.8% vs 49.2%), mientras que las mujeres “muy enamoradas” se sintieron más afectadas por la infidelidad emocional (64.4% vs 35.6%), χ 2 (1, N = 198) = 3.25; p = .05. Los resultados en la prueba binomial así lo indicaron: las mujeres se preocupaban significativamente más por la infidelidad emocional (proporción infidelidad emocional = .64 vs proporción infidelidad sexual =.36; p = .001).

Los participantes también debían indicar si “en algún momento de su relación actual han mantenido relaciones sexuales con otras personas”. Las mujeres que “no han mantenido relaciones sexuales” se sintieron más afectadas por la infidelidad emocional (64.2% vs 35.8%; prueba binomial: proporción infidelidad emocional= .64 vs proporción infidelidad sexual =.36; p = .000), mientras que los hombres se sintieron afectados por igual ante ambos tipos de infidelidades (50% vs 50%), χ 2 (1, N = 222) = 3.69; p = .039. Sin embargo, los hombres que reconocieron haber tenido relaciones sexuales con otras personas se sintieron más afectados por la infidelidad emocional (60% vs 40%), igual que las mujeres (64.3% vs 35.7%), χ 2 (1, N = 39) = .056; p =.568 (diferencias no significativas).

Y, por último, también debían indicar “si se consideraban celosos”. Se obtuvo una leve tendencia que las mujeres que se percibieron “poco celosas” se sintieron más afectadas por la infidelidad emocional (68.6% vs 31.4%; prueba binomial: proporción infidelidad emocional = .69 vs proporción infidelidad sexual =.31; p = .011), mientras que los hombres poco celosos se sintieron afectados por igual ante ambos tipos de infidelidades (51.7% vs 48.3%), χ 2 (1, N = 40) = 2.63; p = .084. El mismo patrón de resultados se obtuvo cuando los participantes se percibieron como “algo celosos”: las mujeres se sintieron más afectadas por la infidelidad emocional (66.5% vs 33.5%; prueba binomial: proporción infidelidad emocional = .66 vs proporción infidelidad sexual =.34; p = .000) y a los hombres las dos infidelidades les afectaron por igual (51.2% vs 48.8%), χ 2 (1, N = 171) = 4,11; p = .030. Sin embargo, las mujeres que se percibieron “muy celosas” asumieron que se verían más afectas por la infidelidad emocional de su pareja (68.4% vs 31.6%; prueba binomial: proporción infidelidad emocional = .68 vs proporción infidelidad sexual =.32; p = .034), mientras que los hombres “muy celosos” serían afectados más por la infidelidad sexual (54.5% vs 45.5%), χ 2 (1, N = 48) = 2.15; p =.137, aunque las diferencias no son significativas.

4 Discusión

Los datos de este estudio no apoyaron las tesis evolucionistas de Davis Buss (2000). En las mujeres se obtuvieron los planteamientos defendidos por las tesis evolucionistas, al sentirse ellas más preocupadas por la infidelidad emocional, mientras que los hombres no se preocuparon más por la infidelidad sexual. De hecho, fueron más hombres que lo hicieron por la infidelidad emocional. Por tanto, a las mujeres les afectaría más la infidelidad emocional de forma más nítida que a los hombres y manifestarían una mayor reacción emocional ante cualquier tipo de infidelidad. En las mujeres se dio una asimetría constante en cuanto su preocupación por la infidelidad emocional, mientras que en los hombres la asimetría no fue tan constante y estuvo más influida por características de la relación: si poseen una relación con una duración entre 3 y 7 años, si esperan que la relación no sea para siempre sino tan sólo para unos años, si se sienten muy seguros en la relación, si ven muy atractiva a su pareja, si la dejarían por otra y si se consideran muy celosos, en estos casos les preocuparía más la infidelidad sexual.

Los datos confirmaron que existe una elevada variabilidad de respuestas inter e intrasexo en las respuestas emitidas por los participantes, lo que no encaja fácilmente con los postulados evolucionistas. Si revisamos la literatura al respecto (Harris, 2003a; Guerrero, Spitzberg y Yoshimura, 2004), se comprueba que hay un gran número de investigaciones en las que se aprecian todos los tipos de respuesta posibles: ya que cada vez hay más mujeres que reaccionarían peor ante la infidelidad sexual y hombres ante la infidelidad emocional (DeSteno et al., 2002; Harris, 2003b; Paul y Galloway, 1994).

La perspectiva sociocognitivista de los celos (Harris, 2003 a; Salovey y Rodin, 1984; Salovey y Rothman, 1991; etc,) ofrece una teoría que asume que la evaluación cognitiva desempeña un papel muy importante cuando una persona experimenta celos y enfatiza la importancia de la interpretación de una variedad de amenazas, además de lo que implica la traición. Este enfoque ha resaltado dos factores que hacen que la infidelidad de la pareja con el rival sean particularmente amenazantes: cuando desafía a algún aspecto del autoconcepto de la persona que siente celos ante la infidelidad y cuando decrece la cualidad de algún aspecto de la relación. Por ejemplo, Peter Salovey y sus colegas (Salovey y Rothman, 1991; Salovey y Rodin, 1984) sugieren que los celos son probables que ocurran en respuesta a la amenaza de un rival que es superior a la persona celosa en aspectos que son importantes para su autoconcepto. Aquellas personas que dan más importancia a la actividad sexual se verían más afectadas por la infidelidad sexual y aquellas otras que les dan más importancia a los aspectos emocionales de la relación se verían más afectadas por la infidelidad emocional, independientemente de que sean hombres o mujeres.

Ello nos lleva a tener que analizar variables específicas que se darían en la relación de pareja para intentar comprender qué variables de la relación pueden moldear las respuestas de los participante, tal como hemos realizado en esta investigación. Una de las variables que ha provocado de forma nítida un cambio en la tendencia de las respuestas de los hombres ha sido la duración de la relación. Aunque Kim Aune y Jamei Comstock (1997) obtuvieran que la aparición de los celos y su expresión aumenta a medida que una relación avanza, ello no contradice que el tipo de infidelidad que más preocupe a los hombres varíe en función del tiempo de relación: en los momentos iniciales de la relación y cuando llevan ya las parejas mucho tiempo, la infidelidad emocional sería la más importante. Por el contrario, si conviven, si están juntos entre 3 y 7 años, si la pareja es muy atractiva y si son muy celosos, los hombres se preocuparían más por la infidelidad sexual.

Es bien sabido que las relaciones sociales satisfacen importantes necesidades de los seres humanos (Baumeister y Leary, 1995). En buena medida el bienestar psicológico de las personas depende de que éstas sean de calidad. De hecho, las relaciones sociales proporcionan importantes beneficios, por lo que es muy frecuente que los seres humanos compitan entre ellos para obtenerlas (Salovey, 1991). Por ello es normal que existan emociones específicas que tienen como finalidad proteger tales relaciones de las acciones de los rivales (en el ámbito familiar, de pareja, laboral etc.). Una de las emociones que tiene como finalidad la protección de las relaciones son los celos (DeSteno, Valdesolo y Bartlett, 2006). Pero, independientemente de su carácter universal, es el contexto cultural el que determina qué situación es amenazante para el hombre y para la mujer (Hupka, 1981), ya que las emociones no se pueden comprender sin considerar el contexto social y cultural en el que tiene lugar; es más, la experiencia misma emotiva transcurre en un contexto que se constituye en parte de la experiencia. Los celos son un tipo de relación social que se da entre personas que conviven en una cultura y en un momento histórico determinado, por lo que cualquier manifestación de celos nos dice mucho de la relación, de las características de esas personas (persona celosa, pareja y rival), así como de la cultura y momento histórico en la que se den. Ponerse en alerta ante la percepción de una posible amenaza sería una respuesta adaptativa, pero la intensidad de la reacción, la conducta percibida como amenazante, las respuestas permitidas y las emociones asociadas serían prescritas socialmente.

Los celos son muy sensibles al contexto cultural y social. Los cambios que han tenido lugar en Occidente durante los siglos XIX y XX en la institución familiar, en los procesos de elección de pareja y en los fundamentos en los que se asentaban el matrimonio, han sido muy importantes. Estos cambios también se reflejan en el desempeño de los roles de género por parte de los hombres y, especialmente, por las mujeres. Ante tales transformaciones, las actitudes e ideología sexista se han vuelto más sutiles, reflejándose de forma hostil hacia aquellas mujeres que transgreden el patrón más tradicional asociado a su género, sobre todo en lo que tiene que ver con las relaciones interpersonales, familiares y sexuales (Moya, 2004).

La cuestión radica en observar cómo los hombres y las mujeres experimentan los celos y en preguntarse por los procesos psicosociales que se encuentran en la base de las diferencias inter e intrasexo, ya que ciertas diferencias intersexo pueden deberse más a la construcción de la identidad (Harris, 2003 a), al papel desempeñado por la autoestima (DeSteno et al., 2006) y a síndromes aprendidos culturalmente (Hupka, 1991). Hay que destacar, además, que las teorías científicas también desempeñan un papel muy importante en el proceso en el que la persona se construye como sujeto social y en el modo en que justifica sus comportamientos, por lo que la forma en la que se expliquen los celos pueden tener una cierta incidencia en la justificación o no de ciertos comportamientos agresivos que vienen acompañando a los celos.

En consecuencia, futuras investigaciones tendrán que ir más allá de la utilización de autoinformes como instrumento de medida ante situaciones hipotéticas de infidelidad con muestras en las que predominan lo estudiantes universitarios. Igualmente, las reacciones de personas que han padecido realmente algún tipo de infidelidad, deberían ser investigadas más sistemáticamente con estudios transculturales donde los autoinformes podrían sustituirse por métodos de tipo cualitativo más acordes con el comportamiento psicosocial.

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6 Apéndice

Cuestiones sobre la relación de pareja, sobre su pareja y sobre sí mismo:

  1. ¿En la actualidad tienes pareja?

  2. ¿Cuánto tiempo hace que estás con tu pareja?

  3. ¿Convives actualmente con ella?

  4. ¿Cuánto tiempo esperas que dure la relación?

  5. ¿Cómo describirías la relación?

  6. ¿Cuán seguro te sientes de la relación?

  7. ¿Cuán sexualmente deseable crees que es tu pareja para los demás?

  8. ¿Dejaría a tu pareja por otra persona?

  9. ¿Cuál es tu grado de compromiso en la relación?

  10. ¿Cuán enamorado estás?

  11. En algún momento de tu relación actual, ¿has tenido relaciones sexuales con otra(s) persona(s)?

  12. ¿Cuán celoso eres?