Articulación y Hegemonía. La tensión de lo situacional y concreto de cada experiencia de lucha

Articulation and Hegemony: Tensions between the particular and the universal in the experience of struggle

  • Alejandra Parra
La reflexión que realizamos en el presente artículo surge del convencimiento de que es urgente y necesario articular las distintas experiencias de lucha social que, tanto en nuestro país como en toda América Latina y el mundo, buscan construir un mundo mejor. Al mismo tiempo, este artículo, expresa nuestra preocupación acerca de cómo dicha articulación puede ser posible en medio de la gran diversidad de identidades y experiencias que caracterizan a la lucha social en nuestra realidad actual. Partimos explicitando algunos malestares y desacuerdos relacionados a ciertas maneras de abordar –o desconocer- la problemática de la articulación y de la hegemonía, rescatando los aportes de autores que consideramos centrales en este tema y articulando nuestra reflexión con lo surgido a partir de conversaciones que mantuvimos con personas que forman parte de los procesos de movilización social que se han dado en Argentina a partir de diciembre del 2001
    Palabras clave:
  • Articulación
  • Hegemonía
  • Universal Concreto
Difference in the experiences of social struggle, in our country and throughout Latin America and the world, urgently need explication or, as we would say, articulation. However, we are aware that there are dangers in articulating  too simple and unfying an account of the great diversity of identities and experiences that characterize current social struggles. We begin by specifying some of our dissatisfactions and disagreements with  certain ways of approaching - or avoiding - the problems of articulation and hegemony. We identify those authors who we consider to be central to this subject, and explore their work. We then reflect on our conversations with people who took part in the processes of social mobilization which occurred in Argentina from December, 2001 onwards.
    Keywords:
  • Articulation
  • Hegemony
  • Concrete Universal


Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-
Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos más.
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.
Para que sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar

Eduardo Galeano

Nuestro punto de partida es la utopía...

Luchamos por construir un mundo más justo, más solidario y más humano, por un mundo donde las relaciones sociales no estén regidas por una lógica instrumental sino por una lógica de la afectación y de la búsqueda del bien común. Luchamos contra el capitalismo deshumanizante y su lógica mercantilista de explotación de unos hombres por otros. Luchamos por construir, desde nuestro lugar, y como dicen los zapatistas, “un mundo donde quepan muchos mundos”. Ese es el horizonte que nos guía, hacia el cual nos dirigimos y a partir del cual hacemos la presente reflexión.

Dicha reflexión -inspirada inicialmente en los sucesos que en diciembre del 2001 ocurrieran en Argentina y enmarcada en la realización de nuestra tesis doctoral- nace del convencimiento de que es urgente y necesario articular las distintas experiencias de lucha social que, tanto en nuestro país como en toda América Latina y el mundo buscan construir un mundo mejor. Al mismo tiempo ella expresa la preocupación por cómo dicha articulación puede ser posible en medio de la gran diversidad de identidades y experiencias que caracterizan a la lucha social actual.

La importancia que los procesos de articulación tienen para quienes estamos comprometidos en la construcción de un mundo más justo, más humano y más solidario se fundamenta en, al menos, dos razones:

  1. La de encontrarnos en una sociedad capitalista cuya lógica principal es la tendencia a dividir, a fragmentar, a atomizar (Vakaloulis, 1999, p. 14; Holloway, 2002, p. 89) muchas veces bajo el velo del rescate y el respeto a la diferencia y a la diversidad;
  2. La complejización y la fragmentación de las actuales formas de lucha (Vakaloulis, 1999, p. 12) las cuales, si bien puede entenderse como una riqueza en términos de diversidad y multiplicidad, también se constituye en uno de los principales desafíos en términos de articulación política.

Dicha importancia aparece también desde las experiencias mismas de lucha social con las que nos articulamos del siguiente modo:

“Y lo que sí, lo que coexistía en todo, en lo que coincidíamos todos era en la necesidad de articular provincialmente, provincial y nacionalmente. Por algo ha trascendido el tema de la asamblea. Digamos, la asamblea de Alta Gracia es muy conocida. En eso tuvo mucho que ver el trabajo de relaciones políticas y de prensa tratando de meterle a la asamblea. Mucha relación con Córdoba. Participamos, se hizo un plenario, empezamos a armar plenarios de organizaciones populares. Participaban sindicatos, asambleas…” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Gracia, Córdoba 2004).

“Y lo que sí, lo que coexistía en todo, en lo que coincidíamos todos era en la necesidad de articular provincialmente, provincial y nacionalmente. Por algo ha trascendido el tema de la asamblea. Digamos, la asamblea de Alta Gracia es muy conocida. En eso tuvo mucho que ver el trabajo de relaciones políticas y de prensa tratando de meterle a la asamblea. Mucha relación con Córdoba. Participamos, se hizo un plenario, empezamos a armar plenarios de organizaciones populares. Participaban sindicatos, asambleas…” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Gracia, Córdoba 2004).

“Y también, se crearon los comités de asambleas, y se trató de coordinar los distintos barrios para ver cómo se trabajaba en un barrio…” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Poeta Lugones, Córdoba 2004).

“Logramos un bono unificado de Córdoba y bueno, empezamos a trabajar por zonas con el interior y todo y ya se decidió no recibir más el par. Entonces empezó a trabajar a índole de Córdoba nomás. Pero como la idea era extendernos a otras provincias, queríamos, por eso le pusimos, cuando organizamos la red, con ese vale que ya habíamos sacado, era Red Nacional” (Conversación mantenida con integrantes del Nodo de Trueque El Tropezón, Córdoba 2004).

“En Salsipuedes se dio el punta pie inicial de la Red Nacional de Trueque. Ahí se organizó, ahí le pusimos un nombre a lo que estábamos haciendo que se llamaba Red Nacional de Trueque, porque nuestra aspiración era compartirlo con otras provincias entonces tenía que ser…” (Conversación mantenida con integrantes del Nodo de Trueque El Tropezón, Córdoba 2004).

Dentro de este contexto, el concepto de hegemonía cobra nueva vigencia y se convierte en un eje central de reflexión no sólo a nivel de la investigación de los procesos de lucha y movilización social sino, sobre todo, a nivel de la teoría y la práctica que se da dentro de los movimientos sociales y de los procesos de acción colectiva.

Lo anterior también porque, más allá que desde muchas experiencias se reconozca la necesidad y la importancia de articularse con otros, las dificultades que surgen al momento de construir un espacio colectivo, son numerosas.

Por un lado, dichas dificultades sobrepasan en mucho la aceptación discursiva de la diversidad y las buenas intenciones:

“Entonces cada uno quería tirar para la tarea política que creía que había que hacer y como todos ahí era una disputa […] como que faltó, al menos en ese espacio de la asamblea, la posibilidad de aceptar la diversidad y trabajar desde la diversidad. Sino, si vos estás por el ALCA, no, chau, ese no es el tema, el tema es lo barrial. Si estás en lo barrial, no, ese no es el tema, el tema es lo policial. [como dificultad de encontrar elementos comunes…] O aceptar a trabajar sin que estén. O sea, porque también me parece que hubo muchas discusiones en torno a la diversidad y todos nos asumimos como muy diversos, pero en el hecho concreto, vos no hacías lo que el otro quería, y te comía! O sea, la asamblea se convertía en un comité de disciplina para evaluarte, juzgarte, reprocharte” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea Los Naranjos, Córdoba 2004).

Por otra, surgen también dificultades que tienen que ver con cierta “totalización del enemigo”:

“Nosotros hicimos acuerdo con el IIFAP (Instituto de Investigación y Formación en Administración Pública de la Universidad Nacional de Córdoba), un acuerdo formal con la universidad. Tuvo muchas resistencias de los grupos de acá. Había gente que no estaba de acuerdo con que se abriera a otras instituciones y menos a la universidad que teóricamente había sido como la pata que sostiene el sistema que nos había […] Esa era una visión. Obviamente la gente […] hermosísima […] con las mejores buenas intenciones y la universidad no es solamente eso […] es como decir que en el trueque somos todos buenos” (Conversación mantenida con integrantes del Nodo del Trueque de Parque Villa Allende, Córdoba 2004).

Al mismo tiempo, las diferencias sociales de base también están presentes a modo de obstáculo de los distintos procesos de articulación:

“Estaba todo el tema de judiciales y la gente tenía mucho miedo porque sabe que judiciales, viste que pidieron un aumento del (…) y el movimiento piquetero apoyó y judiciales, bueno… Uno sabe como entra la gente a judiciales, son toda gente que tiene… una clase media bastante acomodada, bastante acomodada. Entonces para ellos hacer una huelga de hambre o la toma del palacio de justicia, no los van a meter presos. O si los meten presos hoy, salen mañana o dentro de dos días. En cambio los piqueteros saben muy bien que si les pegan les van a pegar en serio, si los meten presos los van a meter presos en serio, qué va a pasar con los chicos, si los llevan a los chicos o no los llevan. Claro! Hay una exposición fuerte! No es ninguna fiesta. Y ellos las cosas que consiguen las consiguen así” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea Los Naranjos, Córdoba 2004).

Nuestra reflexión pone énfasis en la perspectiva materialista de la hegemonía. Así, dicha reflexión se diferencia de aquellas otras que, si bien rescatan la vigencia y relevancia del concepto de hegemonía, se inscriben en una perspectiva discursivo-idealista que relega las bases materiales de la realidad social y, por tanto, resta fuerza a los intentos de transformación.

Poner énfasis en la perspectiva materialista implicará, siguiendo a Grüner (2003, p. 10), concebir a nivel de los procesos simbólicos que, más allá de cuál sea el grado variable de autonomía de dichos procesos, ellos siempre están –con todas las mediaciones y complejidades del caso- “encastrados” en prácticas materiales concretas. En ese sentido, los procesos simbólicos no planean en las alturas celestiales y después “bajan” a la tierra para producir efectos sensibles, sino que son inseparables de los procesos materiales siendo la praxis de los sujetos vivientes la que transforma (o reproduce) la realidad existente, praxis que está “informada” por la dimensión simbólica, pero que a su vez “informa” a “dicha dimensión”.

Nuestro objetivo será no tanto encontrar respuestas como profundizar las preguntas que nos guían para, desde allí, construir algunos ejes que nos permitan avanzar hacia un horizonte de emancipación.

Partimos explicitando algunos malestares y desacuerdos relacionados a ciertas maneras de abordar –o desconocer- la problemática de la articulación y de la hegemonía, rescatando los aportes de autores que consideramos centrales en este tema y articulando nuestra reflexión con lo surgido a partir de conversaciones que mantuvimos con personas que forman parte de los procesos de movilización social que se han dado en Argentina a partir de diciembre del 2001.

Dos convicciones centrales recorren este texto:

  1. Es necesario y pertinente rescatar el concepto de hegemonía desde una perspectiva materialista en función de poder re-pensar, desde él, la problemática de la articulación entre las distintas experiencias de lucha social.
  2. La clave para re-pensar dicho concepto pasa por conceptualizarlo desde la tensión entre lo situacional y concreto de cada experiencia de lucha y lo abstracto y general que une a todas ellas, es decir, desde la tensión entre la profundidad e intensidad de cada experiencia de lucha y su posibilidad, junto a otras, de construir un espacio colectivo.

Esta última afirmación surge de las siguientes preguntas: ¿Hasta donde los intentos por articularse con otras experiencias de lucha tienen que entrar necesariamente en conflicto con la autonomía, la diversidad y la multiplicidad de nuestra propia experiencia?, ¿hasta dónde dichos intentos de articulación se contraponen al carácter concreto y situado de las experiencias imponiendo un ordenamiento transcendente?

1 Delineando algunos ejes de reflexión

1.1 Críticas hacia algunas maneras de abordar la problemática de la articulación

En este punto, nuestras críticas se dirigen principalmente hacia tres maneras de abordar –o no abordar- la problemática de la articulación: 1) La hegemonía pensada como totalización de las experiencias de lucha; 2) La desaparición de la problemática de la articulación desde el énfasis en la multiplicidad, la singularidad y la fragmentariedad; y 3) La concepción discursivista-idealista de la hegemonía.

1.1.1 La hegemonía como totalización de las experiencias de lucha

Plantear la hegemonía como totalización de las experiencias de lucha es conceptualizarla como una unidad capaz de subsumir en sí las diferencias existentes entre cada una de dichas experiencias. Es decir, es conceptualizarla presuponiendo –por una lado- la fragmentación de lo social y –por otro- entendiéndola en tanto capacidad de organizar y de centralizar los distintos fragmentos sociales desde la coherencia brindada por los recursos políticos totalizadores (Colectivo Situaciones, 2003a, p. 56).

Dentro de esta posición, ubicamos a las posturas que entienden al partido como “el” instrumento político por excelencia y como aquél organismo que, con la excusa de unificar la multiplicidad de las luchas minoritarias, busca conformar una estrategia global que aparte a las minorías de sus situaciones particulares para transformarlas en una mayoría alternativa (Vakaloulis, 1999, p. 15; Di Tella, 2001, p. 76).

El problema de organizar las resistencias bajo este paradigma es el abandono de la situación concreta en función de la priorización de la coyuntura (Colectivo Situaciones, 2003). Un problema cuya operación central Marx ya describiera en “La cuestión judía” (2000, p. 25) refiriéndose al tema del Estado:

“El Estado político acabado es, por su esencia, la vida genérica del hombre por oposición a su vida material. […] El Estado político se comporta con respecto a la sociedad civil de un modo tan espiritualista como el cielo con respecto a la tierra. […] El hombre en su inmediata realidad, en la sociedad civil, es un ser profano. Aquí, donde pasa ante sí mismo y ante los otros por un individuo real, es una manifestación carente de verdad. Por el contrario, en el Estado, donde el hombre es considerado como un ser genérico, es el miembro imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su vida individual real y dotado de una generalidad irreal […].

Sólo cuando el hombre individual real reincorpora a sí al ciudadano abstracto y se convierte como hombre individual en ser genérico, en su trabajo individual y en sus relaciones individuales; sólo cuando el hombre ha reconocido y organizado sus ‘forces propes’ como fuerzas sociales y cuando, por lo tanto, no desglosa ya de sí la fuerza social bajo la forma de fuerza política, sólo entonces se lleva a cabo la emancipación humana”.

Es decir, lo que Marx está señalando y criticando es la operación por la cual lo genérico se opone a lo material, lo abstracto a lo concreto, lo general a lo particular. Esta crítica es la que nosotros queremos retomar para cuestionar y para proponer que es precisamente desde la tensión –y no desde la oposición- entre lo genérico y lo material, lo abstracto y lo concreto, lo general y lo particular de cada una de las luchas que se hace necesario poder pensar y construir espacios de articulación y hegemonía.

1.1.2 La desaparición de la problemática de la hegemonía desde el énfasis en la multiplicidad, la singularidad y la fragmentariedad de las distintas luchas

Existen otras perspectivas que enfatizan la multiplicidad, la singularidad y la fragmentariedad de las luchas actuales sin preguntarse, por un lado, cómo se construye “lo colectivo” a partir de dicha diversidad y haciendo desaparecer, por otro, la pregunta acerca de cómo se construyen espacios de articulación.

Desde nuestra perspectiva, un ejemplo de este tipo de operación, es la propuesta que hacen Negri y Hardt (2000, p. 112) en Imperio y, específicamente, a través de su concepto de “multitud”.

Según estos autores, la multitud “es una multiplicidad de singularidades, ya mezcladas, capaces de trabajo inmaterial e intelectual, con un enorme poder (potenza) de libertad” (Zolo, 2004, p. 9). Un conjunto de singuralidades y multiplicidades inconmensurables, un actor social activo, organizado y el sujeto de la acción política a través de la cual actúa la potencia. Dicha multitud es una inmanencia, un universal concreto (Negri, 2003, p. 25).

En oposición al pueblo, dicha multitud no es representable y su política por excelencia es el éxodo, es decir, aquella política que se da fuera de la dialéctica capital-trabajo (Negri, 2003, p. 27). La “multitud es una multiplicidad de singularidades, que de ningún modo puede hallar una unidad representativa. El pueblo es, por otro lado, una unidad artificial que necesita el Estado moderno como base de la ficción de legitimación” (Zolo, 2004, p. 10).

Nuestra principal crítica a la propuesta de Negri y Hardt es que, en ella, lo que precisamente desaparece, es la pregunta y la reflexión acerca de cómo es posible que diferentes singularidades se articulen en la construcción de un espacio colectivo. De algún modo, es como si la articulación entre las diferentes singularidades se entendiera como algo ya dado, espontáneo o a-problemático:

“Si estos puntos llegaran a constituir algo parecido a un nuevo ciclo de luchas, se trataría de un ciclo definido no por la extensión comunicativa de tales luchas, sino más bien por su emergencia singular y por la intensidad que caracterizara a cada una de ellas. En suma, esta nueva fase se define por el hecho de que estas luchas no están vinculadas horizontalmente, sino porque cada una experimenta impulsos verticales, directamente dirigidos al centro virtual del Imperio” (Negri y Hardt citados por Laclau, 2000, p. 5).

Sin embargo, como sostiene Laclau (2000, p. 6), “las multitudes nunca son espontáneamente multitudinarias; sólo pueden llegar a serlo a través de la acción política”. De lo contrario –agrega este autor- estaríamos otra vez cayendo en la idea de un sujeto predeterminado y universal y suponiendo al menos tres cosas que nos parecen inadmisibles: 1) que un conjunto de luchas inconexas tiende, por algún tipo de coincidentia oppositorum, a converger en su asalto sobre un supuesto centro; 2) que, a pesar de su diversidad, sin ningún tipo de intervención política, estas luchas tenderán a unirse entre sí; 3) que nunca podrán tener objetivos que sean incompatibles entre sí.

Lo que desaparece entonces en la propuesta de Negri y Hardt es la acción política misma –entendida fundamentalmente como la acción de articulación entre las diferentes luchas sociales-. Lo que desaparece, por consiguiente, es la problemática de la hegemonía ya que se entiende que la unidad de la multitud proviene de la agregación espontánea de una pluralidad de acciones que no necesitan articularse entre sí.

Por otra parte, y como sostiene Grüner (2003, p. 10), la celebración de la fragmentación y de los “flujos” indeterminados, de las “hibrideces” culturales y de los “intersticios” borradores de fronteras, corre el peligro de recaer en la subordinación a un “universal abstracto” ahora pintado de arco iris, disfrazando de esta manera la operación ideológica fundamental que consiste en presentar “la parte” como si fuera “el todo” (Grüner, 2003, p. 11).

Distanciándonos entonces de las propuestas que, por contraponerse a una mirada totalizadora que describíamos al principio, enfatizan sólo la diversidad, multiplicidad y fragmentariedad de los procesos actuales de movilización social cayendo en otro tipo de totalización que no se pregunta por los procesos de articulación, nosotros creemos que el desafío es otro.

Desde nuestra perspectiva, el desafío es precisamente no sólo resaltar la multiplicidad y diversidad de los procesos de lucha social –ni “resolver” la misma desde la totalización de las experiencias- sino en plantear, teórica y prácticamente, cómo es que a partir de dicha multiplicidad y diversidad, pueden generarse procesos de articulación que apunten a la construcción de un proyecto “en común”.

“La verdadera línea teórica divisoria de aguas de los análisis contemporáneos: o bien afirmamos la posibilidad de una universalidad que no esté políticamente construida ni mediada, o bien afirmamos que toda universalidad es precaria y depende de una construcción histórica hecha en base a elementos heterogéneos. Hardt y Negri aceptan la primera alternativa sin hesitar. Pero si, inversamente, aceptamos la segunda, nos encontraremos en los umbrales de la concepción gramsciana de la hegemonía” (Laclau, 2000, p. 12).

Es decir, de lo que se trata es de plantear lo que en términos de Gramsci (1975) sería el problema de la formación de una voluntad colectiva y de cómo tales voluntades se proponen fines concretos inmediatos y mediatos, es decir, se proponen una línea de acción colectiva.

“En ese sentido importa precisamente investigar cómo se forman las voluntades colectivas permanentes y cómo tales voluntades se proponen fines concretos inmediatos y mediatos, es decir, se proponen una línea de acción colectiva” (p. 85)

De lo contrario, corremos el riesgo de exaltar lo diferente en sí mismo sin poner atención a los objetivos políticos que se persiguen y sin atender a cómo, “lo diferente”, se puede ir articulando para generar procesos hegemónicos alternativos.

1.1.3 La concepción idealista-discursivista de la hegemonía

Otra “solución” al tema de la hegemonía ha sido su idealización. En ese sentido, con concepción idealista-discursivista de la hegemonía, nos referimos a los desarrollos realizados desde el denominado postmarxismo y específicamente a las teorizaciones realizadas por Ernesto Laclau (Borón y Cuellar, 1983, p. 18) y Chantal Mouffe.

Laclau y Mouffe definen a la hegemonía como una “articulación contingente (que) establece una relación tal entre los elementos que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de esta práctica” (Laclau y Mouffe, 1985, p. 110). Enfatiza así el carácter precario y contingente –no necesario- tanto de las identidades sociales como de las articulaciones que se establecen entre ellas. De esta manera hace hincapié en el nivel político e ideológico de la constitución del sujeto político desde una perspectiva ligada más a lo discursivo-idealista que a lo material.

Nuestras principales críticas a esta concepción son las siguientes:

  • En primer lugar, la desaparición de la lógica de la explotación ya que, en la concepción idealista de la hegemonía, “convivirían apaciblemente, en pluralismo y democracia, revolución y contrarrevolución, es decir, aquellas fuerzas interesadas en poner fin a la explotación con las más empeñadas en perpetuarla” (Borón y Cuellar,1983, p. 21).
  • En segundo lugar, el desconocimiento de la dimensión de coerción que implica todo proceso de construcción de hegemonía ya que se hace un énfasis excesivo en la dimensión consensual de la misma y se desconocen las contradicciones reales que se dan en la sociedad (Borón y Cuellar, 1983, p. 20).
    De esta manera, la discusión sobre la conquista del Estado, es sustituida por una reflexión acerca de la estrategia gramsciana de la “guerra de posiciones” la cual es concebida como algo eterno y universal que se transforma en un fin en sí misma y que aplaza de manera indefinida la discusión en torno al advenimiento del proletariado al poder (Borón y Cuellar, 1983, p. 22).
    La noción misma de “bloque histórico” –entendida como espacio social y político relativamente unificado a través de la institución de puntos nodales y de la constitución de identidades tendencialmente relacionales donde el tipo de lazo que une a los distintos elementos coincide con el concepto de formación discursiva (Laclau y Mouffe, 1985, p. 94)- es vaciada del contenido original con el que Gramsci la acuñara, para convertirla en fórmula justificatoria de pactos sociales que garantizan el quietismo popular ante los estrictos programas de austeridad exigidos para la solución de la crisis capitalista” (Borón, 2003, p. 23).
  • En tercer lugar, el desvanecimiento de la unidad teoría-práctica. El énfasis en lo ideológico y en lo político así como su reducción a lo discursivo, colocan todo al mismo nivel y hacen desaparecer la práctica como posibilitadora y “correctora” de la teoría.
    Con ello se aparta de un de los principios centrales del marxismo en tanto, como dice Gruppi (1970, p. 33), el marxismo es una concepción que instituye la praxis revolucionaria transformadora y en la praxis verifica la validez de sus propios asertos
  • Por último, la separación de las identidades sociales de sus contextos concretos de existencia. Las identidades sociales son pensadas fundamentalmente desde una dimensión político-ideológica que queda reducida a lo discursivo y que desconoce el nivel de la estructura como dimensión constituyente de los sujetos sociales.
    Así, las identidades sociales quedan desprendidas de sus raíces materiales, de sus condiciones concretas de existencia y sus condiciones de articulación aparecen fundamentalmente como precarias y contingentes desconociendo el carácter histórico y estructural de las relaciones sociales de explotación.
    Como sostiene Zizek (2003, p. 7), “El terreno de las relaciones del mercado capitalista global es la Otra Escena de la así llamada repolitización de la sociedad civil pregonada por los partidarios de las “políticas de identidad” y otras formas posmodernas de politización: en la discusión sobre las nuevas formas de política que brotan en todas partes, centradas en cuestiones particulares (derechos gays, ecología, minorías étnicas...), en toda esa actividad incesante de identidades cambiantes y fluidas, en toda esa construcción múltiple de coaliciones ad hoc, hay algo inauténtico, algo que, en última instancia, se parece demasiado a la actitud del neurótico obsesivo, que habla todo el tiempo y despliega una actividad frenética precisamente para garantizar que algo —lo que realmente importa— no sufra perturbación alguna y permanezca inmovilizado. Así, en vez de celebrar las nuevas libertades y responsabilidades proporcionadas por la “segunda modernidad”, es mucho más importante centrarse en aquello que permanece idéntico en medio de esa fluidez y esta reflexividad globales, en lo que funciona como el verdadero motor de esa fluidez: la lógica inexorable del Capital”

A pesar de todas estas críticas, la concepción idealista de la hegemonía contiene algunos aportes que son muy valiosos y que retomaremos más adelante. Dichos aportes tienen que ver fundamentalmente con la incorporación del legado psicoanalítico al campo de la movilización social y de la acción política.

1.2 Las reflexiones teóricas en torno a la hegemonía

A partir de las incomodidades y críticas antes mencionadas, nos proponemos revisar los aportes de algunos autores que han teorizado en relación a los procesos de construcción de hegemonía.

1.2.1 Antonio Gramsci, “el” teórico de la hegemonía

Incorporar aquí los aportes de Antonio Gramsci no es tarea fácil debido no sólo a la fragmentariedad de sus textos y a las condiciones de censura en la que los mismos fueron producidos (Kohan y Rep, 2003, p. 56), sino también a nuestra corta experiencia en la lectura de dicho autor. Sin embargo, Gramsci no es un autor entre otros sino que es, de alguna manera, “el” teórico de la hegemonía y por tanto es indispensable considerar sus contribuciones.

De los numerosos escritos en que Gramsci aborda este tema, hay uno que consideramos central, el de “Análisis de las situaciones y de las relaciones de fuerzas” En dicho texto, y de manera muy sintética, este autor va dando cuenta de cómo el proceso de constitución de una voluntad colectiva sigue una lógica que va desde las estructuras a las superestructuras.

Como dijimos más arriba, Gramsci (1975, p. 98) sostiene que precisamente lo que importa investigar es cómo se forman las voluntades colectivas permanentes y cómo tales voluntades se proponen fines concretos mediatos e inmediatos, es decir, cómo tales voluntades se proponen una línea de acción colectiva.

Es decir, lo que importa –según este autor- es poder dar cuenta de cómo, en el desarrollo histórico, se constituyen fuerzas relativamente “permanentes”, es decir, se construyen ciertas regularidades, regularidades que se encuentran estrechamente vinculadas al concepto de “necesidad” histórica.

En el texto arriba mencionado, Gramsci trabaja la problemática de las relaciones de fuerza y sostiene que es necesario distinguir en ellas diversos momentos o grados:

1. Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligadas a la estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres.

Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma producción. Esta relación es lo que constituye una realidad rebelde: nadie puede modificar el número de las empresas y de sus empleados, el número de las ciudades y de la población urbana, etc.

Esta fundamental disposición de fuerzas permite estudiar si existen en la sociedad las condiciones necesarias y suficientes para su transformación, o sea, permite controlar el grado de realismo y de posibilidades de realización de las diversas ideologías que nacieron en ella misma, en el terreno de las contradicciones que generó durante su desarrollo.

2. Un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas, es decir, la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales Este momento, a su vez, puede ser analizado y dividido en diferentes grados que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva.

El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante, etc., pero el comerciante no se siente aún solidario con el fabricante; o sea, es sentida la unidad homogénea del grupo profesional y el deber de organizarla pero no se siente aún la unidad con el grupo social más vasto.

Un segundo momento es aquél donde se logra la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión del Estado, pero sólo en el terreno de lograr una igualdad política-jurídica con los grupos dominantes, ya que se reivindica el derecho a participar en la legislación y en la administración y hasta de modificarla, de reformarla, pero en los cuadros fundamentales existentes.

Un tercer momento es aquel donde se logra la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan los límites de la corporación, de un grupo puramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de las estructuras a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se confrontan y entran en lucha hasta que una sólo de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no sobre un plano corporativo sino sobre un plano “universal” y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados. El Estado es concebido como organismo propio de un grupo.

En la historia real estos momentos se influyen recíprocamente, en forma horizontal y vertical, por así expresarlo, vale decir: según las actividades económicas sociales (horizontales) y según los territorios (verticales), combinándose y escindiéndose de diversas maneras; cada una de estas combinaciones puede ser representada por su propia expresión organizada, económica y política.

3. El tercer momento es el de la relación de las fuerzas militares, inmediatamente decisivo según las circunstancias (el desarrollo histórico oscila continuamente entre el primer y el tercer momento, con la mediación del segundo). Pero éste no es un momento de carácter indistinto e identificable inmediatamente en forma esquemática, también en él se pueden distinguir dos grados: uno militar en sentido estricto, o técnico-militar y otro que puede denominarse político-militar. En el curso del desarrollo histórico estos dos grados se han presentado en una gran variedad de combinaciones (Gramsci, 1998).

A través de estos tres momentos, Gramsci esboza un movimiento que, partiendo de la realidad más concreta e inmediata de los hombres, se dirige hacia la construcción de una voluntad política colectiva cuya posibilidad de existencia pasa por el grado de conciencia de solidaridad de intereses que los distintos grupos sociales van construyendo unos en relación con otros.

Según Gramsci (1975, p. 97) “se puede emplear el término de ‘catarsis’ para indicar el paso del momento meramente económico (o egoísta-pasional) al momento ético-político, o sea la elaboración superior de la estructura en superestructura en la conciencia de los hombres. Esto significa también el paso de lo ‘objetivo a lo subjetivo’ y de la “necesidad a la libertad” [...] “La proposición contenida en la Introducción a la Crítica de la Economía Política de que los hombres toman conciencia de los conflictos de estructura en el terreno de las ideologías, debe ser considerada como una afirmación de valor gnoseológico y no puramente psicológico y moral”.

Se trata de un paso no lineal, sino a través de experiencias sucesivas, desde la estructura a la superestructura, es decir, desde el sujeto social al sujeto político. Según Gramsci (1975, p. 97):

“Ningún movimiento real adquiere conciencia repentina de su carácter de totalidad, sino sólo a través de una experiencia sucesiva, o sea cuando toma conciencia, gracias a los hechos, de que nada de lo que existe es natural [...] sino que existe porque se dan ciertas condiciones, cuya desaparición no puede dejar de tener consecuencias. Se trata de procesos de desarrollo más o menos amplios y raramente de explosiones sintéticas o improvisadas. Dichas explosiones existen pero si uno observa con más detalle, puede ver que se trata más de destruir que de reconstruir y de remover obstáculos mecánicos y exteriores al desarrollo autóctono y espontáneo”.

Así, este texto es fundamental porque concibe el proceso de constitución de la hegemonía como naciendo de las fuerzas sociales ligadas a la estructura pero no quedándose allí sino dirigiéndose hacia el campo de las superestructuras Este movimiento es el eje desde el cual debe entenderse el concepto de hegemonía en Gramsci.

Este énfasis en la necesidad de partir de las propias condiciones materiales de existencia, de las propias necesidades y no desde la abstracción de “lo que le pasa al otro”, aparece en algunas de las experiencias del siguiente modo:

"Y, bueno, después cuando la asamblea se empezó a ver como una instancia que no influía sino que fluía, intolerante a nivel de lo que eran las distintas posiciones que se iban planteando y frustrante… Y cuando ya esa frustración me tocó a mí, ya dejé de ir. Las asambleas eran como colectivos donde iba todo el mundo. O sea, gente que nunca había tenido una experiencia hasta gente que toda su vida había militado o que había ido cambiando de montones de lugares de espacios de socialización […] Había gente que no quería asumir su problema o llevar a la asamblea su problema de desempleado porque lo tomaba como un problema personal, entonces no quería invadir el espacio de la asamblea con sus problemas porque ¿a qué vine a la asamblea…? Cómo es posible escuchar eso! […] Tenía esta limitación con sus propios intereses y con su situación de vida […] Pero era riquísimo porque cuando las discusiones que había, por ejemplo, el que nunca en su vida había militado o que tenía esta limitación con sus propios intereses y con su situación de vida…” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea Los Naranjos, Córdoba 2004).

“Entonces, vos decís bueno, estoy en un grupo que no tiene claro sus intereses, no los quiere tener en claro ni tampoco quiere luchar por sus intereses. Entonces, me interesa trabajar con gente que sí tiene claro lo que son sus intereses y está luchando por sus intereses. Eso es lo que yo veo en la gente del Movimiento Teresa Rodríguez. Como que la gente está en situaciones existenciales muy difíciles, pero esa dificultad no les hace como perderse ni en el fatalismo ni en la resignación ni en el delirio desesperado de salir a romper un cajero como hizo la clase media acá. Eso es lo único que llegó a hacer o algún otro juicio digamos […] Y está apostando a una construcción colectiva. Y se banca el tema de la falta de claridad, el sin sentido, por ciertas cosas autoritarias, por ahí otras cosas desorganizadas. Y bueno, está en la acción., está tratando de pensar colectivamente qué hacer […]. Me pareció como un espacio de trabajo realmente interesante, que este otro que no sé… me producía muchísimo desgaste porque…” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea Los Naranjos, Córdoba 2004).

En última instancia, sólo podemos confluir con otros y construir con ellos algo colectivo si partimos de nosotros mismos. Relacionado a este punto algunos expresaban que las debilidades de algunas experiencias tenían que ver con que:

“Si bien la crisis era seria, la crisis del 2001 fue muy seria -la crisis económica además de la política- ninguno de los que participamos en la asamblea teníamos hambre. Éramos todos de clase media… algunos… y los que no… La realidad de la desnutrición, la realidad del hambre, era más de los otros, era de sectores que no iban a la asamblea. Ahora, desde la asamblea, nos planteamos respuestas para esos sectores que esos sectores no se las planteaban” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Gracia, Córdoba 2004).

Así, desde Gramsci, la hegemonía sería un proceso abierto y dialéctico que, fuertemente anclado en las condiciones materiales de existencia de los sujetos sociales, se dirige hacia el desarrollo de un momento político por excelencia en que los intereses particulares son rebasados por los generales a través del desarrollo de una conciencia de solidaridad de intereses entre los diferentes grupos sociales. Proceso que, a su vez, implica no sólo la búsqueda de consenso sino también momentos de coerción.

En ese sentido, podemos ver cómo la fortaleza de algunas experiencias está precisamente en cómo se articula la resolución de necesidades concretas y la construcción, a partir de dichas necesidades, de una conciencia política más amplia:

“Y además, si esa protesta fuera contra cosas básicas, principios. Vos decís, bueno, modificás algo. Pero las protestas son siempre por cosas parciales, cada grupo. Y no podés, uno que está trabajando, estar participando en todas esas cosas, en todas esas acciones parciales. Y ha habido incapacidad de ver y esto, ¿cómo lo sintetizo? Ah bueno, que hay un sistema social que está funcionando así” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Alberdi, Córdoba 2004).

“Para mí la incapacidad de conceptualización. O sea, la educación, el sistema educativo ha parcializado a la... ha dividido al hombre, le ha hecho perder la capacidad de construcción, de conceptualización, de ver lo global. Entonces la gente que no sabe ni escribir, que no sabe expresarse va... si le decimos qué podemos hacer? Se va muy a lo concreto. Sí, que en la plaza, en el barrio pasa esto, pasa tal cosita y no poder ver un problema social más general. Entonces, como no es el sector barrial concreto [...] al plantear problemitas concretos diferentes, vos no te vas a comprometer de acá a 10 cuadras que tiene un problema de tal cosa.... el arbolito de la calle, el pozo, lo que sea... yo tengo otro problema en mi barrio. Al no poder ver la cosa más social, más compleja, no había caso... integración” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Alberdi, Córdoba 2004).

“En las discusiones yo les decía, ‘esto es un diálogo de psicóticos’ porque, cada uno, hablaba de una cosa. ‘Pero che, estamos en tema, sigamos este tema!!!!’ Se cortaba ese, otro tema, otro tema. No se llegaba a conceptualizar algo, a sacar la síntesis de algo. Y evidentemente, quien tiene un poco esa capacidad, está metido en ideologismos, en partidos. Claro, claro. Entonces la gente que venía por lo concreto no quería discusiones políticas, se cansaba y se iba. Y después fue quedando un grupito que eran cinco o seis que tampoco sabían qué hacer. O sea, era como que acordaban en los principios ideológicos si querés marxistas o socialistas pero no sabían cómo integrar esos principios a la práctica. Es decir, qué podemos hacer” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Alberdi, Córdoba 2004).

“Se decía no política, no religiones y los grupos eran muy centrados en eso. Es decir, no querían contactarse con otros grupos políticos, ni reivindicaciones sociales” (Conversación mantenida con integrantes del Nodo de Trueque El Tropezón, Córdoba 2004).

1.2.2 La propuesta de Laclau sobre articulación

Laclau, partiendo de una lectura particular del concepto de hegemonía de Gramsci, lo reformula desde una perspectiva que apunta a entender cómo opera lo simbólico en los procesos de movilización social y acción política.

Más allá de las críticas antes realizadas -aunque teniéndolas muy en cuenta-, es precisamente este nivel simbólico del análisis lo que consideramos importante rescatar de Laclau y Mouffe en función de pensar el tema de la hegemonía. Dicho nivel de análisis, al incorporar los aportes de la teoría psicoanalítica, realiza un salto cualitativo en relación a las perspectivas teóricas que hasta el momento han abordado el tema de los significados y los sentidos implicados en la acción colectiva.

Hasta ahora, las perspectivas teóricas que se ocupaban del tema generalmente lo hacían abordando la dimensión más consciente, explícita y racional de los procesos de significación social e ignorando sus dimensiones más inconscientes, implícitas e irracionales. De esta manera, no daban cuenta de cómo es posible la construcción de procesos colectivos de movilización social a partir de la puesta en juego de una multiplicidad de significados que, lejos de ser puramente racionales, son atravesados por la lógica irracional de lo simbólico.

En ese sentido, la incorporación del legado psicoanalítico que hace Laclau, nos permite pensar la dimensión simbólica de la acción colectiva desde su propia lógica. Así, no sólo se complejiza y enriquece nuestra mirada sino que se enfrenta uno de los seis desafíos que, según Wallerstein, tiene hoy la “cultura de la sociología”: incorporar el legado freudiano a las ciencias sociales (Borón, 2000, p. 16). Dicha incorporación requiere partir de algunos presupuestos que Laclau va trabajando y que aquí expondremos muy brevemente.

Para Laclau la identidad es diferencial, relacional, contingente y precaria. En sus propios términos “la referencia al otro está claramente presente como constitutiva de la propia identidad [... y] no hay ningún cambio importante a nivel histórico en el que la identidad de todas las fuerzas intervinientes no sea transformado” (Laclau, 1996, p. 78). Es el carácter constitutivo de la lucha lo que hay que pensar en lugar de presuponer el carácter constituido del sujeto del cambio social (Laclau y Mouffe, 1985, p. 102)

Es este carácter abierto e incompleto de toda identidad social el que permite su articulación a diferentes formaciones histórico-discursivas y en ese sentido, todas las identidades sociales pueden ser pensadas en términos de significantes flotantes (Laclau y Mouffe, 1985, p. 105).

En este marco, el concepto de hegemonía es clave en la comprensión del tipo de unidad existente en toda formación social concreta ya que, es a través del mismo, que el centro de la forma articulatoria de una sociedad se desplaza hacia el campo de las superestructuras (Laclau y Mouffe, 1985, p. 103). Al mismo tiempo, dicho concepto supone el de articulación entendida como la construcción, dentro de un conjunto de luchas, de puntos nodales, de significantes privilegiados que fijan parcialmente el sentido de la cadena significante estableciendo de este modo una relación hegemónica (Laclau y Mouffe, 1985, p. 108).

En dicha relación hegemónica un cierto cuerpo intenta presentar sus rasgos particulares como la expresión de algo que trasciende su propia particularidad pasando a ser la encarnación de la plenitud ausente. “Este vaciamiento de un significante de aquello que lo liga a un significado diferencial y particular es lo que hace posible la emergencia de significantes ‘vacíos’ como significantes de una falta, de una totalidad ausente” (Laclau, 1996, p. 76). Este cuerpo, opera a modo de significante vacío, de significante de una falta, de una totalidad ausente y establece una relación hegemónica precisamente al llenar ese vacío (Laclau, 1996, p. 80).

Partiendo del presupuesto psicoanalítico de que “lo que no es directamente representable sólo puede encontrar su medio de representación en la subversión del proceso de significación” (Laclau, 1996, p. 84), Laclau entiende que la articulación de las distintas identidades se produce a partir del cruce de dos lógicas opuestas: la lógica de la equivalencia y del símbolo que subvierte el sentido literal de toda lucha y la lógica de la diferencia y de lo literal que opera a través de fijaciones que establece un sentido que elimina cualquier variación contingente (Laclau y Mouffe, 1985, p. 83).

En ese sentido, el autor parte de la idea de que toda identidad en lucha está escindida entre la literalidad de su diferencia y la equivalencia que establece con otras luchas y la cual subvierte dicha literalidad. Así, sostiene que “el sentido de toda lucha concreta aparece internamente dividido. El objetivo concreto de la lucha es no sólo este objetivo en su concreción, él significa también oposición al sistema. El primer significado establece el carácter diferencial de esa reivindicación o movilización, el segundo significado establece la equivalencia de todas esas reivindicaciones en su común oposición al sistema” (Laclau, 1996, p. 82).

“En una relación de equivalencia cada uno de los elementos equivalentes funciona como símbolo de la negatividad en cuanto tal... […] Lo común no está en los objetivos concretos de cada uno sino porque todas son vistas como equivalentes en su confrontación con algo” (Laclau, 1996, p. 81).

Pero lo negativo no es sólo una oposición a un enemigo común sino que es también la falta que se genera por la utopía presente pero no alcanzada, siendo esta falta la que hace posible los procesos de identificación puestos en juego en un proceso de movilización. “La falta social será experimentada como pérdida y los intentos de superarla se presentarán bajo la forma de identificación” (Laclau, 1996, p. 79)

Los aportes desarrollados por Laclau, si bien no hacen énfasis suficiente en la realidad concreta y material, permiten pensar el proceso a través del cual ciertos “universales” logran constituirse en cuanto tales desde los sentidos concretos -y subvertidos a la vez- de determinados “particulares”. Es decir, permiten pensar desde la propia lógica de lo simbólico, cómo el terreno de “lo general y abstracto” -donde pueden articularse los diferentes grupos- es a la vez “lo mismo” -aunque subvertido- de “lo particular y concreto”.

Sin la necesidad de una coincidencia literal, puramente racional y explícita, las distintas experiencias de lucha pueden confluir en “lo mismo general” subvirtiendo, a la que vez conservando, su contenido “concreto y particular” y constituyendo “lo común” a partir de su “particularidad”.

1.2.3 El pensamiento situacional

Por último, revisaremos los aportes del Colectivo Situaciones. Dicho colectivo viene trabajando algunos conceptos –tales como el de “universal concreto”, “pensamiento situacional”, “composición”, “resonancias” y “red difusa”- que pueden ayudarnos a pensar el tema de la hegemonía.

El Colectivo Situaciones sostiene que hablar de pensamiento en situación implica “pensar en inmanencia lo que de universal existe en cada situación” para transformarla. En ese sentido “situacional” no significa local sino que la situación es un universal concreto que no se subordina a ninguna totalidad abstracta (Colectivo Situaciones, 2003b, p. 60).

De lo contrario, y como aparece en algunas de las experiencias con las que nos articulamos, las luchas se desprenden de su particularidad y con ello de lo concreto de su realidad perdiendo fuerza y profundidad:

“Bueno, el movimiento de la asamblea de Alta Gracia fue muy importante pero vos fijate, y esto también a la distancia, si bien más o menos se lo veía en ese momento, pero a la distancia se lo ve mejor. En el momento en que la asamblea de Alta Gracia empieza a tener más protagonismo provincial, se empieza a debilitar en Alta Gracia” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea de Alta Gracia, Córdoba 2004).

Así, la situación es la afirmación práctica de que el todo no existe separado de la parte sino en la parte y de que sólo es posible conocer e intervenir sobre lo universal a través de un elemento concreto de la situación. Toda otra forma de pensar el mundo como exterior a la situación nos condena a una percepción abstracta y a una impotencia práctica (Colectivo Situaciones, 2003b, p. 63).

A partir del concepto de situación, este colectivo nos plantea que el nuevo protagonismo social se va constituyendo en otra forma de lo político. Una forma que no consiste en un pasaje de lo fragmentario a lo centralizado –como en el caso de la hegemonía pensada como totalización de las experiencias- sino en una afirmación subjetiva que transforma la dispersión en multiplicidad y donde la multiplicidad no es sinónimo de desorganización ni de dispersión sino donde se entiende que lo múltiple puede combinarse con altos niveles de organización (Colectivo Situaciones, 2003a, p. 90).

A pesar de que por momentos los integrantes de este colectivo hablan de articulación, ellos establecen una diferencia entre este concepto y el de “composición”, optando por este último. La composición, a diferencia de la articulación, no es meramente intelectual. A diferencia de los “acuerdos” y de las “alianzas” fundados en coincidencias textuales, la composición es más o menos inexplicable, y va más allá de todo lo que se pueda decir de ella (Colectivo Situaciones y MTD Solano, 2002, p. 45).

En estrecha relación a este concepto de composición, se encuentra el de resonancia que alude al hecho de moverse por lo que le pasa a otros pero entendiendo que la experiencia propia y la de los demás no son realidades separadas sino que, al mismo tiempo que son diferentes, ellas participan de una misma realidad. En ese sentido, ellos hablarán de elementos epocales que se hacen presentes en cada situación (Colectivo Situaciones y MTD Solano, 2002, p. 48).

El concepto de resonancia implica también que las relaciones entre las experiencias de contrapoder no pasan sólo por el acuerdo entre grupos. No es el cálculo sino más bien la evidencia de que en el destino de esas otras luchas está el destino de las nuestras. Solidaridad práctica, inmediata, que no está regida por el rédito político (Colectivo Situaciones y MTD Solano, 2002, p. 49).

En algunas de las experiencias, lo anterior aparece del siguiente modo:

“Pero…. y ahora en el movimiento hay muchas cosas, que uno acuerda, que uno no acuerda, pero más allá de esos acuerdos o no, se puede trabajar” (Conversación mantenida con integrantes de la Asamblea Los Naranjos, Córdoba 2004).

En sintonía con los conceptos de composición y resonancia se encuentra el de red difusa el cual es propuesto para pensar el vínculo entre distintas experiencias. La red –según el Colectivo Situaciones- ha sido la respuesta de las experiencias alternativas a la pregunta de cómo conectar lo disperso.

En la red difusa la articulación pasa por esta forma de trama social donde nadie dirige a nadie sino donde todos confluimos en determinados ámbitos y donde no tiene que haber una centralización del poder. La red difusa es lo contrario de una red centralizada. Habla de muchos tipos de encuentros, de redes explícitas parciales, acotadas, superpuestas, de tantas redes como experiencias en cuestión (Colectivo Situaciones y MTD Solano, 2002, p. 65).

Conectado con lo anterior, desde algunas experiencias se plantea la idea de que las mismas están, existen, se fortalecen pero que ellas son fragmentarias y dispersas y que, incluso las misas articulaciones, son más bien puntuales:

“No, nosotros no teníamos ni idea de que había empresas recuperadas. No se hablaba de empresas recuperadas. Yo no tenía ni idea. Un día nos dijeron che en Buenos Aires hay alguien que trabaja con la gente que recupera empresas, porque no hablan… Entonces hablamos con esa persona, los invitamos a Córdoba, vinieron ellos y nos enteramos que había un movimiento de empresas recuperadas [… ¿Y ahora siguen en contacto?] Sí, pero es un contacto mucho menos fluido porque fue muy fluido con ellos para que nos ayudaran a armar toda la estrategia jurídica y tal, con los cuales terminamos de resolver nuestros problemas con la justicia. Pero… y ahora, desde que los tenemos resueltos, estamos con la tarea encima de responder a los bancos, a los créditos y todo y tratar de ir aguantando el rendimiento, la remuneración puesto que pasamos mucho tiempo de escasez (Conversación mantenida con integrantes de la Empresa Recuperada del Diario Comercio y Justicia, Córdoba 2004).

De lo que se trata entonces es, no de aislarse, sino de trabajar los temas de la coyuntura desde la situación concreta (Colectivo Situaciones y MTD Solano, 2002). En última instancia, lo que comparten las experiencias no es “ni tanto ni tan poco”. Ellas, ni se someten a una propiedad común que las agrupe y normativice su acción, ni existen como una pura dispersión inconexa (Colectivo Situaciones, 2003b, p. 101).

Desde esta manera de entender los procesos de articulación se hace una crítica a ciertas formas de concebir la hegemonía argumentando que, consenso y hegemonía, son categorías de una política de la “articulación” donde el objetivo último es el asalto al poder.

Así, se entiende que en Gramsci, la hegemonía es pensada como un tipo particular de red, de una red “con centro”, donde la articulación funciona bajo una modalidad centralizada y donde la tarea política es desmantelar los sentidos dominantes y producir significados alternativos lo suficientemente potentes como para reorganizar el juego de clases en un sentido inverso al actual. El lugar central del juego, la posición privilegiada, es la del Estado. En contraposición a esto, la imagen de la red es la de pensar formas posibles de vinculación sin “hacer centros” (Colectivo Situaciones, 2003a, p. 45).

Lo clave para nosotros del planteamiento que realiza el Colectivo Situaciones es el énfasis en que la vinculación de una experiencia de lucha con otra va más allá de lo racional, en que la forma organizativa no tiene que tener necesariamente un centro y sobre todo en que no es necesario “salirse de la situación” para “articularse” con el resto (Colectivo Situaciones, 2003b, p. 39) sino que es desde lo universal que tiene la propia situación y experiencia de lucha que puede producirse la articulación. Esta idea sintoniza con lo que venimos diciendo acerca de la tensión entre lo particular y concreto de cada experiencia y lo más general y abstracto que las une entre sí.

2 Nuestra propuesta

Llegados a este punto, queremos explicitar nuestra propuesta a través de algunos ejes. Dichos ejes, construidos a lo largo del texto, tienen como finalidad puntualizar los elementos a partir de los cuáles proponemos pensar los conceptos de articulación y la hegemonía en función de que los mismos puedan contribuir a generar y fortalecer procesos de transformación social.

Dichos ejes recorren y dan contenido a la tensión central que atraviesa, desde nuestra perspectiva, la problemática de la articulación y la hegemonía y que ya mencionamos al principio: aquella que se da entre lo material y concreto de cada experiencia y lo general y abstracto que une a cada una de ellas con las demás

El primer eje surge de los malestares y las incomodidades relacionados a ciertas maneras de abordar –o no abordar- el concepto de hegemonía y desde él sostenemos que…

…la hegemonía no puede ser pensada ni desde la totalización de las experiencias de lucha ni desde su articulación sólo a nivel discursivo-ideal ignorando, en este último caso, las bases materiales que la hacen posible;

…a dicha hegemonía tampoco puede quitársele la centralidad que tiene en términos de movilización social y de construcción política a riesgo, de lo contrario, de hacer desaparecer a la acción política misma.

El segundo eje parte de la lectura de los autores considerados centrales en el tratamiento del concepto de hegemonía y desde él sostenemos que la hegemonía debe ser pensada…

…desde Gramsci, como un proceso abierto y dialéctico que, siguiendo una lógica que va de la estructura a la superestructura, parte de las condiciones materiales de existencia de los sujetos y se dirige hacia un momento político por excelencia en el cual los intereses particulares son rebasados por los generales a través del desarrollo de una conciencia de solidaridad de intereses entre los diferentes grupos sociales.

…proceso atravesado no sólo por la búsqueda de consenso sino también por procesos de coerción.

…desde Laclau, como una operación que, siguiendo una lógica de subversión de los significados particulares, constituye a partir de ellos “lo común” general que posibilita la articulación entre las distintas experiencias.

…desde el Colectivo Situaciones, como procesos de resonancias que se dan entre las distintas experiencias y que van más allá de las coincidencias textuales y los acuerdos explícitos y en los cuales no se hace necesario abandonar la propia situación para articularse con otros sino que dicha articulación se entiende producida desde lo universal concreto contenido en cada situación.

El tercer eje nace de las conversaciones mantenidas con distintos sujetos involucrados en la movilización social ocurrida en Argentina en torno a diciembre del 2001 y desde él sostenemos que…

…hay que partir del reconocimiento de las propias necesidades y no de “lo que le pasa al otro” ya que sólo partiendo desde nuestra realidad concreta podemos confluir con otros para construir algo colectivo;

…que la articulación con otras experiencias debe asentarse en la profundización de lo concreto de cada lucha y no en su abandono a riesgo, de lo contrario, de que pierda contenido la propia articulación; en ese sentido el desafío es articular lo concreto y particular de cada lucha con lo general que la une a otras experiencias similares.

En suma, sostenemos que la construcción de la hegemonía -entendida como el proceso de articulación de las distintas experiencias sociales que luchan por un mundo más justo, más humano y más solidario- es central en términos de construcción política sobre todo si tenemos en cuenta la lógica de fragmentación del capitalismo y la complejización actual del campo de la protesta social.

Dicho proceso debe ser pensado desde una perspectiva materialista que, siguiendo a Grüner (2004), implicará concebir a nivel de los procesos simbólicos que, más allá de cuál sea el grado variable de autonomía de dichos procesos, ellos siempre están –con todas las mediaciones y complejidades del caso- “encastrados” en prácticas materiales concretas. En ese sentido, los procesos simbólicos no planean en las alturas celestiales y después “bajan” a la tierra para producir efectos sensibles, sino que son inseparables de los procesos materiales siendo la praxis de los sujetos vivientes la que transforma (o reproduce) la realidad existente, praxis que está “informada” por la dimensión simbólica, pero que a su vez “informa” a “dicha dimensión”.

Al mismo tiempo, pensamos que dicha construcción hegemónica no puede resolverse ni haciendo una exaltación de lo múltiple ni totalizando lo diverso bajo una totalidad abstracta. Por el contrario, dicha construcción sólo adquiere verdadera fuerza si su dimensión “colectiva” se constituye teniendo un fuerte anclaje en lo material concreto de cada situación y profundizando lo particular de cada experiencia de lucha.

Como planteábamos al comenzar, la cuestión de la hegemonía debe ser pensada desde la tensión entre lo situacional y concreto de cada experiencia de lucha y su dimensión más general a partir de la cual puede articularse con otras luchas. Es decir, desde la tensión entre la profundidad e intensidad de cada experiencia y su posibilidad, junto a otros, de construir algo “colectivo”.

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