La idea generalizada sobre el acceso a las TIC por parte de las mujeres, es que accedemos poco y mal a ellas, y que cuando lo hacemos, es por obligación contractual; pero que aún así, accedemos lo mínimo y sin ningún interés. Si esta idea fuera sólo de sentido común, o simplemente una imagen sensacionalista difundida en los Media, tal vez no sería un motivo de reflexión para mí. Pero resulta, que dicha imagen se concreta también en los datos que diferentes investigaciones, con muy diversas metodologías y enfoques, recogen sobre el acceso de las mujeres a las TIC (Krotoski, 2004; Lucas y Sherry, 2004; Pérez et al. 2006; Rabasca, 2000). Dada esta coincidencia, considero que debe darse un paso más allá del dato estadístico, así que intento detenerme en los aspectos afectivos y cotidianos del uso de ellas, a través del uso de una metodología cualitativa como es la autoetnografía (Ellis y Bochner, 2000). Se trata de visibilizar la dimensión psicosocial del asunto, con el fin de dar cuenta de la manera concreta y precisa en qué la realidad se adapta a la representación que tenemos de ella. Con este fin, empiezo un proceso de escritura y de investigación (Richardson, 2000) en el que iré situando las diferentes experiencias que me hicieron ser como soy en relación con las TIC.
Si atiendo a mi propio recorrido y a los usos concomitantes de otras mujeres que me rodearon, sostengo la hipótesis de que a pesar de haber accedido con facilidad a las TIC o de haber tenido experiencias que contradicen flagrantemente la imagen de la relación que mantienen “las mujeres y las TIC”, finalmente nos hemos acomodado a dicha imagen, un poco por cansancio de luchar contra ella y un poco por comodidad de no ser responsables de otra tarea más, como la tecnológica.
Mi primer acercamiento a las TIC fue a la computadora, no a un PC, si no a una gran computadora, de esas que ocupaban toda una habitación. Cuando tenía aproximadamente siete años, mi tío me llevó a su trabajo al cual tuvo que acudir a deshoras, porque la “máquina” estaba procesando datos. Me explicó en qué consistía, me dejó teclear algunas “órdenes” rutinarias de las que se le daban a la máquina y me encargó esperar que una gran impresora, imprimiera rollos enormes de papel, de esos que estaban perforados por sus laterales y cuyas hojas estaban rayadas en colores tenues para poder distinguir una línea de datos de otra. A partir de entonces yo preguntaba a él y a otros adultos competentes, qué podía resolver la computadora, y cómo podía uno ‘pedirle’ cosas a la máquina. Mientras fui pequeña se contestó a mis preguntas, y se toleró mi curiosidad sobre ello. Pero en cuanto fui adolescente, la atención se centró en lo que NO me interesaba en absoluto y que por tanto no sabía hacer, y que SÍ debería estar haciendo, como las labores domésticas, el aprendizaje de la costura y el tejido y la preparación de alimentos. En la narración de quién soy yo, que hace mi familia, tampoco se contempla que yo realizaba desde los seis años el marcaje de todas las llamadas telefónicas locales, nacionales y alguna internacional, para la familia y que ayudaba a mi madre en la reparación del televisor y la máquina de coser.
En la ‘historia’ narrada y consensuada por mi familia, jamás aparece mi jornada informática que yo recuerdo vívidamente, ni mis posteriores inquietudes sobre como ‘mandar a la máquina’; en cambio, sí que aparece recurrentemente y recreada por diversos narradores, la descripción de mi desinterés por cualquier actividad doméstica y de mi poca competencia para realizar las tareas propias de una jovencita. Y aunque siempre obtuve nueve y diez de promedio en la escuela, aunque gané dos concursos literarios infantiles y aunque los profesores que más me elogiaban y que me invitaron a clubes extraescolares eran el de física, química, matemáticas y biología, siempre fui construida como una chica perezosa a quien le costó mucho terminar de tejer el regalo del día de la madre en la primaria.
Una de las anécdotas que más provocan la hilaridad de los parientes, es mi necesidad previa a su difusión social, de un teléfono móvil. Estando yo en secundaria (año 1981 aproximadamente), y dado que era obligada a llamar por teléfono a casa diariamente cuando salía de clase, ya que después tenía hora y media de camino, yo insistía en que tenía que inventarse un teléfono con el que pudiera llamar mientras iba de camino a mi destino, y con el que no tuviera que buscar cabinas fijas, que muchas veces no servían y cuya búsqueda, me hacía invertir más de la hora y media indispensable para llegar a casa. Mi ‘deseo’ de un teléfono móvil, y la convicción de que era tecnológicamente posible, ni siquiera generaron curiosidad en los que me rodeaban, sólo les parecía un ridículo intento de justificar mis llegadas tarde al hogar.
Durante el bachillerato, preguntaba con frecuencia a mi tío cuestiones de informática, él trabajaba entonces en el banco más importante del país y me gustaba ir a visitarle o preguntarle cosas de su trabajo, o bien, utilizaba el trayecto de casa al instituto para que me explicara lo que aprendía en sus cursos de actualización, sin embargo, ni este interés ni estas charlas forman parte de la ‘historia’ familiar ni de mi historia personal ‘oficial’.
En el segundo curso de la Facultad de Psicología, aprendimos a hacer análisis estadísticos simples, sobre los datos recogidos en el quehacer psicológico, y nos enseñaron como vanguardia, a realizarlos en computadora. Ello quería decir que perforábamos unas tarjetas con el código de la información que ‘solicitábamos’ a la computadora, pasábamos a la sala de terminales, ejecutábamos los comandos codificados y luego, días después, teníamos que ir a buscar los resultados al centro de cálculo de la universidad, donde nos entregaban nuestras páginas de datos impresas. Pronto se acabaron las tarjetas y los comandos en los terminales se sofisticaron en los sucesivos semestres, pero básicamente la percepción de nuestro profesor, era la misma. El profesor de prácticas, nos enseñaba los códigos de los análisis y nos aconsejaba aprenderlos de memoria, nos decía a las chicas, que si no entendíamos algo y él no estaba, a la hora de pasar a solicitar al Terminal nuestro análisis, preguntáramos al único chico que teníamos en el grupo. Ni él, ni el chico eran de gran ayuda en estos menesteres, pero en cambio, éramos tres chicas que entendíamos y podíamos explicar al resto, diferentes partes del procedimiento cada una, y entre las tres, conseguíamos que los análisis que estaban bien planteados, salieran correctamente ejecutados. Pero no lo comentábamos con el profesor, porque si no, no nos hubiera dejado manipular ‘solas’ los terminales.
En los semestres, séptimo, octavo y noveno de la carrera, podíamos especializar nuestro itinerario en un área de la psicología, yo escogí la social, y realicé las asignaturas de estadística y análisis de datos con un éxito considerable. Aún así, en ningún momento conté con la ‘fama’ de ‘buena’ para los datos, o especialmente dotada para algo, en general. Apenas éramos unos pocos más de la decena de alumnos, en comparación a las clases masivas que habíamos tenido hasta entonces. Se nos enseñó exhaustivamente la parte cuantitativa de la investigación psicológica y la mayoría del reducido grupo, obtuvimos muy buenas notas. Contábamos entre nosotras con el chico de la clase, que había optado por esta área y a quien se atribuía toda la maestría en el procesamiento informático de los datos y la pericia en el planteamiento de los problemas de investigación, pero que en realidad eran iguales a la del resto del grupo.
Ser parte de este grupo, me permitió acceder a un Servicio Social en una institución nacional de investigación (de reconocido prestigio a nivel latinoamericano), con un investigador que además de ser profesor de la facultad, era investigador en salud pública, con una reconocida reputación en todo lo referente a la investigación cuantitativa, y a computadoras. Junto con otra chica, pasamos de hacer prácticas escolares, a ser becarias, y posteriormente a ser contratadas como ayudantes de investigación y finalmente investigadoras. Se nos formó para ser diestras en el PC, para realizar la recogida, captura y el procesamiento y análisis de datos, para buscar la información bibliográfica necesaria y para ayudar en el proceso de presentación y difusión de los resultados. Con lo cual, nos movíamos con facilidad en bases de datos, software de análisis de datos como el SPSS y otros, procesadores de textos como el WordStar 2000 y el Wordperfect, así como en software para elaborar presentaciones como el Storyboard y otros. Varias investigadoras o bien otras becarias y/o ayudantes, nos preguntaban qué comandos ejecutar en el MSDOS, las mejores opciones en procesadores de textos o alguna opción de los softwares de análisis o bases de datos. Había un reconocimiento tácito de que ‘nuestro equipo’ y el de informática, eran los que podían echar una mano ante alguna dificultad con el PC. Dentro del equipo de informática, a pesar de contar con al menos tres chicas y un chico que lo ‘dirigía’, los investigadores se dirigían preferentemente al chico, a pesar de que cada cual era competente en un tipo de aplicación. Si tenían que preguntar algo a nuestro equipo, los investigadores buscaban a nuestro profesor, pero si no estaba disponible y nosotras les contestábamos su duda, la mayoría de las veces no se fiaban de nuestra respuesta hasta no haberla corroborado con otro hombre.
Otra cuestión que llama la atención es nuestro acercamiento a los juegos de ordenador, como el Tetris por ejemplo. Después de la jornada laboral, mi compañera y yo (ella mucho más que yo) jugábamos con otros dos investigadores jóvenes que se suponían expertos en el juego. Ellos eran conocidos por esta habilidad, y eran retados por algunos otros. A pesar de que mi compañera ganó en varias ocasiones a ambos chicos, nunca gozó de la misma fama de buena jugadora o bien de ‘experto a quien retar’ entre los otros colegas, aunque si fue reconocida por uno de nuestros dos contendientes en privado.
Mientras éramos becarias en esta institución, obtuvimos juntas algunas otras becas pequeñas para hacer investigación con un grupo de la universidad y la preparatoria. Nos ‘seleccionaron’ por nuestras habilidades con el PC y por la experiencia en investigación. El subproyecto donde trabajábamos lo dirigía un profesor, hábil en el manejo de las PC, aunque teóricamente era mucho más competente la profesora segunda de a bordo, quien nos formó en los contenidos del proyecto. Cuando terminamos nuestras respectivas becas, optamos por continuar en la primera institución donde empezamos nuestras prácticas (y donde además de ser requeridas por nuestras habilidades con el PC y el manejo de datos, también se nos solicitaba por nuestra formación teórica). En este grupo, nos substituyó un chico, con muchas menos habilidades informáticas y de investigación.
Paralelamente a este trabajo, yo ejercía de profesora de psicología en el bachillerato y ayudante ejecutiva del comité editorial de una revista de psicología. También impartía docencia en la licenciatura como ayudante de una profesora de psicología social. En todas estas funciones, nunca fueron básicas las habilidades con el PC, o las de análisis y procesamiento de datos, o las de investigación en general, pero en estas, sí obtuve algún tipo de reconocimiento por la labor realizada. Finalmente me decanté por este tipo de labor.
Mi compañera de equipo y yo, dejamos la institución de investigación nacional (y yo dejé también las otras), para estudiar un doctorado en Barcelona, al que accedimos en diferentes momentos de acuerdo con las becas obtenidas. En esta nueva universidad, con respecto a las TIC, ambas esperábamos encontrar que las aplicaciones del PC fueran superiores, o diferentes, y que aprenderíamos aún más habilidades en este terreno. No fue así, el software y las aplicaciones utilizadas eran muy anteriores a las que manejábamos ya en el momento de partir, y nunca requerimos nuestras habilidades ni fuimos requeridas para ayudar sobre este aspecto, a pesar de nuestros conocimientos y práctica. Lo que más me llamó la atención, es que aún siendo cercana a tres colegas –mujeres- que sabían, al menos en general, de nuestros conocimientos y habilidades, jamás recurrieron a nosotras, y a mí incluso me utilizaban y me utilizan actualmente de canal, para pedirle a un colega, ayuda con la computadora, o con cualquier aspecto tecnológico.
Poco a poco, dos de los profesores fueron especializándose en estos menesteres y es a ellos a quien se acude en caso de duda, naturalmente la práctica les ha hecho finalmente expertos. Actualmente se cuenta en ese departamento con un técnico especializado en esta área, y el sobrentendido es que son estas tres personas las expertas en la materia.
Posteriormente fui a trabajar a una universidad donde la tecnología forma parte del eje identitario de toda la comunidad universitaria, tanto material como simbólicamente. Donde estar actualizado es el estándar, y donde muchos de los colegas son ‘expertos’, incluso en el nivel de programación. Eso sin contar claro está, a los propios profesores de informática. Tener un PC y trabajar con él toda la jornada, es el mínimo indispensable en esta institución. Aunque también es cierto que se trataba de un espacio donde con mayor frecuencia se podía ver ‘desfilar’ lo más avanzado en todo tipo de TIC. No recuerdo que nadie tuviera dificultades especiales para manejarse al menos como ‘usuario’ del campus y de todo lo relacionado con el trabajo a realizar, pero si recuerdo que todos los informáticos que nos daban soporte, siempre eran chicos jóvenes, y que la mayoría de usuarios que pedíamos ayuda, siempre éramos mujeres. Aunque una de las profesoras y la secretaria, nos resolvían varios problemas antes de tener que solicitar ayuda a los ‘informáticos oficiales’, nunca se reconocía esta ayuda de manera pública. Llegados a este punto, sabía bastante menos de informática y ofimática que cuando llegué a Barcelona, a fuerza de tener que o querer delegar en otros, estas habilidades, pero aún así, me mantenía por encima de la media, y en el centro del acceso a cuanta TIC quisiera.
En el ámbito doméstico, me encargo de la organización, planificación, y supervisión de todas las labores domésticas, excepto de aquellas en las que media la utilización de algo que requiere ‘tecnología’. De este modo, mi compañero se encarga de comparar, elegir, comprar, personalizar, instalar y utilizar –o enseñar abreviadamente al resto su utilización- de todos los aparatos de casa, como televisores, DVDs, Home Cinema, ordenadores portátiles y de sobremesa, PDA, teléfonos móviles e inalámbricos, radio, estéreo; pero también de la lavadora, el lavavajillas, el robot de cocina, el refrigerador, y el programador del aire acondicionado por ejemplo. Mi manera de delegar tareas, es que puedan ser realizadas mediante algún ‘aparato’. Cosa que despierta el interés de mi partenaire.
Como parte del trabajo académico que me correspondía realizar en esta universidad ‘tecnológica’, comencé a dirigir investigación sobre la apropiación que hacen los jóvenes de las TIC. He corroborado de primera mano, que ni las jóvenes ni los jóvenes interesan mucho en general, y menos aún los usos que hacen de las TIC, como no sean supuestos ‘indicios’ del peligro que pueden representar para ellos estas tecnologías, o del daño que se causan y causan a otros con ellas, cosa que inmediatamente ocupa los primeros titulares. Menos aún interesa, que las niñas acceden menos y más tarde a ellas, y que la oferta lúdica en este campo está centrada en los chicos. Menos evidente aún, es que uno de los grupos (dirigidos por una profesora universitaria y compuesto por maestros/as de escuela) que investiga hace años en Barcelona, cómo utilizar videojuegos en el aula, sea apenas conocido, y que en cambio, los que son referenciados continuamente, sean grupos de reciente creación ad-hoc, ubicados en Madrid y dirigidos por chicos investigadores. O que los grupos reconocidos oficialmente como consolidados en esta temática, sean los dirigidos por hombres, aunque el resto de los equipos sean femeninos.
Yo he introducido a mis dos hijos en las TIC, y en lo que sé como investigadora que es su acceso por excelencia: los videojuegos. En casa han tenido siempre el ordenador como presencia, y han aprendido a escribir antes en el teclado que a mano. Les hemos animado a jugar algún juego sencillo de ordenador y a visitar Webs de su interés y a buscar en Google información que nos preguntan y que desean saber. A su turno, cada uno ha recibido en ‘herencia’, un teléfono móvil, viejo mío, que utilizan para jugar, pero sobre todo para comunicarse con nosotros cuando pasan la noche en casa de abuelos, amigos y/o colonias infantiles. En la escuela han realizado algunas secuencias de juegos-aprendizaje, que la niña comentó que era demasiado fácil y que lo consiguió enseguida, pero que pasó desapercibido para su profesora. La misma profesora nos ha comentado como algo positivo, que el niño, que ahora tiene como alumno, es ‘muy listo’ para el ordenador, y que cuando tienen problemas en el aula, él es uno de los que ayudan a resolverlo, a pesar de que ha realizado la misma secuencia de juegos-aprendizaje que su hermana, y ha comentado lo mismo que ella y aunque frecuentemente le pregunta qué hacer y cómo hacerlo en el ordenador. La consola se las ha regalado su tía, su abuela les ha regalado el primer videojuego y soy yo la que juega asiduamente con ellos, pero ellos preguntan sus dudas a su padre.
A pesar de que ambos han tenido un acceso podríamos decir que ‘privilegiado’ a las TIC, y que les hemos introducido lo mismo, al mismo tiempo a los dos, y que les hemos animado igualmente a ambos a usar TIC, la niña ha pasado desapercibida en la escuela y se ha iniciado en el videojuego a los ocho años y él a los cinco. En muchos aspectos de según qué videojuegos, él la supera, sobre todo los deportivos. Tiene mucha más destreza en el manejo de los mandos y en los juegos de etapas, porque el haber sido reconocido en el aula y haber ‘empalmado’ con el juego en casa, le ha servido de motivación. En cambio ella dejó el parvulario, sin pena ni gloria por su habilidad, y han pasado dos años, antes de que el videojuego tuviera una cierta importancia en casa, además de que no es una afición que pueda compartir con sus amigas. De momento, ninguna parece compartir esta práctica lúdica.
A pesar de lo anecdótico que pueda parecer, la técnica autoetnográfica tiene la virtud de remarcar el nivel microsociológico en el que ocurre la reproducción social. A menudo algunas explicaciones misteriosas sobre las diferencias de género, como aquellas que apelan a procesos ocultos como los genes o la cultura, pueden parecer menos extrañas si se da cuenta de los pequeños detalles a través de los que la sociedad se reproduce y se transforma. Efectivamente, todo sucede a nivel de la interacción y la relación, y especialmente el contacto con las TIC (Gil y Vall-llovera, 2006; Walkerdine, 2007).
Ellis, Caroline y Bochner, Arthur (2000). Autoethnography, Personal Narratives, Reflexivity: Researcher as Subject. En N.K. Denzin & Y.S. Lincoln (Eds.). Handbook of Qualitative Research. Second Edition. London: Sage. Pp. 733-768.
Gil, Adriana y Vall-llovera, Montserrat (2006). Jóvenes en cibercafés. La dimensión física del futuro virtual. Barcelona: Editorial UOC.
Krotoski, Aleks (2004). Chicks and joysticks: An exploration of women and gaming. London: Entertainment and Leisure Software Publishers Association.
Lucas, Kristen y Sherry, John. (2004). Sex differences in video game play: A communication-based explanation. Communication Research, 31, 499-523.
Pérez, Joaquín. et al. (2006). Mujeres y Videojuegos. Hábitos y preferencias de las videojugadoras. Madrid: Observatorio de los Videojuegos y la Animación y Universidad Europea. [Disponible en http://www.uem.es/web/cin/cin2/observatorio/EstudioMujeresyvideojuegos.pdf ]
Rabasca, Lisa., (2000) The Internet and computer games reinforce the gender gap, Monitor on Psychology. Vol. 31, nº 9, 1-3.
Richardson, Laurel. (2000). Writing: A Method of Inquiry. En Norman K. Denzin & YvonnaS. Lincoln (Eds.). Handbook of Qualitative Research. Second Edition. London: Sage. Pp. 923-48
Walkerdine, Valerie (2007). Children, Gender, Video Games. Towards a Relational Approach to Multimedia. Houndmills, Hampshire: Palgrave MacMillan.