A lo largo de las páginas siguientes se abordará el proceso de construcción del que fue nuestro objeto de estudio –el fenómeno del botellón- planteando cada uno de los pasos que se dieron y de las decisiones que fueron surgiendo a lo largo de la investigación, aquellas que se fueron tomando conforme avanzaba nuestro trabajo. El presente documento no pretende plantear conclusiones definitivas sobre las cuestiones investigadas, por el contrario, plantea muchas más dudas de las que resuelve: el interés principal más bien se centraba en dar cuenta del proceso de investigación en sus inicios, desde el ejercicio constante que representa la ruptura epistemológica para poner en suspenso lo “evidente” hasta la descripción del proceso en el que van surgiendo nuevos interrogantes a la luz de lo observado.
Se trataba, en definitiva, de dar cuenta de cada uno de los interrogantes, planteamientos, direcciones... que se nos han ido presentando según avanzaba el trabajo de campo y que han resultado en la configuración de nuestro objeto (Bourdieu y otros, 2000). Como apuntaban estos sociólogos, “el hecho se conquista contra la ilusión del saber inmediato” (Bourdieu y otros, 2000:29). El objeto de la investigación debe ser construido, nunca es evidente, sino que se ha de elaborar siempre en contra del sentido común y de las trabas que éste introduce en el proceso de definición y elaboración de nuestras problemáticas (Bourdieu y otros, 2000:54). El primer paso ha de ser siempre el de la construcción del objeto teórico que nos interesa, para superar el sentido común y saber exactamente de qué estamos hablando, qué valor le damos a cada concepto, cómo los jerarquizamos o en qué contexto teórico lo situamos.
A lo largo de las páginas siguientes pretendo, por tanto, reflejar cómo hemos ido construyendo, cómo el objeto de estudio surge en función de ir acotando y definiendo aquello que sería observado en función de los interrogantes que iban surgiendo y de las condiciones de posibilidad que se plantearon a la hora de llevar a cabo la investigación. Sería un engaño, por lo tanto, plantearlo como un trabajo autónomo donde el investigador persigue, analiza y decide.
Para situar el comienzo de nuestra tarea será imprescindible señalar el interés que guió la observación participante. Como proyecto final de carrera en la licenciatura de antropología social, debíamos desarrollar una investigación en la que se pusiesen en práctica las técnicas y metodología propias del trabajo etnográfico. Era cuestión de buscar entonces un fenómeno que permitiera llevar a cabo esa tarea antropológica.
Tras un período de reflexión sobre los posibles temas a investigar, apareció aquello del "botellón". Nada misterioso o sorprendente se esconde tras esta ocurrencia, más bien el encontrar día sí, día también, gente sentada aquí y allá bebiendo en plazas y calles o las numerosas noticias que aparecían en los diarios tras los fines de semana. Las conversaciones fuera del aula también resultaron ser una fuente de inspiración, al plantear a propios y extraños qué podía resultar interesante investigar; así surgió aquello de "tienes que hacer lo del botellón, es que no sabes lo que es en Cáceres y la que se ha montado...". Así comenzó todo, sólo que la idea no surgió en medio de un "botellón".
A la hora de seleccionar los lugares de observación, en Madrid –por ser el lugar de residencia de la investigadora- se tomó como punto de partida aquellos que conocía previamente por ser puntos de reunión de multitud de jóvenes. A otros llegamos a través de las indicaciones de los informantes (“tienes que ir a éste o a aquel sitio..."). En Cáceres, los puntos de observación resultaron más sencillos de elegir al concentrarse la mayoría de los congregados en un solo área cercana a la plaza mayor.
El tiempo de observación se fue diversificando en función de los interrogantes que fueron surgiendo y de las posibilidades de quien investigaba. Así, fuera de la observación directa en los ámbitos de reunión del botellón, dedicamos parte de nuestro tiempo a completar las anotaciones del diario de campo con los precios de las bebidas que aparecían en los carteles expuestos en los comercios que proveían de bebidas a los practicantes del botellón así como aquellos correspondientes a locales ubicados en las zonas denominadas de “marcha”, puesto que constantemente, entre los motivos señalados para hacer botellón, aparecían cuestiones de índole económica; según los practicantes del botellón, resultaba más barato beber alcohol de esta manera. Para completar la información recabada, la investigación incluyó entrevistas con propietarios y trabajadores de los locales colindantes a las zonas de reunión del botellón y a los que acudían los informantes tras la práctica del botellón.
El interés principal de la investigación desde un principio se ha centrado en dar cuenta de si realmente existe como tal algo que se corresponda con el nombre de "botellón", como aseguraba el informe sectorial de ocio en la comunidad de Madrid:
“Durante los últimos diez años se ha venido repitiendo una modalidad de relación que tiene como principal protagonista la vía pública. Las reuniones en las plazas públicas han retomado el hábito cultural de la vida en la calle unido a otros usos como el consumo de bebidas y la elección de un tipo de música determinada. Todo ello es lo que se conoce como el botellón”. ”Ir de botellón consiste en adquirir provisiones de bebida en un establecimiento (supermercado, chinos, etc.) y consumirla entre amigos en un parque o plaza pública. Fundamentalmente lo que se suele consumir es cerveza, calimocho, bebidas de bajo coste” (VVAA, 1996:1).
U otros documentos, como el publicado en Cáceres:
“Se puede decir que el fenómeno conocido como botellón surgió en España sobre finales de la década de los 80. Durante estos años ocurrió una explosión de la marcha nocturna que fue aprovechando para el crecimiento de bares y pubs y también para la subida de precio de sus bebidas ante la gran cantidad de gente que acudía a los establecimientos” (VVAA, 1999:2).
De ahí que, a lo largo de la investigación, se haya intentado poner a prueba la consistencia del término para definir el conjunto de prácticas que se suelen incluir en su definición: buscando si de hecho existía, si se producía convergencia en los significados de la palabra, si el término resultaba polisémico o acaso era una etiqueta con múltiples sentidos; es decir, qué se estaba entendiendo por el término “botellón”. En este sentido la búsqueda de la repetición en lo que estábamos observando ha sido fundamental; ver qué es lo que se mantienen como características comunes y lo que no. Después iríamos dando paso a aquello de pensar cómo se ha calificado de "ritual del botellón" o en su defecto "cultura del botellón".
“El consumo de alcohol en la calle tiene un público joven (14-18 años) aunque no existe acuerdo a la hora de determinar si el botellón se trata de una modalidad de relación transitoria entre los adolescentes o si por el contrario también es una práctica habitual entre el público adulto. Un sector defiende que se trata de un tipo de entretenimiento par adolescentes donde juega un papel fundamental el límite de edad -difícil acceso a los locales el coste de las bebidas y su adquisición (facilidad de compra en supermercados y “chinos”). Otros consideran que el botellón como tal deja de practicarse cuando se comienza a adquirir cierta independencia económica. Y también hay opiniones que defienden que esta moda ha calado en todas las edades y grupos sociales.”(VVAA, 1996:5)
La Escuela de Educación No formal de Extremadura AENE publicaba un documento donde se podía leer:
“Similar a aquellas ceremonias ancestrales – ritos iniciáticos- en las cuales los nuevos adolescentes tenían que pasar por una serie de pruebas para introducirse en una etapa adulta en la sociedad”(VVAA, 1999:3)
A propósito de estas aseveraciones nuestra investigación encontró un marco teórico con el que abordar nuestro objeto de estudio: se trataba de analizar el posible carácter ritual del botellón. El problema de trabajar con afirmaciones como la planteada más arriba, derivaba de la falta de definiciones claras por parte de quienes calificaban al fenómeno de “ritual”, o bien aludían a la “cultura del botellón”; no logramos hallar algún tipo de información que delimitase su significado bajo la perspectiva de quienes lo habían calificado de este modo. Así, nos decidimos a elegir algunas con la intención de ver si en verdad el “botellón” se ajusta a alguna de ellas:
“El rito se inscribe en la vida social por la reaparición de las circunstancias que requieren la repetición de su ejecución. Se caracteriza por procedimientos cuya puesta en práctica implica con el fin de imponer su marca al contexto que su propia intervención contribuye a definir. El rito no queda confinado a la esfera de lo religioso...” (Bonte e Izard, 1996:642)
“La función de los rituales de paso para Van Gennep como acontecimientos que sancionan el crecimiento y el cambio en las sociedades tribales (el reconocimiento de un cambio en la situación del individuo)” (Gotees y LeCompte, 1988:207)
“El ritual es la ejecución y por lo tanto la renovación del mito. Un ritual es un drama representado... Ritual: realización de ritos de modo que los problemas del nivel terrestre puedan ser simbólicamente resueltos, siendo además un paso hacia la solución práctica”. (Bohannan, 1992:229,232).
El por qué considero importante comprobar si se ajusta la definición del fenómeno con el término ritual va más allá de un interés meramente analítico. Se trata de reconstruir la conceptualización del fenómeno bajo la perspectiva que lo tilda de ritual, -ésta es, especialmente, la de aquellos que no suelen practicarlo y suelen referirse a la misma de forma peyorativa-; y por otro, y lo que me parece más interesante, cómo se construye el fenómeno desde aquellos mismos que lo practican.
A la luz de lo hallado en la investigación, surge uno de los primeros descubrimientos, parece que los canales de comunicación entre estos dos sectores mantienen una fluidez especial; por un lado, los que lo llaman ritual, y tienden a la crítica y a desaprobarlo surgen todo tipo de comentarios dirigidos a “los del botellón”, acerca de por qué se debería dejar de hacer: sobre todo, educadores, profesores, periodistas, padres, madres, etc.. Por el otro lado, los que practican el “botellón” suelen conocer los argumentos que manejan aquellos, son capaces de repetir de memoria las expresiones que emplean, pero pocas veces les encontramos contrargumentarndo efectivamente los comentarios de los anteriores (generalmente van por otros derroteros, apareciendo casi siempre como justificaciones de sus práctica, acerca de lo caro que resulta beber en bares). Por su parte, aquellos que desaprueban la práctica pocas veces reproducen conversaciones o expresiones que puedan emplear los sujetos que hacen “botellón”, pese a lo que alguno de ellos ha apuntado, como lo hacía el Defensor del Menor al comentar que los adolescentes hablaban de “colocarse” o “agilipollarse” (en Ródenas, 2001:26).
Sólo en un caso esta relación se ha presentado de otra manera, un padre de familia en Cáceres que argumentaba que beben por desinhibirse, “aparece un estado anímico para hablar con las chicas”; y esto sí que se ha reconocido en alguna conversación por parte de aquellos que hacen botellón (“ya sabes te pones puntillo y todo es más fácil, sabes estás gracioso”, anotación diario de campo).
Pese a que su nombre parece descubrir su relación con el alcohol, el superlativo de botella, lo cierto es que en muchas ocasiones apareció relacionado su consumo en esta modalidad con otras sustancias (marihuana, cannabis...); lo que nos remite a la legislación presente y el consumo de estupefacientes en locales públicos (son más de uno los locales que han sido sancionados en Madrid con multas considerables y cierres temporales por tal causa), con lo que resulta que en dichos locales fumar esas substancias queda totalmente descartado, los echarían del local y corren el riesgo de que les quiten dichas sustancias. Esto podría explicar por qué hacerlo en la calle, aunque también está prohibido (la ley sólo consiente cierta cantidad para consumo personal y no incluye la calle para su consumo, aunque sí una vivienda de propiedad privada, por ejemplo). En cualquier caso, la mayoría de la gente a la que hemos tenido acceso no tiene casa propia, sino que vive con sus padres o algún familiar.
A lo largo de la investigación, fueron surgiendo nuevos interrogantes, destacando en especial una cuestión relacionada con el consumo que subyace a la práctica: ¿qué hay detrás del interés por beber?. No parece haber una única respuesta a este interrogante, por el contrario, nuestra pretensión es presentar aquellas variables y factores que inciden en que haya surgido el fenómeno del botellón tal y como hoy lo conocemos.
En este sentido, a la hora de comprender dichas condiciones de posibilidad del surgimiento del botellón, es interesante atender a la distribución del territorio urbano que surge a propósito de los grupos de adscripción, -las denominadas tribus urbanas- que, especialmente en Madrid, permitían comprender los criterios de selección en cuanto al lugar de reunión elegido (Feixa, 1998). No estoy afirmando con esto que dichos criterios sean fácilmente objetivables, sino que, hemos encontrado ciertas correspondencias entre las predicciones (cuando se nos decía “lo que te vas a encontrar en tal sitio es mucha gente “pija”, “bakalas”) y expectativas (cuando íbamos en busca de esas referencias) y efectivamente se cumplían. El ambiente y la tónica general con que se nos emplazaba en un lugar concreto se ha correspondido con nuestra observación (con ello no estoy diciendo que así fuera; si no, más bien que mis categorías estaban muy próximas a las de los informantes). Parece que sí hay cierto acuerdo en la generación a la que pertenezco a la hora de clasificarnos en grupos o tendencias.
Mientras que Madrid parece quedar dividido por “territorios” con acceso restringido a ciertos grupos; Cáceres alberga en su Plaza Mayor a grupos de muy diferentes tendencias que presentan un conjunto mucho más heterogéneo en cuanto a edad, género o las citadas tribus urbanas.
Desde ahora adelantar que, a lo largo de nuestra observación, hemos podido constatar la existencia de la práctica como tal. El siguiente paso, por tanto, sería la reconstrucción del antes, durante y después del "botellón" y poder, así, dar cuenta de su desarrollo, de su génesis y su conclusión. Al mismo tiempo fueron surgiendo cuestiones sobre la participación y exclusión de quienes lo conforman y quienes no. Así descubrimos que en las contadas ocasiones en que había alguien que no estuviera bebiendo o compartiendo alguna de las cosas que se llevan a los “botellones” –sustancias como hachís o marihuana suelen ser las más frecuentes- no permanecía hasta el final, y en muchos casos abandonaba en poco tiempo el lugar. Aquellos que no bebían alcohol por costumbre mantenían una relación con el grupo diferente de la de aquellos que en un día concreto decidían no beber pero que sí que solían hacerlo. Aquellos que podríamos llamar “abstemios”, solían permanecer en el grupo compartiendo conversación haciendo lo posible por hablar con los miembros del grupo hasta el momento en que lo abandonaban, generalmente siempre antes de que la reunión se diera por finalizada. Mientras que aquellos que un día no compartían con el grupo alcohol u otras substancias, solían permanecer más “retraídos” en comparación con otros días que sí bebían y con aquellos sujetos que hemos denominado “abstemios”.
Al preguntarles por los motivos que habían determinado su decisión de no beber o no consumir hachís determinados días, solían hacer referencia a los exámenes, o “me tienen que hacer análisis” o bien “tengo que estar pronto en casa”. Aparece así, bajo la perspectiva de los informantes, la incompatibilidad entre ciertas actividades y el “botellón”, no porque coincidieran en el tiempo, puesto que estudiar lo harían más tarde (en algunos casos al día siguiente), los análisis serían en la semana siguiente y en casa no tenían que estar todavía. Más bien parecen incompatibilidades en sus requerimientos. Éste será otro de los planteamientos a considerar: ¿Cómo se representan el botellón aquellos que lo practican en relación con otros aspectos de su vida?.
Y sus coetáneos que no lo hacen nunca, ¿a qué se dedican?. Si seguimos los datos existentes se suele hablar de aquellos aportados por el Plan Nacional sobre Drogas donde sólo se habla del 65% de los jóvenes (de entre 14 y 28 años) que consumen bastante alcohol (entre éstos un 40% realiza un “consumo intenso” y un 25% se ha instalado en el “consumo problemático”) (Recio, 2000 y Calafat y otros, 2000).
Es decir, entre esos jóvenes hay quien no hace “botellón”, pero de ellos apenas se habla: hasta donde pudimos averiguar en la investigación, entre éstos hay muchos que dedican su tiempo de ocio a los videojuegos, en los locutorios navegando por Internet o con juegos en red o que esporádicamente acuden al cine.
Frente a esto, el botellón emerge como práctica dominante en el imaginario sobre el tiempo de ocio de los jóvenes, no se trata de un fenómeno que haya pasado inadvertido o que se caracterice por su invisibilidad.
“Las congregaciones de multitudes en la vía pública suelen ir unidas a problemas de ruidos y suciedad que afectan directamente a los residentes de las zonas elegidas como centro de reunión. El botellón ha encontrado muchos detractores principalmente entre los propietarios del sector del ocio nocturno y los vecinos de las zonas afectadas. Ambas partes coinciden en señalar como último responsable de los conflictos que pudieran originar estas reuniones masivas a la Administración, cuyos procedimientos de actuación se han visto afectados y ralentizados por la falta de cobertura legislativa existente en torno al desarrollo de las actividades del ocio en la calle” (Ródenas, 2001: 26)
Con la idea de tales concentraciones de grupos en las plazas, -como era el caso de Cáceres en su plaza Mayor- preguntamos en qué lugares de Madrid podían encontrarse reuniones multitudinarias y allí proyectamos acudir el siguiente fin de semana. Este intento resultó frustrado: el temporal de agua y frío no acompañaba. Así, frente a lo que corrientemente aparecía en los medios de comunicación sobre la incondicionalidad de los practicantes del botellón, descubrimos, en nuestras propias carnes, cómo, tanto en Cáceres como en Madrid, las condiciones climatológicas efectivamente eran un determinante en la práctica: “…es que ahora no se hacen botellones, sabes en veranito es otra cosa..." -decía un chico de 17 años, anotación diario, 30 de diciembre de 2000 Cáceres).
Así descubrimos a lo largo de la observación, como en los días de temperaturas más favorables era mayor la afluencia de personas haciendo botellón. Resulta interesante en este sentido descubrir que, según la información que pude recabar acerca de otros lugares con climas parecidos al nuestro y parecidas diferencias entre los precios del alcohol en tiendas y en bares, como Italia y Portugal: no se produce esta práctica. En alguna de las conversaciones con estudiantes Erasmus de otros países, comentaron que muchos quedan “encantados” con la idea del “botellón” y que rápidamente toman la costumbre durante su estancia en España y apenas mantienen a la vuelta a sus países de origen, alegando que allí no está tan bien visto ni la gente lo hace tanto.
Si es cierto que la afluencia de personas en las reuniones del botellón decrece con el mal tiempo, no podemos decir que ante el temporal desaparezca por completo: se reduce el tiempo, el número de personas que lo practican y los espacios que ocupan, buscando protección del viento y la lluvia, -con frecuencia en los huecos de los portales, lo que está relacionado con las protestas de muchos vecinos de las zonas de reunión-.
Las diferencias entre Cáceres y Madrid en este sentido fueron notables: en Cáceres, ante la amenaza de lluvia pocos se atrevían a salir, y en caso de que ésta fuera persistente, apenas ponían reparos para abandonar la vía pública. En Madrid, sin embargo, aún con el temporal, pudimos encontrar grupos que persistían en la práctica, aquellos que pasaban buena parte de su tiempo –no sólo del fin de semana- en las plazas y aledaños, sin ocupación concreta: aquellos que el resto de los grupos del botellón denominaban “los okupas”.
Estos grupos que, aún con el temporal, continuaban con la práctica, pese al gran interés que suscitaron para el trabajo de campo, apenas pudieron ser investigados, pues se nos negó el acceso en repetidas ocasiones, mostrando enormes reticencias a que nos acercáramos. Ninguna de las estrategias que solíamos emplear con otros grupos –como aparecer con bebidas y sentarnos cerca- funcionaron para lograr el acceso. Según parecía, la forma de lograr el acceso hubiera sido siendo “presentado” al grupo por uno de sus miembros, por lo que cabe pensar que en caso de haber continuado con la observación nuestras posibilidades de entrar en contacto habrían aumentado.
Nuestro interés hacia tales grupos se explica de dos maneras; primero era que en los días de frío o lluvia, nuestros grupos habituales no hacían “botellón”, lo que significaba renunciar a la observación participante, hasta encontrar otro grupo. Mientras que los grupos a los que nos referíamos (sobre todo concentrados en una de las plazas del centro de Madrid) eran permanentes. Por otro lado, porque con ellos el botellón resultaba ser una práctica un tanto distinta; mientras que para la mayoría de los otros grupos el botellón era la antesala para irse a los locales de copas, para éstos era la práctica que mantenían hasta el momento de finalizar la reunión del grupo. En este sentido, se echa a faltar algo fundamental en la investigación como es la información que podríamos haber recogido en caso de tener acceso a esos grupos. Lamentablemente el tiempo dedicado a la observación era limitado y sólo podemos plantear los resultados hasta ahora alcanzados.
Otra de las cuestiones que por doquier ha aparecido a lo largo de la observación era la capacidad de generar polémica que ha adquirido el fenómeno del botellón. En multitud de ocasiones hemos visto repetida la misma situación: ninguno de los informantes ha dejado de comentar a la que ha entrado en conocimiento del trabajo, su parecer en cuanto al fenómeno. Era simplemente presentarse al grupo y entonces, empezar a plantear motivos. Sin duda, el más repetido, fue la cuestión económica. Sin duda resulta más barato comprar las botellas (que se consumirían en muchos casos en su totalidad) en uno de los establecimientos cercanos a los lugares donde frecuentemente se hacen “botellón”, que pagar una copa en un local. En este sentido no solamente es que resulte más barato en proporción (a menudo se reúnen para comprar las botellas, poniendo cada uno de ello/as algo así como 500 pesetas, a veces incluso menos, cuando la copa en una media aproximada en los locales de la zona centro estaría entre las 800 pesetas y las 1200 pesetas), además hay que tener presente que es mayor la cantidad por ese precio (digamos que como media por esas 500 pesetas pueden beber hasta tres copas en esa noche). Todos éstos son cálculos aproximados, cada grupo, noche, lugar... son diferentes.
El segundo motivo apuntado prácticamente siempre es que se hace para “emborracharse”; los términos sinónimos usados para referirse a esta palabra han sido muchos. Cada grupo parecía usar la suya, pero en casi todos los casos entienden a qué se refieren los otros términos. Ésta será otra de las cuestiones a las que prestar atención de ahora en adelante; el dar cuenta de los términos que usan los sujetos que hacen “botellón” acerca de sus prácticas. Parece que la variedad que encontramos de grupo en grupo, refleja el tiempo y el interés que conlleva la práctica misma; es algo de lo que hablan entre ellos, a sabiendas que dificulta la comunicación con “extraños” (cualquiera de fuera del grupo), en unos casos explicarán el significado de los términos (“snifing”)1 a quien pregunta (parecen tener claro que no teníamos por qué saberlo), pero en otros sólo una sonrisa para dejar el silencio por respuesta. En cualquier caso, recoger los diferentes términos con la intención de analizar los universos simbólicos a los que se hace referencia habrá de ser parte de nuestro análisis.
Ha sido también de nuestro interés analizar el acceso de los sujetos que practican el botellón al alcohol y las otras sustancias que consumen en esos contextos de reunión en tanto dichos consumos ocupan un lugar central en el desarrollo del botellón. Por ley, sólo está permitida la venta y consumo de alcohol a partir de los 18 años, sin embargo, en el botellón se reúnen muchos adolescentes menores de edad que comparten no solamente el alcohol. En este punto de la investigación, surgió un nuevo objetivo: tendríamos que ser capaces de reflejar los consumos de alcohol que surgen en los grupos de botellón, qué bebidas prefieren, si hay cambios de unos días a otros, si conforme aumenta la edad las preferencias también varían, y en función de qué eligen lo que beben: si es una cuestión de dinero, de las ofertas de los establecimientos de la zona, si se remite más a los gustos personales de los sujetos o si está más en función de los grados que tenga cada alcohol, etc. Esto resultaba enormemente significativo al tomar en consideración los trabajos de aquellos que han considerado que se trata de “alcohólicos de fin de semana” o de los que serán “alcohólicos de las próximas generaciones” (Recio y otros, 2000).
Según los testimonios de alcohólicos y los tratados de alcoholismo (Secades, 1996) el organismo va retrasando los efectos del alcohol conforme pasan los meses (y quizás los años) y aumenta la frecuencia y la cantidad de la ingesta de alcohol; es decir el cuerpo se va acostumbrando a la ingesta de alcohol y ya no manifiesta sus efectos más evidentes con las cantidades que en principio le afectaban seriamente. Se ha de incrementar progresivamente la ingesta (en muchos se aumenta no sólo la cantidad si no también la gradación de los alcoholes) para lograr los mismos efectos de embriaguez, hasta que los índices de alcohol en sangre son tan elevados que un solo vaso de cerveza vuelve al individuo ebrio – es una de las fases más avanzadas del alcoholismo como enfermedad.
Pues bien si esto fuera así, encontraríamos que aquellos sujetos cercanos a la treintena que dicen llevar practicando el botellón desde su adolescencia y que señalan como principal motivo de la práctica el emborracharse, habrían optado por beber en mayor cantidad y alcoholes más fuertes. Cosa que no hemos podido comprobar; en la mayoría de los casos, la elección de la bebida parecía determinada por sus gustos personales, en función de su sabor más dulce o más amargo –es decir, por factores relacionados con la socialización y adquisición de determinados gustos y preferencias- o las ofertas de los establecimientos –motivos de índole económica-.
Son muchos los comentarios en los botellones a los que hemos asistido, dedicados a reflexionar y compartir experiencias acerca de cosas como “te sube”, “te pones puntillo” “o te pillas el pedo”... que se refieren a los efectos del alcohol sobre el organismo según su ingesta y graduación. Como en una escala se colocan los pasos por los que el sujeto va pasando en caso de no detener la ingesta del alcohol, mientras los efectos del alcohol no parecen afectarle se suele decir que “no me ha subido” o “no me sube”, cuando llega la euforia y los ojos empiezan a ponerse brillantes (en muchos casos rojos) se empieza a hablar de “puntillo” y cuando el sujeto en cuestión tiene problemas para guardar el equilibrio o permanecer en pie se habla de “llevar un pedo enorme/ horrible...” o “ir pedo”. Desde fuera (por el resto de los sujetos) se evalúa la situación de una persona en relación al tiempo transcurrido en primer lugar y la cantidad en segundo. Esto siempre ha aparecido así, lo tercero que se evalúa es el tipo de alcohol (de mayor o menor graduación). Es decir, a lo largo del momento de “botellón” van calculando el tiempo que llevan bebiendo (“llevamos una hora y mira cómo está” o “llevamos dos horas y no me sube”) en relación a los efectos que les produce. Se habla en segundo lugar, acerca de la cantidad: se habla de minis, copas o botellas (“se ha bebido él solo una botella”) para contabilizar, así se trata de evaluar (“fíjate me he bebido dos minis y no me sube”). Y finalmente se habla del alcohol, si era más fuerte menos; aquí las percepciones de los sujetos revelan algo inesperado. En los grupos más mayores (aquellos integrados por sujetos de más de 20 años) se habla de los grados de éste o aquel licor con todo detalle, mientras que en aquel grupo de 16 años parecía no existir grandes diferencias entre una botella de Martini (21º) y una de whisky (40º), sino con relación a cómo les estaba sentando la ingesta a cada uno de ellos; parece que ése era el criterio para clasificar.
A la luz de lo hallado durante la observación, descubrimos cómo la experiencia vivida con respecto al alcohol en el contexto del botellón afecta y modifica las prácticas de los sujetos. De manera que, conforme aumenta el número de “botellones” a lo largo del tiempo transcurrido en la vida del individuo, su conocimiento acerca de los efectos del alcohol y otras drogas sobre su cuerpo parece ser mayor, lo que aparece incidir en que esté dispuesto a modificar sus prácticas en función de su experiencia.
En la perspectiva de análisis sobre el aprendizaje en el consumo de alcohol encontramos diferentes autores que han hablado de diferentes patrones en la ingesta (Alvira y otros, 1990, Comas, 1993, Elzo y otros, 1994). Por un lado, se habla de modelo mediterráneo para referirse a cómo en los países del área mediterránea, el alcohol aparece en la ingesta cotidiana acompañando la comida, por otro, el modelo nórdico en el que el consumo de alcohol se reduce al fin de semana en exclusiva y en cantidades ingentes (Comas, 2000 y Elzo, 1996). Se habla entonces desde algunos frentes de cómo “se está perdiendo la buena costumbre de la copita de vino en la comida”, parecen referirse a otros tiempos en los que la “cultura del buen comer y beber españoles” hacían de “tales hábitos algo sano”. Es decir, en muchos casos desde las mismas instancias que se critica el “botellón”, se habla de que “no saben beber” (refiriéndose a los sujetos que hacen “botellón”), volviendo de nuevo la atención al patrón de aprendizaje que parecen adjudicar al consumo de alcohol.
Como ya apuntaba, resulta llamativo el que los informantes que practican el botellón insistan en plantear sus motivos para hacerlo, cuando nadie les inquiere, pues el proceso ha sido siempre el mismo: una vez que han sabido del trabajo se han puesto a enumerar motivos, aclarándome intenciones o planteando “lo que tienes que decir es que…”. Parece resultarles problemático, no tanto el que yo me interese por el tema, sino el que se piense como se piensa acerca del “botellón” por parte de los que no lo hacen. Lo que parece estrechamente relacionado con las propuestas que han ido surgiendo para erradicar la práctica, (se está intentando prohibir en toda España el consumo de alcohol en las calles, en Andalucía se está haciendo ya). Ése será otro de los planteamientos con los que seguirá nuestro trabajo; si en su discurso está el intento por racionalizar su conducta, explicarse en términos lógicos, frente a los que argumentan que los “adolescentes del botellón son las nuevas generaciones del alcohólicos del futuro y ser una panda de colocados” (Ródenas, 2001). Porque parece que se contempla a aquellos que hacen “botellón” como incapaces de hacer otra cosa, pese a que la observación sistemática apunte que se trata de una práctica en la mayoría de los casos puntual (que se multiplica en frecuencia – más grupos y asiduidad – más días, en los meses de verano y primavera), que se abandona a determinadas edades (no hemos encontrado a ningún sujeto de más de 30 años) y que remite a condiciones de posibilidad de los contextos en los que se realiza, y no a una práctica que genere u otorgue una identidad colectiva a aquellos que lo practican (hasta donde llegó nuestra observación, resulta imposible distinguir un grupo al que identificar o que se identifique como “los del botellón”).
A la hora de comprender el fenómeno es imprescindible tener en cuenta el contexto en el que surge; como apunta Comas (2000), la industria de ocio en España, implantada a partir de la década de los setenta responde a un criterio mercantil, a partir de la aparición de un sector de población con gran cantidad de tiempo libre y cierto poder adquisitivo, la mayoría dependientes del hogar familiar, pero, sobre todo, como un mercado a explotar. Esta industria del ocio que comenzó entonces a diseñarse, seguía los criterios de aquellos que abrieron locales y no tanto del público joven. Así comenzaba a implantarse todo un contingente de recursos para los jóvenes, nunca más estarían “aburridos”.
Muy significativo era en este sentido un comentario de un chico de unos 22 años que en uno de los botellones decía “No vamos a estar sentados en la calle hablando como gilipollas pasando frío; ya de paso bebemos un poco” (anotación diario de campo).
Ese afán “por hacer algo”, que resultó ser una constante entre los asistentes al botellón, parecía algo “normalizado”. Esto es algo relativamente nuevo en España, sólo a partir de los setenta encontramos esa definición del tiempo libre como tiempo de ocio en el que se ha de incluir la realización de actividades, ya no sirve dedicarlo a descansar, a simplemente no hacer nada. Lo que para sociólogo como Comas (2000) está estrechamente relacionado con el afianzamiento de toda una industria de ocio dispuesta a ofrecer una enorme gama de recursos en busca de diversión y entretenimiento fuera de las obligaciones y responsabilidades. Cuando se crea un espacio lejos de la rutina que se “impone”, el tiempo cotidiano donde no se puede elegir qué hacer se opone a otro tiempo en el que se elige qué hacer.
En esa construcción de un tiempo que tiene el sujeto para “elegir” aquello que quiere hacer, para dedicarlo a lo que “elija” representa un ámbito novedoso en la definición y constitución de las subjetividades, lo que en el caso de los jóvenes presenta un campo enorme de posibilidades frente a las evidentes limitaciones que representa su posición social, pues la mayoría de ellos carecen de posiciones de poder en dicha estructura que efectivamente pudieran articular alternativas o soluciones a situaciones que considerasen problemáticas o desventajosas. Así, frente a dichas constricciones, el tiempo libre se convierte en un espacio abierto a las posibilidades.
Nuestros grupos se caracterizaron por salir los fines de semana, en la noche, lo que le llaman “ir o salir de marcha” (Calafat y otros, 2000). Esa “marcha” viene a denominar los recorridos de local en local, de plaza en plaza, etc. que caracterizan cualquier noche del fin de semana para muchos grupos de “botellón” de los observados, exceptuando, claro está, a aquellos que denominaban “okupas” (que se alejaban de este patrón de comportamiento para permanecer las horas muertas sentados en un banco en la plaza). Se toma fundamentalmente en cuenta la idea de movimiento; si no, se hace referencia a “quedarse apalancado” “aplatanarse”. Son muchas las referencias a lo poco deseable que resultaba esto para los grupos del botellón. En caso de que el ritmo de actividad fuera menor, las prácticas del fin de semana son contempladas de otro modo, sin la intención de movimiento incesante, se habla más bien de “salir a tomar algo”, en algunas ocasiones se añadirá incluso “pero de tranqui”; son días diferentes, pueden acabar haciendo “botellón” en cualquiera de los dos pero sus practicantes reconocen diferencias entre esos dos tipos de días. No estoy diciendo con lo anterior que si planean tener un día de baja intensidad en sus actividades, sigan hasta el final de la noche con la idea primera (de noche “tranquila”), sino que con frecuencia encontramos un principio delimitador del ambiente general de la noche para el grupo. Una predisposición concreta ante lo que va a hacer a lo largo de la noche.
Ante una “noche de marcha” (en algunas ocasiones muy en conexión con esto se dice “salir de pedo”- esto remite a la ingesta masiva de alcohol y/o otras sustantivas psicoactivas, alucinógenas, etc.) la tónica general con que encontramos a los miembros de nuestros grupos, era la de un día de intensa actividad. A efectos prácticos, podríamos generalizar y decir que la mayoría de ellos, aparecen nerviosos, excitados, con ciertos momentos de ansiedad (sobre todo en momentos puntuales en los que perciban que el ritmo de actividad decae). Al hablar de “actividad” me estoy refiriendo a toda la gama de prácticas que tienen en común la rapidez que se exige para realizarlas; van desde beber alcohol, a cambiar de local a cada rato, a hablar acerca de cualquier cosa pero siempre muy deprisa, etc.
Los “días de marcha” con frecuencia eran elegidos para “hacer botellón” (en comparación con los “días de tranqui”). Lo cierto es que los “días de marcha” caracterizados por ese afán de actividad intensa, parecían llevar implícito una necesidad imperiosa de “aprovechar” el tiempo de la noche. Algunos de ellos alargaban el tiempo de la noche (muchos de éstos eran asiduos en los “afterhours”, locales que abren a partir de las 10.00 u 11.00 de la mañana) incluso cuando ha amanecido, dependía en gran medida de su edad y de si tenían una hora de llegar a casa2. A menudo planteaban que “queda mucha noche”, a la hora de hablar de los planes para aquella ocasión, todo parecía posible en aquel espacio de tiempo; no parecían existir imposiciones externas que acotasen su tiempo, ni su espacio, o sus propósitos.
En general, la gente que encontramos haciendo “botellón” decía sentirse muy libre de haber escogido hacer “botellón”, lo representaron como conducta plena de autonomía, el dominio de sus actos, eran ellos los que ponían sus normas, los que sancionaban comportamientos (ya decíamos como una de las cosas que quedaba prohibida en los grupos que observamos, era adoptar un tono de seriedad a la hora de hablar de cualquier cosa).
Esto es algo que aparecía recurrentemente a lo largo de la observación, como idea principal; la llamada ante el fin de semana, para crear un tiempo de excepción. En el que el individuo asume otros roles diferentes a los del tiempo entre semana. En el fin de semana con su grupo de pares, parece buscar ser el mismo. En sus conversaciones, se ponía de manifiesto cómo la vida académica solía resultarles tediosa; en casa, decían, encontrarse sometidos, por todas las expectativas que piensan hay sobre ellos. Fuera con el grupo de pares todo parece cambiar, especialmente en los ratos compartidos los fines de semana y, casi siempre, al referirse a los momentos de efervescencia colectiva aparece la cuestión del alcohol. El asunto es, si tal y como plantearon ¿“sentirse ellos mismos” remite siempre a desinhibirse bajo los efectos del alcohol?.
A lo largo de las anotaciones del diario de campo encontramos comentarios como el siguiente: “que sólo a través de beber alcohol podemos ser nosotros mismos, que se trata de aprovechar el momento presente” (una chica de 16 años haciendo botellón en la plaza de Santa Bárbara en Madrid). Frente al tiempo del botellón, la mayoría de los informantes se refería a las rutinas en las que se veían inmersos a diario, aludiendo a las obligaciones impuestas por las tareas escolares o las obligaciones familiares. Para la mayoría de los asistentes al botellón, el fin de semana parece concentrar todas sus ilusiones y esperanzas a la hora de disfrutar de buenos momentos. Todo lo cual, como apunta Comas (2000) no puede quedar desconectado del modo en que se ha ido constituyendo la definición de ocio, sancionando los tiempos de descanso para redefinirlos como tiempos de ocio activo asociados a determinadas pautas de consumo. Cabe plantearse en este sentido si efectivamente a lo largo de los días entre semana se les imponen posturas tan rígidas y exigentes que puedan explicar que estén empleando el consumo de alcohol y otras sustancias psicoactivas en su tiempo libre como forma de desinhibirse y encontrar así formas alternativas de expresión de los posibles conflictos inherentes a su posición social.
Ésta sería otra cuestión a la que responder en el desarrollo de la investigación, pues, hasta el momento, no hemos dedicado tiempo de observación a explorar otras dimensiones en la vida de los asistentes al botellón fuera del ámbito del fin de semana. De manera que responder a esta pregunta significaría ser capaces de reconstruir el transcurrir de la vida de algunos de estos jóvenes para analizar qué significa para ellos su vida fuera de esos ratos que comparten con sus iguales, cómo interpretan y valoran los días que quedan fuera del fin de semana. Si acaso concentran todas sus esperanzas de tener buenos momentos, en este tiempo semanal y no durante el resto de la semana. Si éste fuera el caso, por qué no les satisface su vida en los días de diario. Y porque el fin de semana eligen el “botellón”, en particular los grupos de nuestra observación, si no consideran otras alternativas.
Nuestro análisis, así mismo, quedaría incompleto sin llevar un poco más lejos las cuestiones a plantearse y contextualizar la situación. Parece imprescindible buscar en la historia reciente de la juventud española, qué rasgos de otras juventudes anteriores se reproducen con el grupo que es objeto de nuestro estudio. Se habrá de responder a preguntas del tipo: ¿cómo ha surgido para nuestros jóvenes la concepción del fin de semana como un período de actividad incesante? ¿cómo ha llegado a convertirse el fin de semana en un período liberador de las ataduras de los días entre semana?, etc.
Sólo contestando a preguntas como las anteriores, realizando un análisis histórico diacrónico, cabe obtener conclusiones que nos permitan hallar los posibles o probables elementos explicativos de la práctica. No se trataría entonces de buscar las “causas” (a modo de diagnóstico médico, fijar la etiología); considero en este punto de la investigación que la práctica responde a determinadas condiciones de posibilidad. No estoy diciendo con lo anterior que la práctica carezca de sentido, como señalan muchos de sus detractores; sino que se trata de un fenómeno surgido a partir de una situación dada.
Si el primer motivo que planteaban los informantes era que el botellón resulta más barato, el segundo era el emborracharse, pocos explicaron para qué o por qué emborracharse debía ser la meta. Creo que es evidente que el primer factor suele aparecer como factor determinante con respecto al segundo, es decir que dependerá mucho del dinero con el que cuenten para poder o no emborracharse. Sin embargo, el objetivo es a primera vista el segundo; emborracharse, y el económico, los medios, dando lugar a poder pensar que se ha “normalizado” el beber alcohol, en caso de tener más dinero se haría lo mismo beber; parece que no se comprende de otra manera las salidas nocturnas en el discurso de nuestros informantes. En este mismo sentido, descubrimos cómo el alcohol aparece ser un elemento central, en tanto a lo largo de la observación se puso de manifiesto cómo la reunión, en la mayoría de los casos, no se da por finalizada hasta que no se acaba el alcohol. Nadie se mueve de allí donde estén. En pocas ocasiones encontramos grupos que movilizaran su reunión antes de que se terminase el alcohol. En esos casos, apremiados por la hora de cierre, solían dirigirse hacia los locales de copas, intentando introducir ocultas las bebidas, pese a que conocieran la prohibición expresa de estos locales para introducir cualquier bebida ajena al establecimiento. Las dificultades que solía generar esta práctica de ocultamiento, en general, solían desanimar a la mayoría de ellos, pues si los trabajadores del local las encontraban corrían el riesgo de que se las quitaran o que directamente les expulsaran, sin garantías de que otra noche les dejasen entrar.
Entre los grupos estudiados los rasgos comunes entre los individuos eran muchos (edad, lugar de residencia, muchas veces incluso estudios), el “botellón” suelen hacerlo siempre con el mismo grupo y en la misma zona de la ciudad.
Mientras que en el caso de Cáceres difícilmente podrían distinguirse los grupos por los espacios que ocupaban (allí aparecían todos juntos en el espacio central de la plaza y en los arcos que la rodean), en Madrid, los atuendos y tocados de los que se reúnen varían en función de los espacios en la urbe, como si acaso se hubieran repartido las estancias. Así encontramos cómo gente con atuendos muy similares buscaba reunirse en los mismos lugares, evitando en muchos casos los otros espacios ocupados por los individuos de otras apariencias. Así mismo aparecían otras regularidades, como en la madrileña plaza del dos de mayo permanecían impertérritos en la lluvia o con el frío de diciembre los mismos grupos de botellón, mientras que plazas como la de Barceló o Vázquez de Mella ante las mismas condiciones climatológicas se quedaban desiertas, lo que muy probablemente estuviera relacionado con que la primera debido a su configuración arquitectónica ofrece mayor resguardo que las otras. Entre ellas destacaba la plaza de Santa Bárbara por ser la que primero quedaba desalojada, lo que parecía explicarse, por un lado, porque el público que en ella se reúne suele ser aquel que acude a los locales colindantes y que cobran o doblan el precio de su entrada pasada cierta hora de la noche. Por otro, esto también apareció relacionado con la edad de los asistentes, pues pocos de ellos superaban los 18 años, lo que suele limitar con mucho su hora de llegada a casa.
A lo largo de la observación, encontramos lo que podría llamarse “patrones de comportamiento”:
Entre ellos, las diferencias más significativas aparecieron en relación al tipo de alcohol; en el caso de los primeros la mayoría de las veces fueron alcoholes de alta graduación como whisky, ginebra. Entre los segundos era más frecuente el calimocho (coca-cola con vino) o la cerveza.
Algo a considerar es el botellón como actividad en sí misma, o como antecedente a otra cosa diferente. Puesto que lo que encontramos fueron más bien grupos y ocasiones, que se reunían para comprar las bebidas, se acercaron a un parque o plaza y cuando se acabó la bebida se dirigieron hacia otro lugar: todo lo cual solía repetirse como paso previo a otra cosa, siempre del mismo modo, en su esencia. Pero en otras ocasiones la noche acabó con el botellón, tras de ello, se regresaron a casa. En esto no se puede hablar de grupos, si no más bien días o personas. Lo mismo para Cáceres, porque sí la gran mayoría después decide trasladarse a “La Madrila” (es como le dicen a la zona de locales de copas que cierra más tarde, en la madrugada de día) no siempre son los mismos.
Otro de los factores indispensables para entender el “botellón” es el tiempo de excepción en el que surge. No se entiende si no es en ocasión de celebración. Claro que, tal vez la definición del término para el caso sea un tanto laxa. Pues se contemplan los fines de semana (viernes y sábado noche), festividades (también las vísperas a esos días festivos), los “días de peyas” (son los últimos días de clase para los estudiantes, en los que deciden ausentarse para “celebrar el inicio de las vacaciones de Navidades y Semana Santa) y muchos días durante el verano (se suele decir muy a menudo “es que durante el curso hay que estudiar”). En muchas ocasiones se celebra el final de exámenes allá por junio, no conozco el caso de que se celebre el inicio de las vacaciones de junio; pues antes suelen comenzar los exámenes, al menos para los universitarios y entonces sí que se nota la afluencia de personas a los “botellones”; en febrero las plazas quedaron prácticamente vacías exceptuando la del Dos de Mayo. Cumpleaños y celebraciones personales (como haber aprobado el carnet de conducir o el que concedieran una beca., etc.) rompen un tanto la pauta “normal” del botellón de adquirir las bebidas con el dinero de todo/as, pues en esas ocasiones sólo uno el que paga todas las bebidas; el que celebra algo. Parece que lo determinante entonces es el calendario escolar, junto con momentos puntuales que tienen que ver con celebraciones más personales de los sujetos integrantes del grupo.
De aquí, volvemos a aquel aspecto al que nos referíamos al principio sobre las posibilidades de tratarlo en su análisis como ritual. Si consideramos la práctica bajo la perspectiva de sus practicantes, la definición de ritual de rebelión propuesta por Gluckman (1954:132) resulta iluminadora al plantear que se trata de aquella ocasión donde se permitiría que las tensiones de la dominación sean tanto expresadas como liberadas de una manera que permita dicho sistema siga funcionando. Como ya apuntaba más arriba, en el discurso de sus participantes se relata la vida durante el momento de la práctica como momento de distensión, de disfrute, donde pueden ser ellos mismos. Donde en muchos casos ponen a prueba su resistencia con el alcohol y otras drogas (cuando esto es valorado muy positivamente por todos los grupos que hemos encontrado), adoptan posturas que parecen imposibles de mantener en otros ámbitos (de contestación, de rebeldía abierta). Imposibles de mantener en otros ámbitos porque, como ellos mismos señalan, a sus padres les ocultan cuáles son sus hábitos en esos fines de semana, delante de ellos, la mayoría parece adoptar una actitud de escucha en silencio; con poco diálogo en la mayoría de las relaciones, frente a los profesores han de acatar la disciplina (en muchas de las conversaciones, se aprecia en sus discursos cierto sentimiento de impotencia).
El botellón es un espacio en el que comparten con su grupo de pares, tiempo, espacio y dinero; donde las prácticas dominantes no son las aprobadas, sino todo lo contrario, por sus mayores. Es allí donde se hacen con el espacio, convirtiéndolo en su territorio. La ciudad así parece quedar tomada por esas concentraciones que se reúnen frente a las botellas y que permanecen un tanto ajenas al resto. Eso sí con claras diferencias entre ambas ciudades: como ya apuntaba, en Cáceres será más frecuente que los asistentes se muevan de un grupo a otro -compartiendo la bebida sólo con aquellos que la compraron- mientras que en Madrid, la fluidez de los grupos no es tanta y frecuentemente encontramos criterios específicos delimitando los grupos y diferenciándolos entre sí. Y es que, en principio, no se contempla entre los grupos observados en la capital madrileña la posibilidad de incorporar al extraño al grupo3 –mientras que en Cáceres precisamente porque pocos son extraños, resulta más fácil incorporarse al grupo-
Si algo tienen en común los grupos que se reúnen a hacer botellón en ambas ciudades es su interés por “hacer algo”. Estar en grupo plantea esa demanda. Si pasan el fin de semana (o uno de los dos días) sin la compañía de los otros -en casa, por ejemplo- pueden dedicarse a ver la televisión o quizás a no hacer nada, pero esta alternativa jamás se nos ha presentado en caso de ser un grupo.
El grupo aparece con una entidad que lo caracteriza, por sus hábitos, por la relación que mantienen entre ellos, los participantes. El que se comparta la bebida es un asunto que entraña importancia; no se comparte con cualquiera. Así, en el caso de que aquel considerado extraño -y no como un par- intente compartir bebida y compañía encuentra abiertas resistencia por parte de los integrantes del grupo; como el hombre que apareció en el parque del Oeste e intentó beber de la misma botella que el grupo de chicos haciendo botellón, tuvo pocas posibilidades de ver satisfecha su demanda. La respuesta fue inmediata: los chicos fueron tras de él, le quitaron la botella y ante la petición del hombre para que le dieran algo, la respuesta fue: “sí, vale pero ¿dónde te lo echo?”. Con su grupo todos comparten la misma botella, probablemente se beba del mismo vaso y eso supone para ellos que aquel con quien lo comparte sea de su confianza. Especialmente destacaba en ese sentido tanto para estos chicos como para otros informantes la importancia que le concedían al posible contagio de enfermedades que relacionaban con el hecho de compartir los vasos o botellas. Sería interesante investigar más en profundidad qué tipo de representaciones sociales manejan en cuanto a la salud y el contagio de enfermedades por esta vía para poder comprender así su disposición a realizar la práctica y bajo qué condiciones4.
No solamente es importante con quién se comparte la bebida por una cuestión de “profilaxis”, además está la cuestión de quién tiene derecho a beber: aquel que ha aportado económicamente. De manera que habiendo puesto todos la misma cantidad de dinero, es de esperan que todos beban la misma cantidad. En caso de beber todos del mismo vaso, se acepta muy mal que alguien monopolice el “mini” en sus manos, que no lo pase al resto del grupo o que beba más deprisa que los otros (lo mismo pasa con el resto de sustancias que estén consumiendo). Como iguales, tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones. En caso contrario, si alguien no responde a este tipo de reglas no escritas, encontramos diferentes modos de sancionar el comportamiento –probablemente la más repetida, el dejar en ridículo-. Este tipo de comportamientos amenazan los objetivos del botellón, al poner en peligro el “buen rollo” que pretenden mantener a toda costa, por lo que no se dejaran pasar fácilmente. Este “buen rollo”, podría definirse como aquel ambiente en el grupo que vendría a remitir a una interacción con el grupo relajada, tranquila y sobre todo hacia la empatía. En muchas ocasiones la pretensión de crear un clima de estas características se fuerza, atacando verbalmente a aquellos que no ponen en primer lugar ese tipo de relaciones empáticas (si alguien intentase plantear algo en términos de conflicto, muy probablemente sería rechazado; primero su comentario, si insiste directamente al sujeto, con algo así como “te has rayado”); así como también se fuerza el consumo e ingesta de las sustancias que comparten. En la mayoría de los casos observados, si de hecho, un sujeto renuncia a beber alcohol con ellos, se tratará durante la noche de hacerle cambiar de opinión, con el cannabis determinados grupos se mostraron más tolerantes ante las negativas de uno de ellos. Esto sin embargo queda matizando por la edad de los integrantes del grupo: conforme fueran más mayores, solían mostrarse más flexibles a la hora de aceptar las negativas de los otros.
El “botellón” aparece de las más diversas formas, a veces se trata de una reunión más o menos planificada y prevista –especialmente, en los cumpleaños y fiestas de peyas-, muchas veces surge a partir de la reunión del grupo sin más, sin haber planificado previamente lo que se haría esa noche. Éstas últimas que son las más frecuentes, son ocasiones en las que el botellón surge de manera más espontánea en un momento concreto de la noche respondiendo a un conjunto particular de condiciones: el alcohol es lo único imprescindible para que se diga a lo que hagan “botellón”.
Como ya he venido apuntado reiteradamente, depende mucho de las condiciones atmosféricas; a lo largo de los meses de observación –desde octubre a junio- pudimos comprobar cómo efectivamente se ha incrementado la afluencia de personas conforme iba subiendo las temperaturas y dejaba de llover. Otras circunstancias también son determinantes, por ejemplo en caso de reuniones bastante numerosas –como puede ser un cumpleaños- la opción preferida es la del “botellón”; porque no tienen que buscar un local donde quepan todos y sobre todo, que a todos les guste.
A esto hay que sumar la “libertad de movimientos” que supone practicarlo en la calle. Éste el caso del consumo de drogas ilegales muy frecuentemente unido a los grupos del botellón. Dicho consumo en los últimos años ha planteado graves problemas para muchos locales de copas al tener que hacer frente al pago de multas de cifras astronómicas y órdenes de cierre durante largos períodos, lo que ha tenido como consecuencia que tanto los trabajadores como los dueños de dichos locales se muestren mucho más intransigentes que antes con el consumo en el interior de sus establecimientos.
Tampoco en los locales encuentran buen recibimiento otro tipo de conductas que aparecen en los contextos del botellón. Si les diera por saltar, gritar o “hacer bollos”5 como sucedía en muchas ocasiones en los botellones, con seguridad serían invitados a abandonar el local, por su seguridad, y la del resto.
El que el territorio urbano en el caso madrileño, especialmente, aparezca delimitado en función de los grupos que se reúnen allí está muy relacionado con esto último. Las actitudes y conductas que se esperan en cada lugar son diferentes. Mientras que la plaza de Santa Bárbara puede convertirse en un escaparate para la gente con la que luego se encontrarán en los locales de la zona (los grupos que se reúnen aquí generalmente siguen la noche en locales), plazas como la del 2 de Mayo son lugares en los que estar; allí se hacen malabares, se juega a las cartas, se habla, se ríe, se toca la guitarra, se compra “costo” (hachís).
Nadie se extrañará de que alguien coja el “jaki”6 en la plaza del 2 de Mayo y se ponga a jugar con ella. Puedes aparecer con un perro y será bienvenido, como otro más. En el parque de París (que de hecho es un parque, y zona de paseo para los perros a otras horas, otros días) a esas horas los fines de semana, jamás hay un perro. Este último lugar contiene algunos rasgos cuanto menos curiosos; frente a los bancos que hay por toda la plaza está el Palacio de Justicia con todo un séquito de policías, que pasan la noche frente a los grupos de ”botellón” en el parque. Los policías permanecen pendientes de esos grupos, no así los grupos; llegan a ignorarlos. Cuestiones como ésta nos dan pistas sobre el modo en que está distribuido el espacio en la urbe y de por qué los espacios no son intercambiables para los grupos: parece inimaginable que los grupos que frecuentan la plaza del Dos de Mayo pudieran cambiar esta plaza por el Parque de París; ¿cómo hacer entonces para seguir fumando cannabis en la calle o incluso vendiéndolo como sucede en dicha plaza? ¿Frente a la misma policía?.
Según ha ido avanzando la investigación hemos podido constatar los sentidos que adquiere el botellón para sus asistentes; es la forma de reunirse con su grupo de pares, de compartir un tiempo que les aleja de la rutina, en el que se desinhiben -recordemos que en más de una ceremonia se emplea alcohol, con uso ritual (Horton 1943)-, a efectos de solidaridad (en los conceptos durkheimianos) se logra cierta efervescencia colectiva; que hace que la noche sea recordada por sus participantes como momentos importantes y les dota de cohesión como grupo (“estabas tú el día que...?” es una de las preguntas más frecuentes en las conversaciones). De las historias narradas en nuestra presencia acerca de sucesos acaecidos en un tiempo pasado, cabe señalar, el tono que en general adoptan los sujetos a la hora de revivirlo; es un tono de solemnidad, son historias contadas reiteradamente, a veces cambiando el orden de los sucesos, las personas, los lugares, entre ellos se contradicen a menudo. Parecerían relatos míticos, que traen a la cabeza de todos los participantes momentos de intensa cohesión vividos en un pasado común, y que les identifica como parte de la misma cosa, el grupo. Ese momento elegido para rememorar suele producirse al principio de la noche, y mientras se está bebiendo; es decir, mientras se va alcanzando cierto grado de ebriedad (y con él la desinhibición, parece) se citan momentos y ocasiones en las que se compartieron otros momentos especiales. Personas que habitualmente son poco expresivas o mantienen una actitud marcadamente independiente; en momentos muy concretos de la noche, cuando ya ha hecho efecto un tanto el alcohol, aparecen en actitudes y comentarios mucho más expresivos y de cohesión con el grupo. Es el momento para decir mil veces “te quiero” a todos sus amigos; para repetir “eres la polla” al de al lado. Son momentos en los que se sienten parte de su grupo, de un modo diferente; lo valoran más que ninguna otra cosa.
Además aquello que sucede en esas largas noches, lo que se dice, lo que se hace, está sometido a un régimen especial por aparecer en este tiempo de excepcionalidad. Cabe la posibilidad de que llevados a ese punto de desinhibición no respeten algunas normas del grupo que consideran demasiado importantes -como intentar algo con el/la novio/a de uno de sus amigo/as-. Esto podría general conflicto en el mismo momento en que sucede y que haya una fuerte discusión, como tuvimos ocasión de comprobar en una de las noches de observación. En caso de que entonces no haya enfrentamiento, con el transcurrir del tiempo, ese momento puede ser revivido en el contexto de otro botellón pero entonces al recordarlo, se vuelve a privilegiar la cohesión del grupo y se suaviza cualquier asunto que pudiera generar tensiones recurriendo casi siempre a la ebriedad como justificación para todo: “es que nos pillamos un pedo”. Se justifica casi todo en término de la ebriedad alcanzada; habrá cosas que no se perdonen tan fácilmente y entonces acabarán con la relación entre los individuos o con el grupo mismo. En más una ocasión nos hablaron de que habían abandonado otros grupos de botellón porque ya “no había tan buen rollo”, dejando entrever que no siempre es posible mantener la cordialidad con todos los miembros del grupo.
Entrar a formar parte de uno de estos grupos implica una serie de cuestiones a tener en cuenta: el privilegio de pertenecer al grupo implica cosas como que se contara con él/ella para determinadas actividades, que se le pedirá opinión para tomar decisiones que son del grupo, etc. Hemos comprobado que, en general, si un día se olvidó avisar a alguien que se considera del grupo, en el mismo momento de percatarse de ello; siempre hay alguien que se dirige a llamar por teléfono a la persona en cuestión. Eso sucede especialmente con los grupos integrados por los más jóvenes. Entre ellos, advertimos incluso cierto sentimiento de culpabilidad (que en algún caso se hizo abiertamente explícito con un “¿nadie ha llamado a...?, se nos ha olvidado”). El hecho de no haber pensado en dicha persona, suponía para ellos un detalle imperdonable; del mismo modo que se considera una falta de lealtad el que el sujeto elija con frecuencia diferentes grupos para hacer “botellón”. Sobre todo entre aquellos que aún están en el instituto, los grupos a los que pertenecen suelen ser objeto de exclusividad; no se valora nada positivamente el que un individuo se mueva de un grupo a otro con plena libertad.
En el caso de grupos de más edad, esta misma situación se presenta un tanto diferente. Se valora también positivamente la permanencia en el grupo pero no tanto la exclusividad. Las relaciones se contemplan de otro modo, no tanto en términos de exclusividad, sino que se permite más libremente al sujeto moverse con otros grupos. Se habla de ello, con cierta normalidad, cuando se pregunta por esa persona y alguien responde “no, es que ha quedado con la gente de su clase” “ha quedado con los de su barrio”; no supone en estos casos un agravio para casi nadie.
Otras situaciones son objeto de especial atención:
Por ejemplo, en el caso de que uno de sus componentes se ausente con frecuencia en los días de reunión porque tiene pareja (todos los grupos con los que hemos dado durante el trabajo de campo han dejado entrever relaciones pasadas o presentes heterosexuales, no encontramos ninguno que hablara de ninguna homosexual). Sería interesante observar en detenimiento cómo se manejan en estos términos los grupos, si fuerzan la heterosexualidad para sus miembros, si son tolerantes con las opciones de cada cual; o bien si consideran que no les atañe esa parte de la vida de sus compañeros de ”botellón”. A este respecto, sólo podemos añadir que sí encontramos grupos integrados solamente por chicos, en los que se plantearon comentarios abiertamente homófobos y en los que cualquier sospecha o provocación sugiriendo la posible homosexualidad de uno de ellos presenta un fuerte potencial para el conflicto, creando escisión y acabando con el denominado “buen rollo”.
Volviendo con el tema de las relaciones personales fuera del grupo, y en el caso que planteábamos (que uno de sus componentes se ausente con frecuencia en los días de reunión porque tiene pareja); la relación con el grupo de “botellón”, dependerá mucho de cada grupo en particular; si son todos varones, será muy probable que se contemple la posibilidad de que uno de sus miembros se ausente durante unos días, pero no más (y no se deja por ello de telefonearle, saben qué está haciendo cuando no está con ellos), con lo que a su vuelta se acoge esa ausencia, con risas y sonrisas cómplices. Todos nuestros grupos de hombres valoraban como muy positivas las relaciones con mujeres en general, aunque alejaran a uno de sus miembros por unos días, siempre que el sujeto pasado ese tiempo regresase al grupo.
Parece que se da cierta incompatibilidad entre estos dos tipos de relaciones, al menos en un principio. En las relaciones de pareja, en los grupos de más edad que hemos encontrado, el sujeto perteneciente al grupo de “botellón” tiene la posibilidad de dedicarse en exclusiva su tiempo durante algunos días en los fines de semana a esa persona. Quizás pasado algún tiempo, se contempla la posibilidad de incluir a esa persona en el grupo de “botellón”; eso sí, siempre en calidad de “novia” de uno de ellos, y no como integrante de pleno derecho (no se contemplará la posibilidad de telefonearle si su novio no lo hace, o si un día él no sale con el grupo de “botellón” ella también ha de renunciar a estar con el resto del grupo). Cuando vuelva a estar con el grupo de “botellón” se le recordara su ausencia, con cierto tono recriminatorio; y también con la alegría del regreso del “hijo pródigo”. Si en el grupo esta situación se generalizase (que todos o casi tuvieran pareja) surge la posibilidad de que mantengan la costumbre del “botellón” todos juntos.
En el caso de grupos más jóvenes, las relaciones de pareja son más frecuentes en los grupos mixtos (grupos integrados por chicos y chicas) y no contemplan con tanta facilidad ese tiempo que se pudiera dedicar en exclusiva a la otra persona. Con frecuencia, las relaciones de pareja surgen entre los miembros del mismo grupo y pasan la mayor parte de su tiempo con el resto del grupo.
Lo cierto es que en los grupos de menor edad lo más frecuente es encontrar grupos mixtos, quizás alguno integrado solamente por varones pero casi ninguno de chicas exclusivamente.
En caso de que el grupo esté integrado todo por mujeres, y estos grupos suelen ser de personas más mayores de 18 años (no hemos encontrado grupos de mujeres en exclusiva menores de esa edad, sí formados por chicos) no se fuerza tanto la cohesión del grupo; sus integrantes van y vienen en su permanencia. Pocas veces se integra a la pareja de una de ellas en ese grupo de mujeres.
En todos los grupos observados –independientemente de su edad- se contempla la posibilidad de que alguien falte en más de una ocasión cuando existe un motivo que consideren importante, como el que estén castigado o enfermo, entonces se le seguirá llamando. Cuando carece de excusa que consideran válida, las expresiones de los miembros del grupo al hablar de la persona ausente; si alguien propone llamar, puede darse el caso de que ninguno de los otros, apoye la idea, o bien de que se delegue en esa persona esa tarea (algo así como “ve a llamarle si quieres, yo ya paso”).
Un aspecto ha tener en cuenta a la hora de comprender las interrelaciones en el grupo son sus relaciones de pareja (de las que hablábamos hace un momento para los grupos de chicos). Así como dábamos cuenta de cómo, en las conversaciones de los grupos en general se habla mucho de sexo (como el día 7 Abril 2001 que aparece en el diario7). El tono es distante, frío... se valora en muchas ocasiones en términos de logros y triunfos, y calificando la relación en términos de satisfactoria o no, y sobre todos con muchos detalles acerca del encuentro. También son muchos los comentarios dirigidos a hablar de las facilidades o dificultades para lograr un cierto grado de intimidad con su pareja; parece lógico que esto les preocupe, teniendo presente que pocos disponen de una vivienda propia, y con posibilidades muy restringidas de acceso a otro tipo de habitáculos (como hoteles, hostales) por la escasez de sus recursos económicos. Son un clásico, las anécdotas que llevan por protagonistas un coche, el parque del Oeste y la noche...
No cabe plantear conclusiones acerca de este punto en este momento de nuestra investigación, sin embargo resulta pleno de significado el que se comparta con el grupo de “botellón” este tema (el de las relaciones sexuales) que poco o nada tiene que ver con aquello que hacen juntos (es decir el “botellón”). Parece que prima por encima de muchas cosas el compartir, sobre todo información. Es allí donde muchos de los temas que les resultan importantes son objeto de comentarios.
En el botellón, se habla mucho, como señalamos a lo largo del diario, acerca de otras cosas fuera del “botellón”; como los estudios, el trabajo, la independencia económica, etc., esto sobre todo, es un aspecto a resaltar, en los grupos de más edad. Quizás en otros más jóvenes (se habría de seguir la investigación con más grupos de menos de 16 años), se deje todo lo que no tenga que ver con ese hacer el “botellón” de lado y se fuerce esa actitud (más de una vez se le ha espetado a alguien que ha mantenido la conversación ocupada en otros aspectos lejanos a lo que pudiera tener que ver con el “botellón”, algo así; “no te rayes” o “te estás rayando”).
Lo que sí cabe generalizar para todos los grupos, de cualquier edad, es una tendencia muy marcada a tratar todos los temas (sean los que sean) buscando las risas e hilaridad de los otros. El sentimiento de coerción en este sentido, es fuerte, explícito y recurrente; quien intente modificar esta regla contará con la sanción de todos los presentes. Si alguien intentase cambiar el tono de las conversaciones, e imponer uno más serio, es muy probable que se le dejase continuar un momento hasta asegurarse de que está hablando en otro tono que no sea el del humor. Esperarán un momento hasta tener claro que la persona que habla, está lejos de ir a provocar sus risas. Se manejan con mucha soltura la ironía y el sarcasmo, los juegos de palabras y las frases a medio acabar, con lo que no resulta fácil ni para ellos, comprender muchas veces el sentido de las palabras del otro. Y así resulta fácil también el malentendido; en alguna ocasión ante un comentario provocador de uno de los miembros del grupo, surge el enfrentamiento, sin embargo, casi siempre se privilegia el ambiente de convivencia tranquila, dando por finalizada la discusión en pocos minutos.
Con los extraños todas estas relaciones de asertividad y confianza se vuelven distantes, llenas de desconfianza y suspicacias. Sobre todo, en el caso de los grupos más jóvenes que ya llevan un tiempo juntos, el intruso -al que llaman “acoplado”– es quien de alguna manera ha de ganarse su pertenencia al grupo, si no ha pertenecido siempre al mismo (las preguntas se vuelven hacia el extraño, directa o indirectamente se intentará averiguar qué hacía y dónde estaba, antes de unirse a ellos), más aún si no comparte otras cosas con ellos; como la misma clase, el mismo barrio, etc. Esa pertenencia al grupo de botellón puede lograrse con tiempo, acudiendo con frecuencia a sus reuniones, compartiendo y haciéndose partícipe de experiencias.
En el caso de grupos de más edad, esa relación con los “extraños”; es un tanto diferente. Entre ellos también se atisban con claridad los límites de su grupo, quienes son sus miembros y quienes no, sin embargo, alguien nuevo no es recibido con la misma hostilidad que en el caso de los grupos más jóvenes. En su caso, el recibimiento está marcado mucho más por la indiferencia. En ocasiones la presencia de extraños es bienvenida ante comentarios del tipo “se ha quedado en casa, porque le han dejado tirado sus colegas”; entonces es recibido como uno más, “forzando” incluso su integración en el grupo. O quizás también con comentarios del estilo de “lo ha dejado con su novio/a”, o “está mal, tiene una depre de caballo”, etc..
Parece que se valora muy positivamente lo que el grupo puede ofrecerle al individuo, de manera que ante situaciones de soledad o malestar las fronteras del grupo se abren para acoger al recién llegado. Y en caso de que esas situaciones sean experimentadas por alguno de sus miembros, el grupo se vuelve hacia el sujeto en particular para colmarlo de atenciones y cuidados (hemos visto más de un “botellón” que comienza con “bueno chico, ahora vamos y nos pillamos esta noche un pedo enorme, y ya eh?”). Parece así visto el remedio ideal contra cualquier tipo de problema.
El “botellón” en este sentido también cumple otra función y es que en los casos de fracaso sentimental, cuando una relación ha acabado se suele aconsejar al sujeto la mayoría de las veces esa “borrachera liberadora”, también es un buen punto de encuentro para encontrar una nueva pareja; bien en el mismo grupo de “botellón” o bien a lo largo de la noche en los diferentes lugares en los que esté el grupo.
En caso de ser un grupo sólo de varones, es muy probable que el “botellón” se use como ocasión conocer a chicas (esto es muy frecuente en la plaza Santa Bárbara) o que sea la antesala a los locales a los que se dirigirán más tarde. En este ultimo caso, el “botellón” será un momento dedicado en exclusiva a la ingesta de alcohol, para mantener conversaciones entretenidas que creen un ambiente ligero y sobre todo para pensar en lo que harán al llegar a los locales (quizás piensen que “es el día para entrar a la camarera de ...” o bien de ir a otro sitio “que siempre hay unas pibas..”; es decir se plantea la actitud a tomar esa noche en cuanto a las mujeres con las que se encuentren).
En el caso de los grupos formados sólo por mujeres, la actitud es un tanto diferente. Pocas veces ellas toman la iniciativa para hablar con los integrantes de otros grupos. Sin embargo, el planteamiento del “botellón” bien puede ser el mismo, usarlo como forma de lograr un alto grado de ebriedad y como antesala a la asistencia a los locales de la zona con las mismas o semejantes intenciones que los chicos.
Hemos de señalar que estas generalizaciones son en extremo arriesgadas, pues cada grupo mantiene peculiaridades que configuran su práctica del “botellón”. Sin embargo, ha sido muy frecuente encontrar esas situaciones que parecen considerarse “especiales” (soledad o tristeza) y como remedio apropiado el “botellón”. Para muchos grupos se convierte en alternativa también en situaciones de alto estrés, como los exámenes. En correspondencia con la definición de MOORE y MYERHOFF (1977:3-24), en el botellón encontramos efectivamente aquellos rasgos formales propios del ritual: la repetición (de ocasión, contenido y forma) porque la mayoría de los botellones, como ya apuntábamos, se desarrollan siguiendo pautas semejantes, se ajustan a determinados períodos y ocasiones; poniendo en marcha cierta actuación y estilización –ya nos referíamos más arriba a los modelos de interacción que aparecían entre los practicantes del botellón- en el sentido de desempeño de un rol y a propósito del carácter extraordinario de la conducta; siguiendo un orden y secuencia en las prácticas que llevaban a cabo; y planteando un estilo presentacional en tanto dichas prácticas tienen la capacidad de evocar, generando un estado mental, el denominado “buen rollo” o dicho de otro modo, un estado de efervescencia colectiva en el que se recrean los valores de pertenencia al grupo. Así mismo respondían a la dimensión colectiva en tanto eran prácticas aprendidas socialmente.
Sería oportuno hablar del “botellón” como remedio polivalente:
Resulta una experiencia integradora que fomenta la cohesión de grupo, aporta al individuo un sentido de pertenencia. Le ayuda a pensarse en relación con los demás, le involucra en el colectivo y donde la efervescencia colectiva de la que hablara Durkheim (1992:226-228) se activa. Es en el contexto del grupo de pares donde vuelcan sus preocupaciones y con el vivencian la experiencia que consideran liberadora. Es un tiempo del que se apropian otorgándole multitud de sentidos y significados que constantemente se crean y recrean.
Es un ámbito de celebración. Puede ser un cumpleaños, el final de los exámenes, acabar la Selectividad, etc. En el “botellón” se reúnen los que tienen en común esa fecha, quizás fuera de ese día no se encuentren más como grupo; sin embargo, en esa noche compartida, todos pertenecerán al mismo grupo. Dejarán suspendida su pertenencia a otros grupos para integrase en ése: en caso de que se formasen subgrupos que no se integren en uno más grande, que conserven su autonomía como grupo; entonces se hablará de “que no hay buen rollo” o “que no es mi gente” y pronto se tenderá a la disolución. Ese “buen rollo” hace referencia al sentimiento de empatía que se espera surja entre los miembros del grupo haciendo “botellón”; si no surge a lo largo de la noche, es muy probable que el grupo se deshaga, creándose grupos más pequeños y más afines entre sí o bien que, de manera individual, decidan qué hacer el resto de la noche. Pero si la empatía no surge en el grupo a lo largo de los días, lo más seguro es que el grupo deje de existir en breve. Parece necesario estar recreando con el “botellón” continuamente los lazos que les unen, y no solamente recordando experiencias que les dieron forma como grupo, pero que pertenecen al pasado.
En situaciones potenciadotas de estrés como los exámenes, un fracaso sentimental o una decepción personal, ayuda a relajar la tensión que soporta el sujeto gracias al momento de excepcionalidad. Es un momento en el que priman los comentarios livianos, las risas, los chistes, etc. donde se pretende un ambiente distendido; donde se permite al sujeto quejarse, lamentarse o hablar de lo que le preocupa sin que por ello decaiga su prestigio social. Sólo ha de mantener cierto tono irónico, o por lo menos buscar el elemento “gracioso” que haga posible que sus comentarios queden incluidos en la dinámica del “botellón”.
Es un ámbito donde encontrar el “buen rollo”. Como ellos planteaban no podemos obviar el que éste es un espacio en el que efectivamente aparece la euforia que con frecuencia sigue a la ingesta de alcohol. La desinhibición que propicia el alcohol, facilita un estado de ánimo en el que el sujeto se permite dar salida a determinadas partes de sí que en tiempo de normalidad tiende a restringir.
Un aspecto que parece quedar en el aire es la continuidad del botellón, cuando en algún momento se nos decía que ya estaban muy mayores para hacer “botellón”, parecería que la realización de éste demande un tipo de condiciones por parte de sus practicantes.
Y es que hacer “botellón” supone cierto esfuerzo por parte de los individuos: prima la asertividad, la comunicación, la simpatía, en general, se valoran en grado sumo, las habilidades sociales. Una vez que empieza la ingesta de alcohol, no se toleran actitudes reflexivas o el ensimismamiento. Se fuerzan las relaciones de sociabilidad. En el “botellón” se buscan, además, experiencias que propicien la innovación y la creatividad a partir de los elementos del mobiliario urbano o de las posibilidades que les otorga el contexto de la calle - ya hablábamos más arriba del “sniffing”– o de los paseos con los cubos de basura por las calles madrileñas).
Al incrementarse la edad los sujetos parecen menos dispuestos a renunciar a cuotas de su independencia por permanecer en el grupo, mientras que en los grupos más jóvenes que encontramos se operaba una negociación que buscaba poner de acuerdo a todos los sujetos en una tarea única y donde se valoraba por encima de gustos personales (en cuanto a la plaza dónde ir o qué hacer), la cohesión del grupo.
Muchos de los sujetos más mayores que encontramos buscaban emplear su tiempo en actividades y prácticas más afines a sus gustos personales (algunos de ellos dedicarán el fin de semana a los conciertos, el deporte o los viajes de fin de semana), frente a la cohesión del grupo. Deciden pasar su tiempo con determinado grupo si éste tiene planes en la noche que se acercan a lo que ellos están buscando, si no permaneciesen en el grupo. Lo que viene a explicar la aparición de diversos grupos en la vida del sujeto conforme se aumenta la edad; quizás no con todos ellos hará “botellón”; no hemos encontrado regla que haga posible relacionar el grupo con la práctica (en algunos casos era su “grupo del barrio”, en otros la “gente de la Facultad”, etc.).
Como conclusión, podemos afirmar en este punto de la investigación que efectivamente la práctica no aparece en sujetos que sobrepasen la treintena, dándose sobre todo entre estudiantes –lo que parece estar relacionado con la gran cantidad de tiempo libre del que disponen y lo limitado de sus recursos económicos-.
Por ultimo es importante señalar la importancia de que el grupo consideren efectivamente un botellón a sus prácticas. No vale con que simplemente un grupo se junte a beber, como se puso de manifiesto un día de observación en la plaza de Lavapiés; aquel día nos encontramos a una pareja de toxicómanos que pasó la noche con nosotros. A lo largo de la noche, fue llegando más gente que se quedaba un momento o que quizás resto de la noche. Cada cual con su vaso, hablando de todo un poco.
Ninguno de ellos consideraba aquello un botellón. Tampoco aparecían las condiciones que en otros casos habíamos observado: la fuerte coerción para permanecer como grupo, para fomentar el buen rollo o que hablasen de sí mismos como grupo.
El botellón efectivamente surge a partir de unas condiciones dadas, en una estructura ciertamente rígida y que impone ciertas pautas de comportamiento, al tiempo que mantiene sus propias normas en cuanto al grupo que lo compone.
“En Madrid suelo hacer botellón a lo mejor cuando viene gente de fuera, de Cádiz precisamente, y cuando quedamos un montón de gente que hace mucho que no nos vemos, que como somos muchos y tenemos muchas ganas de hablar, pues por lo general nos reunimos en un sitio donde no haya música a todo volumen y ... pero te estaba contando otra cosa.. que los grupos son igual de cerrados en los dos sitios, pero en Madrid a veces hay gente que pasa y de vez en cuando te pide un poco y se queda charlando contigo que a lo mejor es una persona espectacular que te dices tú pero bueno cómo has estado tú aquí durante toda la noche”. (entrevista a una chica de 27 años en Madrid).
A punto de concluir, una de nuestras últimas reflexiones devuelve la atención sobre la cuestión económica. A lo largo de la observación comprobamos cómo el rango de dinero del que disponen semanalmente los asistentes al botellón oscilaba de no percibir nada a como máximo 3.000 pesetas semanales. Una copa en un local cuesta entre 700/900 pesetas, una entrada de cine 900 pesetas, la entrada en una discoteca de media son unas 800 ptas. Hemos de añadir el gasto en tabaco que casi todos los grupos de “botellón” adquieren 325 pesetas/media por paquete, el hachís que muchos de ellos consumen 1000 pesetas/12 gramos... teniendo presente que, a lo largo de la noche, cada uno de ellos puede consumir un paquete de tabaco, alrededor de tres o cuatro copas como mínimo y cerca de la mitad de los 12 gramos de hachís, el botellón aparece como práctica privilegiada, en el que las copas pueden salir por algo menos de 200 pesetas, los minis de cerveza por 100, etc.
Por ultimo, plantearemos algunas cuestiones que también parecen incidir en el modo de vivir los botellones por parte de aquellos que lo practican, es el discurso de sus mayores.
A lo largo de la observación hemos podido escuchar a muchos padres y madres preocupados porque su hijo/a se quedaba un fin de semana en casa. La mayoría de ellos contempla con pesimismo el que no salga con su grupo de pares, preguntándose y preguntando a sus hijo/as qué anda mal y fomentando, a su vez, que se pongan en movimiento y aprovechen su tiempo de ocio para compartir tiempo con sus iguales8.
En los discursos de sus mayores a menudo se aprecia una construcción de la juventud como tiempo mítico, asegurando que se trata de una etapa en la que el sujeto carece de responsabilidades y, por tanto, ha de aprovechar para vivir su libertad. Se habla muchas veces de rebeldía, de entusiasmo, de extremos, etc. más de una vez, escuchamos a los padres de aquellos que hacen “botellón”, hablar de cuando eran jóvenes para contar qué hacían para divertirse, o contar como “hazañas” las peripecias del sujeto en cuestión alejado de lo aceptado socialmente. En el caso de las narraciones que escuchamos contadas por hombres, jamás se dejó fuera una historia con una gran borrachera de por medio; en el caso de las mujeres, el alcohol no aparecía como elemento tan destacado como en el de los varones, pero también aparecían referencias explícitas a cómo durante su adolescencia habían trasgredido las normas para vivir un amor de juventud o alguna aventurilla para irse de fiesta. En este sentido, nos planteábamos; ¿no resulta paradójico que se estigmatice una práctica que está en conexión con las conductas esperadas de quienes realizan el “botellón”?
¿Por qué esta práctica que se corresponde con el ideal de trasgresión que le adjudican a la juventud aparece sancionada negativamente?
La investigación en este punto no nos permite más que apuntar estas cuestiones sin poder añadir mucho más. Desde un primer momento nuestra atención se ha centrado especialmente en los participantes del “botellón”, y no tanto a otros sectores muy relacionados con aquellos; por eso, el siguiente paso sería conocer los discursos acerca del alcohol, la juventud, y otros elementos relacionados por parte de aquellos que no asisten a la práctica y estigmatizan el “botellón”, de aquellos que no lo valoran negativamente y en general de aquellos que ocupan alguna posición de poder con respecto a los que sí lo realizan. Lo interesante en este sentido es comprobar cómo las “alternativas” al “botellón” de las que en estos días oímos hablar en los medios se proponen, se deciden y se crean desde sectores de la población que ocupan instancias de poder no hacen “botellón”. No se piensa en “negociar” los cambios; se está dispuesto a hacer desaparecer el “botellón –la última idea desde la Comunidad de Madrid ha sido la rebaja de los precios de las bebidas alcohólicas en los establecimientos donde se consume, -así como la cantidad de alcohol de las copas– pero poco se ha hecho hasta ahora por responder a las preguntas más evidentes (¿a qué responde la práctica?, ¿de qué depende que se realice?).
Desde estas páginas me gustaría aprovechar la oportunidad para agradecerles a las profesoras María Isabel Jociles y Marie Jose Devillard del Departamento de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid su labor en la dirección de este trabajo.
Esta investigación se realizó entre los meses de octubre de 2000 y junio de 2001 como proyecto para la asignatura de prácticas en investigación en la licenciatura de Antropología Social en el Departamento de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid. Pese a las numerosas referencias que diferentes publicaciones han hecho a este trabajo por haber sido pionero en investigar el tema tratado, este documento ha permanecido inédito desde entonces, por lo que parece justificado que vea ahora la luz, aún teniendo presente el tiempo trascurrido desde su realización
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