Lindón,
Alicia; Aguilar, Miguel Ángel y Hiernaux, Daniel (2006) |
Mª Carmen Peñaranda Cólera
Universitat Autònoma de Barcelona
El proyecto “Lugares e Imaginarios en la Metrópolis” tiene su origen en el Coloquio Internacional “Imaginarios, Lugares y Metrópolis” celebrado en octubre de 2004 en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa en la ciudad de México. Este coloquio internacional se convirtió en un punto de encuentro para el análisis y discusión sobre cómo pensar la ciudad desde las Ciencias Sociales, más allá de su comprensión en términos materiales y socioeconómicos. Fruto de las reflexiones sugeridas en este coloquio, condimentadas posteriormente por un arduo trabajo por parte de algunos de sus participantes, emerge el presente trabajo, donde se pone en diálogo, tal y como su título nos anuncia, los lugares urbanos y los imaginarios sociales que circulan en torno a los mismos.
La tradición urbana que se centra en el carácter socioeconómico y material de las ciudades ha dejado, tal y como apuntan Alicia Lindón, Daniel Hiernaux y Miguel Ángel Aguilar, de ofrecernos herramientas conceptuales para comprender lo que acontece en las metrópolis actuales en toda su complejidad. Es por ello que, a lo largo de los diferentes textos, se toman prestadas discusiones, herramientas conceptuales así como nuevos planteamientos de diferentes disciplinas como la geografía humana, la antropología social, la sociología y la psicología social con la intención de hacerse nuevas preguntas y ensayar otras respuestas que nos permitan aprehender esta complejidad que caracteriza a las metrópolis postmodernas, al tiempo que incorporar nuevos esquemas de interpretación de la mano de las tendencia globalizantes actuales. En este sentido, se incorporan en las diferentes reflexiones sobre la ciudad y sus espacios dos tendencias: por un lado, un giro cultural que recoge el interés por la subjetividad, los imaginarios y los significados; por otro lado, un giro geográfico o espacialista, donde se redescubre el concepto de espacio, de territorio, de lugar. Y es a caballo entre estas dos tendencias, donde podemos ubicar las diferentes producciones que configuran el presente texto. De estas tendencias, tomamos como punto de partida dos entradas analíticas, que transitan por los diferentes artículos y de las que se desprenden el resto de dimensiones. Estas son la espacialidad y los imaginarios urbanos.
La espacialidad, lejos de ser considerada únicamente como un “receptáculo” donde acontecen los fenómenos sociales, es problematizada y entendida como una dimensión compleja de la vida social y urbana, en términos de espacio vivido-concebido. Este espacio vivido-concebido no es otra cosa que un espacio con sentidos y significados, sentidos y significados no intrínsecos, sino otorgados por los sujetos que los habitan y los vivencian. Y es en este sentido que conceptos como los imaginarios urbanos, la experiencia, la subjetividad y la relevancia del lenguaje en la propia constitución de los sentidos y significados (y, por ende, de los espacios) se articulan como elementos a tener en cuenta en el análisis de los espacios urbanos actuales.
En cuanto a los imaginarios, como ya apuntó Castoriadis, no son “la imagen de” sino “la creación incesante y esencialmente indeterminada de formas e imágenes a partir de las cuales solamente puede referirse a algo” (Lindón, Hiernaux y Aguilar, 2006: 14). Por lo tanto, lejos de representar cuestiones “reales”, los imaginarios nos remiten a creaciones simbólicas y significaciones que son independientes de los significantes a los que se refieren. Es por ello, que en los diferentes capítulos se pretende evidenciar las prácticas socio-espaciales que conforman los lugares al tiempo que se recuperan las retóricas y narrativas que se generan sobre las mismas, de modo que se puedan establecer puentes de conexión entre lo simbólico de los lugares y la construcción de imaginarios urbanos que se realiza en torno a los mismos. Ambas dimensiones analíticas, la espacialidad y los imaginarios, serán aplicadas, o como sus propios autores apuntan, tomarán cuerpo en las grandes ciudades actuales, es decir, en las metrópolis.
Los diferentes ensayos y reportes de investigación que conforman el presente libro toman cuenta, por tanto, de la espacialidad y los imaginarios urbanos, y se ubican en distintos planos analíticos, esto es, nos ofrecen reflexiones que van desde lo epistemológico y teórico, pasando por lo metodológico y presentando, en la mayoría de los casos, datos empíricos. Tres son las temáticas que, teniendo la espacialidad y los imaginarios urbanos como hilo conductor, se articulan en el presente trabajo: en primer lugar, la construcción social de la centralidad o la relevancia de los centros en la construcción de los imaginarios sociales de nuestras ciudades; en segundo lugar, los imaginarios del miedo y del riesgo que circulan en torno a determinados espacios urbanos; y, en tercer lugar, la apropiación – pertenencia – identificación “de” y “con” ciertos espacios públicos.
El primer grupo de trabajos se aproxima al tema de la centralidad urbana y la relevancia del centro en/de las ciudades desde ópticas diversas. Paradójicamente, esta relevancia de los centros históricos que aparece en estos textos podría ser contradictoria respecto al proceso de descentralización que afecta en la actualidad a las mismas. Efectivamente, en la actualidad, la centralidad de las ciudades se ha visto afectada por la reconfiguración de las mismas en términos de redes. Redes que interconectan personas e informaciones, y que posibilitan movimientos constantes. Redes que han originado un proceso de descentramiento, esto es, de pérdida del centro de la ciudad. De todos modos, esta pérdida de la centralidad no implica que los centros dejen de existir, sino que éstos se multiplican conformando una estructura policéntrica, donde todos los espacios, al inserirse en un circuito conectado de redes, quedan a un mismo nivel. Y es aquí donde concluye la contradicción, ya que justamente estos textos ponen en evidencia que, efectivamente, todos los centros queden a un mismo nivel, a partir del sentido y de la relevancia que los centros tradicionales tienen para los habitantes de las ciudades, sentido y relevancia que hace que la mirada siempre se torne hacia estos centros a la hora de hablar de sus ciudades.
En esta línea, Daniel Hiernaux nos presenta la pugna entre los dos imaginarios que nos permiten entender los centros históricos actuales: los imaginarios patrimonialistas y los imaginarios postmodernos. Mientras que los primeros nos remiten a los elementos materiales o culturales del pasado en nuestro tiempo y espacio actual, los segundos parten de la deconstrucción de la concepción moderna del tiempo y del espacio y de cómo la tecnología sugiere nuevas funciones para estos espacios a partir de necesidades concretas en momentos determinados. Mientras que los primeros defienden que el pasado permite la comprensión del presente y fomenta a preservación del sentido previo del centro así como del capital cultural colectivo, los segundos posibilitan la reconstrucción de los centros históricos en lugares aprovechables, donde el turismo y la recreación se erigen como las actividades por excelencia, y donde construir otros imaginarios de vida urbana, por ejemplo, en términos de consumo. El conflicto está servido y, como apunta el autor, dicho conflicto no sólo afecta a los centros históricos de las ciudades, “sino también al sentido mismo de la vida urbana y a su gestión desde lo político” (Hiernaux, 2006: 40).
En segundo lugar, Armando Silva nos presenta un recorrido por los imaginarios dominantes de algunas capitales latinoamericanas, desde lo que él denomina urbanismo ciudadano, que no es otra cosa que las formas que tienen los ciudadanos de hacer mundo urbano, compartido, imaginado y actuado. Silva recupera espacios y lugares emblemáticos de Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Quito, Caracas, La Paz y Bogotá, espacios que nos remiten a los centros de dichas ciudades, centros que se erigen como referentes significativos para sus habitantes. Lo común en todos estos recorridos es la presencia del centro urbano en el imaginario de los habitantes, como lugar donde se cristalizan las imágenes de toda la ciudad y que permite dar sentido al resto de la vida urbana y de la ciudad.
Para terminar este bloque, Anna Ortiz reflexiona en torno a la transformación física, social y simbólica de dos barrios de Barcelona a partir de los sentidos de pertenencia y de la apropiación de espacios públicos por parte de sus residentes. La comparación entre ambos espacios – la Via Júlia y la Rambla del Raval – a partir de los usos, apropiaciones y sentidos de pertenencia que elaboran sus residentes, nos muestran que, aunque ambos espacios se erigen, a partir de su transformación urbanística, como espacios de encuentro, interacción y comunicación, no son percibidos del mismo modo por sus vecinos en relación a la pertenencia. Según Ortiz, el proyecto de remodelación urbanística que afectó a la Rambla del Raval no contó con un movimiento vecinal cohesionado que garantizara una participación ciudadana conjunta. Si a este hecho le sumamos la transformación estética, social, económica y urbanística que ha sufrido el barrio, podremos entender cómo los vecinos del Raval tienen un sentido de lugar y pertenencia más debilitado que los vecinos del barrio de la Prosperitat, donde sí aluden a un fuerte arraigo al barrio. Sumamente interesante es la recuperación por parte de la autora sobre cómo construimos los sentidos de lugar y de pertenencia a partir de las diferentes y múltiples experiencias y prácticas individuales y cotidianas, así como a partir de la relación con todo aquello que configura una identidad de barrio (Ortiz, 2006).
El segundo bloque del libro, recoge tres trabajos que tienen como común denominador los imaginarios vinculados al miedo y al riesgo que emergen de ciertos espacios de nuestras ciudades. Comienza este bloque con un trabajo de Alicia Lindón que pone en cuestionamiento la existencia del imaginario dominante del “suburbio como paraíso”, imaginario que vincula la periferia de las ciudades con la libertad, lo natural, lo extenso y abierto y que tiene que ver con ese otro imaginario americano de progreso y movilidad social ascendente. Tomando la periferia de la ciudad de México como ejemplo, Alicia Lindón se centra en otras formas de ocupación de la periferia de las grandes ciudades, estrategias de ocupación que ponen en evidencia la apertura espacial que postulaba el imaginario de la periferia como paraíso, reeditándolo en términos de espacialidad del riesgo, del miedo, de la inseguridad, de la violencia. Estas otras de habitar las periferias se consideran topofóbicas, esto es, prácticas dominadas por el desagrado hacia el lugar de vida. Un ejemplo de estas formas de habitar topofóbicas, y que ponen en tela de juicio la propia noción de espacio público, serían las calles y su resignificación en términos de lugares de paso y de tránsito vehicular, y no como lugares en los que permanecer.
Pero las formas de habitar topofóbicas no sólo afectan a los espacios. En este sentido, es interesante ver cómo de forma paralela a la construcción social de un espacio del miedo, también se construyen sujetos en los que cristalizar estos temores. Asistimos, por tanto, a un proceso de creación de figuras y lugares amenazantes que fragmentan la experiencia de la ciudad al someterla al principio de la amenaza y de lo incierto (Lindón, Hiernaux y Aguilar, 2006). Los dos siguientes textos recogen esta idea, al tiempo que evidencian que el deterioro del espacio público corre parejo a la brutal precarización de las condiciones de vida de los habitantes de ciertos espacios periféricos.
En este sentido, Rosa María Guerrero reflexiona en torno a cómo interviene la noción nosotros – ellos en la configuración de un espacio público como seguro o inseguro, a partir de la construcción del Otro como amenaza en Santiago de Chile. Para ello, nos remite a la segregación urbana y a la percepción de desigualdades como marcos de sentido sobre los que los habitantes elaboran significados de inseguridad en ciertos espacios públicos así como de las personas que los frecuentan. Será la propia comunidad la que se erija como referente, y no sólo en la construcción de identidades grupales y comunitarias, sino también en la representación de seguridades y certidumbres a partir de la asignación de cercanías con los vecinos del propio barrio y distancias con los que quedan “afuera” del mismo.
De la mano de Roxana Martel y Sonia Baires, nos desplazamos hasta la ciudad de San Salvador. Partiendo de la idea de pérdida de ciertos usos y de la sociabilidad de los espacios públicos como consecuencia de la violencia y de la inseguridad que tiene lugar en dicha ciudad, las autoras retoman las categorías conceptuales de “geografía de la inseguridad” y los “imaginarios del miedo” para reflexionar sobre su participación en las propias prácticas sociales. Las geografías de la inseguridad evidencian los límites y bordes que marcan los espacios por los que se pueden mover o no. Es en este sentido que se habla de lugares (fronteras de la comunidad, los nodos y bordes, etc.) y sujetos (jóvenes pertenecientes a pandillas, indigentes, vendedores ambulantes, delincuentes, etc.) “marcados”, con marcas que contribuyen a la creación de imaginarios sobre estos espacios públicos y sobre los sujetos que los frecuentan, en términos de violencia-violentos e inseguridad-peligrosidad.
El tercer y último bloque de trabajos engloba una producción más heterogénea, tanto por las dimensiones abordadas como por los espacios urbanos sobre los que se fija la mirada. Esta última parte tiene como hilo conductor la apropiación y pertenencia “de” y “a” determinados lugares y espacios públicos, y donde se pretende una recuperación de la dimensión simbólica de los lugares de la metrópolis.
Miguel Ángel Aguilar reflexiona sobre la pertinencia de incorporar en nuestros análisis sobre la experiencia en la ciudad la propia experiencia estética cotidiana, recuperando la idea de pensar la ciudad y lo urbano a partir de “las formas significativas que emergen en la vida de la ciudad, las formas que para acceder a ellas requieren, y son producto, de una sensibilidad particular generada en el contacto y tránsito en los espacios urbanos” (Aguilar, 2006: 137). Estética cotidiana que busca la recuperación de formas expresivas de las que los ciudadanos son partícipes en su sentido más colectivo, y que nos remiten a sensibilidades y formas de sentir comunes, no preexistentes al individuo o a la colectividad, sino que están sometidas a creaciones y recreaciones recurrentes, a lo propio y a lo compartido de las sensibilidades urbanas así cómo al marco global-local. Para ello, Aguilar nos remite a diferentes imágenes y discursos sobre espacios de la Ciudad de México en términos de estéticas urbanas, poniendo en evidencia que los usos de los espacios no tienen tanto que ver con gustos personales, sino con prácticas y representaciones sociales que determinados grupos elaboran sobre lo urbano y sobre los espacios que lo configuran.
Abilio Vergara escoge el parque como espacio en el que “des-cubrir las implicaciones emosignificativas entre cuerpo, espacio público y urbanidad” (Vergara, 2006: 149), a partir de los imaginarios que lo vinculan con la urbanización, el relajamiento, la naturaleza y el placer. Las nociones de tiempo, cuerpo y relaciones interpersonales cambian en este contexto lúdico y de esparcimiento, ya que suponen una ruptura con las prácticas cotidianas, vinculándose a experiencias de placer y diversión, y no tanto de miedo o temor. Esta ruptura con las prácticas cotidianas implica, a su vez, la aparición de códigos de comunicación y socialidad diferentes a los que acontecen fuera del parque, convirtiéndolo en un lugar privilegiado desde el que observar la alteridad, desde donde construir la convivencia y desde donde pensar la ciudad de otro modo. Como apunta Vergara, el parque se erige como un espacio privilegiado de estar y hacer ciudad.
Liliana López, Eloy Méndez e Isabel Rodríguez elaboran una interesante reflexión sobre cómo los fraccionamientos urbanos responden a una lógica de cierre y fortificación, de espacio hiperreal - en el sentido de “generación de modelos de la realidad que no se originan en la realidad misma pero que son vividos como tales” (López, Méndez y Rodríguez, 2006: 162) -, y que al mismo tiempo incurren en simulaciones: simulaciones como la sensación de comunidad, la búsqueda de seguridad y armonía, el presunto orden en una ciudad desintegrada, etc. Es en este sentido, que los autores afirman que la construcción de fraccionamientos urbanos responde más bien a un mercado inmobiliario sujetado a las reglas de consumo y que pone a la venta espacios fantasiosos, como si de castillos o fortalezas con sus príncipes y princesas se tratara, evidenciando el declive del espacio público urbano al tiempo que contribuye a la desintegración de la ciudad y a la pérdida de un sentido más comunitario de la vida urbana.
Camilo Contreras recupera la polémica suscitada a partir de la construcción del Puente Atirantado en la ciudad de Monterrey, icono del progreso empresarial en México, para reflexionar sobre la materialización de las relaciones de poder y sus efectos en el paisaje urbano. La polémica recoge las diferentes representaciones sociales de un mismo elemento del paisaje por parte de los diferentes actores participantes en dicha polémica: mientras que unos lo conciben como una muestra de progreso (la administración gubernamental), para otros es una señal de lucimiento de esta misma administración (la oposición y los sectores subalternos). De esta lucha simbólica, es especialmente interesante ver las diferentes expresiones de resistencia que emergieron de los sectores subalternos, expresiones de resistencia que tomarían la forma de rebotes de poder – en términos de Foucault – o de tácticas – en términos de De Certeau. Estas expresiones de resistencia responden a una no identificación con la grandiosidad que el puente representa y remiten a representaciones que construyen una imagen desfavorable del puente en el paisaje urbano (no funcionalidad, existencia de necesidades más importantes para la ciudad, decisión impuesta, idea de grandeza por parte del gobierno, etc.).
Para terminar este apartado y, también el propio libro, encontramos dos trabajos en los que se habla de imaginarios urbanos a partir de la incorporación de una nueva dimensión de análisis. Me estoy refiriendo a la dimensión tecnológica y de los medios de comunicación, y a cómo su apropiación contribuye a la emergencia de imaginarios, en espacios que no sólo nos remiten a los espacios físicos, sino que también ponen en juego espacios virtuales, espacios cercanos y espacios transnacionales.
En primer lugar, Marlene Choque se centra en cómo el espacio es de vital importancia en los procesos de identificación y construcción de identidades colectivas. Para ello, se fija en los participantes del programa de radio La Calle – radio situada en la ciudad de La Paz – y en cómo estos programas de radio participativos contribuyen a la construcción de imaginarios y de identidades colectivas en sectores populares. En este sentido, será el uso de un “nosotros” comunitario exclusivo – centrado en la vecindad – o ampliado – centrado en el espacio compartido de las Laderas – la forma más habitual de presentarse e intervenir en dicho programa de radio, poniendo en evidencia la fuerte identificación que existe con las personas que habitan en un mismo espacio (en este caso, las Laderas), es decir, con las que se comparte una determinada categoría social.
En segundo lugar, Rosalía Winocur se centra en una comunidad semirural cercana a la ciudad de México – San Lorenzo Chimalpa – para reflexionar sobre cómo se han construido imaginarios a partir de la introducción del ordenador y por tanto, del acceso a Internet, en las casas de la comunidad. De estos imaginarios, que reproducen las mismas preocupaciones planetarias sobre las posibilidades y riesgos de las tecnologías (y que tiene que ver con los discursos tecnofílicos y tecnofóbicos), destaca aquel que vincula la disposición de una computadora con las aspiraciones y expectativas de movilidad social depositadas en la educación por parte de las clases populares, comportando su no-disposición un riesgo de exclusión social. De forma paralela a la casa, existen otros espacios públicos en los que es posible el acceso a computadoras e Internet. Del mismo modo que ocurre con otros espacios públicos de acceso a las tecnologías en nuestras ciudades (y sirva como ejemplo los locutorios en España), estos espacios no son sólo lugares “de acceso a”, sino que también se erigen como lugares de encuentro y de relación para los vecinos de la comunidad.
Tal y como planteábamos al comienzo, uno de los objetivos del presente texto era ofrecernos elementos reflexivos y conceptuales que nos permitieran elaborar nuevas preguntas y respuestas diferentes sobre lo que acontece en nuestras ciudades. Los tránsitos por diferentes ciudades, los recorridos por estos espacios y lugares diversos, y la construcción de imaginarios y significaciones particulares sobre estos mismos espacios y lugares, evidencia, como apunta Daniel Hiernaux que no hay una única lectura o mirada que emerja y se modele a partir de los imaginarios urbanos, sino que existe “una pluralidad de sentidos que se transmiten también en la extraordinaria complejidad de las manifestaciones de estos imaginarios en la vida cotidiana” (Hiernaux, 2006: 30). Y esta es quizás una de las grandes riquezas de este compendio de textos, la presentación de diferentes miradas y lecturas de los espacios urbanos, de sus sentidos y significaciones, de sus imaginarios y representaciones, de sus pertenencias y usos, a partir de dar voz (algo que ya es característico en la trayectoria de los autores) a los propios habitantes de la metrópolis.