Si te pueden convencer a hacer las preguntas equivocadas, no se tienen que preocupar por las respuestas erróneas que resulten.
Thomas Pynchon
El presente texto es un compendio de notas sobre el seminario que bajo este título impartiera Rhoda Unger en el programa de Doctorado de Psicología Social de la UAB en junio de 2007. Ahora bien, para la realización del mismo conté con la valiosa ayuda de José Alvarado, quien también estuvo presente en todas las sesiones. De esta forma, me ayudó ampliar el texto tanto en los apuntes como en las referencias, por lo cual le estoy muy agradecida. En su mayoría, sin embargo, las notas están atravesadas por mi lectura con mirada feminista.
Fue muy interesante contar con la presencia de una psicóloga social, cuya experiencia nos da mucha idea sobre la propia historia de la disciplina en Estados Unidos, ligada, por su puesto, a la existencia de una institución como la American Psychological Association (APA). Yo, al menos, pude escuchar experiencias en primera persona, de situaciones que describe extensamente Sandra Harding (1993) en su libro Ciencia y feminismo. Es decir, el androcentrismo académico, mismo que Rhoda Unger vivió cuando se doctoró en Harvard, ya que era una de las dos únicas mujeres que estudiaban un doctorado en esta institución.
Asimismo, la historia que Rhoda Unger contó nos conduce también a otros aspectos interesantes de la psicología social. Por ejemplo, el contexto en que esta disciplina emergió en Estados Unidos y los caminos que siguió; por un lado, desde una visión más próxima al Estado y al Ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Y, por otro, desde un grupo de europeos que por ser judíos o comunistas, habían huido de Alemania, Austria, Holanda, entro otros, a Estados Unidos en la década de los treinta.
En cuanto al feminismo, también fue de mucha utilidad recopilar una serie de nombres y obras de psicólogas que trabajaron, desde la década de los setenta y bajo la mirada de género, al interior de nuestra disciplina, tales como Sandra Bem. Además, Rhoda Unger tiene gran experiencia en cuestiones políticas y en una suerte de militancia académica, que considero sumamente necesaria y quizá el ámbito primario para comprometernos -quienes somos mujeres feministas- en este tipo de espacios que aún continúan siendo falogocéntricos.
Entonces, el presente texto sigue la estructura del propio seminario presentando una síntesis de cada una de las sesiones y para cerrar unas consideraciones finales de quien esto escribe. Espero que este esfuerzo pueda ser de utilidad y que motive a otras y otros a rastrear -desde una mirada crítica- la historia en femenino de la psicología, pues es lo que este seminario ha movido en mí.
Para comenzar a hablar de estas primeras mujeres dentro de la psicología, en general, nos comentó algo que no es difícil imaginar. Estas mujeres eran blancas, ricas, norteamericanas de origen británico, solteras, sin hijos, en algunos casos esposas de alguien conocido. Rhoda Unger mencionó una lista de mujeres que llegaron a estar casadas con psicólogos prominentes, tales como: Janet Taylor (Kenneth Spence), Jeane Humphrey (Jack Block), y Carolyn Wood (Muzafer Sherif). Salvo algunas situaciones similares, las mujeres se encontraban al margen de la actividad de los hombres, y tampoco gozaban de conexiones académicas con otras mujeres. Así, nos contó que las mujeres que entraban a estudiar, lo hacían sentadas detrás de una cortina para no distraer a los hombres. A ella, por ejemplo, le tocaba tener que entrar por una escalera que subía del sótano del edificio para entrar a la biblioteca y así pasar desapercibida. Y si una mujer se llegaba a casar, esto significaba que de ninguna manera le interesaba la vida académica.
Por su parte, las primeras historias de la psicología que se recogieron no mencionaban a ninguna mujer, por ejemplo Edwin Boring1, quien era la clase de hombres que pensaba que para estudiar psicología se debía estar preparado para trabajar 80 horas a la semana y las mujeres, evidentemente, no podían comprometerse a ello. Curiosamente, era la época en que la psicología captaba el interés del gobierno y el Ejército. Y en la época de las guerras mundiales las mujeres estaban totalmente fuera de esta red.
No puede obviarse, sin embargo, el hecho de que alrededor de los años treinta muchas personas de izquierda o judíos de Europa emigraron a los Estados Unidos huyendo del fascismo. Y trabajaron ampliamente en el campo de psicología social (por ejemplo: Kurt Lewin). Generalmente, estaban interesados en el contexto. Y parte de su trabajo remunerado consistía en crear propaganda para el Estado con el objetivo de convencer a la gente de que todo estaba en orden (por ejemplo: estudiaban el cambio de actitudes). Asimismo, otro interés que tenían era el de las diferencias entre los grupos y la discriminación, es decir, qué es lo que conforma los prejuicios de la gente. Este tipo de investigadores constituyó un colectivo de ayuda mutua -inspirado en los valores de izquierda y los propios de la guerra civil española- para conseguir empleos, publicar, etcétera.
Tal parece, entonces, que había dos tipos de psicología social: uno que trabajaba de la mano con el Estado y el Ejército en un contexto de guerra y post-guerra, muy interesado en las pruebas y en la psicometría en general, como para evitar que se arruinara el país por el “dumb factor” debido a personas de otras razas y etnias que estaban llegando. Y otro más interesado en las cuestiones sociales. Pero de cualquier manera, ni en el primer tipo ni en éste había mujeres.
Los años 50 fueron, en general, difíciles para cualquier persona que se atreviera a hacer política en su trabajo académico. A la vez, se formaron colectividades de personas, aun cuando las mujeres se hubieran encontrado totalmente aisladas. En parte, las mujeres académicas no solían ir a las reuniones profesionales y cuando iban, solían ser acosadas por los hombres2.
Rhoda Unger, por lo tanto, se interesó en rastrear a un grupo de mujeres previo a los sesenta. Algunas estudiaban las diferencias sexuales y que pretendían desmontar los argumentos biológicos (Shields); otras se interesaban en la relación entre diferencia y desviación, el papel de la psicología freudiana (Anna O y Helena Deutsch); otras se interesaban por el uso de la psicología para justificar la desigualdad social (Gould vs. Galton). Según ella, es importante citar a estas mujeres, pues de otra manera su legado caería al olvido.
Ahora bien, no es hasta el final de la década de los sesenta cuando más personas se percataron de que las mujeres estaban ausentes del espacio académico. Hasta entonces, las pocas mujeres que había, como Rhoda Unger o Naomi Weisstein pensaban que quizá no eran lo suficientemente buenas psicólogas. Aun así, escribió uno de los primeros artículos feministas en psicología social y se centraba en el estudio de las percepciones. Afirmaba que la psicología era incapaz de decir nada sobre las mujeres porque no sabía acerca de ellas3. Ella utilizaba una prueba TAT, de percepción, para probar que no podía saberse si la prueba había sido contestada por una mujer o un hombre sin saberlo previamente. Y fue Janice Boeing quien dio a conocer este trabajo.
Desde el punto de vista de Rhoda Unger: “una vez que se llega a entender la clase social, una puede llegar a entender las demás categorías que utilizamos”, tal como lo experimentó ella de forma encarnada, como hija de un camionero. En seguida, nos hablo de la experiencia de Naomi Weisstein, q quien no se le permitía utilizar las herramientas del laboratorio porque se temía que las fuera a romper y a lo que ella contestó: “quizá tengan razón porque los hombres mismos las rompen a cada rato”. Cuando escribió su artículo, Psychology constructs the female, estaba respondiendo lo que se había establecido después de la Segunda Guerra Mundial. Con Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina, iglesia), hablaba de la mujer que había tenido que salir a trabajar en las fábricas para cubrir la escasez de hombres, ahora se tenían que dedicar a su hogar4. Por su parte, Tamara Dembo estudiaba a las mujeres y a las personas con discapacidades. Aseguraba que para cambiar el ambiente, había que cambiar la sociedad y no precisamente a la gente.
En general -dice Rhoda Unger- esta primera ola de psicólogas feministas realizaron sus investigaciones de forma aislada, ya que no crearon asociaciones. Creían que carecían de lenguajes o expresiones adecuadas para explicar lo que cada una vivía. No fue hasta el surgimiento de la segunda ola cuando éstas aparecieron al interior de diferentes disciplinas académicas, pues probablemente estas nuevas mujeres eran más políticas o simplemente estaban más conscientes de la necesidad de organizarse, para evitar o dar frente a situaciones que hasta la década de los sesenta eran muy comunes en los entornos académicos, donde las mujeres podían ser hostigadas sexualmente por sus compañeros. Los hombres, además, no ayudaban a las mujeres a conseguir trabajos, pues solían pensar que ellas no lo hacían bien, aunque tuvieran buen currículum. Algunas veces, para ser consideradas “buenas psicólogas”, las mujeres tenían que comportarse como si fueran hombres honorables5.
Hacia el final de la conferencia, Rhoda Unger hablo de la interseccionalidad y de la importancia de estudiar otras categorías, además del género: raza, clase, etnia etc. Y lanzó una de las primeras preguntas que -por lo menos a mí como feminista- me parece muy importante plantarnos: ¿se puede ser una psicóloga feminista sin estudiar el género en absoluto? Y nos habló de su interés por lo que ella llama epistemología encubierta, así como de la importancia de la práctica política y de que es un problema estar sólo en la academia, pues la política sigue siendo, al menos en Estados Unidos, una materia de interés difícil de estudiar desde la psicología, aun cuando hay un interés creciente por estudio de la ideología.
El punto de partida para esta sesión fueron las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial para las mujeres en Estados Unidos, las cuales se caracterizaron por una reducción de espacios para las mujeres en la década de los cincuenta. Según Rhoda Unger, fue una época terrible para las mujeres, de quienes se esperaba que fueran decorativas, hermosas, buenas madres, etc. Era también una época en que no se abordaban las cuestiones políticas y coincidentemente, se creía en la meritocracia. En este contexto se pedían declaraciones de lealtad para eliminar la participación política (léase comunismo) de las clases educadas y todos creían en la meritocracia, reforzando así unas normas estrictas y tradicionales.
Debido al contexto de la guerra fría, la segunda ola del feminismo no empezó en la academia, sino desde mujeres que se rehusaban a seguir lo establecido, como el matrimonio. Estas mujeres se percataron de que la obtención del voto (una demanda de la primera ola) no aseguró a las mujeres una situación favorecedora. En general, las mujeres votaban igual que sus parejas hombres o sus padres. Al surgir los movimientos feminista (por ejemplo: el NOW), algunas mujeres con un poco de poder empezaron a crear algunas organizaciones de profesionales dentro de sus campos de estudio para brindarse ayuda mutua, las cuales fueron informales al comienzo, pero se fueron configurando poco a poco en grupos que aún trabajan.
Rhoda Unger nos habló de dos tipos de organización de psicólogas feministas, que en parte surgieron de unas redes que servían para defenderse de las "invitaciones" de los hombres (to fend off the men). Así, había una organización más institucional de mujeres, cuyas carreras estaban más consolidadas y cuyos esfuerzos consistían, por ejemplo, en presionar a la APA para que se opusiera a las políticas sexistas (AWP). En general, era una organización más conservadora, más científica (seguía la reglas), etc. Y la otra, que se podría considerar más marginal (Society for the Psychology of Women, Division 35), era más política, más radical: luchaba contra la discriminación en la contratación de mujeres, el hostigamiento sexual, la exclusión de las mujeres (aun en los títulos de libros). No es difícil imaginar que Rhoda Unger perteneciera a esta segunda organización, que por algunas personas se consideraba como integrada por activistas radicales y enojadas (radical angry activists, ver: Chesler, 1983.). Eran tiempos en que se pensaba que si una mujer se portaba como un hombre, padecía de alguna patología. Así, como anécdota, nos contó que una secretaria le permitió ver algunas de las cartas de recomendación que estaban en su archivo, en el cual decían que ella era agresiva, aunque Rhoda Unger más bien se consideraba ambiciosa6.
Era una época -decía- en que las organizaciones eran importantes y muy útiles para conseguir derechos. Así, además de luchar por cuestiones políticas, en este colectivo, las mujeres se ayudaban a escribir y a investigar. Empezaron haciendo estudios simples, pero siguiendo una metodología científica, para demostrar la discriminación. Y dicha discriminación las llevó a la cuestión del poder y a quién determina esto, pues no es una cuestión sencilla de explicar. Ella decía: “knowing that you are inferior in some way is dramatic, bad for mental health”. A la vez, afirmaba que los hombres a su alrededor estaban convencidos que estas mujeres estaban locas y por lo tanto tuvieron que funcionar como un grupo fuera de la academia.
De esta forma, las mujeres de la organización de profesionales menos establecidas se decidieron a invadir la organización de las más establecidas, un proceso que se logró en 5 a 6 años. Esta nueva generación se interesó ya en el género como construcción social de las diferencias sexuales y no como una cuestión biológica. Antes el género era un término más clínico, pero ellas insistieron en la importancia de estudiar el contexto social, por lo que sus investigaciones derivaron en psicología social.
Asimismo, Rhoda Unger decía que las vías para hacer investigación son importantes, pero también las vías en que se hace el reporte, por eso prestaban atención en todo el proceso y en las consecuencias políticas de ello. Para algunas fue impactante el hecho de salir a buscar estas diferencias, a través de sus estudios, en el mundo “real”, lo que las hacía más visibles. Y aquí de nuevo surge el cuestionamiento por el método y el uso de la buena ciencia7.
Durante toda su presentación hacía referencia a la importancia de la organización, de la participación activa de personas para llevar a cabo los cambios que se consideren importantes. En su caso, sirvió para darse cuenta de que por más que se esforzaba en trabajar para llegar allí (to get there) no era suficiente. Sobre esto hay algunos trabajos. Como ejemplo de una investigación que sirvió para poner en evidencia la naturaleza política de proceso de contratación laboral, está la investigación de Fidell (1970), como una demostración perfecta de la discriminación. Además está el trabajo de Sandra y Daryl Bem (1973), sobre el vocabulario que se utiliza para anunciar una oferta laboral. Así como el trabajo de Philip Goldberg (1968), en donde se evalúan unos ensayos que demuestran que por el sólo hecho de estar identificados como trabajo femenino, se consideran de menor calidad.
Para dar algunas coordenadas, digamos que de los primeros trabajos, destacan el de Naomi Weisstein, Phyllis Chesler, Marianne La France, y Nancy Henley. Luego aparecen los trabajos de Maccoby y Jacklin, basados nuevamente en las diferencias sexuales. Interesadas por su parte en la cuestión del método estaban McKenna y Kessler8, que estudiaban la medición de la agresión; Unger, en campo vs. laboratorio9; Parlee, en los grupos control. Otras se interesaban por la causalidad interna en los primeros textos de psicología de las mujeres, como Bardwick y Sherman. Algunos trabajos más recientes continúan interesándose por los estereotipos masculino y femenino, como el de Hamilton.
Ahora bien, Rhoda Unger calificó otros trabajos de corte más feminista en la psicología de las mujeres, tales como los de Fidell y Austin sobre la discriminación sexual en la academia; sobre la demostración del sexismo en la vida cotidiana (Unger; Deaux); sobre vías de evaluación (Deaux y Emswiller; Kiesler), etc. En todo caso, cuando se buscan las causas de las cosas, dijo que también hay que ver su contexto social. Destacó la importancia de los estudios sobre estereotipos y de las imágenes femeninas en libros de textos escolares. En el transcurso de estas investigaciones llegó a encontrarse con el argumento de que si había más representaciones de niños en los libros era para atraerlos ya que éstos suelen aburrirse y abandonar los estudios con mayor frecuencia. Además, esto da muestra de la presión social que se ejerce sobre los niños para que sean masculinos. Por su parte, las mujeres son presionadas a presentarse ante la mirada de los hombres. El resultado de estas exigencias podría estar relacionado, en el caso de las mujeres, a la co-modificación, sobre lo cual dijo que le preocupaba mucho que se acortara su niñez. En estudios sobre la adolescencia, como en el caso de Michelle Fine, se ha hallado el problema de la sexualización de las niñas, que las lleva a ser las responsables, pues son las que tienen que cuidarse, las que tienen que controlar al joven. Su conclusión es que la adolescencia es más significativa en la vida de las mujeres que en los hombres.
Hacia el final de esta conferencia, Rhoda Unger comentó que los estudios sobre psicología política son poco frecuentes en esta rama, excepto por los estudios de Nancy Henley sobre el poder y las políticas del contacto corporal (¿quién tiene el privilegio de tocar a quién?); los estudios del tokenism10 y las leyes; la epistemología de la psicología y sus consecuencias, es decir, las formas en que hacemos psicología (Unger, 1983); sobre la internalización de la subordinación (Erika Apfelbaum), entre otros.
En esta ocasión el punto de partida fue lo que ella llamaba “nature/nurture” (naturaleza/crianza), es decir, un bloque de estudios con énfasis en el papel de la biología. Y destacaba los trabajos de John Money y el ambientalismo radical (recomendaba ver Kitzinger, 1993). Este es el caso de unos gemelos, de los cuales uno tuvo un accidente al realizarle la circuncisión, por lo que le practicaron una cirugía para convertirlo en “niña”. La hipótesis era que si lo criaban como niña -y, además, tomaba hormonas- sería una niña. Money, un sexólogo reconocido en esa época avaló el caso, pero otro biólogo-sexólogo, Milton “Mickey” Diamond, tenía diferentes opiniones. En general, la transexualidad y la intersexualidad han sido materia de interés de los estudios de género. Por ejemplo, el hecho de que en algunas culturas, diferentes de la occidental, existen más de dos categorías (hombre y mujer). La transexualidad es interesante para los estudios de género porque dice mucho sobre los tipos comunes de sujeto (masculino y femenino), y porque pone en evidencia el problema de la genitalidad, un tema difícil de resolver para la psicología.
Asimismo, tampoco es un asunto que sea totalmente consistente: habló de los casos en que un hombre se transforma en mujer y es lesbiana, no como “se esperaría”. No obstante -decía- las mujeres son más flexibles con esta cuestión, la de la diversidad.
Rhoda Unger mencionó otros estudios, como el suyo sobre la distinción entre género y sexo; los de Fausto-Sterling y Kessler sobre el sexo como un sitio para la contestación. Al mismo tiempo, surgió una vertiente conservadora, centrada en la psicología evolucionista, interesada en las características de hombres y mujeres, pero totalmente vinculadas a la reproducción. En opinión de Rhoda Unger, las teorías evolucionistas, son el tipo de teorías que no se pueden contradecir. Y este tipo de teorías son peligrosas porque validan lo que sus seguidores creen, es decir, suelen validar prejuicios (ver: Travis, 2003).
Otro bloque de estudios lo constituía “hacer el género”, donde ubicaba las visiones que consideran el género como un verbo y no como un sustantivo. Obviamente, se ubica aquí Butler, además de West y Zimerman. Otros intereses están puestos en la construcción social de género, tales como: Devor y su búsqueda de claves en individuos transexuales; Zinder y su idea del género como una profecía autorrealización; Steele y el estudio del trato estereotipado. Rhoda Unger comentaba que algunos experimentos de esta clase ayudan a los estudiantes (estadounidenses) a convencerse de las diferencias de género, puesto que a veces sólo leer teoría no les funciona muy bien.
Por último mencionó un bloque de “la complejidad del sexismo”, donde destacaba el rol de las mediciones (cubiertas vs. encubiertas). Susan Fiske y Petter Glick, por ejemplo, se interesaron por el sexismo ambivalente (hostil o benevolente). En opinión de Rhoda Unger ellos crearon un instrumento muy bien validado para medir esta cuestión, pero su problema es que seguían buscando las respuestas en la mente de las personas y no así en el contexto social. Otros estudios de este bloque son: patrones cambiantes de belleza y delgadez relacionados con el sexismo, las consecuencias del sexismo en la salud mental, etc. En este sentido, destacó que auque una mujer puede utilizar la ropa que quiere y a los hombres se les limita en cuanto a este tipo de opciones, también es severa la mirada social sobre las personas en cuanto a su clase social, orientación sexual, etnia y raza.
A la vez, no deja de ser de suma importancia cuando las mismas prácticas científicas tienden a reducir la complejidad de nuestros contextos sociales, por ejemplo cuando Sternberg escribe un libro para mostrar trabajos de impacto de investigadoras que sólo incluye a una mujer. Para ello, Rhoda Unger se remitió al artículo que habla del efecto Mateo (Matthew effect), es decir que “a cualquiera que tiene se le dará y tendrá más; pero al que no tiene, aun se le quitará más" (ver: Merton, 1968).
En esta sesión nos habló de los trabajos actuales que se hacen en la psicología feminista así como de los grupos y la manera de obtener financiamiento. Para ejemplificarlo nos habló del trabajo de Michelle Fine, así como del de Abigail Stewart. Ellas son particularmente buenas consiguiendo apoyos económicos para la investigación, no sólo de las partidas que el Estado destina a las universidades, sino que cuando es necesario, también saben buscarla de fundaciones privadas. Además, se interesan por una aplicación práctica de la educación. Otro trabajo interesante es el de Hillary Lips, quien se ha interesado por la discriminación de las mujeres al interior de la academia.
En este sentido, me pareció muy sugerente que nos compartiera la manera en que ella concibe la apuesta feminista, como una forma para apoyar a otra mujeres (o gente, en general) interesadas en el mismo campo que tú. De esta forma, encuentra grave el hecho de que haya gente que asiste a los simposios y congresos para exponer y no para escuchar a otra gente. En mi opinión, parece que esta dinámica se está vaciando de sentido.
De cualquier manera, los estudios con enfoque feminista siguen en marcha. Así, además de las mujeres que mencionó al inicio de esta conferencia habló de otros trabajos, como el de Hyde que está interesada en las similitudes sexuales. Otra rama de investigaciones se encarga de estudiar el cuerpo, por ejemplo, la feminización y sexualización de las niñas. Otros trabajos estudian la violencia contra la mujeres, aunque según Rhoda Unger, muchos de ellos no toman en cuenta la discusión del relativismo cultural (léase el caso de las mujeres árabes). Por su parte, Eagly et al. centran su investigación en el liderazgo femenino. Desde la psicología se mira más el género como una diferencia y no como una performance o un asunto de poder.
Hay, además, una vertiente interesada por la masculinidad, aunque -según Rhoda Unger- es un trabajo de índole intrapsíquico y no se hace un análisis de la estructura social. En general, ella considera que los estudios psicologicistas se centran más en el liderazgo que en el poder; o no miran el sistema que mantiene las desigualdades interconectadas. Hace falta, además, tomar en cuenta el papel que juega la clase social (Lott y Bullock son excepciones) y prestar atención a asuntos globales, no sólo a lo que pasa dentro de Estados Unidos.
También hizo algunas observaciones, que caben dentro su interés por la actividad política de personas investigadoras, por ejemplo: sobre el papel que tiene nuestra disciplina en la tortura y la guerra. Ella está participando en un movimiento dentro de la APA, para que esta asociación deje de colaborar en trabajos de este tipo. Comentó que asistirá una mini-convención, una demostración político-académica en contra de la posición que ha tomado la asociación cuando otras asociaciones se declaran en contra de este tipo de trabajo científico. Con esto podemos ver que se sirve de su participación en la APA para propiciar un cambio y con ello demuestra que la participación en organizaciones de esta índole no es del todo desdeñable y puede ser estratégica para personas que buscan la trasformación de nuestra sociedad.
Al final de esta sesión mencionó lo importante que sería conocer las redes existentes de feministas en la psicología. En particular, dijo que sabe de redes que se extienden a varias generaciones anteriores y como ejemplo están: las estudiantes de Abigail Stewart: Lauren Duncan y su trabajo en psicología política; Elizabeth Cole y su trabajo sobre identidades múltiples; Elisa Zucker y su trabajo sobre identidad feminista. Como estudiante de Alice Eagly está Amanda Dyckam que trabaja sobre el sufragio y las diferencias entre las generaciones. Y como estudiantes de Linda Sitca: Elizabeth Muller y su trabajo sobre actitudes sobre la moralidad; y Aronette Whyte y su trabajo cualitativo sobre mujeres soldados en África. Rodha Unger insistió en la importancia de mencionarlas ya que al hablar con ellas, a veces se ha visto en la necesidad de animarlas cuando no se consideran preparadas para tomar puestos en los que se puede determinar el futuro de la disciplina.
En esta última sesión los cuestionamientos se relacionaron más con la apuesta de la psicología feminista, por una parte, y con la epistemología, por otra. Uno de los puntos de partida fue la pregunta misma y el cómo la generamos, ¿por qué respondemos unas preguntas y no otras? Como las respuestas dependen de las preguntas -decía Rhoda Unger- hemos de trabajar más en ellas. ¿Qué es lo que hace falta en nuestro discurso? y ¿qué es lo que no estamos buscando? (clase social, militarismo, raza y etnicidad, religión y religiosidad, cultura, etc.). Hemos de buscar los significados de los que hacemos, así como la cuestión de la diferencia: ¿cuándo es ésta importante?, ¿podemos usarla para apoyar argumentos críticos?
La gente, decía, necesita deconstruir el significado de sus acciones cotidianas (psíquico-generizadas, por ejemplo). ¿Por qué una elección y no otra? El matrimonio, pongamos por caso, es una institución heterosexista, pero también patriótica, con sus aspectos ideológicos y prácticos, que provee de ciertos derechos ciudadanos.
En fin, la cuestión es pensar cómo nuestra epistemología determina las preguntas que formulamos y la manera en que tratamos de responderlas (ver: Michelle Fine, 2006). Esto también implica cierta persuasión a través de nuestras conclusiones. Otra pregunta es si el laboratorio sigue siendo útil, lo cual depende del tipo de preguntas que nos planteemos. Aquí, tal parece que la contradicción la trae consigo el control y las reglas, una crítica que hace la posmodernidad a la ciencia moderna. Pero incluso la metodología de este tipo sigue reglas muy estrictas (por ejemplo: análisis del discurso).
En general, Rhoda Unger considera que el discurso posmoderno tiene problemas para acercarse al mundo real. La realidad está hecha de palabras, pero no sólo de eso. Y a veces no es posible ir más allá del discurso posmoderno, cuando seguimos estos métodos.
Ahora bien, volviendo a la pregunta, dice Rhoda Unger que no está en tus manos escribir un artículo importante y útil. Eso no depende de ti. En cambio, sí es importante que estés emocionada con la pregunta, que sea significativa para ti y que te apasione. Es importante preguntarnos por qué hacemos la investigación, pero no en términos de su posible impacto, que -insistía- no depende de nosotros/as.
Y otro aspecto a destacar en esta toma de decisiones que requiere cualquier investigación es el de la citas. ¿Por qué escogemos unas y descartamos otras? Según ella -y estoy totalmente de acuerdo-, es una cuestión política. La academia nos impulsa a citar figuras importantes para ganar prestigio. Una epistemología feminista o, simplemente alterna, fomentaría la cita de compañeros/as. Se trataría de una suerte de promoción colectiva y de reconocimiento del trabajo de la gente cercana.
Otro elemento interesante es de dónde proviene la pregunta. Y aquí una diferencia importante entre la psicología positivista y la feminista es la reflexividad, es decir que quien investiga se sitúe dentro y no se convierta en esa voz de narrador omnisciente y no implicado directamente11.
Hacia el final, Rhoda Unger nos compartió sus indagaciones sobre el futuro de la psicología feministas que hizo entre algunas de sus colegas. Así, Michelle Fine está preocupada por el uso de la metodología cualitativa cuando no tiene justificación posible. A Bernice Lott le preocupa el uso de metodologías cualitativas en relación con el problema de la justicia y el hecho de repensar el género, la clase, la etnicidad, etc. Asimismo, Abigail Stewart cree importante pensar en esto de la interseccionalidad y el cómo estudiarlo desde la psicología social, acaso con investigaciones empíricas. También cree importante estar más conscientes de la manera en que el poder nos atraviesa a nosotras mismas y cómo actuamos (p. e. nuestros prejuicios), así como fijar criterios para la investigación cualitativa (lo que no sólo es importante para la psicología feminista, sino para la psicología social, en general). Para Alexandra Rutherford también es importante reflexionar sobre la metodología alterna, así como la multiplicidad y la mezcla de los métodos. Considera que, debido a les resabios del positivismo, la psicología ha quedado aislada de las otras ciencias sociales. En cuanto al feminismo, opina que para mucha gente ya ha sucumbido, por lo que cree que debemos recuperarlo como una cuestión importante para pensar al interior de nuestra disciplina. No sabemos -dice- si nuestra disciplina se volvió importante porque los hombres entraron, o ellos entraron porque les pareció interesante.
Para cerrar el curso y esta sesión, Rhoda Unger sólo insistió en la importancia, para una psicología social feminista, de analizar el sistema y la estructura.
Para finalizar, sólo me gustaría agregar que presenciar este seminario ha sido una experiencia muy enriquecedora en muchos sentidos. Por una parte, fue muy interesante el poder escuchar la experiencia de un de las pioneras del feminismo académico en los Estados Unidos. Por otra parte, el énfasis que ella hacia en la historia de la ciencia, y de nuestra disciplina en particular, no me hizo más que pensar en cómo se ha desarrollado ésta en otras latitudes, así como la importancia de averiguar esto para recoger, guardar y, en su momento, legar a otras la herencia femenina y feminista en nuestro campo.
Me convencí también de lo importante que es pensar lo político desde adentro y desde afuera de la ciencia. Y junto con ello, la acción colectiva. Sus experiencias inspiraban.
Ahora bien, no soy partidaria de las investigaciones empíricas, pero recoger todos los datos que ella nos proporcionó creo que puede servir para preparar el legado feminista. Y no sólo esto, la manera en que ella citaba a sus colegas era bastante ilustrativo de lo que pregonaba.
Finalmente, sólo me gustaría decir que Rhoda Unger es una persona sumamente solidaria y accesible, alguien que te impulsa y transmite las ganas de trabajar, crear redes para pensar en común y seguir en este camino. Espero que este texto haya conseguido captar su ejemplo.
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