Athenea Digital - num. 1 primavera 2002-
Aproximación
a una teoría de la afectividad
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Adriana
Gil Juárez |
Aunque desde el punto de vista mainstream las emociones son la constancia
y prueba irrefutable de que los individuos existen, y que son esgrimidas como
la prueba empírica viviente de que los individuos son y deben ser nuestras
unidades de análisis, lo que tenemos entre manos no son trozos de individuo
en carne viva cuando hablamos de emociones, sino la sociedad entera puesta en
escena en formato persona y a medida del contexto. Lo que pasa es que el juego
de las emociones tiene más consecuencias personales y sociales que ningún
otro, de ahí que la terapia clínica vaya dirigida casi exclusivamente
a resolver cuestiones afectivas. Una descalificación emocional le descalifica
a uno como persona y se acabó lo que se daba. Esta necesaria socialidad de las emociones nos ayuda a entender que no es una
simple casualidad el sospechoso hecho de que las emociones adecuadas se correspondan
a los valores dominantes de la sociedad. Comprenderlo nos sirve para entender
que la felicidad no tiene que ser el éxito y la independencia a toda
costa; ni la tristeza, la humillación o el fracaso deben estar relacionados
con la dependencia y la vida en colectivo. También lo social se asoma cuando toca emocionarse. Un acto al fin y
al cabo de memoria, negociación con los otros y reflexión que
nos permite decidir si se trata de la emoción adecuada o de una adecuada
situación para sentirse emocionado. De esta manera, alrededor de una
muestra de emoción se consigue desplegar una intensa actividad social
destinada a orientarla hacia lo más conveniente: reprimirla o fomentarla,
pero siempre para mantener o cambiar una determinada relación social,
sin olvidar que además, en nuestra sociedad, la emoción representa
lo que el individuo ES, con mayúsculas. Lo emocional no viene dado sino que se construye y, por ello, por ejemplo,
se puede construir a determinados sujetos como más emocionales para poder
garantizar de esta forma que nunca podrán formar parte de los individuos
de pleno derecho, haciendo de esta manera que haya sujetos como mujeres, niños
y tercer mundo presa fácil de las emociones “malas” y por
lo tanto excluidos de la racionalidad divina y de la democracia de los individuos.
Pero el hecho de que, entre otras cosas, lo emocional funcione como dispositivo
de control social, puesto que reproduce la estructura social, también
posibilita la transformación social. Las emociones son, en nuestra sociedad,
los indicadores de la agencia, por ello la gente se apropia de las normas culturales,
pero no de manera pasiva, reflexiona con el fin de resolver las contradicciones
y producir inteligibilidad a medida que construye sus identidades. Los individuos
reproducimos la estructura social porque tenemos libertad de acción y
de emoción, pero podríamos dedicarnos a otra cosa. Y subrayo este
podríamos, porque podríamos hacerlo siempre y cuando dejáramos
de pensar que la emoción es algo estático, tan duro y firme que
las sentimos como si nos golpearan con una piedra en el estómago. Las emociones se hablan o se silencian, claro, pero lo más remarcable
es que existe un discurso sobre lo inefable en el caso de la afectividad; es
extraño que, para conseguir no hablar de algo tan cotidiano y tan presente,
debamos desplegar una intensa actividad discursiva. El éxito de la literatura,
el cine o los chismes se debe en gran medida a que las emociones se construyen
precisamente en las narraciones, no preceden a las narraciones ni las suceden,
pasan en el momento mismo de la conversación aunque ésta discurra
en silencio, porque el significado de dicho silencio ya lo hemos acordado lingüísticamente.
Pero recuérdese que en tanto que prácticas discursivas acordes
a unas determinadas relaciones de poder, las emociones también pueden
ser totalmente contradictorias, y ello permite explicar muy bien el por que
yo no soy racista pero… Estas tres afirmaciones giran alrededor de dos ejes, los mismos que aparecen
a lo largo de toda la tesis y que al especificarse dan lugar a estas tres afirmaciones
que he mencionado. Uno es que las emociones son un dispositivo de control social
y por lo tanto son un proceso de reproducción de la sociedad tal y como
es conveniente hoy en día. La emoción es también poder,
hace y deshace personas y calla su receta difundiendo que es una receta secreta
y antigua porque la hizo la naturaleza y que para aprovechar sus bondades debe
yacer en nobles recipientes llamados individuos, o llamados locos cuando los
recipientes se vacían o la mezcla falla. Aquí es donde viene a
cuento el cuerpo. Dado que en nuestra sociedad la configuración de las
emociones las vincula al cuerpo, parece que el cuerpo deba ser el nuevo terreno
de estudio, como gustan decir nuestros colegas del embodiment, pero yo prefiero
decir que es por ello que el cuerpo es absolutamente secundario. La afectividad
tiene efectos corporales y depende del cuerpo para expresarse y en ello no se
diferencia del discurso, pero ese “algo más” que tiene aparte
del lenguaje es pura y simplemente su característica de acción.
Es su posibilidad de generar efectos inmediatos, de establecer a través
de determinadas prácticas afectivas relaciones de poder, pero si son
más poderosas que el lenguaje es simplemente porque nos hemos olvidado
de su origen social y las hemos enterrado allá donde parece que nos gobiernan
sin que nos demos cuenta y donde parece que reflejan la verdad del individuo,
el cuerpo. Y sin duda, una de las maneras que ha resultado más eficaz
para mantener y reproducir cuerpos con emociones individuales es el consumo.
El segundo eje es el consumo. El consumo requiere emoción, requiere ser
un acto de placer en sí mismo para que la economía no sea tan
aburrida y no tenga que recurrir a los brutales métodos de la industrialización.
Establecer las relaciones en términos de consumo deja muy claro que si
queremos ver alguna relación entre nuestro interior y nuestro exterior
hay que pagar por ello. Es la vía más fácil y amena de
apropiación del mundo, incluso del propio cuerpo y de las propias emociones.
Qué experiencia más individual que comprar lo que uno quiera,
qué libertad de decisión el escoger de entre toda la oferta del
mercado, pero sobre todo y más importante, qué continuada y contundente
confirmación de que existo como individuo individual. El consumo de emociones
y las emociones como consumo dan cuenta del proceso de creación y mantenimiento
de nuestra sociedad actual. Estas afirmaciones y estos ejes, unos más trabajados que otros, me
sugieren un punto de vista que he llamado con mayor o menor fortuna psicosociología
emocional, a la que por el momento le he encontrado dos quehaceres, el primero
la ética y el segundo los intersticios. La primera porque en un espacio
donde lo que predomina es el control y el consumo, los valores se encuentran
en las emociones. Dentro de un proyecto ético ligado al construccionismo
social, el objetivo de una teorización sobre las emociones es conseguir
que la afectividad no sea reducida a estados abstractos y absolutos trascendentes
a los individuos. Las emociones dictan el bien y el mal al uso, marcan la agencia,
son los moldes del deseo, son la subjetividad de nuestros individuos. De ahí
la importancia de recuperarlas para el análisis psicosocial. Perderlas
es perder la base ética más fuerte que nuestra disciplina podía
soñar con tener. Los segundos, porque dada la firme creencia en la incontrolabilidad de las
emociones, los individuos se ven impelidos a desplegar toda una serie de mecanismos
de control, vigilancia, gestión y adecuación para sentir correctamente
en todo momento. De ahí que la psicología social tenga un espacio
de estudio en las grietas de la normalidad, estar allí cuando las expectativas
no se cumplen y dar cuenta de estos “fallos” en el sistema. La emoción
no deseada es el espacio ideal para construir una resistencia, supone la rotura
del orden aparente, permite un margen de creatividad para subvertir subjetividades. Para resumir, la propuesta para la psicología social es que asuma las
emociones como parte ineludible de su trabajo de investigación de los
procesos de creación, mantenimiento y cambio de la realidad y que explore
las posibilidades de las emociones sobre todo como proceso de cambio social.
Consecuentemente tendría que trabajar sobre los efectos que puede producir
su quehacer, sobre todo cuando el efecto pueda ser la creación de nuevas
emociones ya que como disciplina estudia y, por tanto, construye unos sujetos
o personas determinados. Como primera herramienta hay que deconstruirlas como un dispositivo de control
social y construirlas como posibilitadoras de cambio social como ya he dicho. Como segunda herramienta se requiere el análisis del discurso, aunque
puede que no exactamente tal y como lo conocemos, pero en todo caso que no pierda
el análisis de la conversación para hacer explícito que
es allí donde se construyen, donde se da significado a las situaciones
y se las comienza a “sentir” como emociones, siempre de acuerdo
con las exigencias del momento. Serviría para evidenciar una y otra vez
que aquello que se siente como íntimo y privado es reconocible, equivalente
y tremendamente frecuente en todos y cada uno de nosotros, pero no por universal
sino por negociado. Por eso la metodología clásica de estudio de las emociones, la
taxonomía, pierde sentido, puesto que el objetivo no es ya distinguir
entre las buenas y las malas para controlar las segundas. Hacer inventario de
lo afectivo sólo tendría sentido si se hiciera como un sano ejercicio
para explicitar todas las prácticas discursivas y emocionales que lo
mantienen, reproducen y que pueden por lo tanto cambiarlo. Numerar, clasificar
y descubrir debe tener el objetivo de poner de manifiesto las prácticas
sociales que se mantienen y los efectos políticos que generan todas y
cada una de las producciones afectivas conocidas y por conocer. Una cosa es
describir todas las palabras que describen o conforman las emociones, pero no
es el único trabajo por hacer. Un análisis del discurso emocional, o un análisis de las emociones
discursivas podría empezar entendiendo, o mejor sintiendo, que la emoción
tiene un sujeto igual que lo tiene el discurso. En tanto que las emociones se
usan y adquieren sentido por sus relaciones entre ellas, tienen un sujeto posicionado
emocionalmente, con un lugar de pleno derecho en el entramado emocional. El
sujeto que es producto de las palabras lo es también de las emociones.
Pero también reclamo una pragmática de las emociones, puesto que
la emoción se enuncia, ya que de hecho es una enunciación; deberíamos
teorizar por qué las emociones sirven para hacer cosas, qué cosas
se pueden hacer con ellas, qué realidades construyen, que tipo de sujetos
crean o necesitan y cómo son las relaciones que se establecen entre ellas.
Cuando me hicieron descubrir el interaccionismo simbólico, y luego el construccionismo,
quedaba claro que lo importante era la interacción, no los individuos sino
lo que hay entre ellos, las relaciones, la intersubjetividad, el lenguaje en suma.
El problema de la explicación por el lenguaje es que tal y como había
sido explicada, incluso bien explicada como en el caso del construccionismo, daba
cabida al sentimiento y, nunca mejor dicho, de que aquello que finalmente significaba
y ponía las cosas en su sitio y justa medida era “algo más”,
algo casi mágico que lo encajaba todo pero de lo que no se podía
dar cuenta a menos que se quisiera correr el riesgo de perder la magia misma.
Y ese algo más, dijimos algunos, debía estar en lo afectivo, ¡claro
era aquello que no se podía desgastar con simples y profanas palabras!
Así que la búsqueda de ese algo más constituyó mi
proyecto de investigación del doctorado y, aunque no la llevé a
sus últimas consecuencias, sí que fue lo suficientemente lejos como
para sufrir sus efectos. Este camino me llevaba nuevamente a dibujar algo esencial,
trascendente a los sujetos y universal, aunque lo hiciera en diferentes culturas.
La magia de ese algo más seguía surtiendo efecto y esto ya empezaba
a molestarme. Este texto es pues la intersección de estos discursos, intenta
el diálogo con ellos y está construido en torno a las preguntas
que generan. Cierto es que los discursos, estos y otros cualesquiera, nos son
comunes y por tanto puede que también nos sean comunes las preguntas, la
diferencia de unos textos con otros, creo yo, son los recursos que se tienen a
mano para contestarlas. Yo utilizo algunos que creo que tienen que ver más
con la psicología social. Por eso, tal y como digo en la tesis, lo que
presento yo aquí es la búsqueda de un punto de vista para la psicología
social sobre las emociones, esta búsqueda empieza con algunas afirmaciones
elementales:
1ª afirmación: La emoción es siempre social
2ª afirmación: La emoción es un proceso
3ª afirmación: La emoción es discursiva
Los ejes
Psicosociología emocional
Apuntes metodológicos