La semántica de la biopolítica

The semantics of biopolitics

  • Francisco Javier Tirado Serrano
Portada libro

Rose, Nikolas (2006).
The Politics of Life Itself. Biomedicine, Power, and Subjectivity in the Twenty-First Century. Princeton, NJ: Princeton University Press.
ISBN: 0691121907



Como torbellinos de polvo que el viento levanta al pasar, los seres vivos giran sobre sí mismos, suspendidos del soplo de la vida. Son, por tanto, relativamente estables e, incluso, imitan de un modo tan perfecto la inmovilidad.

Henri Bergson

The Politics of Life Itself es una obra de síntesis. Por tanto, se despliega en una tierra de nadie entre el pasado y el futuro: el autor glosa los principales resultados de una década de investigación y esboza un proyecto de trabajo para los próximos años. Dos tesis delimitan el alcance de ese terreno. En primer lugar, se sostiene que nuestro presente asiste al advenimiento de una nueva forma de vida. Renace un vitalismo que nada tiene que ver con el misticismo o el rechazo militante de las estructuras y los dispositivos, la información y la comunicación son, ahora, su definición. En segundo lugar, se arguye que la principal característica de éste es la conformación de una neobiopolítica que poco o casi nada tiene que ver con la antigua: emerge una ethopolítica caracterizada por la aparición de una responsabilidad biológica que cubre cada mínima práctica de nuestra vida cotidiana. En suma, se anuncia el triunfo de un vitalismo con límites diferentes y cercanos a la tecnificación de la salud que ofrece la medicina. En ese sentido, y a pesar de la opinión del autor, por las páginas de sus propuestas se desliza una tercera tesis que habla in sotto voce de la transformación de la medicina.

La estructura de la obra pretende introducir al lector, de un modo pausado y suave, sin sobresaltos conceptuales, en el ambiente característico de nuestra incipiente forma de vida. De ese modo, el capítulo uno consiste simplemente en una revisión sintética de las cinco mutaciones que han conformado el espacio de la biopolítica contemporánea: la molecularización de la vida, su optimización técnica, la subjetivización, la experticia somática y la irrupción del biocapital. A continuación, el segundo esboza las relaciones que tales mutaciones tienen con la aparición de recientes concepciones sobre la vida y la política. En ese juego se define una neopolítica de la vida. El tercero es una especie de excursus o paréntesis necesario. Anunciado el advenimiento de una reciente política vital, conviene aclarar las transformaciones que ha sufrido el determinismo genético y biológico, y que lo han convertido en una dimensión centrada en el riesgo y la susceptibilidad de la vida. Los siguientes capítulos exploran con detalle aspectos particulares de la biopolítica contemporánea. Entre ellos destaca la aparición de formas de responsabilidad genética, la definición de un ciudadano biológico, la re-edición de la idea de raza y etnicidad en la medicina genómica actual y la actualización de concepciones neuroquímicas del self y sus patologías y las implicaciones de los desarrollos más recientes de la biología molecular, la neurociencia y la psicofarmacología en la definición de un nuevo sistema de gestión y control del crimen. El volumen se cierra con un pequeño proemio en el que el autor establece una afinidad electiva, en el sentido weberiano del término, entre una ética somática contemporánea y el espíritu de un nuevo biocapitalismo.

La comprensión precisa y profunda de la obra requiere conocer sus bambalinas. Sostengo que en ellas encontramos, por un lado, la asunción de un liberalismo que desde hace décadas ha entrado en crisis y, por otro, la exigencia de la revalorización de lo social.

Crisis del liberalismo y emergencia del neoliberalismo

Aceptemos como válida la tesis foucaultiana que sostiene que la biopolítica es la razón de gobierno que ofrece el liberalismo. En ese caso, se torna indispensable preguntar: ¿a qué denominamos en este momento liberalismo?, ¿hablamos de la definición decimonónica o de un proyecto que ya nada tiene que ver con el de hace dos centurias? Hay muchos argumentos que avalan la idea de una crisis del liberalismo. El primero es de tipo histórico. La finalización de la II Guerra Mundial supone la conformación de un mercado económico con dispositivos que intentan evitar la repetición de las grandes crisis de principios del siglo XX y frenar la influencia de los modelos económicos que provienen de los países del Este. Semejantes intervenciones deben considerarse una mutación del viejo ideal liberal. El segundo es económico. Nadie pone en duda que la idea de Estado de Bienestar que se configura a partir de los años cincuenta quiebra en la década de los ochenta, y una de las principales razones tiene que ver con la importancia que adquiere el capitalismo especulativo frente al meramente productivo. De nuevo, la faz del viejo liberalismo sufre un profundo maquillaje. El tercero hace referencia a transformaciones sociales y políticas. Los Estados del primer mundo se han burocratizado hasta límites insospechados. Por definición, esa máquina administrativa transforma el canon no intervencionista del liberalismo clásico. El último apela a la ciencia. Los saberes que sostenían y regulaban a éste, por un lado, han experimentado la transformación que supone la tecnificación y, por otro, se han enfrentado a un movimiento de oposición y resistencia ante la experticia que ha afectado a toda la ciencia en general.

El corolario de todo lo anterior es la aparición de un estado de cosas que se podría denominar neoliberalismo. Éste acepta, como sucede con el programa liberal, que lo real es programable por la autoridad, que es posible su diagnóstico y solución. No renuncia, por tanto, a una voluntad de gobierno y crea estrategias de gobernabilidad que se hacen cargo de un ciudadano que cuida y protege su capacidad de elección. En ese sentido, cuatro características definen el proyecto neoliberal. En primer lugar, una nueva relación entre expertos y política. En ésta impera la abstracción y el formalismo, se instaura la gestión y predominan las ciencias grises, esos saberes relacionados con presupuestos, contabilidad, auditoría, etc. Aparecen regímenes de cálculo cuya exigencia de verdad es distinta a la que exhibían las ciencias sociales y humanas en el programa liberal. En la actualidad, la verdad se articula a partir de operaciones como la enumeración, el cálculo, la monitorización, la auditoría, la evaluación o la gestión. Su aspecto es el de la viabilidad y la planificación. En segundo lugar, se instaura una pluralización de las tecnologías sociales. Se desarticulan actividades de gobierno que estaban en al aparato político y se autonomizan, proliferan, de este modo, organizaciones casi autónomas, no gubernamentales que asumen funciones reguladoras, de planificación y educativas: policías y ejércitos privadas, educación privada, aseguradoras... Se produce una suerte de des-gubernamentalización del Estado. Mas éste no renuncia al control de esas entidades que se hacen cargo de sus antiguas actividades. Lo ejerce, y potencia, a partir de la misma lógica que afecta al ciudadano de a pié: se les exige auditorización, indicadores de calidad, monitorización, planificación, contabilidad actualizada y transparente, etc. De esta manera, se vinculan los cálculos y las acciones de un conjunto de organizaciones heterogéneas con la autoridad política. A través de estos mediadores se produce un régimen de gobierno a distancia sobre los ciudadanos. Por tanto, asistiríamos al despliegue de un fenómeno masivo de molecularización absoluta del acto de gobierno. En tercer lugar se configura un nuevo sujeto de gobierno: es activo, busca realizarse y maximizar su calidad de vida mediante actos de elección. Proporciona a su existencia un sentido, una racionalización a partir del resultado de elecciones y opciones que no desea delegar. Así, cualquier proyecto de gobierno se enfrenta al desafío de actuar sobre, y sin reducir, un principio de libertad y autonomía. Además, este individuo es capaz de operan en micro-colectivos o comunidades, con gramáticas de vida que se han diseminado, que escapan y desbordan, en su funcionamiento y en las técnicas que usan, las estrategias políticas centrales y centralistas. El acto de gobierno debe asumir y operar desde ese zócalo. De esta manera, se potenciará la acción de gobierno a través de los medios de comunicación, las encuestas de opinión, la publicidad y el marketing o los expertos bajo control. No obstante, se respetará exquisitamente la libertad del individuo. Y ahí, precisamente, impactará el ejercicio de poder puesto que se definirá una gran obligación para el sujeto actual: adoptar una relación prudente y calculada con el destino, con una pléyade de riesgos calculables y previsibles. Se estimula, por tanto, la gestión individual del riesgo y la integración del futuro en el presente se convierte en una responsabilidad individual. Por último, ese estilo de vida se define como oposición o alejamiento de algo ya dado. Aparecen nuevos efectos de inclusión-exclusión que operan a partir de límites que generan los discursos científicos. Podemos escoger privadamente entre fumar o no, pero asumiendo como verdad incuestionable que inhalar humo indefectiblemente conduce a una mala calidad de vida, problemas de salud, un gasto social sanitario importante, en definitiva, a la constitución de un sujeto poco solidario y, especialmente, completamente irresponsable con su salud y cuidado de sí. En suma, el proyecto de gobierno del neoliberalismo se enfrenta a la constitución del a priori ético del ciudadano activo en una sociedad no menos proactiva.

Revalorización de lo social

La noción de biopolítica propuesta por Foucault, recordemos que englobaba dos operaciones: una de acción sobre el cuerpo y otra sobre la población, actuaba en y gracias a saberes como las ciencias sociales o humanas. De hecho, éstas constituían el reverso necesario de las operaciones del poder. No obstante, conviene recordar que el ejercicio de poder en la obra de Foucault, a pesar de algunas declaraciones suyas en sentido inverso, opera sobre un plano ajeno. Es decir, el poder, para ser, requiere de la constitución de otro campo de relaciones: el ámbito de lo social. Éste, denominado en el trabajo de Foucault como interés público se configura en el cruce de diversos vectores:

a) El reino de la enfermedad y la muerte. A partir de la primera mitad del siglo XIX aparecen toda una serie de estudios médicos sobre la enfermedad en los que ésta no es tanto producto de factores sociales como barómetro de la condición de la sociedad, índice de la miseria y la felicidad. Bajo este punto de vista se desarrolla todo un discurso centrado en la lucha contra las condiciones de pobreza en las ciudades, la masificación o el exceso de población. Esos estudios aparecen apoyados por un importante aparato estadístico que prefigura una ciencia de las poblaciones y comienza a dar forma a algo denominado “sociedad”.

b) El debate sobre el urbanismo, la criminalidad y el gobierno. En el nombre de la sociedad, a principios del siglo XIX, aparecen discursos elaborados por funcionarios (burócratas) del Estado británico y francés que proclaman la necesidad de una higiene social, basada en determinados proyectos urbanísticos, junto a la médica para combatir la criminalidad en las ciudades y facilitar el buen gobierno de los ciudadanos.

c) La invención de la opinión pública a principios del siglo XX. Los medios de comunicación de masas descubren y experimentan que son mecanismos que crean y transformar ideales, creencias, opiniones e imaginarios.

d) La intensificación del concepto de autor. Determinados acontecimientos empíricos, atributos, conceptos, actitudes, maneras de pensar... quedan ligados a ciertas personas, convirtiéndose en ejemplos epistemológicos de diferentes tipos de autorización para hablar con la voz de “lo social”. De esta manera, médicos, ingenieros, estadistas, novelistas, reformadores, filántropos o revolucionarios pueden hablar y utilizar lo social como arma en su disputa contra el poder, la justicia, la miseria, la enfermedad o el peligro laboral. Sus esfuerzos convierten “lo social” en un poder que puede enfrentarse a otros tipos de poderes.

e) El gobierno de los pueblos. Desde principios del siglo XIX, la noción de sociedad se constituye en el interior de una tensión: por un lado, entender la sociedad como un espacio con sus propias leyes y derechos y, por otro, asumir, al mismo tiempo, la sociedad como un medio e instrumento para el gobierno. El espacio social permite desarrollar nuevas racionalidades e invenciones para la gestión de la conducta, facilita la aparición de nuevas maneras de regular algunos tipos de conducta y promover otros, y se configura a sí mismo como la escena que permite la irrupción de discursos morales hasta ahora nunca soñados. La Sociedad deviene herramienta política.

Foucault acertó a mostrar cómo sobre este terreno de juego se aplican procedimientos técnicos como la vigilancia, la entrevista, las metodologías estadísticas o las herramientas de observación. Todos ellos contribuyen a la creación de acontecimientos en ese tejido y a su visivilización. La creación o creatividad social no es más que una fenomeno-tecnia, utilizando un término de Bachelard, en la que se tornan indiscernibles estas técnicas y las anteriores prácticas. Cuando hablamos de biopolítica nos referimos a algo que se establece, crece y tiene sentido sobre ese plano. Pues bien, en la era del neoliberalismo, ese plano se revaloriza. Ya ha madurado completamente y constituye la única realidad, el principal terreno de juego de nuestra vida cotidiana. Sobre este terreno, tan pétreo y resistente, se configura la racionalidad de gobierno del neoliberalismo. Nace una biopolítica con semántica propia.

La política de la vida misma

La administración de la vida en el siglo XVIII-XIX tiene que ver con nacimientos y muertes, con epidemias, con la gestión del agua y la limpieza, con poblaciones afectadas por enfermedades contagiosas o hereditarias, con canalizaciones y con redescubrir los viejos sistemas romanos de alcantarillado, en suma, con la salud en un sentido mayúsculo. Sin embargo, el siglo XXI es la era de la secuencia del genoma humano, de las tecnologías reproductivas, de los psicofármacos, de los xenotransplantes, de los organismos modificados genéticamente y de la tecnología que extiende la vida más allá de la muerte cerebral. Es la era de una política de la vida que no está limitada por los polos salud-enfermedad, que no se centra en la eliminación de patologías o en proteger poblaciones completas, que busca el crecimiento de nuestras capacidades de control, gestión, formación y modulación de nuestros aspectos vitales. Es el tiempo de una acción sobre la propia vida, sobre su definición y las racionalidades y tecnologías que la rigen. Asistimos a la emergencia de una nueva experiencia vital, con otras biologías y otro self. La semántica de la biopolítica contemporánea consiste en hacer de “lo vital” el principal centro de gobierno, con nuevos expertos y nuevas economías.

En este momento, la biopolítica tiene al riesgo como contenido y lo molecular como forma. La razón se encuentra en el auge de las tecnologías genéticas y en su cruce o hibridación con las tecnologías de la información y la comunicación (TIC’s). Este complejo permite una individualización como nunca habíamos soñado, esencializa las variaciones en las capacidades humanas, reduce y simplifica el fenómeno social y discrimina, excluye lo biológicamente anormal y lo defectuoso. La norma de la salud individual ha reemplazado a la de la calidad de vida de la población. La clínica se ha molecularizado porque ha cambiado de escala el fenómeno de la vida. Vivimos en una era post-genética, la clave es la expresión del gen y su regulación. Se actúa sobre la misma secuencia genética, se puede cortar, recombinar, desplazar, transcribir, etc. Esta moleculaización de la vida y la posibilidad de actuar directamente sobre ella ha impuesto el fenómeno de la salud como uno de los ejes fundamentales en los que nos definimos como seres humanos. Somos nuestra salud y, por supuesto, nuestro cuerpo. Vivimos un retorno a lo corporal, a una identidad e identificación somática. Si se consultan los indicadores de Salud Pública que periódicamente se publican se observará con sorpresa que no hablan de la salud de la población, de poblaciones sanas, por el contrario, se formulan en términos individuales. Y es que el Estado ha dejado de resolver los problemas de salud nacional y los ciudadanos se tornan agentes activos en la preocupación por su bienestar.

Efectivamente, esas aspiraciones de salud de los ciudadanos son las que se gobiernan en la distancia, conformando las maneras en que los ciudadanos entienden y gestionan la relación con su cuerpo y su bienestar: la libertad de esa relación. De ese modo, podemos afirmar que aparece una nueva relación entre la vida biológica del individuo y el bienestar del colectivo. Ya no se trata de buscar, clasificar, identificar y eliminar; lo que se pretende, a través de un gran número de estrategias, es identificar, tratar, gestionar o administrar a aquellos individuos en los que se define un riesgo elevado. Se impone una lógica del riesgo en nuestro funcionamiento cotidiano. Ésta hace referencia a un conjunto de maneras de pensar y actuar que implican cálculos sobre futuros probables desde el presente e intervenciones en éste para controlar ese futuro potencial. El riesgo se ha tornado básico para las políticas actuales de todo tipo. Es cierto que la atención al riesgo es antigua o, por lo menos, no es reciente. Existen antiguas estrategias de pensamiento sobre el riesgo como, por ejemplo, la epidemiología, la definición de grupos de riesgo o la propia vigilancia. No obstante, los recientes avances en genética nos desplazan desde un pensamiento del riesgo centrado en el grupo a un pensamiento que enfatiza la susceptibilidad individual. En el nuevo tratamiento del riesgo se identifica al individuo como vector vulnerable a ciertos problemas o comportamientos. A partir de los individuos particulares se crean los agregados o grupos de riesgo. Tenemos, de ese modo, un riesgo clínico e individual frente al clásico riesgo estadístico y social. En esa línea, no se busca tanto transformar como cartografiar distribuciones de conducta. Estabilizadas en formatos de comunicación, las clasificaciones del riesgo se convierten en los medios para que profesionales como los psiquiatras, terapeutas, policías, etc., piensen, actúen y justifiquen sus acciones. La producción de información articulada sobre este concepto se torna una actividad importante. Un nuevo tipo de racionalidad y verdad. Este trabajo y gestión del riesgo adquiere su máxima expresión en la actuación sobre la vida. La gestión de la vida, de la existencia humana, se da en un plano molecular. La vida natural ya no sirve como suelo para jugar y establecer políticas de la vida. Los miedos, las esperanzas, las rutinas de vida formadas en términos de riesgo y posibilidades sobre la existencia corporal, sobre la expresión externa de nuestra información genética interna. La meta de este proceso es la configuración de un ciudadano biológico con enormes responsabilidades sobre su cuerpo. Nos relacionamos con nuestras aspiraciones y objetivos como individuos somáticos y, de ese modo, la política de la vida misma, nuestra actual política, se convierte, en esencia, en ethopolítica.

Ethopolítica

La ethopolítica hace referencia a las autotécnicas con las que los individuos se juzgan y actúan sobre ellos mismos para mejorarse. Refiere estrategias a través de las que el ethos de la existencia humana (sentimientos, naturaleza moral, creencias) constituye el medio con el que el autogobierno del individuo autónomo conecta con los imperativos del buen gobierno. Dicho de otro modo: la vida misma, tal como es vivida en sus manifestaciones más cotidianas, se constituye en el objeto central de gobierno.

Con la ethopolítica asistimos a la reinvención del vitalismo. La gran diferencia con el de otras centurias reside en la preeminencia que ahora adquiere la biología y la tecnología. Nuestro presente asiste al nacimiento de una identidad y una responsabilidad biológica que se expresa y articula permanentemente en nuestra vida cotidiana. Por otro lado, el orden vital humano está íntimamente conectado con la tecnología. Cualquier aspecto del orden natural es codificado, analizado y producido por la tecnociencia. La medicina constituye, en opinión de Rose, el ejemplo paradigmático en tanto que define el estatus del ser humano y los criterios para el buen vivir y morir.

La disciplina mostró con qué mecanismos y estrategias era posible individualizar y normalizar al ser humano. La biopolítica permitió comprender algunos procesos de colectivización y socialización en el gobierno de éste. En la actualidad ya no tenemos gestión de las poblaciones, ahora, la intervención es directa y molecular sobre los propios procesos vitales de los individuos. Como he mencionado varias veces, se interviene en el presente a través del futuro. Aquí conviene realizar tres aclaraciones. La primera hace referencia al hecho de que la monitorización de la conducta se realiza a través de lógicas que son internas a nuestras redes de prácticas cotidianas. La vigilancia se realiza en ellas y es inmanente a su funcionamiento. Por esa razón, sostengo que la propuesta de Rose supone una revalorización de lo social. La segunda tiene que ver con que no debe pensarse que hablamos de un control total a partir de una vigilancia permanente y definitiva. No existe vigilancia generalizada. Todo lo contrario, el control se define y comprende como una operación de condicionamiento de acceso a circuitos de consumo y socialidad. Por último, deseo aclarar que el ciudadano no se define especialmente a partir de su relación con el Estado o con la esfera pública. El compromiso definitivo aparece en el ámbito de las prácticas privadas y corporales.

El siguiente cuadro permitirá al lector tener una imagen rápida de las principales diferencias que se establecen entre el proyecto de gobierno del liberalismo y el formulado por el neoliberalismo.

Biopolítica liberal Biopolítica neoliberal
Acción sobre el cuerpo-máquina/cuerpo-especie Acción sobre la vida misma. Acción molecular
Trabajo con poblaciones Trabajo somático con Individuo
Predominio de las ciencias humanas y sociales Predominio de las ciencias grises
Formulación de un saber nómico Formulación de un saber sobre el riesgo
Predominio de las tecnologías de la energía Predominio de las tecnologías de la información
Horizonte de transformación Horizonte de prevención
La biopolítica es biopoder La biopolítica es ethopolítica

Agenda para una reflexión futura

Considero que una tesis cuasi-secreta se perfila por todo el libro: la profunda transformación de la medicina. Los ejes de esta mutación, obviamente, tienen que ver con la tecnología; la praxis médica se convierte en tecnomedicina; la jurisdicción del régimen médico se extiende por todo el tejido de la vida cotidiana; y, curiosamente, con la figura del especialista de apoyo, el médico pierde el monopolio del diagnóstico, de la mirada y de las decisiones; ganan relevancia los técnicos, la enfermería especializada, los protocolos, la estandarización y los informáticos médicos. El análisis detallado de semejante metamorfosis se perfila como una necesidad de primera magnitud. La razón es sencilla: las dimensiones del cambio actual de la medicina constituyen las verdaderas condiciones de posibilidad y el secreto mecanismo de inteligibilidad de las tesis de Rose. Y, precisamente, la dependencia que presenta el texto de los avatares de la mirada médica constituye, también, una de sus principales debilidades. La ethopolítica se expresa en terrenos demasiado vinculados con la medicina. De hecho, la fórmula de Rose convierte a ésta en la condición necesaria y, a la vez, suficiente de la forma de vida que caracteriza nuestra actual cotidianidad. Resulta, sin embargo, dudoso y problemático caracterizar las miríadas de prácticas que la constituyen como absolutamente dependientes del canon médico. Los ejemplos en que éstas asumen un gradiente de independencia y autonomía y cuyo vínculo con el horizonte médico no es siempre evidente se multiplican hasta el infinito. Ahí se configura un importante terreno para proseguir el análisis de la biopolítica futura. Por último, Rose soslaya el sentido inverso que pueden adquirir sus hipótesis. Me refiero a lo que Agamben ha denominado biopolítica menor o Espósito biopolítica positiva: el uso que los propios actores hacen o harán de los mecanismos y recursos de la ethopolítica para subvertir y transformar los vectores de las relaciones de control y poder. En pocas palabras, el gobierno a distancia tiene dos direcciones: la marcada por el Estado y la que, a veces, esbozamos los ciudadanos.